Autor: Guy Standing
Traductor: Ignacio Rial Schies
La economía global está en medio de una transformación que produce una nueva estructura global de clase, una nueva clase masiva está emergiendo; el precariado, caracterizada por la incertidumbre y la inseguridad crónicas. Aunque el precariado sea todavía una clase-en-formación, dividida internamente, sus elementos están unidos por el rechazo a las antiguas corrientes políticas tradicionales. Para convertirse en una clase transformadora, sin embargo, el precariado necesita atravesar el estadio rebelde primitivo que se manifestó en 2011 y convertirse en una clase-en-sí para tener poder de cambio. Esto involucrará una lucha por la redistribución de los activos clave, necesarios para una buena vida en una buena sociedad en el siglo XXI: no los “medios de producción”, sino seguridad socioeconómica, control del tiempo, calidad del espacio, conocimiento (o educación), conocimiento financiero y capital financiero.
Con la privatización del sector público y la tercerización e internacionalización del empleo en las corporaciones y agencias gubernamentales, el sector asalariado se achica, y muchos de ellos temen caer en el precariado.
El precariado tiene relaciones distintivas con el Estado, en tanto comporta menos derechos que la mayoría de los demás sectores. Fundamentalmente, tiene una inseguridad de derecho.
Así como la clase peligrosa que hacia fines del siglo XIX consistía en quienes se resistían a la proletarización, el precariado actual está en verdad psicológicamente liberado del movimiento obrero y por eso es la clase peligrosa.
Mientras inventa un nuevo lenguaje para el progreso a través de la acción colectiva, el precariado debe evitar caer en la trampa bien instalada de postularse como “revolucionario”, una imagen que está terminalmente manchada por la historia del siglo XX.
Otras clases en la distopía neoliberal actual son utilitarias, quieren perpetuarse a sí mismas y obtener más de las estructuras existentes. Son conservadoras, o reaccionarias, en tanto que se oponen al cambio estructural. Solo el precariado está posicionado para ser verdaderamente transformador.
La lucha por desmercantilizar la educación es fundamental si el precariado quiere ser creativo, artístico, subversivo y finalmente político y moral.
Toda formación social produce su estructura de clase, aún si está impuesta sobre estructuras previas. Hoy estamos en medio de la Transformación Global, análoga a la Gran Transformación que describió Karl Polanyi. Pero en este caso atravesamos la dolorosa construcción de un sistema global de mercado, mientras él escribió sobre una nacional las instituciones para enclavar la economía de mercado en la sociedad.
Mientras a comienzos del siglo XX, el proletariado –que en ese entonces era el núcleo creciente de la clase trabajadora– se ubicaba a la vanguardia del cambio político y social, en los ochentas dejó de tener el tamaño o la fuerza o la perspectiva progresista como para cumplir ese rol. Fue una fuerza del bien durante muchas décadas, pero al final fue puesto en jaque por su laborismo intrínseco, por la búsqueda de que la mayor cantidad de gente posible tenga “empleos” y por vincular derechos sociales y económicos al rendimiento laboral.
En las décadas intermedias del siglo XX, el capital, los sindicatos y los partidos laboristas y demócratas acordaron crear una sociedad y un Estado de bienestar basados en una mayoría proletarizada, orientados al empleo estable, con beneficios vinculados al trabajo. Para el proletario, el objetivo principal era un trabajo mejor, “decente”, no escaparse de él. La estructura de clase que correspondía a ese sistema era relativamente simple de describir, con una burguesía –empleadores, gerentes y empleados profesionales asalariados– confrontados a un proletariado que formaba entre ellos la columna vertebral de la sociedad.
Hoy está tomando forma una estructura de clase global profundamente diferente. Definida en otro lugar, brevemente, tiene siete grupos, de los cuales no todos son clases en el sentido marxista o weberiano. La mayoría tiene relaciones distintivas de producción, de distribución, con el estado y propias conciencias modales.
Por debajo de los grupos que pueden ser definidos en términos de clase hay una subclase, un lumpen precariat que consiste en gente triste que vive en las calles y muere en la miseria. Dado que efectivamente son expelidas de la sociedad, estas personas carecen de capacidad de agencia y no tienen un rol activo en el sistema económico, más allá de producir miedo en quienes están dentro de él; podríamos dejarlas de lado, aunque algunos elementos puedan ser activados en momentos de protesta popular.
Los grupos de clases no se definen solamente por ingresos, pero pueden ser listados según sus ingresos promedios en orden decreciente: en la cima de la estructura está la plutocracia, unos pocos superciudadanos con una riqueza vasta, mayormente mal habida, y con un vasto poder informal, vinculado en parte al capital financiero. Están desprendidos del Estado-nación, con frecuencia tienen pasaportes convenientes de distintos países. Buena parte de su poder es manipulativo, mediante agentes, a través del financiamiento de políticos y sus partidos y amenazas de relocalizar su dinero si los gobiernos no obedecen a sus deseos.
Por debajo de la plutocracia está la élite, con la cual tiene mucho en común, aunque los integrantes de esta sean ciudadanos de algún país en particular. Los dos grupos actúan efectivamente como la clase gobernante, casi hegemónica en su estado actual. Son la encarnación del Estado neoliberal y manipulan a los políticos y a los medios mientras cuentan con agencias financieras para mantener las reglas a su favor.
Por debajo de ellos están los asalariados, aquellos con la seguridad del empleo a largo plazo, salarios altos y amplios beneficios empresariales o corporativos. Están al servicio de las burocracias estatales y en el núcleo de las corporaciones. Una clave para comprender su posición de clase es que reciben del capital, en la forma de acciones, una porción creciente de sus ingresos y de su seguridad. Esto significa que sus propios ingresos podrían crecer si los salarios son rebajados, si es que crecen su participación en la ganancia y la renta de sus acciones. Esta es una de las razones por las cuales sería engañoso incluir al asalariado en una clase con los otros por debajo.
Con la privatización del sector público y la tercerización e internacionalización del empleo en las corporaciones y agencias gubernamentales, el sector asalariado se achica, y muchos de ellos temen caer en el precariado, que en breve describiremos. Si bien el asalariado continuará achicándose en la mayoría de los países, persistirá bajo la forma de una suerte de “clase media”[4]. Muchos de ellos esperan ascender a la élite o desplazarse horizontalmente al grupo próximo.
Ese grupo es el que he llamado proficientes, un grupo en crecimiento cuyos integrantes viven como contratistas, consultores, con “negocios” de cuentapropistas y actividades de ese estilo. Tienen grandes ingresos pero viven al límite del agotamiento y están expuestos constantemente a riesgos inmorales, y con frecuencia violan leyes descuidadamente. Están creciendo tanto en número como en su influencia sobre el discurso político y el imaginario popular. Sería tonto decir que son parte de una única clase trabajadora, ya que esencialmente son emprendedores que se venden a sí mismos, una fuerza laboral verdaderamente mercantilizada.
Por debajo de ellos en términos de ingresos promedio está el antiguo proletariado, el núcleo que se achica rápidamente alrededor del mundo. Sus restos continuarán, pero ya no tienen la fuerza para desarrollar o imponer una agenda en el ámbito político, o siquiera atemorizar al capital demandando concesiones. Los Estados de bienestar y los regímenes con los conocidos “derechos laborales” fueron construidos para ellos, pero no para aquellos más abajo en la estructura de clase.
Este último hecho tiene implicancias incómodas para la naturaleza de la lucha de clases y el conflicto en el periodo que se acerca. Durante el siglo XX, el trabajo del proletariado fue cada vez más desmercantilizado, por percibir sus ingresos en remuneraciones no salariales a través de una derivación de las ganancias del capital.
La encarnación más importante de esto son los enormes fondos de pensión que recompensan a los trabajadores proletarizados por largos años de “servicio” y por haber invertido en mercados de capital. Como resultado, es muy difícil divisar un proletariado “revolucionario” o transformador, dado cómo sus representantes, más notoriamente los sindicatos, han atrincherado sus intereses al interior del capitalismo.
El precariado definido
Como sea, es por debajo de ellos, en términos de ingresos promedio, que el precariado cobra forma rápidamente. Algunos comentaristas han respondido a este concepto con la afirmación de que la precariedad es una condición social. Lo es, pero una condición social no actúa, no tiene capacidad de agencia. El precariado es una clase-en-formación. Podríamos definirla con cada vez mayor precisión. Pero, resumidamente, tiene una característica única que la hará central en la fase del nuevo enclave de la Transformación Global, y las luchas que deben ocurrir para que sea alcanzada.
El precariado tiene relaciones de producción distintivas, y en ellas se resume lo que la mayoría de los comentaristas ha enfatizado cuando discute el precariado, aunque no sean las más cruciales para comprenderlo. Esencialmente, su trabajo es inseguro e inestable, asociado con el trabajo casual, a tiempo parcial o mediado por agencias, la informalización, el falso cuentapropismo y el nuevo fenómeno masivo del trabajo colaborativo (crowd-labour) que hemos discutido en otro lugar.
Todas estas formas de labor “flexible” crecen alrededor del mundo. Es menos notado que, en ese proceso, el precariado debe realizar un índice alto y creciente de trabajo-por-labor en relación a su labor en sí. Es explotado tanto fuera del espacio laboral y de las horas remuneradas como dentro de ellas. Ese es un factor que lo distingue del antiguo proletariado.
El capital global y el Estado que atiende a sus intereses quieren un gran precariado, y por eso es una clase-en-formación y no una clase inferior. Mientras el capital industrial nacional durante la Gran Transformación quería habituar al núcleo del proletariado a una labor y una vida estables, el capital global actual quiere habituar al precariado a una labor y una vida inestables. Esta diferencia es fundamental para entender que juntar al proletariado y al precariado en una categoría bloquearía el razonamiento analítico y la imaginación política.
El precariado tiene también relaciones de distribución distintivas, en tanto que cuenta casi enteramente con salarios monetarios, que con frecuencia fluctúan, y nunca tienen seguridad de ingresos. Nuevamente, a diferencia del proletariado del siglo XX, que experimentó una inseguridad laboral que podía ser cubierta por la seguridad social, el precariado está expuesto a una incertidumbre crónica, y enfrenta una vida de “desconocidos que no conoce”.
Y el precariado tiene relaciones distintivas con el Estado, en tanto comporta menos derechos que la mayoría de los demás sectores. Fundamentalmente, tiene una inseguridad de derecho. Esta es la primera vez en la historia que el Estado ha quitado sistemáticamente derechos a sus ciudadanos, como documentamos en otra instancia. Más y más personas, no solamente migrantes, están siendo convertidas en meros habitantes, con un rango y profundidad menores en términos de derechos civiles, culturales, sociales, políticos y económicos. Les es negado lo que Hannah Arendt llamó “el derecho a tener derechos”, la esencia de la ciudadanía misma.
Esta es una clave para comprender al precariado. Su carácter esencial es el de ser suplicante, un mendigo, empujado a contar con limosnas discrecionales y condicionadas del Estado o de agencias privatizadas y de entidades caritativas que operan en su lugar. Para comprender al precariado, y la naturaleza de la lucha de clases por venir, esto es más importante que sus relaciones laborales inseguras.
La característica distintiva final es su conciencia de clase, que es una sensación poderosa de frustración con su estatus y de privación relativa. Esto tiene connotaciones negativas, pero también tiene un aspecto radicalmente transformador, colocándolo entre “capital” y el “trabajo”. Es menos probable que sufra de falsa conciencia mientras realiza los trabajos que le llegan, en parte porque no tiene un sentido de lealtad o compromiso en ninguna dirección. Para el precariado, los trabajos son instrumentales, no definen su vida. La alienación del trabajo es tomada como un hecho.
Además, es la primera clase en la historia para la cual la norma es tener un grado de calificaciones educativas mayor a la labor que la persona puede esperar obtener y estar obligada a hacer. Esto hace que la alienación sea más fácil de apreciar. Pero este desbalance genera tanto una profunda frustración con su estatus como un enojo por no tener un sentido de futuro, ninguna sensación de que la vida y la sociedad avancen a un estado mejor.
Es en esos términos de conciencia que podemos ver por qué el precariado es la nueva clase peligrosa, porque rechaza las antiguas tradiciones de las corrientes políticas, rechaza el laborismo tanto como el neoliberalismo, la socialdemocracia tanto como la democracia cristiana. Pero es peligrosa también en otro sentido. Una forma breve de decirlo es que no es todavía una clase-en-sí, porque está en guerra consigo misma por tener tres formas de privación relativa, cada una de las cuales caracteriza a una de las tres variedades del precariado que están actualmente en tensión.
Las tres variedades del precariado
La primera consiste de aquellos que caen desde las antiguas comunidades y familias de clase trabajadora; mayormente sin educación, tienden a relacionar su sensación de privación y frustración a un pasado perdido, real o imaginario. Así, atienden a las voces populistas reaccionarias de la extrema derecha y culpan a la segunda y hasta a la tercera variedad del precariado por sus problemas. Podrían ser llamados atavistas. Tienden a responder al carisma. Es esta parte del precariado la que está siendo conducida a la extrema derecha, en parte por la ausencia de una agenda progresista que se les aproxime, una que apele a sus aspiraciones en lugar de a sus temores e inseguridades.
La segunda variedad consiste en migrantes y minorías, que tienen un sentido fuerte de privación relativa en virtud de no tener un presente, de no tener hogar. Podrían ser llamados nostálgicos. Políticamente, tienden a ser relativamente pasivos o descomprometidos, excepto por días de furia ocasionales cuando algo que parece ser una amenaza directa para ellos enciende al enojo colectivo. Esto es lo que pasó en los asentamientos alrededor de Estocolmo a principios de 2013, en Tottenham, Londres, en agosto de 2011 y en otros accesos de violencia similares.
La tercera variedad consiste en los educados, que experimentan en su trabajo irregular y en la falta de oportunidades para construir narrativas vitales una sensación de privación relativa y de frustración con su estatus, porque no tienen una sensación del futuro. Uno podría llamarlos bohemios, pero como son la parte potencialmente transformadora del precariado, la nueva vanguardia, están abiertos a convertirse en los progresistas.
Vislumbrando las tres variedades, uno puede ver que la mayoría rechaza las agendas políticas corrientes del siglo XX. El neoliberalismo es objeto de odio. Los demócratas conservadores cristianos son considerados, correctamente, como moralistas y generalmente despreciados por su apelación utilitaria al asalariado. Y los socialdemócratas y el laborismo son considerados relevantes solo por los restos del proletariado y las partes bajas de los asalariados, por haberle fallado a la primera parte del precariado, por ser hostil a la segunda y por ser desagradable para la tercera.
Paradójica pero apropiadamente, en medio de una crisis por las fallas del proyecto liberal, los demócratas de la vieja escuela han perdido su base constituyente y son golpeados por el crecimiento del precariado más que cualquier otra corriente política. Los socialdemócratas parecen ofrecer un regreso al pasado, sin notar que el núcleo del precariado está alienado de eso también.
Sociólogos como Richard Sennett (1998) presentan la pérdida de la era dorada del capitalismo y parecen querer recrear lo que fue el pasado laborista de orientación masculina, al pintar la realidad actual como “corrosiva para el carácter”, como si ese no hubiera sido el carácter permanente del capitalismo. Pero así como la clase peligrosa que hacia fines del siglo XIX consistía en quienes se resistían a la proletarización, el precariado actual está en verdad psicológicamente liberado del movimiento obrero y por eso es la clase peligrosa. Esto fue bellamente capturado por un graffiti subversivo pintado por alguien del movimiento de los indignados: “Lo peor sería volver a la vieja normalidad”.
El punto clave es que, por distintos medios, hay un terreno común dentro del precariado para el rechazo del antiguo consenso político y de los partidos de la centro-derecha y la centro-izquierda. Por eso se percibe que hay una crisis de la democracia, porque el precariado no se ve representado a sí mismo y rechaza involucrarse en la realidad de la política mercantilizada que se diluye. Cuando los indignados de la Puerta del Sol garabatean: “Democracia, me gustas porque estás como ausente”, su rechazo a los partidos políticos es profundamente político.
El precariado como clase transformadora
Sin embargo, esa última conclusión no significa que el precariado sea apolítico, porque hay otro sentido en el cual es la peligrosa clase emergente. Su tarea inmediata es ir más allá de la primitiva fase rebelde en la cual se encontraba en 2011; conocer a qué se enfrenta aunque todavía no sea una clase-en-sí en un grado suficiente para ser un poder de cambio.
Aquí debemos ser cuidadosos. Un logro del neoliberalismo fue el grado de hegemonía lingüística que alcanzó para capturar el lenguaje del discurso político, social y económico, extendiéndose al discurso cultural también. Un desafío actual es recapturar el lenguaje para crear un futuro deseable. Esto no es nada menos que revivir la misma idea del futuro que ha sido perdida en la distopía neoliberal del consumismo infinito y la existencia plebeya del pan-y-circo electrónico. Las llamas de la lucha se extinguen rápidamente en días inútiles de protesta si toda la lucha se trata de estar en contra de lo que está pasando.
Esto es burdamente lo que ha estado pasando en las protestas masivas desde 2011, una serie de fuegos artificiales que se vieron y sonaron espectacularmente pero se desvanecieron en humo de colores. Sin embargo, esta fase de angustia colectiva seguramente evolucionará en algo más estratégico.
Mientras inventa un nuevo lenguaje para el progreso a través de la acción colectiva, el precariado debe evitar caer en la trampa bien instalada de postularse como “revolucionario”, una imagen que está terminalmente manchada con la historia del siglo XX. También debe evitar la esterilidad de ser “reformista”, que es lo que el Estado desearía que fuera, que empuje refinamientos marginales al status quo. Para convertirse en una clase-en-sí, el precariado debe ser transformador.
Debe ser transformador entendiendo que el sistema del mercado económico global necesita un nuevo sistema de distribución, si la idea es que se revierta la tendencia a la desigualdad creciente. Debe minimizar el uso de la anticuada verba marxista del siglo XIX, aunque sin abandonar los valores emancipatorios que guiaron a los progresistas e igualitaristas a través de los siglos, y las ideas igualitarias en torno a la lucha de clases.
Hace un siglo, tenía sentido representar vagamente el sistema de distribución como un reflejo del capital y el trabajo (ganancias y salarios) con el balance de las fuerzas sociales como determinante de la porción del ingreso correspondiente al trabajo, mediado por el Estado a través de impuestos, subsidios y beneficios, y a través de una estructura de regulaciones que dieron forma a la relativa fuerza de negociación entre los intereses antagonistas de clase.
En la economía del mercado global, hay solo un ganador en ese antiguo modelo de distribución. En todas partes del mundo la participación del salario en el producto nacional ha caído drásticamente, y es muy poco probable que suba. Mientras la mayor parte de la atención ha sido prestada a la caída en EE. UU. y en Europa, la participación del trabajo ha caído más en los gigantes emergentes como China e India.
Con el avance de la caída del salario, es el precariado quien ha cargado con los peores resultados, mientras la élite, el asalariado y el antiguo núcleo que se achica han mejorado su ingreso social o perdido solo un poco, porque han recibido más ingresos del capital, mediante acciones, opciones bursátiles, bonos extravagantes e ingresos de renta. Los países capitalistas avanzados son economías cada vez más rentistas.
El mensaje debería ser claro. El precariado no puede esperar que los salarios reales crezcan. Los salarios continuarán decreciendo en países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), aún si hay subas ocasionales en algunos lugares y para algunos grupos. La respuesta laborista a la crisis de la Transformación Global es más “empleos” y salarios mayores, con toda la fe en las campañas por el “salario digno” y los salarios nacionales mínimos. Pero para la mayoría del precariado, los salarios dejarán de proveer un estándar de vida digno. La lucha debe enfocarse en otro lugar.
En un proceso laboral abierto y flexible, el mantra socialdemócrata de más empleo y mayores salarios es como la famosa historia del rey vikingo Canuto, quien hizo que bajaran su trono al mar, donde se quedó sentado y ordenó a las olas que se retiraran. Parece haberlo hecho para demostrar a sus seguidores el límite de sus poderes. La versión más popular de esta historia enseña que decirles a las olas que se retiren es simplemente pedir que lo ahoguen. Es ahí donde está el precariado hoy. Los empleos solo prometen inseguridad y una necesidad de estar listos para pedir más préstamos.
En noviembre de 2012, los sindicatos europeos llamaron a un “paro general” en toda Europa, en lo que llamaron la Jornada Europea de Acción y Solidaridad con el lema de “por el empleo y en contra de la austeridad”. Los organizadores deben haber sabido que no haría diferencia inmediata en las políticas que se implementaban. Quizás esperaban que la movilización enervara a los políticos y los empujara a realizar cambios más tarde. ¿O fue para mostrarles que todavía tenían fuerza para convocar a las masas?
Sin importar cuáles fueran los objetivos, fue un llamado de piedad, por parte y en representación de los suplicantes. ¡Estamos sufriendo, dennos más trabajo subordinado! Muchos de los que respondieron con su tiempo deben haber sentido que estaban disipando energía en un gesto que no amenazaba en absoluto a las fuerzas a las que se oponían. Tomar las calles y gritar eslóganes en reclamo de empleos para servir hamburguesas o cargar las góndolas de supermercados es difícilmente dignificante o amenazante para los rentistas beneficiarios del orden del mercado global. Fue un golpe de los derrotados, no un golpe hacia adelante por la buena sociedad.
En la nueva marcha hacia adelante, el precariado debe luchar por un nuevo sistema de distribución basado en la comprensión de que una parte creciente de los ingresos totales seguirá fluyendo hacia el capital financiero y global, hacia la plutocracia y la élite principalmente, con una parte suficiente para el asalariado que genere lealtades divididas.
Los países ricos, en particular, se están convirtiendo en economías rentistas, que perciben cada vez más sus ingresos de actividades en el mercado global. Así, la lucha del precariado debería enfocarse en desarrollar mecanismos para canalizar el ingreso que actualmente fluye hacia la plutocracia, élite y asalariado hacia el resto de la población, incluyendo al lumpenprecariado pero principalmente el precariado, la clase actual más baja y más activa.
En esa lucha por alcanzar un nuevo sistema de distribución, la tendencia global existente hacia la creación de fondos de riqueza nacional o soberana debe ser acelerada y sujeta a un gobierno democrático. Hoy, más de 60 países tienen fondos nacionales de capital. Solo tres operan como mecanismos de distribución progresiva –el Fondo Permanente de Alaska, el fondo noruego y, sorprendentemente, el sistema iraní. Casi todos los demás sirven como vehículos para el enriquecimiento de una plutocracia y élite ya engordada. El precariado debe luchar para transformarlos en instituciones democráticas de distribución.
Una nota sobre la palabra. El precariado debe usar las palabras sabiamente. No debería ser engañado por falsas alternativas como la “pre-distribución”, un término inventado que ha tenido una breve popularidad en la política británica, articulada por el líder del partido laborista, sin ningún sentido en particular, excepto evitar la dificultad de argumentar a favor de la redistribución.
El antiguo sistema distributivo no funciona en sus propios términos, los de favorecer la inversión y el trabajo a través de incentivos efectivos. Hay demasiados pozos de pobreza (en los cuales pasar de los magros beneficios estatales a empleos de salario mínimo implica una tasa impositiva marginal de más de 80%) y pozos de precariedad (donde tomar trabajos de salario mínimo reduce los ingresos a largo plazo). El precariado puede entender todo esto, mientras el antiguo proletariado quedaría confundido. Es la razón por la cual los sindicatos tienen tanta dificultad para relacionarse y atraer al precariado, y viceversa.
Para los socialdemócratas, y para otros laboristas y sindicatos, el camino hacia adelante es demandar mayores salarios y seguridad laboral. Pero generar más trabajos no será la respuesta para la cuestión distributiva. El precariado ya lo ha aceptado, al menos para tener cierta paz mental tanto como cualquier otra cosa. Los empleos que probablemente obtengan son simplemente instrumentales, no definen sus vidas, no llevan a una carrera como solían hacerlo, ni mucho menos a una vida de seguridad emancipatoria.
La lucha redistributiva
La lucha por la redistribución –en vez de una por un nuevo sistema de distribución– debería ser reinterpretada de manera tal que ponga a los antiguos partidos políticos en dificultades intelectuales. ¿Cuáles son los elementos cruciales por los cuales debería luchar una clase? No son los medios de producción o los “altos mandos” del sistema productivo, que dieron forma al proyecto socialista y la lucha de clases en los siglos XIX y XX. Hablar de tomar las fábricas o las minas produciría sonrisas avergonzadas o muecas en cualquier reunión del precariado.
No, los activos clave son necesarios para una buena vida en una buena sociedad, una donde más y más gente pueda perseguir su propia idea ocupacional, donde el trabajo, el ocio real y la reproducción prosperen en patrones flexibles. Antes de considerar cuáles son esos elementos, un punto preliminar es fundamental para entender la lucha venidera para ellos.
Es el aspecto único ya mencionado. El precariado debe convertirse en una clase-en-sí (o una parte suficiente de él debe alcanzar una comunalidad suficiente) como para tener la fuerza para abolirse a sí misma, a través del éxito. Esto la hace una clase verdaderamente transformadora, peligrosa. Otras clases en la distopía neoliberal actual son utilitarias, quieren perpetuarse a sí mismas y obtener más de las estructuras existentes. Son conservadoras, o reaccionarias, en tanto que se oponen al cambio estructural. Solo el precariado está posicionado para ser verdaderamente transformador, construyendo una lucha por lo que Hannah Arendt llamó “el derecho a tener derechos”.
¿Cuáles son los activos cruciales por los cuales el precariado debe luchar? Tal como elaboré en otras instancias, brevemente, son la seguridad socioeconómica, el control del tiempo, el espacio de calidad, el conocimiento (o educación), el conocimiento financiero y el capital financiero. Todos están distribuidos desigualmente y, en términos de control, todavía más. Uno puede afirmar que muchos de ellos están todavía más desigualmente distribuidos que el mismo ingreso.
Por ejemplo, mientras la plutocracia, la élite, el asalariado y en alguna medida los proficientes tienen medios para proveerse de seguridad económica, el precariado está expuesto a altos riesgos, tanto como para superarlos como para recuperarse de ellos. Por encima de todo, se enfrenta a la incertidumbre crónica. La distribución de la seguridad económica es más desigual que la distribución del ingreso.
Al menos para sus miembros, el antiguo proletariado tenía seguridad laboral, en tanto la seguridad social podía asegurar contra los riesgos del desempleo, las enfermedades, la vejez, los accidentes y demás. Era una forma manipulativa de seguridad, provista por el Estado mientras los trabajadores individuales se conformaran con las disciplinas y los dictados del trabajo. La trayectoria del desarrollo se sostenía en la seguridad basada en el trabajo, donde la contingencia de riesgos vinculados al trabajo (accidentes, enfermedades, desempleo, etc.) estaba cubierta, de modo que los trabajadores obedientes y las familias que de ellos dependían pudieran buscar derechos compensatorios (mal llamados derechos laborales) si algún evento adverso ocurriera. Esta era la norma y era esperable que se convirtiera en la norma para muchos otros mientras el crecimiento económico avanzara. Esa expectativa desapareció hace tiempo.
Por contraste, el precariado se enfrenta a la incertidumbre, una vida de “desconocidos que no conoce”, para los cuales no hay sistema de seguridad posible, porque las probabilidades de que ocurran eventos adversos no puede ser calculada actuarialmente. Cada aspecto de la vida es incierto. Y cuando algo sale mal, no hay una red de apoyo segura. Es por esto que vivir al borde de una deuda crónica insostenible es la norma para el precariado. Obtener una redistribución de la seguridad es fundamental en la lucha por venir.
Esa lucha por la seguridad provee una fuente potencial para alianzas inter-clase, porque más y más miembros de otros grupos pueden apreciar la necesidad, y la probable necesidad propia, de una seguridad básica. Así, las políticas enfocadas a la seguridad básica podrían atraer a los escalones más bajos de la clase media, que viven con un temor creciente de ellos mismos caer en el precariado, o de que sus hijos caigan en él.
Luego, un elemento vital: el precariado no controla su propio tiempo, y sus miembros deben estar en stand-by, revuelan entre actividades, esperan algún trabajo o trabajan de más en caso de que sean necesitados, porque nunca saben cuál es la manera óptima de adjudicar su tiempo. Esta es la razón por la cual puede decirse que el precariado sufre de una epidemia de mente precarizada, incapaz de enfocar una dirección hacia metas realizables. El precariado necesita tener políticas que le permitan ganar control sobre su propio tiempo. Necesitamos una política del tiempo.
Luego, la lucha por la redistribución del espacio de calidad está resumida en la lucha por revivir “los (espacios) comunes”. Esto es en realidad una metáfora, porque transmite más que una lucha por preservar las tierras públicas donde la gente se congrega. También incluye los comunes sociales y culturales, y en un sentido también a los comunes políticos.
La democracia deliberativa necesita espacios públicos, donde las quejas puedan ser articuladas y compartidas, para llevar a propuestas políticas y al renacimiento de la acción colectiva, en lugar de solo a la resistencia. Con respecto a esto, el precariado necesita comunes florecientes, no solo para complementar sus ingresos inadecuados, sino para contrarrestar a los discursos dominantes que emanan los medios manipulados por la plutocracia.
Luego, la lucha por la redistribución de la educación define la vida del precariado. Aquí, necesita superar el sentido de falsa conciencia que la educación ha diseminado y contrarrestar la retórica del “capital humano” que los neoliberales han refinado. En la superficie, más gente que nunca está siendo educada a un “nivel” más alto que en cualquier otra época de la historia. Sin embargo, la educación real está distribuida muy desigualmente, y mucho de lo que es vendido como educación es un fraude. Mientras los afluentes tienen acceso a una educación que les permite liberar sus mentes y ser innovadores, el precariado es relegado a una escolaridad de “capital humano” mercantilizado, diseñada para prepararlos y habituarlos a una vida de trabajo inestable, con mentes plebeyas.
La lucha por desmercantilizar la educación es fundamental si el precariado quiere ser creativo, artístico, subversivo y finalmente político y moral. Y nuevamente, debería encontrar alianzas en sectores asalariados y entre los proficientes, estos últimos por ser intuitivamente inconformistas.
La lucha por el conocimiento financiero se trata de habilitar al precariado para que sea eficiente en el manejo de tales asuntos. La estructura fiscal de la sociedad mercantil moderna es inmensamente compleja, y le permite ganar mucho más dinero a aquellos que tienen acceso a expertos en cuestiones impositivas, mientras las “personas pequeñas” pagan más impuestos de los que deberían. El derecho al conocimiento financiero y a servicios financieros públicos es más importante de lo que muchos creen. El precariado debería movilizarse pronto en torno a demandas por el derecho universal a recibir conocimiento financiero. En el contexto de endeudamiento personal crónico, debido a los “tiburones del préstamo” y deudas estudiantiles que se estiran hacia el futuro, esto ya no es un asunto menor.
La lucha por una porción equitativa del capital financiero será crucial, mediante una renta básica y la construcción de fondos soberanos democráticos. Pero todas las luchas que han sido mencionadas aquí deben ser integradas en una estrategia de transformación. Cada elemento abre posibilidades para alianzas inter-clase con uno o más grupos sociales. Después de todo, una proporción creciente del asalariado, los proficientes y los trabajadores están empujados por el temor, al fracaso, a la pérdida. En algún punto, el temor pasa de hacernos “cobardes a todos”, como habría dicho Hamlet, a hacernos leones de la indignación.
En muchos países, el precariado ha crecido y ha madurado en la era de la austeridad. En cada Gran Transformación, hay tres fases para la lucha. La primera es la fase de los rebeldes primitivos en la que los elementos de la clase social emergente buscan reconocimiento, una identidad común. En un grado notable, esto es lo que ha pasado desde 2011. Millones ahora tienen un sentido de identidad común, y se conocen a sí mismos como el precariado, sin vergüenza y con un sentimiento de orgullo. Esto provee la unidad potencial necesaria para una acción colectiva efectiva. No es una condición suficiente, pero es necesaria.
La siguiente fase es la lucha por la representación, por tener una voz colectiva e individual en las agencias del Estado, por tener la habilidad de hacer ruido en sus órganos, en los medios y en las redes de discurso público. Esto está viniendo. La subjetividad del precariado debe ser afirmada, de manera que las burocracias no puedan seguir tratando a sus miembros como errores a ser reformados, hechos más “empleables” o castigados.
La conciencia creciente del reconocimiento colectivo, y las acciones actuales de los rebeldes primitivos y la resistencia masiva, debe ahora dar lugar a un reenganche político. Esto está sucediendo, aunque con discordancia, en entidades tales como el Partido X de España, Syriza en Grecia y el M5S en Italia. En última instancia, esto debería tratarse de la repolitización de la política, en el ágora, mientras el precariado demanda convertirse, de un objeto en un sujeto.
En alguna medida, por ejemplo, los levantamientos del parque Gezi en Estanbul y los célebres levantamientos en las ciudades brasileñas en 2013 pueden ser interpretados como una demanda por una democracia participativa más inclusiva, donde el precariado gane agencia efectiva, tanto colectiva como individual.
Mientras se gane reconocimiento y representación, la lucha por un nuevo sistema de distribución y redistribución del acceso a esos activos clave comenzará a absorber las energías colectivas del precariado y aquellos aliados a él. Los fondos de capital, la renta básica para todos, las comunidades de ocupación, las nuevas formas de sindicalismo o asociación, y más, son atractivos. El precariado está tomando forma. Como Shelley lo expresó en un periodo de revuelta social comparable hace doscientos años, en el mejor poema político de protesta jamás escrito en inglés, inspirado por la represión atroz de la clase trabajadora emergente en una plaza pública, el precariado está alcanzando el estadio donde tomará conciencia de su poder: “¡Ustedes son muchos, ellos son pocos!”.
K. Polanyi, The Great Transformation: The Political and Economic Origins of Our Time. Beacon Press, Boston, Estados Unidos, 1944.
El autor trabaja con distintos sinónimos de “trabajo” que tienen distintos espesores conceptuales. Son “job”, “labour” y “work”, los cuales no tienen traducción directa en castellano. Se utilizan “labor” y “trabajo” para las dos últimas. Con respecto a “job”, el tono en el original es peyorativo y se traduce acá como “empleo”.
G. Standing, Work after Globalization: Building Occupational Citizenship, Elgar, Chentelham, Inglaterra, 2009. Y G. Standing, The Precariat –The New Dangerous Class. Bloomsbury, Londres, Inglaterra, 2011.
En el sentido utilizado por Erik Wright (1978), el asalariado tiene una posición de clase contradictoria, pero argumentaría que hoy está más claramente del lado del capital antes que ser una parte de la clase trabajadora.
G. Standing, A Precariat Charter: From Denizens to Citizens. Bloomsbury, Londres, Inglaterra, 2014.
N. del T.: Con las comillas, el autor deja en claro que se refiere al célebre dictum que Donald Rumsfeld, el ex Secretario de Defensa de los EE. UU., pronunciara en una conferencia de prensa con respecto a la amenaza de armas de destrucción masiva en Medio Oriente en febrero de 2002.
G. Standing, A Precariat Charter: From Denizens to Citizens, cit.
M. Goodwin y R. Ford, Revolt on the Right: Explaining Public Support for the Radical Right in Britain, Routledge, Londres, Inglaterra, 2014.
S. Jankiewicz, “A dangerous class: The street sellers of nineteenth-century London”,
Journal of Social History, Vol.46, No.2, pp.391-415.
E. Estanque, “Social movements and middle-class rebellion: An essay on recent mass protests”, Mimeo, 2013.
G. Standing, The Precariat –The New Dangerous Class, cit.Y G. Standing, A Precariat Charter: From Denizens to Citizens, cit.
International Labour Organisation (ILO), Economic Security for a Better World, Ginegra, Suiza, 2004.
P.B. Shelley, The Masque of Anarchy, 1819.
Pie de autor: Guy Standing es profesor de Estudios del Desarrollo en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos en la Universidad de Londres, y fue el director del Programa de Seguridad Socioeconómica en la Organización Internacional del Trabajo. Sus libros más recientes incluyen: Precariado. Una carta de derechos (Capitán Swing, 2015), El precariado. Una nueva clase social (Pasado y Presente, 2013) y Work after globalization: building occupational citizenship (Edward Elgar, 2009).
Pie de artículo: El artículo se reproduce por gentileza de su autor