Entrevista a Branko Milanović
Autor: Henning Meyer
El destacado economista serbio-estadounidense Branko Milanović analiza la situación de la desigualdad en el mundo contemporáneo. En esta entrevista, desarrolla puntos clave para entender la forma en la que la globalización ha modificado las diferencias dentro y entre los países, al tiempo que apunta a desarrollar una serie de políticas tendientes a reducir los niveles de desigualdad social existentes.
¿Cuál es su diagnóstico acerca la desigualdad global existente y en qué punto nos encontramos en términos históricos?
Sí, déjeme empezar con los términos históricos. Desde alrededor de 2000, la desigualdad global probablemente ha caído, y debo decir “probablemente” porque nuestra información es muy endeble cuando se remonta al pasado, pero probablemente por primera vez desde el comienzo de la revolución industrial, la desigualdad global está bajando.
La desigualdad global crece desde la década de 1850, esencialmente empujada por el éxito de los países actualmente ricos y avanzados, que en aquel entonces se enriquecieron mucho más que el resto del mundo y así ensancharon las brechas entre ellos y los demás (esencialmente China e India). Y, por supuesto, incrementaron la desigualdad entre los habitantes del mundo.
La desigualdad creciente dentro de las naciones fue empujada por el cambio tecnológico y por la globalización.
La desigualdad global llegó al máximo, aunque hubo una larga meseta, probablemente entre los años setenta y los noventa, o hasta comienzos de los dos mil. Y luego hubo una disminución en los últimos 15 años y esa disminución fue empujada por la inversión del proceso que mencioné anteriormente. Hoy en día, el acercamiento de Asia y especialmente China y más recientemente India al mundo rico es lo que reduce la desigualdad global.
Así es cómo pienso que uno puede describir en pocas palabras el movimiento global de la desigualdad en los últimos dos siglos.
¿Cuáles son los mayores problemas que existen hoy? ¿Cuál diría usted que es el más urgente?
Primero, el nivel de desigualdad global es extremadamente alto. Eso es algo que hay que tener en mente. Evidentemente, suena muy bien decir que la desigualdad global probablemente esté disminuyendo y ciertamente es mejor que lo contrario. Sin embargo, uno no debería olvidarse de que lo realmente importante es que el nivel de desigualdad sigue siendo extremadamente alto. E incluso mucho más alto que el nivel de desigualdad hacia dentro de los países más desiguales, como Sudáfrica, Brasil o Colombia. El asunto más urgente es, claro, la composición de la desigualdad global, que es empujada por las grandes brechas de los ingresos promedio entre los países. Creo que esto es importante por dos razones. Una, porque lleva a lo que yo llamo “alquiler de ciudadanos”, que quiere decir que la gente nacida en países ricos tiene, sin importar su esfuerzo laboral, ingresos mucho más altos que otros, lo que en cierta medida implica una falta global de igualdad de oportunidades. Lo segundo es que esta estructura particular de desigualdad global conduce a la migración. En ese sentido, la migración puede ser considerada como un movimiento de gente dentro de condiciones específicas de la globalización en curso, donde la mayor desigualdad se debe a las diferencias en el desarrollo de los países.
¿Dónde ve la tensión entre la desigualdad dentro de los países y la desigualdad entre los países?
Todavía tenemos una situación en la que las desigualdades dentro de los países ascienden, mientras las desigualdades entre países descienden.
Ahora, como las desigualdades entre países son más importantes en términos del impacto general –es más importante desde una perspectiva global que China o India crezcan rápido que lo que pase con las desigualdades dentro de China e India—, que tengamos algo de convergencia de salarios promedio (o PIB per cápita) es una muy buena noticia.
Por otro lado, que sigamos teniendo crecimiento en las desigualdades internas, aunque sea mucho más modesto, significa que la ganancia que hubiéramos obtenido de la convergencia entre naciones es más baja. Y esto ocurre simplemente porque, técnicamente hablando, las desigualdades nacionales en crecimiento reducen lo que ganamos por el efecto de la convergencia del ingreso.
¿Y cuáles son los mayores motores de la desigualdad? ¿Son los mismos en diferentes partes del mundo? ¿Hay diferencias significativas? ¿Cuáles son las fuerzas que lo conducen?
Históricamente, los principales motores de desigualdades nacionales internas fueron diversos. Están las que llamo “fuerzas benignas” y “fuerzas malignas”. Entre las fuerzas benignas se destacan, por supuesto, la educación masiva y el cambio tecnológico, la globalización, las transferencias sociales, los sindicatos, y las políticas económicas, particularmente los impuestos y las transferencias sociales. Entre las malignas, en cambio, se encuentran las dos guerras mundiales y otros conflictos bélicos. En tiempos premodernos, las epidemias también formaban parte de las “fuerzas malignas”.
Este es un boceto muy general. Si miramos y analizamos más detenidamente los últimos veinte años y el desempeño de los países ricos, nos percatamos de que la desigualdad creciente dentro de las naciones fue empujada por el cambio tecnológico y la globalización –y pienso que estas dos, aunque sean conceptualmente diferentes, son muy difíciles de desentramar en términos de sus efectos.
Esta discusión se vincula con otros temas, como la forma en la que las nuevas tecnologías podrían cambiar la estructura de la economía y los mercados laborales. ¿Cuál cree que será el resultado de este proceso? Si algunas de las promesas o predicciones de esta revolución digital llegan, ¿exacerbarían todavía más las desigualdades?
Eso es muy difícil de decir porque la amplitud de opciones es extensa. Va desde las visiones muy pesimistas según las cuales los robots reemplazarán todo el trabajo humano, la gente no tendría trabajo y eso incrementaría la desigualdad, a las muy optimistas, según las cuales viviremos esencialmente en una cornucopia, la tierra de la abundancia, y no necesitaremos trabajar o trabajaremos muy poco, o mucho menos que ahora.
En esta materia, yo me sitúo más bien del lado optimista. No creo que debamos temer al cambio tecnológico como tal, porque si le hubiéramos temido en el pasado no habríamos conseguido el actual grado de desarrollo.
Pero déjeme decir una cosa que podría ser negativa y conducir a un incremento de la desigualdad. Si hubiera un crecimiento en la rentabilidad del capital y un crecimiento en la participación de la renta del capital en el producto neto total, entonces el hecho mismo de que la propiedad del capital esté extremadamente concentrada le daría un empuje adicional a la desigualdad dentro de las naciones.
Solo para aclararlo bien: si, por ejemplo, la propiedad del capital fuera más igualitaria, el crecimiento de la participación del capital no sería un problema porque no cambiaría la desigualdad general o hasta la reduciría.
Pero el hecho es que, históricamente, la propiedad del capital y la renta del capital han estado muy concentradas. Entonces, cuando se tiene una importancia creciente de un tipo particular de ingresos, eso empuja a la desigualdad hacia arriba.
Esta es una discusión que hemos tenido con personalidades como Richard Freeman, que planteó la idea de la propiedad de acciones por parte de los trabajadores. De lo que se trata es de repensar la propiedad del capital porque la concentración actual solo puede empeorar los problemas…
Sí, estoy completamente de acuerdo con eso. En realidad pienso que todos los intentos de reducir la concentración del capital son extremadamente importantes, especialmente en sociedades donde la participación del capital en la renta total crece. Entre estos intentos pueden mencionarse el de Richard Freeman pero también la idea planteada por Suecia en los ochenta con respecto a la propiedad de acciones por parte de los sindicatos y, por supuesto, las ideas plasmadas en el reciente libro de Tony Atkinson.
Reducir la concentración del capital es importante también por otra razón: porque nuestros métodos convencionales de reducir la desigualdad mediante gravámenes impositivos y transferencias han llegado a su límite.
Puede haber algo de aceptación para los impuestos más altos para los ricos, pero ciertamente pienso que hemos llegado al límite de los gravámenes a las clases medias.
En otras palabras, considero que hoy no hay apoyo en el electorado como para elevar los impuestos a la clase media. Puede haber algo de aceptación para aumentar los impuestos a los ricos (aunque de eso tampoco estoy completamente seguro), pero ciertamente pienso que hemos llegado al límite de los gravámenes a las clases medias.
El camino para conseguir una menor desigualdad es hacer que la renta comercial, que básicamente es la renta concentrada del capital, sea mucho más igualitaria.
Entonces tenemos que intervenir en la economía de manera que la distribución primaria no deje demasiado para hacer a través de la distribución secundaria del sistema fiscal.
Sí, creo que eso es absolutamente crucial. Creo que es lo que en algún sentido será la solución del siglo XXI para evitar que la desigualdad de ingresos transgreda sus límites. Es realmente “trabajar” en la distribución de fondos.
Esto significa, obviamente, reducir las disparidades en las dotaciones de capital, pero también en el capital humano, no solo en la cantidad de años de educación, sino también en los ingresos que la gente recibe por esa educación. Estos ingresos, especialmente en Estados Unidos, pero también en el Reino Unido, son muy desiguales, posiblemente por las diferencias en la calidad de las escuelas. Esto provoca grandes diferencias en los ingresos que recibe la gente de escuelas privadas contra la de escuelas públicas. El acceso a las primeras es limitado simplemente porque son mucho más caras y también requieren de un tipo de “conocimiento” y conexiones muy difíciles de obtener para niños que crecen en circunstancias modestas. Pienso que es crucial trabajar en este estadio previo a la distribución.
Esta discusión nos lleva a un punto más amplio. Estos son algunos de los mecanismos que debería usarse para evitar que la desigualdad crezca demasiado, pero, ¿qué más debería hacerse en términos de reformas políticas generales con respecto a la globalización para hacerla conducente con un desarrollo más igualitario, que implique menor desigualdad?
Esto es probablemente más difícil porque uno se enfrenta a los problemas de la propia forma en la que se organiza la globalización, o de toda la arquitectura internacional que hemos construido en los últimos sesenta años. Deshacer ciertas características de este proceso es realmente muy difícil. Ni siquiera estoy seguro, por ejemplo, de que sea beneficioso recuperar todos estos acuerdos comerciales que ahora parecen flotar muertos en el agua. Realizar cambios en esta área es muy difícil porque exige coordinación entre distintos gobiernos. Ni siquiera Estados Unidos podría hacerlo solo. Se precisa un nivel de coordinación difícil de imaginar.
Pero déjeme intentar expresarlo más específicamente. Por ejemplo, la coordinación en el problema de la evasión fiscal es bastante factible porque afecta a todos los gobiernos que pierden ingresos fiscales. Por supuesto, hay ciertos países que se benefician de la evasión fiscal, pero son relativamente pequeños y no tan importantes, y otros países más grandes serían capaces de detenerla.
Pero hay algunas áreas donde creo que la coordinación podría estar cerca. Pero hay muchas otras, por ejemplo, los derechos de propiedad intelectual, las patentes farmacéuticas, los estándares laborales o los derechos laborales (y la lista es más larga), donde hay diferencias obvias entre los países.
Cuando hablamos de acuerdos comerciales probablemente dependa de qué tipo de contenido lleven. No sería inverosímil que hubiera acuerdos comerciales que consagren estándares sociales y ambientales más altos. Pero lo que parece que estamos viendo es el intento de consagrar la supremacía de los intereses privados por sobre los públicos, por ejemplo, a través de la protección de la inversión.
Sí, eso es verdad.
Quizás por eso no sea sorprendente que haya resistencia.
Absolutamente. Porque, por supuesto, cuando hablamos de “acuerdos comerciales” no decimos mucho, no hablamos de lo que hay dentro de esos acuerdos comerciales. Claramente, el argumento sobre la dificultad de juzgar la validez de estos acuerdos comerciales fue propuesto porque muchas negociaciones y tratos son secretos. Uno se entera a través de filtraciones de lo que sucede durante el proceso de negociación.
Ciertamente, los acuerdos comerciales podrían consagrar cosas muy positivas. Una posibilidad es una protección mucho mayor de los derechos de los trabajadores. Sin embargo, la forma en la que parecen haber sido diseñados es más bien la opuesta.
Exactamente. Ni siquiera los estándares básicos de la Organización Internacional del Trabajo fueron consagrados en este tipo de acuerdos. Y el hecho de que la mayor parte de esos acuerdos sean negociados en secreto no es realmente un ejercicio que fortalezca la confianza.
Sí. Pienso que eso es lo menos que uno podría decir. Una vez estuve presente cuando un economista galardonado con el Nobel dijo que tenía que basarse en los detalles que escuchaba de la gente que estaba negociando y se los filtraba a él. Que las negociaciones tengan lugar tras puertas totalmente cerradas es absolutamente inaceptable.
Más allá de aquellos procesos y situaciones que deberíamos cambiar para lidiar mejor con la globalización, no podemos dejar de referirnos a la elección y la presidencia de Donald Trump. ¿Es ahora más probable que, en lugar de reformar la globalización, directamente se la revierta?
Sobre el asunto de la globalización quisiera decir que, en principio, es algo muy positivo. Sus efectos alrededor del mundo lo demuestran, aún cuando, por la forma en la cual fue controlada y por cómo fueron conducidas las políticas domésticas, dejó insatisfecha o infeliz a porciones significativas de la gente. Esto nos trae, por supuesto, al Brexit y a la elección de Donald Trump. Ambos sucesos muestran que la cantidad de personas que fueron dejadas afuera es significativa y ahora parecen creer que han encontrado un representante que los ayudará. La gran pregunta es si podrá hacerlo. No creo que él, o alguien similar, pueda hacer mucho.
La globalización como la hemos visto en los últimos treinta años no necesariamente se está deteniendo. Está entrando en otro estadio.
Definitivamente, considero que la globalización como la hemos visto en los últimos treinta años no necesariamente se está deteniendo, sino que está entrando en otro estadio. Quizás sea demasiado optimista, pero no veo un retroceso significativo, simplemente por la dificultad de implementar semejante retroceso. Creo que el Brexit es un muy buen ejemplo de eso porque una vez que uno intenta entrar en el “modo Brexit” se descubren miles de problemas. Del mismo modo, creo que cuando Trump intente hacer ciertas cosas, descubrirá muchos problemas y verá que muchos de los que lo apoyaron pueden perder. No habrá, pienso, una capacidad real para revertir el curso de este fenómeno. Pero, por otro lado, no creo que sigamos en el camino de una mayor globalización o de una mayor integración de los mercados como a la que asistimos en los últimos treinta años.
En cierta medida, el electorado del Reino Unido y de Estados Unidos tendrá que vivir con una situación que ni siquiera Trump o los líderes del Brexit pueden resolver. Esto se ve particularmente en el Reino Unido, donde hay tantas contradicciones internas en torno al objetivo del Brexit que, al final, resulta imposible resolver la cuestión.
Así lo creo. También con Trump es cada vez más obvio, porque hay distintas partes de su programa –si uno puede decir siquiera que hay un programa– que son claramente incompatibles. Y hay partes, como dije antes, que si intentara implementar, serían percibidas muy desfavorablemente por los grupos que lo votaron. Eso le dificultaría mucho seguir por ese camino.
Pero, sin embargo, parece haber pocas dudas de que es necesario establecer una transformación de la globalización tal como la conocemos. Porque hemos tenido reclamos socioeconómicos crecientes como resultado de la globalización, hasta que se produjo una desconfianza en la capacidad del sistema político para efectuar cambios positivos para la gente. Ahora estamos en un punto extraño en el que mucha gente se siente desfavorecida y no es capaz de efectuar un cambio positivo en sus vidas.
Sí. No podría estar más de acuerdo con eso porque lo que ha ocurrido es un crecimiento de la desconfianza en el sistema político y en el sistema institucional o la élites. En gran medida, le echo la culpa a las élites por ello porque su propio interés debería haberles enseñado a reconocer que había insatisfacción y que había que tomar ciertas medidas para, no diría resolver los problemas, pero al menos hacerlos menos obvios o menos agudos para un porcentaje significativo de la población. Ahora, por supuesto, quienes lleguen al poder lidiarán con estos problemas con una plataforma muy populista, y quizás no sean capaces de hacer nada, pero ciertamente “la solución” será llevada adelante por extraños. Esto fue realmente un error y probablemente los representantes del sistema ahora se den cuenta también de que lo fue.
Hay una tendencia aparentemente intrínseca a los sistemas políticos bipartidistas a subestimar lo que ocurre bajo la superficie de la sociedad. El fenómeno se extiende hasta que se produce un giro violento que se expresa en los resultados electorales. Pero si uno mira las elecciones en el Reino Unido o Estados Unidos es solo la última gota la que hace la diferencia y la que luego lleva a un cambio político brusco.
Correcto. Esa es la característica de los sistemas donde el ganador se lleva todo pero, para ser franco, hay que decir que ese sistema particular con frecuencia benefició al otro bando, no a los populistas. No hay un giro marcado en los votos porque, en realidad, hacen falta relativamente pocos votos y en el caso de Estados Unidos, todavía más espectacularmente. Hacen falta votos muy específicos en estados específicos para producir el cambio, aún cuando en el número general de votos populares es diferente y Hillary obviamente recibió más que Trump.
También es verdad que esa lógica particular con frecuencia benefició a los mandatarios, por ejemplo, en el Reino Unido: la habilidad por ejemplo del UKIP (Partido de la Independencia del Reino Unido, por sus siglas en inglés) de tener bancas en el parlamento era muy limitada y totalmente desproporcionada con respecto a su influencia en términos electorales.
Pero lo que verdaderamente nos preocupa es que lo que pasó con el Brexit y con Trump podría extender sus efectos al resto de Europa occidental, en particular a Italia, Francia y posiblemente Alemania. Ese tipo de dinámica tiene muy malos resultados. El Brexit ciertamente ayudó a Trump en los EE. UU., y ahora lo que ocurra en los EE. UU. tendrá consecuencias globales y podría ayudar a partidos similares en Europa occidental, pero también en Holanda, posiblemente Suecia y otros lugares.
Fuente:
Este artículo se traduce y se reproduce por gentileza de Social Europe.