Autores: Alejandro Katz y Mariano Schuster
Entrevista a Mónica Lacarrieu
La antropología puede aportar perspectivas analíticas para comprender qué sucede en los espacios urbanos. En esta entrevista, la experta en antropología de las ciudades explica cómo son vividos por la ciudadanía los procesos de urbanización de las villas miseria. Además, indaga en las conflictivas relaciones entre los políticos y los ciudadanos que las habitan.
¿Por qué hoy en día se habla de antropología urbana? ¿Cuál es su objeto de estudio?
La antropología se extrapola hacia las ciudades a mediados del siglo XX. Esto se debe, en parte, a las migraciones internas que tuvieron lugar tanto en América Latina como en Estados Unidos. Al producirse el desplazamiento del campo a la ciudad surgen cambios e interrogantes que es preciso entender. Uno de los problemas que se planteaba era el lugar que ocupaban, en términos geográficos, los nuevos pobladores dentro de la ciudad. Muchos de ellos terminaban en la pobreza, lo que dio lugar a asentamientos populares. Ante tal panorama, los antropólogos buscan entender estos nuevos fenómenos. Para ello aplican, en cierta medida, el marco teórico que se había utilizado para estudiar a los indígenas. Es decir, interpretan a los sectores más pobres desde dicha perspectiva, ya que éstos eran susceptibles de constituir un otro. En este sentido, el eje analítico fue el de observar las diferencias para entender sus lógicas implícitas.
El objeto de estudio es diverso. En términos generales, la antropología de las ciudades se ha inclinado más hacia el abordaje de los sectores populares, pero también se ocupa de los sectores medios y altos. Es preciso tener en cuenta que los antropólogos trabajan con representaciones. Mi tesis doctoral, por ejemplo, fue sobre los conventillos del barrio de La Boca. Comencé analizando la cuestión de los desalojos y la política de vivienda. Esto posibilitó la elaboración de una construcción sociocultural más amplia para entender las dinámicas del problema habitacional en esa zona. Entonces, hablar de representaciones permite pensar el conventillo, por ejemplo, como un bien material y simbólico al mismo tiempo. No se trata de una vivienda corriente, pues tiene una significación particular y compleja. Históricamente se construye como una vivienda típica, tradicional. Su particularidad reside en la densidad identitaria que encarna. Se trata, además, de una densidad identitaria que se sostiene en el tiempo, pero no como accidente histórico. Por eso, dada su complejidad, este tipo de espacios genera disputas entre los diferentes actores del barrio.
¿Cuáles son los actores que participan de la disputa en este caso?
En muchos barrios aparecen actores similares. En primer término, están los sectores populares, que no son todos homogéneos en tanto que hay objetivos e intereses particulares en cada caso. Pero también intervienen las asociaciones vecinales, los comerciantes, los partidos políticos, los funcionarios y los técnicos del Gobierno de la Ciudad. De manera que son muchos los sujetos que intervienen.
¿Qué sucede actualmente en el caso de las villas? ¿La idea de urbanizarlas responde a un criterio intervención del espacio privado, o bien, de conectarlas con el resto de la ciudad?
Es relativo. En mi caso particular, he trabajado en la Villa 21-24 en la Casa de la Cultura. Allí se puede observar cómo la urbanización no tiene el mismo significado los distintos actores presentes. Los funcionarios públicos y los que habitan la villa tienen una mirada distinta sobre el espacio. Incluso entre los propios habitantes las concepciones son heterogéneas. Desde la política pública se busca, además de urbanizar, moralizar el espacio. Es decir, no se trata solo de incorporar espacios verdes y organizar el trazado urbano, también implica operar a través de la inclusión de servicios públicos.
Los funcionarios públicos y los que habitan la villa tienen una mirada distinta sobre el espacio.
Hay muchas razones para regularizar la tenencia de la tierra y de la vivienda. ¿Cómo se interviene de un modo respetuoso?
Una intervención respetuosa debería tratar de resolver la tensión de las diferentes perspectivas sobre el espacio. En los ochenta y los noventa, la tenencia de la tierra era una cuestión muy importante en los asentamientos. Hoy en día, sigue siendo un foco de interés, pero hay que pensar qué significa la tierra para el otro y por qué es importante. En este punto aparece lo cultural como cuestión de sentido. Es decir, la lucha por la apropiación no es solamente la tenencia de una escritura. Por ejemplo, lo que se puede observar en los últimos años en la Villa 21-21, es que la mayor parte de población construía su propia vivienda. De manera que, ya no se hace tan necesaria una política de vivienda, o por lo menos no está entre las primeras exigencias de los habitantes. Subsiste el reclamo por la propiedad pero de ninguna manera el pedido es el de la urbanización o regulación de la tierra en los términos de cómo el Estado debe hacerlo. Hay muchas formas de regular y allí es donde aparece el concepto de apropiación, no solo de la vivienda sino también de los espacios públicos.
Se puede pensar que la urbanización permite la interacción con los otros y que mejora la comunicación con el resto de la ciudad. Sin embargo, es relativo en tanto que entra en juego un concepto bastante utilizado entre los antropólogos que es el de la “sociabilidad urbana”. Esto permite pensar en las qué tipo de prácticas desarrolla uno en el encuentro con los otros, cuándo se produce la interacción y que sucede allí. Pero en las políticas públicas muchas veces se piensa que al urbanizar y al brindar mayor infraestructura se habilita el encuentro y, en consecuencia, el consenso. Por el contrario, lo que sucede es que se evita observar los conflictos de fondo. También se evita qué pasa con la persona que sale del asentamiento y que, indudablemente, se encontrará con otros “otros”.
Eso constituye la gran cuestión del siglo XXI. No solo es el problema de la migración, sino el problema de la sociabilidad y de la sociabilidad urbana particularmente, porque la mayor parte la población hoy vive en ciudades. Para el antropólogo de fines del siglo XIX y principios del XX, todos vivían en los pueblos por lo que resultaba muy sencillo homogeneizar y evitar conflicto. Hoy vivimos en ciudades y una de las cuestiones que “resolvía” la modernidad urbana era que no nos íbamos a encontrar con aquellos que no nos queríamos encontrar y cuando nos encontrábamos era negociable esa situación del intruso en mi espacio. Eso ya pasó, ahora hay una crisis del vínculo social porque las normas públicas urbanas ya no son lo que eran, ya no funcionan de la misma manera. Los consensos sociales urbanos tampoco son los mismos. Se expresa con bastante claridad en el caso de los barrios cerrados, donde hay una urbanización hacia adentro que está totalmente desvinculada de la urbanización hacia afuera. Entonces cuando los chicos, por ejemplo, salen del barrio hacia otros lugares, se producen crisis y rupturas.
En este sentido, los consensos que se habían obtenido en la ciudad moderna, por decirlo de algún modo, ya no existen. Entonces, indudablemente la sociabilidad urbana ha cambiado y como consecuencia la urbanización que está pensada para una sociabilidad de la época de la modernidad urbana, evidentemente, ya no sirve de la misma manera.
En los barrios cerrados hay una urbanización hacia adentro que está totalmente desvinculada de la urbanización hacia afuera. Cuando los chicos de esos barrios salen de ellos se producen crisis y rupturas.
La antropología, como cualquier ciencia del hombre, tuvo vicios epistemológicos vinculados con quienes produjeron ese conocimiento. Por eso se estudió a los aborígenes con la mirada del europeo del siglo XIX. Luego, la reflexión crítica buscó evitar esas perspectivas y ver al otro sin imponerle nada, sin embargo, no suele producirse con éxito. Entonces, ¿por qué un antropólogo de la pequeña burguesía urbana, que quiere vivir de determinada forma en la ciudad, puede decir que quienes viven en una villa de emergencia no quieren vivir de esa forma si no que quieren vivir según la norma de cultura burguesa urbana?
Muchas veces resulta problemático, ya que la mayor parte de los antropólogos provenimos de las clases medias, o incluso algunos de clases medias acomodadas. Gilberto Bello, antropólogo brasileño, se preguntaba cómo podía él estudiar los departamentos de las clases medias. Al haber representaciones y prácticas similares se genera una aparente dificultad que para desaparecer a la hora de observar a las clases populares. Se impone la ilusión de que una distancia mayor nos permite decir qué es lo que debería o no debería hacer el otro.
La teoría crítica de los últimos años apela a la “colonialidad del poder”, es decir, cómo se puede ser inductor de los saberes y las prácticas de los otros: en la constitución del ser, en cómo utilizar los cuerpos y los espacios públicos, en quienes construyen poder y quienes no tienen la posibilidad poder. Hay mucha crítica sobre eso en términos teóricos, el problema es cómo eso se traslada a nuestra práctica en relación con los otros en los estudios. Porque a fin de cuentas nos encontramos con la política pública que, en cierta medida, continúa reproduciendo un relato teórico anticuado: colonizador, inductor. Por otro lado, tenemos un antropólogo que va con toda esa teoría crítica y dice que es imposible hoy fracturar, fragmentar, decir el villero se repliega, el villero está hacia adentro, no tiene contacto con los otros.
También hay una ideología del progresismo académico que pone la cultura de la pobreza en una especie de pedestal, así como cierta antropología encontraba en los pueblos originarios la verdad de lo humano. Hay una antropología académica que reclama para sí los buenos valores de la virtud progresista que ve también en la pobreza lo genuino, lo” auténtico”, y que dice que no hay que intervenir porque esa gente vive de un modo auténtico.
Eso es muy peligroso porque es pensar que el otro es un ser puro que no tiene ningún tipo de estrategia, ni de picaresca, ningún tipo de recurso de poder. Creo que todos los sujetos somos activos. Habría que mirar la redistribución del poder, es decir, pensar hasta dónde es igualitaria. En general no lo es, es desigual y eso es lo que hay que cambiar. Muchas veces se cree que cuando la dirigencia política convoca a la comunidad a participar en las decisiones colectivas se cumple efectivamente con la voluntad de los propios actores y que eso es suficiente. Sin embargo, si pensamos cómo es que participó la comunidad, generalmente, nos encontramos con que lo hizo de manera muy desigual. Es usual que aparezcan líderes y activistas que son quienes ostentan realmente la posibilidad de decidir.
Muchas veces se cree que cuando la dirigencia política convoca a la comunidad a participar en las decisiones colectivas se cumple efectivamente con la voluntad de los propios actores y que eso es suficiente.
Sobre la entrevistada: Mónica Lacarrieu es doctora en Antropología Social por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Es directora del Programa Antropología de la Cultura de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Es investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). También se desempeña como profesora en temas de patrimonio cultural en diversas universidades de Latinoamérica y España.