Autor: Göran Therborn
Vivimos en una crisis global, una crisis de la civilización. La historia carece de dirección, pero si este sistema continúa, se hundirá. El progreso es algo en lo que creían en la década de 1960. Ahora sabemos que la historia no sigue una tendencia progresiva. Aún así, nunca antes han sido mayores las posibilidades de alcanzar un mundo bueno para la especie humana considerada como un todo. Al mismo tiempo, la brecha entre el potencial humano y las condiciones existentes de la humanidad en su conjunto probablemente nunca haya sido mayor.
Estas frases expresan una concepción que al parecer predomina en nuestro tiempo, en la izquierda ampliamente definida, al menos de Europa occidental y del continente americano. Los Zeitdiagnosen (diagnósticos de la época) y su Sinnstiftung (el sentido que deducen de sus observaciones) son interpretaciones notoriamente subjetivas de un periodo y uno de los géneros preferidos por filósofos y críticos sociales, que no se han manchado en el duro trabajo empírico previo. Sin embargo, incluso después de un estudio diligente, la imagen que cualquiera se hace del presente sigue siendo casi inevitablemente selectiva y subjetiva. La aquí presentada no pretende ser una excepción. Sí afirma, sin embargo, que es cierta –en la medida de sus posibilidades– y que sus argumentos se basan en pruebas empíricas verificables. Contra o, quizá más precavidamente, junto al estado de ánimo sombrío que predomina hoy en la izquierda, incluida la centroizquierda ecologista, puede afirmarse que la humanidad se sitúa hoy en un máximo histórico de posibilidades, en cuanto a capacidad y recursos para modelar al mundo y a sí misma. Nunca ha afrontado la humanidad su futuro con mayor dominio de su mundo.
Puede que a algunos lectores la palabra “dominio” les parezca repulsiva, asociada con el sometimiento y la arrogancia de la modernidad. Aquí, sin embargo, la asociación debería ir en otro sentido, hacia el arte y la artesanía, en especial en el sentido premoderno, con sus connotaciones de aprendizaje, comprensión, práctica y destreza. En los últimos tiempos se ha producido un salto adelante en la capacidad humana para entender y modelar el mundo. Podríamos hablar de una tercera revolución industrial, tras la primera del vapor y el carbón, y la segunda de la electricidad y el motor de combustión. Esta está guiada por la comunicación y la gestión electrónicas, que crean entornos «inteligentes», reactivos a sensores, y nos introducen en la inteligencia «artificial» –ahora capaz de vencer a sus maestros humanos tanto en el go como en el ajedrez–, la robótica, los drones y los automóviles sin conductor. También la biología ha experimentado una revolución, equivalente a los clásicos avances de Darwin y Mendel, con el descubrimiento del adn, la secuenciación del genoma humano, la manipulación genética y la clonación. Se han efectuado progresos insólitos en el espacio, que expanden enormemente las áreas por las que los humanos pueden navegar y en las que pueden operar, desde el espacio astronómico exterior hasta en el espacio interior en el que se ha desarrollado la nanotecnología. Se han descubierto o aprovechado nuevas fuentes de energía: nuclear, solar, eólica, mareomotriz, combustibles fósiles obtenidos mediante fracturación hidráulica. Por supuesto, estos descubrimientos e inventos pueden utilizarse como medio de destrucción, no solo de desarrollo –ya se han utilizado de hecho– y algunos, como la fracturación hidráulica (fracking), parecen directamente peligrosos desde el punto de vista ecológico. No obstante, todos atestiguan la extraordinaria y continua creatividad humana.
Todos sabemos que el reciente aumento de la renta se ha distribuido de forma muy desigual.
Los recursos económicos de los que disponemos son mayores que nunca. Entre 1980 y 2011, el PBI per cápita (en precios constantes y paridades de poder adquisitivo) aumentó 1,8 veces, informa el FMI. En comparación, debemos recordar que entre el año 1 y 1820 se calcula que el producto per cápita mundial aumentó 1,4 veces, y entre 1870 y 1913, 1,7 veces. Más fiables son las cifras de 1950-1973, 1,9, y de 1973-2003, 1,6. Todas estas cifras tienen su margen de error, pero nos cuentan al menos dos cosas. Los recursos económicos humanos están aumentando a un ritmo mucho más rápido que en tiempos premodernos. No se trata de que los recientes avances científicos y tecnológicos hayan acelerado el crecimiento moderno contemporáneo: el periodo 1950-1973 sigue siendo lo que Eric Hobsbawm denominó la edad de oro del desarrollo: todos sabemos que el reciente aumento de la renta se ha distribuido de forma muy desigual, una cuestión a la que volveremos enseguida. No obstante, vale la pena señalar que entre 1999 y 2012 aproximadamente 800 millones de personas salieron de la pobreza extrema (definida como menos de 1,90 dólares al día de renta o consumo en paridades de poder adquisitivo). Durante 2009-2013, por primera vez desde la primera Revolución Industrial y probablemente desde el primer milenio de nuestra era, los que ahora se denominan “países en vías de desarrollo” crecieron más en términos monetarios absolutos (es decir, no solo en relación con el punto de referencia mínimo absoluto) que el mundo en su totalidad.
Está también el dominio de la propia persona. Los humanos han aprendido recientemente a controlar (en gran medida) su propia reproducción, mediante métodos anticonceptivos eficaces, el aborto seguro y la inseminación artificial, y a reconstruir su cuerpo. En su mayoría, los órganos corporales pueden ser sustituidos mediante trasplantes o reparados mediante la reconstrucción de células madre, y la cirugía plástica puede alterar la apariencia del cuerpo. La batalla contra las enfermedades infecciosas continúa, e incluso surgen nuevas, mientras que otras, en otro tiempo consideradas erradicadas o reducidas, vuelven en formas resistentes a los fármacos. No obstante, el balance médico es ampliamente positivo gracias a los nuevos medicamentos, el diagnóstico precoz y las nuevas técnicas quirúrgicas. La esperanza de vida aumenta –de 64 a 71 años en todo el mundo, en las tres décadas transcurridas desde 1990– a pesar de los reveses experimentados en África (vih-sida) y en la antigua Unión Soviética (la restauración del capitalismo).
No puede afirmarse, ciertamente, que la especie humana haya dominado su entorno. Lo que sí ha desarrollado, sin embargo, es una conciencia más amplia y más profunda, así como el conocimiento de la ecología planetaria de la humanidad. Si bien muchos pueblos del pasado y varios del presente han tenido y tienen un profundo conocimiento de su propio hábitat, el conocimiento contemporáneo del planeta y su atmósfera es insólito. Las ciencias del clima han establecido otro salto reciente en el conocimiento humano. Dicho conocimiento incluye cada vez más la percepción de la capacidad autodestructiva de la humanidad y ello ayudará en el futuro a desarrollar una tercera forma de control humano, la de la autolimitación.
La especie como agente colectivo
Los humanos somos la única especie terrestre con potencial para actuar como especie. El cambio climático y el calentamiento planetario constituirán la primera gran prueba para dicho potencial, y nadie puede decir hoy cómo le irá a la humanidad. No obstante, en tiempos recientes se han dado grandes pasos hacia la acción como especie. La comunicación electrónica mediante señales por satélite ha posibilitado la comunicación panhumana directa, lo cual es, en gran medida, una realidad de hecho. Más de mil millones de personas están conectadas mediante Facebook, por ejemplo, y un número aún mayor ha visto simultáneamente acontecimientos como los Juegos Olímpicos o el Mundial de la FIFA. La enorme densificación de la conectividad humana hace mucho menos probables, aunque no imposibles, los desastres y colapsos civilizatorios que afectaron en el pasado a diversas culturas y sociedades inconexas.
En el último tercio del siglo XX, un vasto movimiento de igualdad existencial humana barrió el mundo. Distando mucho de alcanzar una igualdad universal elemental entre humanos, y a menudo de eficacia discutible aún en sus propios términos, obtuvo no obstante victorias sobre el racismo y el sexismo institucionalizados y explícitos en la mayor parte del mundo. Anunciado en 1948 por la Declaración de Derechos Humanos de Naciones Unidas, la oleada de finales del siglo XX acabó con la segregación escolar y la privación de derechos civiles a los negros en Estados Unidos, con el apartheid en Sudáfrica, y con las cláusulas de superioridad masculina en el derecho de familia de la mayoría de los países. Esto ha continuado en el siglo XXI, notablemente como movimiento intercontinental por la igualdad sexual. A finales de la década de 1970, los “derechos humanos”, en referencia a los derechos de la especie, se convirtieron en un criterio político importante para cuestionar regímenes autoritarios o dictatoriales en América Latina, Europa Oriental y todo el mundo.
Desde la Segunda Guerra Mundial, Naciones Unidas ha intentado desarrollar una acción humana colectiva. Las repercusiones han sido limitadas y la “comunidad internacional” ha sido definida de facto, por lo general, como la principal potencia con sus amigos y clientes. Pero organismos especializados de Naciones Unidas como UNESCO, UNICEF y la Organización Mundial de la Salud están realizando aportaciones significativas al bienestar de la humanidad. La Conferencia Mundial sobre la Mujer organizada en 1974 por Naciones Unidas tuvo un gran impacto en todo el mundo, reuniendo a los movimientos de mujeres y estimulando un proceso intercontinental de desmantelamiento de la discriminación de género institucionalizada. En este siglo, Naciones Unidas promueve también objetivos de desarrollo de la especie, empezando por los Objetivos de Desarrollo del Milenio para 2000-2015.
Ha habido asimismo un esfuerzo por establecer un sistema judicial internacional, que ha desembocado en la creación de la Corte Penal Internacional, en especial para los crímenes de guerra y los crímenes de lesa humanidad, aunque desacreditada por el hecho de que el país belicoso más poderoso y con frecuencia más implicado del mundo no la reconoce y guarda con celo su propia impunidad planetaria. En tercer lugar, ha sido posible reunir a (prácticamente) todos los países del mundo, al menos para analizar un peligro crucial para la humanidad: el calentamiento global. La reunión celebrada en París en 2015 acordó un conjunto de acciones concertadas, que probablemente no sean suficientes y tal vez no se apliquen en su totalidad. No obstante, en los modestos anales de la acción humana conjunta, hasta eso podría constituir un hito.
Todos estos avances, aunque limitados, ambiguos o en descrédito, son formas de aparición de una posible agencia de la especie.
El destino del “progreso”
Pero si el mundo se encuentra en un máximo de capacidad y posibilidades humanas, ¿por qué tantas personas adoptan un punto de vista mucho más pesimista? Hay dos razones principales. Una es la restricción sistémica. Aunque los mercados capitalistas tengan un aspecto incluyente, abierto al intercambio con cualquiera, con independencia del color, el sexo o la política –hasta el punto de desobedecer las sanciones imperiales, en ocasiones– siempre que sea rentable, el capitalismo en su conjunto es de manera predominante e inherente un sistema de exclusión social, que divide a las personas en virtud de la propiedad y excluye a los no rentables. Un sistema de este tipo es, por supuesto, incapaz de permitir que se realicen las capacidades de toda la humanidad. Y en la actualidad ese sistema parece muy fortalecido, aun cuando nuevas corrientes críticas se enfrenten a él: del modo más inesperado e impresionante, el gran apoyo a la campaña de Sanders en Estados Unidos.
La segunda razón principal radica en la compleja relación entre el desarrollo social y la historia de la representación ideológica de dicho desarrollo como evolución, contemplada como proceso de avance continuo y necesario, ya sea en la naturaleza o en la sociedad. El marxismo estaba originalmente embebido en el evolucionismo, una perspectiva científica poderosa y generalizada en el siglo XIX. Marx lo estudió incluso en geología, y estaba fascinado por Darwin; Engels tomó de Lewis Henry Morgan una antropología evolutiva de la familia. El materialismo histórico de los “modos de producción” es, por supuesto, una variante de una perspectiva evolutiva del mundo. Al transferir las ciencias naturales a la historia humana, sin embargo, las limitaciones del evolucionismo del siglo XIX se hicieron evidentes y fueron sometidas a un feroz ataque en el siguiente siglo, tras el brutal final de la belle époque en la hecatombe de la Primera Guerra Mundial y las posteriores turbulencias políticas. La sociología spenceriana desapareció; solo sobrevivió el mutante darwinismo social, como parte de la ideología fascista. En la antropología modelada por Franz Boas y Bronisław Malinowski, el evolucionismo se convirtió en un tabú. En el marxismo, la “evolución” se convirtió en la palabra clave para el complaciente gradualismo que acabó predominando en la perspectiva y en la práctica de la socialdemocracia y cayó en descrédito junto con ella; ni el marxismo filosófico occidental ni el leninismo insurreccional ni el estalinismo o el maoísmo voluntarista aceptaron las consideraciones evolutivas. Solo en el comunismo soviético posestalinista y en el de orientación soviética reaparecieron en ocasiones, como atestigua la negativa de los partidos comunistas a oponerse a la nueva tecnología de la energía nuclear, un blanco importante para el resto de la izquierda en las décadas de 1970 y 1980.
Nadie quiere revivir esa concepción del “progreso”: la creencia de que el cambio histórico es inherentemente constante, direccional y beneficioso.
Había buenas razones para rechazar el evolucionismo social del siglo XIX por su determinismo y unilinealidad. Nadie quiere revivir esa concepción del “progreso”: la creencia de que el cambio histórico es inherentemente constante, direccional y beneficioso. Sin embargo, la historia humana no puede entenderse solo como una serie azarosa de acontecimientos contingentes. Se pueden discernir líneas de tendencia: en el conocimiento científico y técnico, el crecimiento económico y la esperanza de vida, por ejemplo. Algunos cambios parecen irreversibles, como el abandono de la gobernanza mediante el enfeudamiento de la producción mediante plantaciones esclavistas, o, en algunas zonas del mundo, como la mayor parte de Europa y América, de la reproducción en familias patriarcales. Aunque no es la única característica cierta y posible de nuestros tiempos, este análisis sobre el punto álgido de la capacidad humana sí considera implícito que ha habido verdadero progreso en el desarrollo de los recursos humanos y de la libertad humana.
¿Qué supondría, entonces, una perspectiva evolutiva no determinista y no unilineal? La teoría evolutiva contemporánea se ha desarrollado en la economía y en la teoría de juegos, en gran medida con la intención de dotar de sentido a la inadecuación del axioma de la elección racional planteado por la economía neoclásica para comprender el comportamiento humano. Brian Skyrms lo resume muy bien en su libro Social Dynamics:
“Por dinámica adaptativa entiendo simplemente una dinámica que avanza en la dirección de aquello que prospera o parece prosperar mejor que las alternativas. La inspiración procede de la dinámica evolutiva (…). Puede tratarse de una evolución no biológica, sino cultural, en la que la dinámica rectora no sea la reproducción sino la imitación. Los individuos que repetidamente interactúan pueden adaptar mutuamente sus acciones (…). En contextos de interacción estratégica, el que todos aspiren a lo mejor puede muy bien conducir a lo peor. O puede no conducir a ningún lugar definido, como ocurre cuando la dinámica es cíclica, o incluso caótica. La dinámica adaptativa, en ese sentido, bien puede no conducir a la adaptación”.
La evolución social humana está aquí disociada del progresismo complaciente que la teoría social absorbió del énfasis predominante de la biología evolutiva: irreducible a la naturaleza, de la que ha emergido, tiene su propia dinámica sociocultural, de adaptación interactiva y de imitación o emulación de aquello que se percibe como éxito. Esta dinámica no tiene dirección intrínseca, y puede fallar en cuanto adaptación.
Los elementos esenciales básicos de la dinámica social adaptativa (éxito percibido, imitación y emulación) son similares a lo que en una ocasión yo denominé la matriz material de afirmaciones y sanciones del discurso ideológico. Es un enfoque y una perspectiva del cambio social, no una teoría con el objetivo de calcular los “coeficientes de transmisión” o las “probabilidades de selección” culturales. Su premisa básica es que los seres humanos tienen capacidad para aprender de aquello que perciben de la experiencia de otros humanos, así como de la suya propia, y de transmitir este aprendizaje a otros humanos tanto de la misma generación como de la siguiente. Las lecciones que deben aprenderse no son, sin embargo, objetivamente evaluables en general. Una perspectiva evolutiva comporta hipótesis de que la historia humana incluye a largo plazo ciertas tendencias discernibles hacia una ampliación de las capacidades humanas y de las oportunidades sociales, dando a entender que algunos cambios han sido prácticamente irreversibles y probablemente sigan siéndolo. El principal determinante de esta irreversibilidad es seguramente una reestructuración de las relaciones de poder entre los actores sociales pertinentes tras un punto de inflexión de cambio social.
Pero lo que falta en la explicación de Skyrms es precisamente la dimensión del poder y la correspondiente atención a procesos y umbrales sociales sistémicos. Los actores tienen diferentes cantidades de poder asignadas ante todo por la posición que ocupan en un sistema social dado. La adaptación al éxito percibido opera tanto dentro de un sistema, en formas tales como las diferentes políticas capitalistas de crecimiento o de gestión de crisis, como entre sistemas, como el capitalismo y el socialismo, imaginados o existentes. El desarrollo del sistema afecta a la distribución del poder dentro del sistema, abriendo/ampliando o cerrando/estrechando la fuerza de la oposición sistémica. La evolución social implica umbrales y puntos de inflexión sistémicos. Aunque imaginable, es muy improbable, por decirlo de manera cauta, que, por ejemplo, las democracias nacionales vuelvan a la monarquía por derecho divino, que las economías posindustriales vuelvan al sistema fabril de los siglos XIX y XX, con sus democracias sociales avanzadas y sus fuertes partidos de clase, o que Estados Unidos o Sudáfrica vuelvan a la segregación racista y al apartheid.
La evolución social humana es dialéctica, contradictoria en sí misma, mientras que las perspectivas y discursos ideológicos y políticos tienen una propensión natural a la uniformidad unilateral. El evolucionismo social convencional, estrechamente conectado con la ideología política del liberalismo –o la interpretación whig de la historia– se concentra en la norma media o mediana, como en la renta per cápita o la esperanza de vida medias, o en los derechos democráticos oficiales. Una concepción dialéctica de la evolución humana considera también las tendencias contradictorias, las distribuciones y los conflictos, más allá de las normas así como en torno a ellas. La dialéctica de la evolución humana está demostrada de manera muy directa y simple por el hecho de que el avance científico y tecnológico es también un avance en el conocimiento y en los medios de destructividad humana. El medio para viajar al espacio exterior se desarrolló a partir de la tecnología de los misiles, diseñados para destruir a un enemigo situado al otro lado de océanos y continentes. Algunos avances biomédicos derivan de los preparativos de las superpotencias para la guerra biológica. Internet emergió de la comunicación militar, mientras que el control remoto electrónico se utiliza ahora también para asesinatos intercontinentales.
A menudo, lo que para muchos ha sido desarrollo económico, para otros ha supuesto una pérdida o ha tenido un coste, con la desaparición de sustentos familiares y hábitats históricos.
A menudo, lo que para muchos ha sido desarrollo económico, para otros ha supuesto una pérdida o ha tenido un coste, con la desaparición de sustentos familiares y hábitats históricos. El cambio climático económicamente inducido y sus consecuencias para el entorno humano están ahora creando enormes costos de desarrollo para toda la humanidad. El agotamiento de los recursos naturales y la contaminación del medio ambiente por el desarrollo económico son otros ejemplos importantes. De acuerdo con un reciente artículo de investigación del Banco Mundial, los países de rentas bajas están perdiendo su “capital” (físico, natural y humano) per cápita, aunque a un ritmo que se va decelerando desde 1990. La exposición a la contaminación urbana está aumentando en todo el mundo, pero principalmente en los países pobres.
La norma convencional del progreso oculta, además, la distribución desigual de sus oportunidades. La décima parte más rica de la humanidad se apropió de casi la mitad (el 46 %) del aumento de la renta mundial alcanzada entre 1988 y 2011. En Estados Unidos, desde finales de la década de 1990, se ha verificado una progresiva separación entre el PBI per cápita –que avanza con breves retrocesos– y la renta familiar de cuatro quintas partes de la población, que se ha estancado y recientemente retrocedido, sobre todo de la mediana hacia abajo. La expansión de la crisis financiera anglo-estadounidense de 2008 ha supuesto un sustancial descenso de la porción de renta percibida por el 40 % de la población con menos ingresos en los países europeos golpeados por la recesión, desde Grecia e Irlanda hasta Reino Unido y España.
El avance de la esperanza de vida se ha distribuido de forma más uniforme en todo el mundo y la brecha total entre países ricos y pobres disminuyó de hecho entre 1990 y 2013 de 22 a 17 años, pero ello no ha sido universal. Existe documentación sustancial en los países ricos, con los datos disponibles, de una creciente brecha intranacional en la esperanza de vida entre clases –con independencia de que estas se definan por ocupación, educación o renta–, al menos en el último tercio del siglo XX y bien entrado el XXI, principalmente debido al estancamiento o a un crecimiento más lento de la longevidad entre las clases más pobres. Ahora están apareciendo señales de un descenso absoluto, entre los desfavorecidos, similar aunque (todavía) no tan drástico como el de Rusia en la década de 1990. En Estados Unidos, la mortalidad a mediana edad (45-54) entre blancos no hispanos sin educación universitaria empezó a aumentar en 1998 y ha seguido aumentando desde entonces. En Finlandia, en este siglo, se ha registrado también una mortalidad creciente entre desempleados, personas que viven solas y la quinta parte más pobre de las mujeres. Esto es más que distribución desigual; es evolución contradictoria.
La dialéctica de la evolución
Las posibilidades de transformación social no se deciden solo –ni siquiera principalmente– con la indignación, sino con un manejo adecuado de las palancas disponibles para el cambio y una neutralización eficaz de los obstáculos al mismo.
Para aquellos de nosotros interesados por las transformaciones sociales radicales y comprometidos con ellas, el evolucionismo sistémico es un instrumento estratégico y analítico muy importante. Eleva nuestros ojos de la indignidad de la situación y la maldad del enemigo para fijarlos en los fundamentos de su poder. El evolucionismo dialéctico no es progresismo liberal puesto del revés, interesado solo por aumentar la indignación ante la miseria humana. Las posibilidades de transformación social no se deciden solo –ni siquiera principalmente– con la indignación, sino con un manejo adecuado de las palancas disponibles para el cambio y una neutralización eficaz de los obstáculos al mismo. El neoliberalismo es una ideología y una herramienta política que alcanzó protagonismo intelectual debido a la incapacidad del keynesianismo para frenar la “estanflación” en la década de 1970. Pero con el giro del capitalismo central a la desindustrialización y la financiarización, se convirtió en una ideología de poder duro que fragmentó el mundo del trabajo y logró que la acumulación de capital dependa menos de los productores-trabajadores. La transformación hacia el poscapitalismo exigirá un debilitamiento sistémico del poder del capital financiero guiado por la informática –desde las operaciones de bolsa algorítmicas al capitalismo de Über en el que los productores se convierten en “emprendedores” autoempleados– y una coalición de fuerzas de oposición nuevas y viejas.
El pensamiento y la práctica de izquierdas deberían renovar su inversión moral en el desarrollo de la capacidad humana y en los avances de la ciencia y la tecnología. La realización universal del pleno potencial de la humanidad, de la capacidad de todos y cada uno está en el núcleo de la visión de la izquierda clásica de la emancipación humana. La historia humana no es subsumible en ningún esquema de destino evolutivo, al contrario de las creencias vigentes en el siglo XIX, ya fuesen liberales o marxistas. Sin embargo, con todas sus caóticas contingencias, la historia humana sí contiene líneas de evolución social discernibles, que sería simplemente oscurantista negar. En una perspectiva evolutiva, el progreso todavía tiene un significado, el de ampliar las fronteras del conocimiento humano y sus aplicaciones, una universalización de los beneficios proporcionados por la evolución humana, y una mayor adaptabilidad de la especie humana al hábitat, lo cual exigirá un dominio evolutivo humano aparentemente nuevo, el de la autolimitación. Cazadores y pescadores lo conocen desde hace mucho tiempo.
Nunca antes han sido mayores las posibilidades de alcanzar un mundo bueno para la especie humana considerada como un todo. Al mismo tiempo, la brecha entre el potencial humano y las condiciones existentes de la humanidad en su conjunto probablemente nunca haya sido mayor. La nuestra es también una era de extremos. Lo que se interpone entre lo potencial y lo real son la economía de la destrucción medioambiental y la exclusión social de todo aquel que no es rentable; la economía, la sociología y la psicología de la desigualdad, y la política de división y guerra practicada por el poder. Nada de esto tiene un final a la vista. Sin embargo, está emergiendo una conciencia de especie, en especial de retos medioambientales, pero también de derechos humanos y potencial humano. Una percepción de las características comunes de toda la humanidad proporciona la base más amplia posible para las críticas y la oposición a las exclusiones y a las desigualdades predominantes. Pero hay mucho más que aprender sobre las contradicciones que pueden debilitar a los poderes que sostienen el actual estado del mundo, que potencialmente estén tomando forma a modo de fuerzas sociales. Ese es el objetivo de la dialéctica evolutiva contemporánea.
Fuente
Este artículo se traduce y se reproduce por gentileza de la New Left Review.
Sobre el autor: Göran Therborn es un sociólogo sueco que se dio a conocer en los años setenta como miembro de la generación de marxistas analíticos comandada por el noruego Jon Elster. Actualmente ocupa la cátedra de Sociología en la Universidad de Cambridge. Previamente fue codirector del Swedish Collegium for Advanced Study en Upsala y profesor de Sociología en la Universidad de Upsala (Suecia). Entre su vasta producción científica, destacan sus obras ¿Cómo domina la clase dominante? (1979), Ciencia, clase y sociedad. Sobre la formación de la sociología y del materialismo histórico (1980) y Europa hacia el siglo veintiuno (1999, las tres en Siglo XXI, España). Más recientemente ha publicado El mundo, una guía para principiantes (2012), The Killing Fields of Inequality (2013) y ¿Del marxismo al posmarxismo? (2014).