Autora: Susan Watkins
Este texto fue publicado previamente en la revista New Left Review en la edición de mayo-junio de 2016.
La socialdemocracia atraviesa un proceso de crisis en un contexto de auge de radicalización política. Las nuevas izquierdas democrático-radicales plantean otras formas de hacer política y desarrollan una crítica letal de la democracia liberal tal como la conocemos. Podemos, Syriza, el Frente de Izquierda en Francia, la experiencia de Bernie Sanders en Estados Unidos y la de Jeremy Corbyn en Reino Unido, son parte de este novedoso panorama político que habilita debates y reflexiones críticas.
Después de la crisis de 2008, las oposiciones en las economías avanzadas han tardado en materializarse, cosa comprensible por otra parte, ya que los movimientos obreros habían sido castrados hacía tiempo y los antiguos partidos socialdemócratas se habían convertido en palmeros de la desregulación financiera.
Lo que quedaba de la izquierda se había estancado, sin crecer en treinta años; los movimientos altermundialistas de finales de la década de 1990 parecían haber tropezado con el duro clima internacional de la guerra contra el terrorismo. Hasta 2010 no salieron a las calles manifestantes en número significativo, encabezando las protestas Grecia, el país más afectado por la crisis. En 2011 otros cientos de miles se incorporaron a ellas, desde Madrid hasta Zuccotti Park y Oakland, en el movimiento de las plazas. En Estados Unidos, en medio de renovada efervescencia feminista en los campus, comenzaron las primeras protestas que acabarían convirtiéndose en Black Lives Matter [Las vidas negras importan].
Pero sólo en los últimos años han comenzado las oposiciones de izquierda a producir proyectos políticos nacionales con un impacto a escala estatal, flanqueadas, y a veces superadas, por la derecha radical. Una vez más, Grecia estaba a la cabeza: la coalición Syriza obtuvo el 27 por 100 de los votos en junio de 2012; se constituyó como partido político en el verano siguiente. En Francia, el candidato Jean-Luc Mélenchon del Front de Gauche obtuvo cuatro millones de votos en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2012. Un año después, El Movimento 5 Stelle obtuvo en Italia el 26 por 100 de los votos, el porcentaje más alto en la Cámara de Diputados. En 2014 se puso en marcha en España Podemos, superponiéndose a un movimiento de masas por la independencia en Cataluña, mientras que el referéndum celebrado en Escocia vio una movilización sin precedentes en torno a la autonomía nacional. En 2015 Jeremy Corbyn se vio arrastrado a la cabeza del Partido Laborista británico por una oleada de revueltas contra el propio Nuevo Laborismo. Seis meses después, la candidatura de Bernie Sanders para la nominación demócrata en 2016 ha recogido hasta siete millones de votos para una “revolución política” democrático-socialista en Estados Unidos.
Cuánto tiempo durará esta constelación es harina de otro costal. La campaña de Sanders, como tal, concluirá con la convención demócrata en julio. La rápida transformación de Tsipras, de líder de la oposición a la Eurozona a factótum mohíno de la Troika, es suficiente indicación de lo lábil que puede ser su suerte. En la izquierda italiana muchos desearían negar, no sin razón, que Beppe Grillo merezca un lugar en sus filas. Corbyn afronta la conspiración obsesiva de los blairitas por su derrocamiento. El Parti de Gauche de Mélenchon ha sufrido pérdidas considerables. En el momento de escribir esto –cuatro meses después de las no concluyentes elecciones españolas del 20D– el futuro de Podemos en España está sujeto a tantos factores contrapuestos que resulta imposible predecir dónde se encontrará el partido dentro de un año. Teniendo todo ello en cuenta, cualquier caracterización de esas fuerzas sólo puede ser provisional, una instantánea de cómo se ven las cosas en la primavera de 2016. Ese puñado de países tampoco puede representar a toda la región capitalista avanzada: un cuadro más completo incluiría tanto a Canadá y Alemania, donde no se ha producido una renovación de la izquierda, como los países escandinavos y del Benelux, Irlanda y Portugal. De todos modos, una evaluación comparativa de las fuerzas y debilidades de estas nuevas izquierdas puede producir resultados cuya relevancia podría contrastarse en otros lugares. ¿Qué contextos han configurado la aparición de esas oposiciones? ¿Qué formas políticas han adoptado? ¿Qué posiciones defienden? ¿Qué posturas han adoptado con respecto a los principales partidos?
Contextos
El contexto común para todas las nuevas izquierdas es la indignación por la gestión política de la Gran Recesión. Los resultados varían: después de siete años con tasas de interés nulas y billones de dólares invertidos en rescates y generados por la flexibilización cuantitativa, Estados Unidos y el Reino Unido se hallan oficialmente en recuperación, mientras que Grecia y España están todavía muy por debajo de los niveles anteriores a la crisis; Francia e Italia, menos gravemente afectados por ella, venían sufriendo un estancamiento del crecimiento y un alto desempleo estructural desde mucho antes de 2008. En general, a los superricos les ha ido muy bien con la crisis –durante el primer mandato de Obama, más del 90 por 100 del incremento de la renta en Estados Unidos fue a parar al 1 por 100 más rico–, mientras que los jóvenes se han llevado la peor parte. En cada país la marea baja ha dejado al descubierto la hipocresía y la corrupción en la cúspide del sistema: Tony Blair, Jean-Claude Juncker, los Clinton.
El contexto común para todas las nuevas izquierdas es la indignación por la gestión política de la Gran Recesión.
Una segunda característica común es el colapso de los partidos de centroizquierda, cuya “Fórmula Dos” ganar-ganar del neoliberalismo de la Tercera Vía fue la ideología dominante de los años de auge y burbujas a ambos lados del Atlántico[1]. Tras abandonar sus antiguas amarras socialdemócratas y sus electorados obreros, los partidos europeos de la Tercera Vía fueron ahora castigados uno a uno, ya fuera por la desregulación de las finanzas y el bombeo de burbujas de crédito, o por la aplicación de los rescates y los recortes posteriores: Blair había perdido ya 3 millones de votos entre los años 1997 y 2005, pero Brown perdió otro millón en 2010; el voto de PSOE se redujo en casi seis millones entre 2008 y 2015; el PASOK quedó prácticamente eliminado, al pasar de más de tres millones de votos a menos de 300.000 entre 2009 y 2015, mientras que en Francia Hollande se ha hundido en las encuestas desde el año 2012 del 52 al 15 por 100. El desplazamiento hacia la derecha de los ex socialdemócratas –a menudo en “grandes coaliciones” con los conservadores– abrió un vacío de representación en la izquierda del espectro político; los partidos de centro-derecha se han mantenido más cerca de sus electorados originales. Un patrón diferente parece regir en Estados Unidos, donde el voto popular de los Demócratas se ha mantenido estable –como mal menor– y ha prevalecido una división al cincuenta-cincuenta entre los dos grandes partidos mientras ambos se deslizaban hacia la derecha.
En tercer lugar, las consecuencias del empeoramiento de la crisis de la intervención occidental y la guerra civil en Oriente Próximo y el Norte de África han comenzado a solaparse con la debacle económica, al menos en Europa si no en Estados Unidos. Francia y Gran Bretaña se han situado a la vanguardia de esas guerras; Grecia e Italia han sido los principales receptores de sus víctimas. Si Blair dirigió los contingentes de la UE en las guerras de Afganistán e Iraq, Hollande es ahora el líder de la línea más dura. Después de Libia, la intervención militar francesa en Mali en 2013 se convirtió en cabeza de puente para la Operación Barján, que apuntaba a supuestos yihadistas en Mauritania, Burkina Faso, Níger y Chad; Hollande se unió después a Obama en los ataques en tierras iraquíes y sirias. Al principio, sólo un pequeño porcentaje de las decenas de millones de desplazados por los combates logró cruzar el Mediterráneo para llegar a Italia, Grecia o España; pero en 2015 un millón de refugiados llegó a Europa desde esos territorios cada vez más asolados por la guerra. Mientras tanto, en Francia y Gran Bretaña –que no sólo son los principales agresores de la UE en la zona, sino que cuentan en su interior con grandes poblaciones musulmanas, relativamente pobres–, se han producido ataques terroristas islamistas contra objetivos civiles. Donde Blair respondió con la vigilancia intensificada y la policía preventiva, Hollande ha impuesto el estado de emergencia. En estas condiciones, los márgenes de los derechos civiles en los que pueden funcionar los movimientos de oposición se han estrechado y su política exterior ha quedado patente.
Calle y urnas
En la configuración de las nuevas oposiciones desde abajo, otro factor determinante ha sido la magnitud y el vigor de las protestas populares. En Francia, Gran Bretaña e Italia han sido de bajo perfil. Para los estándares franceses, durante el largo período transcurrido entre la batalla de 2010 contra la ley de pensiones de Sarkozy y la erupción alentadora de las ocupaciones de la Nuit Debout esta primavera, las luchas seguían siendo pequeñas y aisladas, aunque a menudo feroces a escala de fábrica o de centro de enseñanza. Inglaterra también se ha mostrado relativamente tranquila desde las protestas estudiantiles, disturbios y choques con la policía de 2010-2011, poniéndose en práctica los recortes conservadores sin grandes reparos por parte de los sindicatos obreros; sólo en Escocia el referéndum de independencia de 2014 se convirtió en foco de las frustraciones atribuidas a la “austeridad británica”. En Italia, el activismo local en torno a cuestiones municipales y medioambientales –incineradoras contaminantes, trenes de alta velocidad, bases militares– no se ha traducido a escala nacional.
En Estados Unidos, en cambio, las sucesivas protestas –los estudiantes en 2010, el movimiento Occupy en 2011, las revueltas sindicales a escala de estado, Black Lives Matter– han comenzado a generar un impulso mucho mayor que las manifestaciones de Seattle en 1999 o contra la guerra en 2003. Esta oleada, fortalecida por solidaridades intersectoriales cruzadas –los sindicatos del sector público en favor de Occupy, aliados blancos y latinos para BLM– se ha visto alentada, no obstruida, por las expresiones de derecha del descontento obrero; ha dado a la campaña de Sanders un sesgo marcadamente más combativo que las de Obama. En España, el movimiento 15M de 2011 fue también un gran avance; sus energías se canalizaron hacia las asambleas de barrio y lugar de trabajo, lo que ayudó a mantener las protestas de acción directa contra los desahucios y los recortes en el sector público. En Barcelona la rebelión del 15M engranó con la campaña por un referéndum sobre la independencia, en protesta por la decisión del Tribunal Constitucional en 2010, impulsada por el PP, contra el Estatuto de Autonomía revisado de Cataluña. En Grecia, el salto de Syriza al escenario nacional en junio de 2012 fue resultado directo de dos años de movilizaciones de masas contra la Troika, que se estima que llegó a involucrar en un momento dado a casi el 20 por 100 de la población.
Por último, la forma que han tomado estas oposiciones ha estado sobredeterminada por los sistemas electorales en los que operan. Todos ellos están desvirtuados de una manera u otra, por lo general con el objetivo de preservar el oligopolio de los dos mayores partidos contra cualquier nuevo agente; pero el grado de clausura varía significativamente. El sistema estadounidense es el más excluyente de todos: un proceso de escrutinio mayoritario uninominal en el que la primera fuerza votada obtiene toda la representación, reforzado aún más por serios obstáculos para el acceso a las urnas, incluso a escala estatal, y por las enormes sumas necesarias para entrar en el juego; además, los dos partidos gobernantes –de hecho, dos facciones del mismo partido– han demostrado ser muy eficaces en extender su hegemonía sobre sus respectivos márgenes del campo político, absorbiendo las energías radicales y transformándolas en carne de votante. Sanders ha ocupado una posición ambivalente de solitario “independiente” en el Congreso, haciendo piña con los demócratas. También en Westminster las circunscripciones en
La forma que han tomado estas nuevas oposiciones políticas ha estado sobredeterminada por los sistemas electorales en los que operan.
las que el primero se lo lleva todo distorsionan groseramente la voluntad popular, aunque están apareciendo grietas en los bordes, donde cierta representación proporcional ha permitido a verdes y socialistas ser elegidos para la Asamblea Escocesa en Holyrood y al Plaid Cymru para el Senedd galés. La doble vuelta francesa ofrece proporcionalidad nominal en la primera ronda para suprimirla a continuación cuando el ganador se lo lleva todo en la segunda.
A las fuerzas de oposición les va naturalmente mejor en los sistemas de representación proporcionales de Italia, Grecia y España, donde los partidos de izquierda han tenido durante mucho tiempo presencia parlamentaria; pero ahí también las reglas perjudican a los advenedizos. En Italia Renzi, él mismo no elegido, aprovechó un voto de confianza para imponer un sistema jackpot [bote], que entra en vigor este año, que da automáticamente 340 escaños al partido ganador, mientras que los “perdedores” se reparten los 278 restantes sobre una base de listas de partido; la nueva ley, promovida en nombre de un “gobierno fuerte”, ha sufrido una oposición implacable por trasladar el poder del Parlamento al ejecutivo. También en Grecia el sistema de representación proporcional queda alterado por la bonificación de cincuenta escaños no ganados al partido que obtiene la mayoría. El sistema d’Hondt para las listas de partido en España sobrerrepresenta groseramente las circunscripciones rurales, pequeñas y menos pobladas; más aún en el Senado, que dispone de un veto de bloqueo con respecto a eventuales cambios constitucionales y donde desde hace mucho tiempo domina el PP.
Dentro de esos contextos específicos, ¿qué formas han adoptado las nuevas oposiciones? Una característica común que llama la atención es la importancia de los líderes carismáticos. Tsipras se afirmó rápidamente como una imagen más telegénica que los miembros ya un tanto mayores del politburó de Syriza, que lo habían elegido como líder en 2008. Sanders, Corbyn y Mélenchon surgieron como contendientes presidenciales o para el puesto de primer ministro; Grillo capitalizó su perfil televisivo. Pero incluso Podemos rompió con las normas españolas y el horizontalismo de los indignados al utilizar la cara de Pablo Iglesias como símbolo en las papeletas. Así, el análisis debe comenzar por examinar esas figuras –todos ellos hombres; cuatro de ellos con más de 65 años– antes de pasar a los propios partidos.
Mascarones
Cinco de los seis han estado en la izquierda desde sus años de adolescencia, con Corbyn y Sanders plenamente insertos en la tradición socialdemócrata. Sanders, nacido en Brooklyn en 1941, hijo de un vendedor de pintura inmigrante, formó parte del grupo de “socialistas democráticos” de finales de la década de 1950; en la Universidad de Chicago se integró inicialmente en un grupo del que saldrían los DSA[2], filial estadounidense de la Internacional Socialista. Sanders ha venido pronunciando el mismo discurso durante los últimos cincuenta años, primero como alcalde de Burlington, luego como congresista y senador independiente por Vermont. Corbyn, nacido en 1949, se unió a los Jóvenes Socialistas del Partido Laborista a la edad de dieciséis años en The Wrekin, Shropshire, donde su padre trabajaba como ingeniero eléctrico experimental; tanto él como su madre eran miembros activos del partido. Después de ejercer como enseñante en el Voluntary Service Overseas [VSO: Servicio Voluntario en Ultramar] en Jamaica, se convirtió en incondicional de la izquierda laborista en Londres desde la década de 1970, siendo elegido para el Parlamento en 1983, y en un defensor incansable de la solidaridad. Mélenchon, nacido en 1951, proviene de una familia pied-noir que se trasladó desde Tánger, donde su padre trabajaba como operador de radio, al norte de Francia. Arrastrado por las protestas estudiantiles de 1968, pasó cuatro años en un grupo trotskista, la Organización Comunista Internacionalista, antes de unirse al ala mitterrandista del Partido Socialista francés en 1974; pero su cultura política no es tanto marxista como la de un socialismo republicano con tintes masónicos y un declarado matiz patriótico –La France, la belle, la rebelle– similar al de Sanders, aunque realmente ajena a Corbyn o Iglesias. Senador y luego ministro delegado para la Formación Profesional en el gobierno de Jospin, creó una facción propia en el PS, organizada a partir de 2004 en torno a la revista Pour la République sociale.
Tanto Tsipras como Iglesias crecieron dentro de los restos de la Tercera Internacional. Tsipras, nacido en Atenas en 1974, se unió a la organización juvenil comunista local en su adolescencia y más tarde fue su secretario, formándose como ingeniero civil mientras operaba como organizador del partido; presidió el Foro Social Mundial de Atenas en 2006. Iglesias, nacido en Madrid en 1978, formó también parte de la organización juvenil del PCE, y es el que tiene la cultura intelectual más sofisticada de los seis, influenciada primero por Negri y luego por el gramscismo de Laclau. El movimiento bolivariano fue para él una influencia formativa: dio clases en Caracas, y al igual que Mélenchon y Corbyn, era amigo de Chávez, a quien Sanders ha anatematizado. Con un grupo muy unido de compañeros de la Universidad Complutense, Iglesias fue pionero de un programa televisivo de tertulias radicales muy identificado con las protestas de 2011, que le valió reconocimiento nacional[3].
La figura peculiar es Giuseppe Piero “Beppe” Grillo, descrito en su juventud como “frívolo, cínico, sólo interesado en el dinero”[4]. Nacido en 1948, cerca de Génova, donde su familia poseía una fábrica de sopletes, Grillo se formó como contable, obteniendo un título en economía y estudios empresariales; pero la mayor parte de su época de estudiante la pasó como guasón y chanchullero de barrio, vendedor de pantalones vaqueros y luego comediante de monólogos en bares locales, donde lo descubrió un presentador de televisión. A principios de la década de 1980 era conocido por sus documentales cómicos para televisión, en los que satirizaba diversas costumbres nacionales (Te la do io l’America, Te lo do io il Brasile), un poco a la manera de Sacha Baron Cohen. Su radicalización llegó tarde, a mediados de la década de 1980, cuando la cultura política italiana cayó en una ciénaga de corrupción en la que el socialista Craxi, patrón de Berlusconi, casi superó a su rival Andreotti de la DC. Grillo satirizó a Craxi en una visita a China (“Si aquí todos son socialistas, ¿a quién roban?”) y fue excluido por un breve período de la televisión convencional. Hizo su reentrada triunfal tras el colapso del sistema político italiano en los escándalos de Tangentopoli a principios de la década de 1990, despellejando a las corporaciones multinacionales y los daños al medio ambiente, y se convirtió en un pilar de la Festa dell’Unità anual una vez desaparecido el PCI y en aliado de Italia dei Valori, el partido anticorrupción fundado a por el fiscal Antonio Di Pietro de Mani pulite [Manos limpias]. A diferencia de Di Pietro, Grillo comenzó a hablar a favor de los derechos de los trabajadores jóvenes, recogiendo sus historias en Schiavi moderni (2007). Un punto de inflexión fue su encuentro con el teórico de las redes y empresario informático Gianroberto Casaleggio (1954-2016), quien le convenció de que la votación en línea podía suponer una forma de democracia directa que permitiría a todos los ciudadanos acceso inmediato al poder político; la firma de Casaleggio administra el blog de Grillo[5].
En cuanto al estilo, Sanders y Mélenchon son oradores de la vieja escuela; Corbyn y Tsipras son más tímidos, con una presentación esmerada que en el caso de Corbyn debe algo a la tradición de la low-church de Tony Benn. Cada uno a su modo, Iglesias y Grillo han modelado su estilo para la televisión, lo que favorece las respuestas on line y la rápida improvisación; el sello de Iglesias es una inteligencia fría, mientras que el de Grillo es el ingenio cáustico y bufonesco. En su conocimiento del mundo Tsipras y Grillo son quizá los más provincianos; incluso Sanders, que proviene de una tradición declaradamente anticomunista, visitó Nicaragua, Cuba y la Unión Soviética en la década de 1980 y pasó un tiempo en un kibutz después de la universidad. Mélenchon ha visitado China y conoce bien América Latina, al igual que Corbyn, quien como observador electoral itinerante de la ONU puede ser el que más haya viajado de todos ellos. Como iconos, todos suscitan la pregunta: ¿dónde estaría su movimiento sin ellos? Los sandernistas no tendrán ningún punto de encuentro evidente a partir de julio, aunque el DSA puede obtener una nueva oportunidad de vida. Sin Mélenchon, el Front de Gauche volvería a sus partes integrantes. Queda por ver si la izquierda laborista se hundirá de nuevo en su papel de bajo perfil en el partido si los blairistas desalojan a Corbyn de la dirección. En Grecia, Tsipras está rodeado por viejos muñidores de la vieja escuela, pero como partido de gobierno Syriza será capaz, sin duda, de producir otro candidato juvenil presentable en la línea de Pedro Sánchez, del PSOE. En España ha surgido desde el 15 M un impresionante conjunto de jóvenes militantes elocuentes como Ada Colau y Teresa Rodríguez, aunque la fragmentación podría ser allí un problema aún mayor sin una figura unificadora. Curiosamente, Grillo es el único que hasta ahora se ha asegurado un sucesor: Luigi Di Maio, de 29 años de edad, líder del M5S en la Cámara de Diputados, muy bien recibido por el Financial Times[6].
Formaciones
Aunque la creencia convencional afirma que los partidos políticos se han atrofiado paulatinamente durante las últimas décadas, las oposiciones de izquierda han producido al menos cuatro desde 2008. ¿En qué se diferencian estos nuevos partidos de los partidos tradicionales en términos de funcionamiento democrático y rendición de cuentas? Syriza y el Parti de Gauche son los que más se acercan a los modelos convencionales de izquierda. Syriza se fundó como partido unificado en 2013, mediante la fusión de media docena de grupos que habían formado una “coalición de la izquierda radical” para las elecciones de 2004; en esa etapa su componente principal era Synaspismos, que a su vez era una coalición en torno a uno de los partidos comunistas griegos, que entonces contaba con unos 12.000 miembros. El nuevo Syriza estableció una estructura tradicional: un comité central electo, en el que estaban representadas las diferentes facciones, una secretaría y un grupo parlamentario, centrado en torno a la oficina de Tsipras y que sólo nominalmente rinde cuentas a su base. En julio de 2015, fiel a una concepción estalinista del centralismo democrático que Lenin habría despreciado, todos los diputados de Syriza menos dos siguieron a Tsipras en el rechazo al rotundo “Oxi” [No] del referéndum griego y se entregaron al Eurogrupo; la facción Plataforma de Izquierda se escindió al mes siguiente para fundar la Unidad Popular[7].
Algunas de las nuevas formaciones de izquierda se diferencian claramente de los partidos tradicionales del progresismo. Sin embargo, otras tienen más relación con la modalidad de los partidos clásicos.
En Francia, el Parti de Gauche lanzado en 2008 por la antigua facción en el Partido Socialista de Mélenchon, tomó primero a Die Linke (Alemania) como modelo: la unión de una fracción de izquierda de la socialdemocracia (Mélenchon y el Partido de Izquierda, en los papeles de Oskar Lafontaine y la WASG [Trabajo y Justicia Social]) con restos del PC, en un primer momento en un frente electoral de izquierda; el sueño era que, al igual que con el PDS en Die Linke, el PCF se disolvería dentro de una formación mayor de “La Izquierda”, con una fuerza gravitatoria suficiente como para atraer a todos los asteroides de los movimientos de extrema izquierda y ecologistas. En privado, los militantes del Parti de Gauche describían al momificado PCF como “un peso muerto, pero necesario”. El PG llegó a contar con unos 12.000 miembros en su punto culminante en 2012; tiene una secretaría de veinticuatro miembros elegidos y un Consejo Nacional mayor. Pero mientras que Die Linke operaba dentro del sistema de representación proporcional de Alemania, el Front de Gauche se vio bloqueado por el sistema francés de “el ganador se lo lleva todo” en la segunda vuelta. Los diez diputados del FG elegidos en 2012, la mayoría de ellos miembros del PCF, debían sus escaños a un acuerdo amistoso con el Partido Socialista de “desistimiento” mutuo en favor del candidato más votado en un territorio determinado; en las elecciones locales celebradas dos años después, el PCF se alió con el PS, lo que llevó a una crisis en el frente electoral. En la Asamblea Nacional sostiene de manera regular al gobierno socialista, contra las posiciones del Parti de Gauche, respaldando la legislación de estado de emergencia aprobada por Hollande tras los atentados de noviembre de 2015.
Podemos y el Movimento 5 Stelle apuntaban desde un principio a nuevos tipos de organización política. Podemos surgió en enero de 2014 por iniciativa del núcleo en torno a Iglesias, quien realizó un llamamiento para la constitución de una nueva plataforma antiausteridad para las elecciones al Europarlamento. Casi espontáneamente comenzaron a formarse alrededor de un millar de “círculos” locales a partir de diversos activistas del 15M y de extrema izquierda. Podemos se constituyó formalmente en una Asamblea Ciudadana en octubre de 2014, con más de 112.000 firmantes on line de sus documentos fundacionales: una “estructura democrática transparente”, según su sitio web; parte de los activistas denunciaron que la votación en línea sustituye al papel democrático de los círculos locales en cuanto a la rendición de cuentas de la dirección. Los éxitos en las elecciones municipales y autonómicas en mayo de 2015 aportaron nuevos recursos –puestos de trabajo e infraestructura administrativa– y establecieron una nueva dinámica “transversal”: los líderes locales de Podemos determinan sus propias alianzas en las comunidades autónomas, con distintos resultados en Andalucía, Valencia, Galicia, Cataluña y Madrid. Coaliciones con fuerzas de izquierda regionales, selladas por el apoyo a un referéndum sobre la independencia catalana, ayudaron a alzar a Podemos hasta el 21 por 100 de los votos en las elecciones de diciembre de 2015, con 69 diputados en las Cortes, doce de ellos en Cataluña [con casi el 25 por 100 de los votos], abriendo profundas grietas dentro de la dirección sobre las negociaciones con el PSOE.
En Italia el Movimento 5 Stelle llevó un paso más allá la organización on line. A partir de 2005 el blog de Grillo ofrecía la posibilidad de participar en reuniones locales de “amigos de Beppe Grillo”, junto con comentarios sobre el estado de la nación. Esas asambleas comenzaron a recorrer semanalmente los puestos del mercado y a organizar discusiones. En 2007 Grillo les instó a participar en las elecciones municipales, con un programa centrado en torno a las “cinco estrellas” del agua potable, el transporte público, el desarrollo sostenible, el ecologismo y la conectividad. Cuando en 2009 se puso en marcha en Milán el M5S nacional, su “no Estatuto” citaba el sitio web de Grillo como cuartel general del movimiento: un instrumento para identificar a los candidatos a las elecciones que apoyaran su campaña de “conciencia social, cultural y política”. Los posibles candidatos, que tenían que vivir en la circunscripción donde se presentaban, colgaban su curriculum vitae y clips de YouTube en un sitio web; las asambleas locales del M5S los entrevistaban luego en persona y elegían a los candidatos, sujetos a la “ratificación” final por parte de Grillo. El liderazgo seguía siendo un show de dos hombres: “Los que dicen que yo quiero todo el poder y que Casaleggio se lleva todo el dinero pueden largarse ahora”, dijo Grillo. A pesar de que las asambleas locales conservaban gran parte de su autonomía, los intentos de establecer vínculos horizontales entre ellas fueron cortados de raíz.
Entre todas las formaciones políticas nuevas, hay una que no puede ser identificada claramente con la izquierda: el Movimiento Cinco Estrellas de Italia.
El M5S, más fuerte en un primer momento en Emilia-Romaña y Piamonte, consiguió en 2012 representantes municipales en toda la Italia septentrional y central y encabezó el recuento regional en Sicilia, donde se unieron bajo su bandera los activistas contra la mafia y los defensores del medio ambiente, estableciendo un trampolín para su lanzamiento al Parlamento nacional en 2013. El perfil social de los 109 diputados y 54 senadores del M5S estaba muy alejado de los hábitos italianos (como sucede con los diputados de Podemos en España): eran trabajadores en el sector de las tecnologías de la información, estudiantes, amas de casa y desempleados, la mayoría en la veintena y la treintena, en lugar de abogados, profesores y funcionarios del partido.
Los diputados del M5S se quedan deliberadamente sólo con la mitad de sus salarios asignados, donando el resto a proyectos locales; desdeñan los trámites del Palazzo Montecitorio, dirigiéndose a sus compañeros diputados como “ciudadano” en lugar de “onorevole”, a diferencia de los corbynistas o podemitas. De modo realmente único, los parlamentarios del M5S se vieron obligados a votar de acuerdo con sus mandatos, determinados por plebiscitos en línea en los que participaron como mucho 30.000 simpatizantes. Hacer caso omiso del mandato suponía la expulsión inmediata; hasta la fecha ha sido expulsada alrededor de una cuarta parte de la bancada parlamentaria.
El vientre de la bestia
Corbyn y Sanders funcionan por supuesto como “opositores” dentro de los partidos que son la condensación misma de la Tercera Vía. En términos europeos, el Partido Demócrata estadounidense no es realmente un partido, sino simplemente un marco desde el que los candidatos se pueden postular para un cargo; cuando no hay un demócrata en la Casa Blanca, no tiene ni siquiera un líder nacional. No hay miembros del partido, sólo votantes afiliados, que se registran como tales en sus estados antes que en las secciones locales del partido, y no pagan cuotas ni asisten a reuniones ni deciden la política. Son las leyes de los estados, no las reglas del partido, las que determinan quién puede votar en las primarias de los partidos; los delegados reales en la Convención Nacional son seleccionados mayoritariamente por funcionarios elegidos –los que ya han obtenido un puesto público–, no por los votantes. Funcionarios elegidos de alto nivel y “líderes distinguidos del partido” se asignan a sí mismos votos adicionales en la Convención como superdelegados. En un sistema gestionado por dignatarios prevalece el toma y daca; la campaña de Clinton es un ejemplo de manual. En teoría el proceso, aunque muy amañado, no es fácil de manejar: un tsunami popular podría saturar sus defensas y nominar a un advenedizo; en la práctica, sin embargo, las posibilidades son mínimas.
La elección de la dirección laborista se suponía a toda prueba. Históricamente, la selección del líder estaba reservada a los miembros del Parlamento, cuya autonomía con respecto a la conferencia anual nominalmente soberana del partido se vio reforzada por la deferencia constitutiva de los laboristas a las estructuras del Estado británico: monarquía, Cámara de los Lores, la madre de todos los Parlamentos. Al igual que los congresistas estadounidenses, los miembros del Parlamento dicen representar a su localidad, no “sólo” a su partido y ni siquiera a sus votantes. Sus afiliados en los distritos electorales, leales soldados de infantería del laborismo, siempre han ocupado un triste tercer lugar en la jerarquía del partido, después de sus parlamentarios y los sindicatos, que suministran la mayor parte de sus fondos. En 1980, tras el colapso del gobierno de austeridad de Callaghan, una nueva izquierda dinamizada en la base, de la que Corbyn era un activista especialmente activo, consiguió que los sindicatos y miembros, así como los parlamentarios, tuvieran la capacidad de influir en la selección del líder del partido; También logró la reselección obligatoria de los candidatos a parlamentarios, un paso importante hacia la rendición de cuentas de éstos. Aunque Kinnock echó atrás la reselección obligatoria y Blair inclinó el equilibrio de poder hacia los funcionarios nacionales y regionales pagados, responsables directamente ante la oficina del líder, el colegio electoral de tres vías se mantuvo en pie, quedando su “modernización” como tarea incumplida en la agenda blairista.
Paradójicamente, gran parte de la izquierda laborista se opuso al sistema de un miembro, un voto, que iba a llevar a Corbyn en volandas al liderazgo, con el argumento de que “se rompería el vínculo” con los sindicatos; sólo se aprobó en 2014 porque Len McCluskey, de Unite, estaba contra las cuerdas después de un escándalo de selección de candidatos en Falkirk. El equipo de Miliband aprovechó la oportunidad para impulsar una reforma que le haría parecer “fuerte” en el período previo a las elecciones de 2015, siendo finalmente absuelto por vencer a su hermano con el apoyo de los sindicatos en 2010. El nuevo sistema propuesto en el informe Collins, gran parte de él redactado por Jon Trickett, abolió los votos en bloque para los parlamentarios y los líderes sindicales y abrió la elección del líder del partido a nuevas categorías de simpatizantes, como habían hecho los socialistas franceses. Su salvaguardia era la elección limitada de candidatos: un aspirante a parlamentario tenía que ser nominado por treinta y cinco de sus pares o por el 15 por 100 de los parlamentarios laboristas ya en ejercicio, lo que parecía asegurar que la débil izquierda parlamentaria quedaría excluida. Surgieron recriminaciones entre los parlamentarios más derechistas por no haber mantenido a Corbyn fuera de las urnas; pero el factor real que propulsó su ascenso fue la fuerza del sentimiento “ya estamos hartos de blairismo” entre los seguidores laboristas. Cuando Miliband se vio atacado por ser “hostil a las empresas” tras la derrota laborista en mayo de 2015, Andy Burnham, el principal candidato para reemplazarlo, lanzó su campaña desde la sede de Ernst & Young, un conglomerado multinacional de servicios financieros, criticando la propuesta de Miliband de aumentar los impuestos a la propiedad como “política de la envidia”. Esa frase fue la gota que colmó el vaso para que dos mujeres de cuarenta y tantos años, pertenecientes a la izquierda suave, pusieran en marcha en los medios de comunicación social la campaña que acabó asegurando la nominación de Corbyn: los parlamentarios estaban convencidos de que había que permitir la presentación de un candidato de izquierda para legitimar el proceso y “garantizar un debate más amplio”. Durante los meses de julio y agosto, las reuniones públicas de Corbyn generaron una dinámica propia que ofrecía una estructura para la expresión activa del descontento con el blairismo y la austeridad. Ganó la dirección del partido con un abrumador 60 por 100: más de 250.000 votos. Con su estímulo, los activistas crearon más de cien grupos locales “para mantener el impulso en marcha”, coronados, después de su victoria, por una estructura nacional embrionaria, Momentum [Impulso], dirigida desde la vieja sede de campaña de Corbyn. Pronto se impuso la lógica electoralista del laborismo: los Verdes y otros que habían combatido el Nuevo Laborismo fueron excluidos, mientras que Momentum se fijó la tarea de convertir al laborismo en “el partido de gobierno transformador del siglo XXI”, al tiempo que sus estructuras regionales y vecinales replicaban las que ya tenía el partido. De golpe había nacido una versión un tanto diluida de la izquierda laborista de la década de 1980, un adversario organizado capaz de oponerse a las incesantes maniobras internas de la facción de Blair, Progress.
Los programas
Frente a los sistemas parlamentarios amañados, la crisis capitalista y el resurgimiento neoimperial, ¿qué es lo que exigen las nuevas oposiciones? Ni Corbyn ni Sanders, a pesar de que operan dentro de los sistemas más excluyentes del sistema de escrutinio mayoritario uninominal (el primero se lo lleva todo), han hecho de la democratización un tema central. Corbyn se declara abierto a la ampliación a Westminster del sistema escocés de representación proporcional limitada. Sanders se ha adherido a las reformas marginales: introducción del (insatisfactorio) sistema de voto alternativo, fin de la privación de derechos a los condenados por crímenes especialmente graves, anulación del contenido de la sentencia del Tribunal Supremo Citizens United v. Federal Election Commission (2010) sobre la financiación de las campañas electorales; su “revolución política” no pretende un cambio sistémico, sino alentar a más estadounidenses a votar. Syriza se ha acomodado al sistema griego de “prima para el ganador”. De manera más ambiciosa, Mélenchon pide una revisión completa del sistema político francés: una Asamblea Constituyente para fundar una Sexta República parlamentaria, no presidencialista, sobre la base de la representación proporcional. Las propuestas de Podemos se centran en igualar el peso de las circunscripciones sustituyendo las actuales estructuras basadas en la provincia por otras nuevas basadas en las comunidades autónomas, ponderadas demográficamente para dar un voto igual a todos los ciudadanos, y convocar un referéndum sobre la reforma constitucional para eludir las supermayorías requeridas por la Constitución de 1978. El Movimento 5 Stelle, como defensor de la democracia directa en línea, adopta una posición radicalmente iconoclasta hacia el sistema italiano actual: su objetivo es “abrirlo” al público mediante negociaciones livestreaming a puerta cerrada; junto al resto de la izquierda y la Lega Nord ha atacado la nueva constitución de Renzi, pero fue más lejos al pedir la destitución del presidente Napolitano por sus maniobras ilegales para instalar a Monti como primer ministro en 2011.
Frente a los sistemas parlamentarios amañados, la crisis capitalista y el resurgimiento neoimperial, las nuevas oposiciones exigen un proceso de regeneración democrática.
En el frente económico, los seis aparecen unidos en la condena de la austeridad. “Los que crearon la crisis deben pagarla” es un tema común. Sanders ataca a “la clase multimillonaria”; Corbyn, más vagamente, a los “superricos”; Iglesias denuncia un “casino financiero, donde la gente paga las facturas de la fiesta de los banqueros”. Grillo apunta al gobierno de gran coalición de Renzi, antes que a “los ricos”, por “destruir el Estado del bienestar, los derechos de los trabajadores y el sistema educativo y vender activos estratégicos italianos” para pagar la deuda. La posición general es que el déficit se debe reducir lentamente, gracias al “crecimiento sostenible” estimulado mediante programas nacionales de inversión en infraestructura social y física, con un sesgo verde y de nuevas tecnologías; Corbyn hace hincapié en la financiación de la vivienda pública, Grillo en la agricultura de calidad, y todos querrían potenciar las energías renovables, el transporte y la capacidad de internet. Sanders ha propuesto una “Ley de Reconstrucción de América” para invertir 1 billón de dólares en infraestructuras durante los próximos cinco años. Durante su campaña por el liderazgo, Corbyn pidió una “flexibilización cuantitativa de la gente” [más que del dinero], aunque su canciller en la sombra John McDonnell parece haber abandonado esa idea, hablando más prudentemente de “política monetaria activa” en su discurso de la conferencia laborista de 2015. Syriza, cuyas demandas son las más modestas de todas, habló de la conveniencia de elaborar un New Deal para la UE, financiado por el Banco Europeo de Inversiones, propuesta que también respaldan el Parti de Gauche y Podemos (ninguno ha tratado hasta el momento de lidiar con la magnitud de los problemas de rentabilidad a los que se enfrenta la economía mundial –exceso de capacidad industrial, excedente de mano de obra, límites de la deuda–, que parecen hacer inviable en términos capitalistas el “crecimiento sostenible”).
Tanto Podemos como el M5S proponen la derogación de las leyes laborales imperativas en la Eurozona impulsadas por Rajoy y Renzi; el Front de Gauche lucha actualmente contra el proyecto de ley El Khomri, junto con la Nuit Debout. Mélenchon extendería los derechos de ciudadanía a los lugares de trabajo, dando a los empleados la oportunidad de convertir las plantas cerradas en cooperativas de trabajo. El Front de Gauche además de aumentar el salario mínimo, introduciría uno máximo, gravando los salarios de más de 360.000 € al año al 100 por 100, e imponiendo legalmente una proporción máxima de 1:30 entre los salarios más bajos y más altos en cada lugar de trabajo. Podemos ha asumido el programa del movimiento radical PAH contra las ejecuciones hipotecarias, que exige que no se produzca ningún desahucio sin provisión de alojamiento alternativo, así como poner fin a las desconexiones de electricidad, agua y gas. Los seis son críticos con el “libre comercio”, si bien Sanders y Grillo son los más explícitos al respecto.
La iniciativa más radical del gobierno de Syriza fue la auditoría de la deuda iniciada por la presidenta del Parlamento Zoe Konstantopoulou; Grillo y Mélenchon también han pedido una auditoría, como lo hizo Podemos en 2014, aunque esto parece haber desparecido de sus programas más recientes. Sanders ha pedido una auditoría de la deuda de Puerto Rico, aunque no de Estados Unidos; Corbyn y McDonnell no parecen haber considerado esa posibilidad. En cuanto al sector financiero, Sanders rompería con los grandes bancos y reintroduciría la Ley Glass-Steagall; McDonnell lo “estudiaría” con más cautela, apoyando al mismo tiempo a las cooperativas. Sanders y Mélenchon introducirían un impuesto sobre las transacciones financieras, un paso demasiado atrevido para McDonnell, quien, como Osborne, sólo lo impondría cuando lo hubieran hecho otros países. El manifiesto de 2012 de Mélenchon proponía la separación de las operaciones de depósito y de inversión y, más en general, una limitación de los poderes de los bancos y la restauración del control gubernamental sobre los mercados financieros, pero sin decir cómo. El programa del gobierno del cambio de Podemos de febrero de 2016, “Un país para el cambio. Bases políticas para un gobierno estable y con garantías”, guardaba silencio sobre el tema. Los bancos griegos dependen de la alimentación gota a gota desde Frankfurt, con el grifo en manos de Draghi. De los seis, Grillo es el único que propondría directamente la nacionalización de los bancos.
¿Bruselas?
Aunque tanto el Movimento 5 Stelle como Syriza argumentan que la austeridad de la Eurozona está causando una crisis humanitaria, sus tácticas para combatirla son opuestas. En el momento en que entró en funciones, la dirección de Syriza se comprometió a mantener el euro y a negociar con el Eurogrupo. Tsipras se negó en redondo a explorar la oferta de apoyo de Schäuble en mayo de 2015 para una salida estructurada, como proponía parte de su gabinete[8]. Syriza se vio obligada a pedir una rebaja de la deuda, abandonando una “línea roja” tras otra, escarbando en los fondos de los hospitales y ayuntamientos para pagar al BCE y al FMI, hasta que finalmente Tsipras se encontró ante la disyuntiva de radicalizar su posición, con el mandato abrumador del referéndum del 5 de Julio de 2015, o someterse a la voluntad de “las instituciones” y firmar un memorando más duro aún.
Las respuestas de las otras izquierdas fueron significativas. Grillo, que había dado pleno apoyo al referéndum de Syriza, se burló de su capitulación –“Habría sido difícil defender los intereses del pueblo griego peor que como lo hizo Tsipras”–, y pasó a formular un plan B para la soberanía monetaria dentro de la UE. La moneda única había sido un desastre para la base industrial italiana y se había convertido en una camisa de fuerza antidemocrática, argumentó; con una moneda más barata, las exportaciones de Italia se recuperarían y el desempleo caería. El “Plan B” del M5S proponía un referéndum sobre la salida del euro, la nacionalización de los bancos –para defenderlos contra la manipulación por el BCE de la liquidez, tan perjudicial para Syriza– y la preparación de una moneda paralela, con vistas a una salida “suave”[9]. En Francia, el Parti de Gauche también propuso un plan B, organizando una conferencia internacional en enero de 2016 con economistas heterodoxos, representantes de Die Linke y de la Unidad Popular griega. Podemos, por el contrario, corrió en ayuda de Syriza. “Tsipras es un león que ha defendido a su pueblo”, declaró Iglesias en septiembre de 2015. Corbyn tampoco tuvo ni una palabra de crítica para Tsipras, a quien conoció en una reunión del comité de centro-izquierda del Consejo Europeo organizada por el partido de Hollande en París: “Ambos queremos ver una estrategia económica antiausteridad, y los dos estamos muy preocupados por las actividades y el poder del Banco Central Europeo”[10].
Corbyn abdicó inexplicablemente de su derecho a formular la política con respecto a la UE a las pocas horas de su elección como líder de los laboristas, cediendo a la presión de la campaña Remain [Permanecer]. La salida británica de la UE es una cuestión táctica, no estratégica; la izquierda adopta diferentes posturas al respecto, y algunos podrían desear una campaña por la abstención despectiva o el voto nulo. Pero a cierto nivel la política del referéndum Brexit es clara: un voto para permanecer, cualquiera que sea su motivación, funcionará en este contexto como un voto a favor de una clase dirigente británica que ha canalizado durante mucho tiempo las demandas de Washington en las salas de negociación de Bruselas, poniendo fin a las esperanzas en una “Europa social” desde el Acta Única Europea de 1986. Un voto por la salida sería una conmoción saludable para ese oligopolio trasatlántico. No traería una nueva edad de oro de la soberanía nacional, como les gusta asegurar a laboristas, conservadores y brexiters del UKIP; la toma de decisiones quedaría subordinada a las estructuras atlantistas. Supondría ciertamente una caída considerable en el PIB: en torno al 3 por 100, según las estimaciones más plausibles, menor, pues, que la contracción sufrida en 2009. Sin embargo, los efectos secundarios de un voto mayoritario por el abandono podrían ser muy positivos: confusión y, probablemente, una escisión, en el Partido conservador; preparativos en Escocia para un nuevo referéndum sobre la independencia. La mecánica de las negociaciones de salida, que implican una cuenta atrás durante dos años una vez que el artículo 50 del Tratado de Lisboa haya sido invocado por, presuntamente, un nuevo gobierno británico –¿dirigido por Corbyn?–, podrían proporcionar de por sí uno de esos marcos inesperados para el despertar democrático, tal como sucedió con el referéndum escocés de 2014 y la campaña por el liderazgo laborista: la oportunidad para un auténtico debate sobre futuras alternativas para el país. La mayor parte de quienes hacen campaña por la salida parecen estar argumentando en favor de un nuevo referéndum para aceptar o rechazar los resultados de las negociaciones[11].
Las guerras y las migraciones causadas por ellas
Las actitudes en política exterior de las nuevas oposiciones cubren un espectro similar. Los seis países son miembros de la OTAN, pero ocupan lugares muy diferentes en ella. Estados Unidos no sólo está al mando de una máquina de guerra sin precedentes históricos –se estiman novecientas bases militares, incluyendo las estaciones de transporte y aprovisionamiento de combustible; enormes guarniciones en Europa, Asia Oriental, Asia Central y Oriente Próximo; presencia armada en más de ciento treinta países–, sino que esta funciona como fuente de ley por sí misma, como demuestra su red internacional de centros de tortura y el programa de ataques mortales mediante aviones no tripulados (drones), bajo el mando personal de Obama. Sanders no tiene vínculos con la tradición antiimperialista en Estados Unidos y nunca se ha pronunciado por el cierre de las bases ni por la vuelta a casa de las tropas desplegadas en el extranjero. Estaba en el centro-derecha del movimiento contra la guerra de Vietnam, pidiendo el fin de las hostilidades pero no el apoyo al fln, y ha ocupado la misma posición desde entonces, tendiendo a favorecer las hostilidades lanzadas por presidentes demócratas y a oponerse a las decididas por los republicanos: contra la política de promoción y amparo de la contra por Reagan en Centroamérica, pero a favor de la guerra de Clinton en Yugoslavia y los bombardeos de Iraq en 1998; contra la invasión de ese país decidida por Bush, pero a favor de su ataque a Afganistán; a favor del asalto de Israel al Líbano en 2006; reticente con respecto a la guerra contra Libia únicamente porque Obama no consultara al Congreso antes de lanzarla; a favor de la destitución de Assad y, en general, de la guerra no declarada de Obama en Siria, con sus operaciones de la CIA, sus ataques aéreos y sus misiones especiales; admirador de los monarcas jordano, saudí y kuwaití, a los que anima a actuar militarmente contra el ISIS.
De los otros Estados, mientras que Francia y Gran Bretaña se han alternado en el papel de aliado más beligerante de Washington como miembros de la OTAN, todos han participado en la ocupación de Afganistán y el asalto a Libia, la “vigilancia aérea” de las fronteras de Rusia y el patrullaje del Mediterráneo. Corbyn ha sido un firme adversario de todo eso: “El objetivo de la maquinaria de guerra estadounidense es mantener un orden mundial dominado por los bancos y las compañías multinacionales de Europa y Norteamérica”, escribió en 1991[12]. En 2001, mientras Sanders respaldaba la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad, Corbyn ayudó a fundar la coalición Stop the War, probablemente el mayor movimiento contra la guerra existente hoy en día en cualquier país de la OTAN. Al igual que Grillo, se opuso a la guerra de Obama contra Libia –apuntando ambos al doble rasero de las “intervenciones humanitarias”, cuando no se exigió una zona de exclusión aérea sobre Gaza en 2008, cuando el fósforo israelí caía sobre una población civil en gran medida indefensa[13]. En cuanto al Parti de Gauche e Izquierda Anticapitalista, el grupo de izquierda que colaboraría con el círculo de Iglesias en la fundación de Podemos, si bien criticaron los bombardeos contra Libia, pretendían solidarizarse con la “insurrección popular” para derribar a Gadafi.
La nueva política de defensa de los laboristas está todavía bajo revisión, pero desde que se convirtió en líder Corbyn ha retrocedido sobre la salida de la OTAN, al igual que Podemos, que ahora afirma que la pertenencia a la Alianza Atlántica puede contribuir a democratizar el Ejército español. Tsipras se negó a jugar la carta de la OTAN en sus negociaciones con el Eurogrupo, aunque la amenaza de cerrar la base en la Bahía de Suda en Creta podría haber sido un as en la manga; desde julio de 2015 la política de Syriza con respecto a Oriente Próximo ha estado a la derecha del American Israel Public Affairs Committee (AIPAC), llegando Tsipras a mencionar Jerusalén como capital de Israel. La única queja de Sanders sobre la OTAN es que sus miembros europeos no pagan bastante. De los seis, sólo el M5S y el Parti de Gauche han puesto sobre la mesa la posibilidad de dejar la OTAN; Mélenchon propone que Francia se labre su propia política soberana, altermundialista, de defensa multipolar, basada en un ejército de ciudadanos. Pero esto va unido a una idealización extraordinaria de la ONU –también compartida por Corbyn e incluso Grillo–, a la que se presenta como fuente última de legitimidad; una quimera en la que la realidad de la hegemonía estadounidense desaparece en una nube de humo. Ninguna de esas oposiciones parece haber examinado con detalle la organización realmente existente, en la que los votos de los países pueden ser comprados y vendidos, o el proceso por el que el Departamento de Estado convierte el anhelo popular de paz mundial en un monopolio que comparten un puñado de Estados, miembros permanentes del Consejo de Seguridad. Sanders no tiene ninguna necesidad de tales ilusiones y apenas menciona la ONU.
Sobre la inmigración, las nuevas oposiciones también divergen. Grillo insiste en enlazarla con la política exterior de la UE –“el flujo de refugiados es el resultado de nuestras guerras y nuestras armas”– y pide que se ponga fin a la intervención occidental en Oriente Próximo y a la subordinación de la región del Mediterráneo a los intereses norteamericanos. La inmigración debe ser controlada: “tenemos que elaborar un compromiso” y un “Plan Merkel”, siguiendo el modelo del Plan Marshall, debería invertir en salud y en infraestructuras en los países de los que huyen los refugiados; una postura socialdemócrata clásica[14]. También Sanders quiere controlar la inmigración, con una “vía” hacia el estatus legal, pero sin derecho automático a la ciudadanía. Mélenchon ha argumentado a favor de la legalización de los sin-papeles y la restauración de los permisos de residencia por diez años. En cambio, el programa de 2014 de Podemos pedía plenos derechos ciudadanos para todos los inmigrantes. Syriza pasó de una política declarada de lucha contra el racismo –cerrando los centros de detención del gobierno anterior– a realizar redadas de refugiados para su expulsión forzosa, en línea con la nueva política de la UE. La posición de los laboristas, de nuevo, está siendo sometida a examen, pero el secretario del Interior en la sombra, Andy Burnham, es partidario de la línea dura –el ministro de Inmigración con Brown, Phil Woolas, ha pedido una “guerra contra los inmigrantes ilegales”–, mientras que el primer acto de Corbyn como líder fue asistir a una manifestación de “Refugees Welcome”, donde su discurso parecía recuperar la tradición de la “Iglesia baja” que se remonta a las campañas contra la trata de esclavos: “Abrid vuestros corazones, vuestras mentes, vuestras actitudes” a los que están peor que vosotros mismos. De hecho, las quejas inglesas sobre la inmigración no afectan ahora principalmente a los refugiados procedentes de zonas de guerra, sino a los demás miembros de la UE: tres millones de llegadas, casi la mitad de ellas desde el inicio de la crisis financiera, lo que constituye una de las razones, junto con el aumento de la deuda de los hogares, del PIB aparentemente sano del Reino Unido después del crac[15].
Orientaciones
¿Qué posturas, por último, han adoptado estas nuevas oposiciones hacia los partidos de centro izquierda? Sanders, en su campaña por la nominación demócrata, no menciona las relaciones de Obama con “la clase multimillonaria” y en buena medida apoya su política exterior. Ha criticado ferozmente las ayudas de varios millones de dólares de Wall Street a Clinton, pero hasta el momento ha dejado de lado la cuestión mucho más seria –potencialmente procesable– de sus mensajes de correo electrónico desde el Departamento de Estado. En su primera etapa, la carrera de Sanders parecía que iba a parecerse a la de Dean en 2004: una cruzada moral que terminaría, como la de cualquier flautista de Hamelín similar, a la puerta del candidato de la Convención Nacional Demócrata. Su campaña, dirigida por Tad Devine, entre cuyos clientes anteriores se encuentran Mondale, Dukakis, Gore, Kerry, Bertie Ahern y Ehud Barak, ha hecho poco para prefigurar una alternativa. Sin embargo, la escala y el carácter de su apoyo lo diferencian de insurgentes anteriores: con siete millones de votos en las primarias ya ha superado a Jesse Jackson en 1988 y a Obama entre los menores de treinta años[16]. A medida que se ha ido desarrollando la temporada de las primarias, ha aparecido una nueva dinámica: un tercio de los votantes de Sanders declaran ahora que no van a votar por Hillary, sean cuales sean los tratos a los que se llegue en la Convención; son dos millones de partidarios del “Bernie or Bust [descalabro]” que podrían suponer la base para una oposición combativa de izquierda a un segundo presidente Clinton. Han aparecido grietas en la hegemonía divisiva del sistema de dos partidos: las mujeres jóvenes han negado la camisa de fuerza de la Fórmula Dos de la política identitaria; como dijo Rosario Dawson en un discurso en el mítin del South Bronx de Sanders, un punto culminante de la campaña, “Tendemos nuestras manos a los partidarios de Trump. Entendemos su cólera”.
En Francia la dinámica se ha desplazado demasiado en la dirección opuesta. La primera indicación de Mélenchon a sus votantes después de su victoria moral en las presidenciales de 2012 fue apoyar a Hollande para la segunda vuelta; la segunda, promoverse a sí mismo como candidato para derrotar a Marine Le Pen en las elecciones para la Asamblea Nacional, siguiendo una línea opuesta a la de Rosario Dawson. Mientras que Le Pen atacaba a la clase política corrupta en su conjunto, Mélenchon ha permanecido encadenado al PS, debido a los tratos corruptos entre los socialistas y sus aliados del PCF en el Front de Gauche para conservar unos pocos alcaldes y feudos municipales comunistas. El sueño de que el PCF se disolvería en el seno de una formación de izquierdas más amplia nunca se materializó; la realidad era una relación comprometida con el gobierno de Hollande. En ausencia de un movimiento más amplio de protesta nacional, carente de representación parlamentaria independiente por el sistema electoral, mermado culturalmente por el horror laicista al hiyab que le impedía hacer aliados en la banlieue, el Parti de Gauche entró en caída libre. En 2012 Mélenchon obtuvo cuatro millones de votos que podían compararse respetablemente con los 6,2 millones de Le Pen; en las elecciones europeas de 2014 el Frente Nacional se elevó al 25 por 100, mientras que el Frente de Izquierda se hundió por debajo del 7 por 100. Aunque Mélenchon parecía haber entendido el problema y se distanció de Hollande, criticando las últimas guerras y el estado de emergencia posterior a los atentados de noviembre de 2015, ahora parecía un general sin tropas[17]. Mientras el PCF se apresta a concurrir conjuntamente con el PS en unas primarias, puede que el Front de Gauche no sobreviva a las elecciones de 2017.
A partir de 2007 Grillo siguió el sentido opuesto –rechazando cualquier compromiso con el PD– y le fue mucho mejor. La gran coalición de centro izquierda y derecha, promovida por Napolitano en 2013, convirtió al M5S en el principal partido de la oposición en la Cámara. Tres años después cuenta con el apoyo del 28 por 100 de los votantes, tan sólo unos pocos puntos por detrás del PD, y su candidata para la alcaldía de Roma [Virginia Raggi, elegida efectivamente el 5/19 de junio de 2016, con el 67,2 por 100 de los votos en la segunda vuelta], podría ser un regalo envenenado[18]. En cuanto a Syriza, el PASOK quedó prácticamente eliminado en 2012, cuando el partido de Tsipras surgió como una fuerza nacional. Comparando sus trayectorias –de retador radical a herramienta de la Troika– lo más sorprendente no es sólo la velocidad de la caída de Syriza, que ha recorrido en seis meses la distancia política que le llevó al PASOK veinte años cubrir, sino el hecho de que el punto de partida de Syriza estuviera mucho más a la derecha. El PASOK había logrado en la década de 1980 avances reales en la sanidad, la educación, el desarrollo nacional y los derechos civiles, estableciendo un pacto social a la izquierda del espectro europeo; el mayor objetivo de Syriza, pronto abandonado, era evitar más recortes.
El abrazo de Corbyn a la desacreditada derecha laborista de Blair-Brown es el más reciente y el más contradictorio. Su primer propósito era al parecer invitarlos a formar parte de su gabinete en la sombra: el belicista Hilary Benn como ministro de Asuntos Exteriores, la atlantista Maria Eagle en Defensa, Andy Burnham –cuyos resultados como secretario de Sanidad con Brown fueron escandalosos– para el Ministerio del Interior; Rosie Winterton se mantenía como Chief Whip, esto es, como responsable de la disciplina parlamentaria del partido. Lo único que evitó que fuera aún más lejos en su deriva hacia la derecha fueron los propios parlamentarios laboristas, que se precipitaron a decir que no trabajarían con él y que lo veían despedido antes de un año. El Financial Times, furioso por haber perdido uno de sus partidos, tronaba contra quienes eran lo suficientemente tontos como para sentarse alrededor de la misma mesa junto a Corbyn. Esa hostilidad fue liberadora, aunque el bando de Corbyn carecía de la determinación suficiente para hacer limpieza; en enero una remodelación del gobierno en la sombra se detuvo a medio camino, al parecer, a instancias de McDonnell. La reacción de esa casta a los correos electrónicos de los miembros de Momentum, instando a votar contra el bombardeo de Siria –una salida cuyo verdadero objetivo era restaurar el prestigio de Cameron en los círculos diplomáticos– hablaba por sí misma. Aunque Corbyn dijo fríamente antes de su elección que Blair debería ser juzgado por crímenes de guerra, la mentalidad de izquierda blanda, partidaria de no crear problemas, sugiere que, bajo su liderazgo, no habrá más revisiones de los años del New Labour que bajo el de Miliband. Momentum ha dicho que no va a luchar por la restauración de la norma de la reselección obligatoria; pero la reselección bajo el sistema actual es otra cuestión. En este momento Corbyn cuenta con menos de treinta de los doscientos cincuenta y seis miembros del grupo parlamentario laborista; Momentum debería aspirar a darle una mayoría en 2020. Durante años, el Partido Laborista ha sido uno de los más furibundos en la Internacional Socialista; si los corbynistas consiguen amordazarlo, eso sería seguramente un punto a su favor.
La relación de Podemos con el PSOE es la más delicada de todas. Al igual que el M5S, Iglesias y sus compañeros habían construido su alternativa censurando en su conjunto al “régimen de 1978” como corrupto; Felipe González y los barones del PSOE habían sido los principales pilares de la casta, junto con El País y el imperio mediático Prisa. El objetivo declarado de Podemos en las elecciones de diciembre de 2015 era superar al PSOE y repartirse el campo político con el PP. Los resultados no dieron para tanto: impulsado por el sólido arrastre de sus aliados de Cataluña, Podemos quedó en tercer lugar con un 21 por 100 de los votos y 69 diputados, superando al PSOE en las grandes ciudades y las regiones más desarrolladas, pero no en el sur. Ayudado por los efectos combinados de un electorado envejecido y el sistema electoral prorural de 1978, el PSOE (22 por 100) y el PP (29 por 100) conservaron el apoyo suficiente para bloquear la profundización del cambio, aunque no para restaurar el régimen “normal” de gobierno de un partido mayoritario, ni siquiera con el apoyo de Ciudadanos (14 por 100), siempre dispuesto a actuar como bisagra de una coalición. La clase política y los medios de comunicación, entre ellos el propio González, ha lanzado su peso en favor de una gran coalición, pero el líder del PSOE, Pedro Sánchez, se ha resistido, temiendo el colapso de su base, y ha tratado de encabezar un gobierno respaldado por Ciudadanos y Podemos; mientras el PP se veía más debilitado aún por los escándalos de corrupción.
Podemos ha estado sometido a una inmensa presión, hendido entre el vicesecretario Íñigo Errejón y el aparato del partido, que favorecían una coalición con el PSOE y Ciudadanos “para mantener al PP fuera”, e Iglesias, que exigía un “gobierno del cambio” –haciendo cuentas, Podemos, PSOE y los pequeños partidos de izquierda y regionales podrían haber sumado hasta 164 diputados, frente a 163 para el PP y Ciudadanos– con menos concesiones al programa social y constitucional (ya modesto) de Podemos. A mediados de abril, 150.000 miembros de Podemos votaron en un 90 por 100 respaldar a Iglesias. Después de cuatro meses de negociaciones infructuosas, España parece abocada a nuevas elecciones, a menos que el acercamiento de la fecha límite o la erupción de una crisis constitucional sobre Cataluña obliguen a un reajuste de última hora. En ese momento parece que el castigo podría
recaer sobre Podemos, abandonado por su base si respalda un gobierno PSOE-Ciudadanos, o rechazado por los votantes socialistas si lo impide. Una tercera posibilidad, la abstención –permitiendo que el PSOE y Ciudadanos formen gobierno, al tiempo que Podemos afirma públicamente que no tiene fe en su programa, pero les ofrece la oportunidad de demostrar que no puede funcionar– todavía no se ha sondeado apenas.
¿Cómo habría que caracterizar esas fuerzas? Respetuosas con la OTAN, opuestas a la austeridad, a favor de la inversión y la propiedad (no tanto) públicas, escépticas con respecto al “libre comercio”: como primera aproximación, las podríamos llamar nuevas socialdemocracias, pequeñas y débiles. El propósito fundacional de los partidos socialdemócratas del siglo XIX era defender y promover los intereses de los trabajadores, en las condiciones del auge de la fabricación industrial; esto era lo que los diferenciaba de los grupos parlamentarios más antiguos, que defendían los intereses de los terratenientes, los rentistas y los industriales. En Europa, los intentos de fundar esos partidos tuvieron bastante éxito; pasando por las crisis revolucionarias de la Primera Guerra Mundial y posteriores, se redefinieron como defensores de los intereses de los asalariados dentro del sistema existente. En Estados Unidos, el intento de fundar un partido obrero fracasó; desde la década de 1930 los sindicatos y una pequeña facción socialdemócrata operaron con fines electorales en el marco del Partido Demócrata. Éste, que originalmente fue una coalición de terratenientes del viejo estilo, llegó a funcionar en el siglo XX como un “centro-izquierda” moderno y como modelo para las socialdemocracias europeas, cuando la crisis de acumulación de las economías de posguerra dio lugar a su conversión en los partidos socioliberales de la Tercera Vía. Su plataforma de “neoliberalismo globalizado con conciencia social” resultó ser un brindis al sol, evaporándose la segunda parte de la expresion tras la crisis financiera.
El propósito fundacional de las nuevas oposiciones de izquierda es la defensa de los intereses de los afectados por la respuesta predominante a la crisis: rescates de las finanzas privadas acompañados de austeridad del sector público y promoción del sector privado volcado en la especulación, a expensas de los trabajadores asalariados. En el sentido más amplio se trata de nuevo de una defensa del trabajo contra el capital, dentro del sistema existente. Pero si pueden ser definidos como socialdemocracias nuevas, pequeñas y débiles, cada término debe matizarse. Nuevas: El corbynismo, por ejemplo, no puede ser descrito realmente como tal; la izquierda blanda laborista ya existía en la década de 1980, aunque como fuerza política efectiva podría decirse que murió y ha vuelto a nacer. Pequeñas: en comparación con los partidos de un millón de miembros de la edad de oro de la socialdemocracia, por supuesto que lo son, pero también en relación con sus contextos nacionales, donde los partidos tradicionales pueden reunir por lo general en torno a dos terceras partes de los votos; sin embargo, como he señalado, unos 150.000 miembros de Podemos votaron con respecto a su política de coaliciones, frente a sólo 96.000 miembros del PSOE en la consulta de Sánchez. Débiles: en la modestia de sus demandas, o de lo que creen que es factible demandar; los partidos socialdemócratas clásicos, que florecieron en períodos de expansión capitalista (décadas de 1890 o 1950), pretendían una redistribución tangible de la riqueza. Socialdemócratas: si es así, no es lo que muchos habrían predicho hace diez o quince años. Las ideologías de los “movimientos sociales” y altermundialistas –incluidos Occupy y el 15M– estaban más cerca de un anarquismo suave o un cosmopolitismo liberal de izquierda, más o menos influidos por la conciencia de identidades cruzadas, dependiendo del contexto nacional. Esas tendencias están todavía ahí, como huellas supervivientes de la extrema izquierda: las nuevas estructuras de oposición no agotan las aspiraciones de los movimientos; pero donde la protesta ha cristalizado en formas políticas nacionales, no han sido hasta ahora anarquistas o autonomistas.
La nueva izquierda tiene una impronta carismática. Sanders, Corbyn, Pablo Iglesias, y Mélenchon comparten esa característica.
La socialdemocracia es el punto de partida declarado de Sanders y Corbyn, como lo es, en parte, de Mélenchon, aunque su programa contiene más elementos heterodoxos, incluido un amplio cambio constitucional, que no es un rasgo socialdemócrata. Podemos y Syriza nacieron en tradiciones más radicales, pero reconfiguraron sus proyectos en un cálculo del espacio electoral disponible. Podemos también se ha presentado como adalid de los afectados por las ejecuciones hipotecarias a raíz del colapso de la burbuja inmobiliaria, una reivindicación que excede –o es posterior– a la socialdemocracia clásica. La fuite en avant de Syriza hacia el liberalismo social, o la austeridad neoliberal, de los otros partidos, anteriormente socialdemócratas y ahora de centro-izquierda chapucera, sirve para confirmar más que contradecir la regla general.
Todos los sectores de la nueva izquierda comparten una premisa: la lucha contra la austeridad y las políticas neoliberales que han asfixiado a la ciudadanía.
La excepción, una vez más, es el M5S italiano, que no puede ser correctamente caracterizado como socialdemócrata, aunque las coincidencias políticas sean notables: M5S comparte las opiniones de Sanders sobre la inmigración, las de Mélenchon sobre el euro, las de Corbyn sobre la intervención militar occidental. Una de las diferencias es la insistencia de Grillo en ayudar a los productores de las pequeñas y medianas empresas: aunque todos lo dicen, él parece creerlo de verdad; después de todo, es su propio origen social, y una orientación hacia la “economía social de mercado” también resulta significativa para los nuevos partidarios del M5S que antes lo eran de la Lega Nord. Otra cuestión son las características demográficas sociales distintivas de la base del M5S: le va bien entre los estudiantes, los desempleados, los trabajadores no cualificados, los minoristas y los artesanos, pero no tanto entre los trabajadores de cuello blanco y bastante mal entre los profesores, sectores mucho más notorios entre los seguidores de Sanders, Corbyn, el Frente de Izquierda y Podemos[19]. Las razones pueden estar en el escepticismo sobre la versión on line de la democracia directa, que les puede parecer extravagante e incluso poco democrática, o en el disgusto por la grosería de Grillo, cuando anima a sus audiencias a gritar “Vaffanculo!” al mostrar imágenes de políticos con antecedentes penales, por ejemplo. Pero pese al mal gusto de Grillo, o a sus chistes repelentes, el M5S debe ser juzgado, al igual que cualquier movimiento político, por sus hechos. Su base de votantes, pese a la afluencia de expartidarios de la Lega Nord y de Berlusconi, sigue siendo predominantemente de izquierda[20].
Lo más sorprendente, sin embargo, es la magnitud del apoyo a esas opciones entre los jóvenes. La discusión sobre las simetrías existentes en las protestas de izquierda/derecha contra el sistema ha dejado de lado esta gran asimetría. Los partidarios de Trump, el UKIP y Le Pen suelen ser de mediana edad o mayores; los jóvenes rompen por la izquierda. La discrepancia es espectacular en Estados Unidos, donde el 70 por 100 de los votantes en las primarias demócratas menores de 30 años han apoyado a Sanders, mientras que a Trump, como a Clinton, les va mejor en la franja comprendida entre los 50 y los 64 años de edad. También Podemos y el M5S reciben casi la mitad de su apoyo de los más jóvenes. La situación en Inglaterra y Francia es más matizada: una parte sustancial de los partidarios de Corbyn son miembros de mediana edad del Partido Laborista, enojados con Brown y Blair, que ahora vuelven a sus querencias. Sin embargo, en Escocia, el apoyo juvenil a la campaña por la independencia en 2014 la transformó en algo así como un movimiento social radical. El resultado es que los quinceañeros que cobran conciencia política hoy día se encuentran en un hábitat muy diferente al de los adolescentes de 2006, con un sotobosque floreciente de discusiones y debates radicales: en Estados Unidos, Jacobin, n+1, Triple Canopy, The New Inquiry, Lies, Lana Turner; en Francia, Mediapart, Pompe à Phynance y los demás blogs de Le Monde diplomatique, Paris-luttes, Rebellyon, Révolution Permanente y Fakir, basado en Amiens; en España Público, El Diario, ctxt, Diagonal, Directa, El estado mental, infoLibre y Traficantes de Sueños; en el Reino Unido, Novara Media, Mute y Salvage; en Italia, Il Fatto Quotidiano, Dynamo, Clash City Workers, Il manifesto, MicroMega: un mundo de ideas para criticar y discutir. Lo más probable es que las oposiciones de izquierda de la primavera de 2016 no hayan dicho todavía su última palabra.
Sobre la autora: Susan Watkins es editora de la New Left Review. Tiene una extensa trayectoria en el mundo del periodismo y de la izquierda. Es co-autora del libro “1968, Marchando en las calles” escrito junto a Tariq Ali.
[1] Véase Perry Anderson, “Testing Formula Two”, NLR 8, marzo-abril de 2001; ed cast.: “La segunda fórmula a prueba”, mayo-junio de 2001.
[2] DSA: Democratic Socialists of America.
[3] Para tener una imagen más completa, véase el texto de Pablo Iglesias “Entender Podemos”, y la entrevista que le sigue, en NLR 93, julio-agosto de 2015.
[4] Palabras de un patrón temprano, el presentador de televisión Orlando Portento, citado en Raffaele Niri, “Grillo Segreto”, Dagospia, 29 de mayo de 2012.
[5] En la edición italiana de la revista Wired, Casaleggio se comparó con Julian Assange o David Graeber; su interlocutor, Bruce Sterling, le creía más parecido a un milanés suave del estilo de Richard Stallman o Jimmy Wales. Véase Bruce Sterling, “La versione di Casaleggio”, Wired Italia, 9 de agosto de 2013.
[6] “Italy’s Five Star Movement wants to be taken seriously”, Financial Times, 29 de diciembre de 2015.
[7] Para un análisis implacable, ver Stathis Kouvelakis, “Auge y caída de Syriza”, NLR 97, marzo-abril de 2016. Aquí y en lo que sigue, las fuentes principales son la página web de Sanders, Feel the Bern; los discursos de Corbyn en Labour List y YouTube; el blog de Beppe Grillo; el programa conjunto de Podemos de febrero de 2016, “Un país para la gente” y los discursos en las Cortes; la página web del Parti de Gauche y el blog de Mélenchon, L’ère du people; el Programa de Salónica de Syriza y los documentos de negociación griegos desde junio de 2015.
[8] S. Kouvelakis, “Auge y caída de Syriza”, cit.
[9] “Il Piano B dell’Italia por uscire dall’euro”, Beppe Grillo Blog, julio de 2015. El pasaje sobre la nacionalización de los bancos se omitió en la traducción al inglés de la página web. Véase también “Get out of the euro to save the companies”, Beppe Grillo Blog, 24 de octubre de 2014.
[10] Iglesias: véase El Mundo, 18 de septiembre de 2015; Corbyn: véase Rowena Mason, “Yanis Varoufakis advising Labour, Jeremy Corbyn reveals”, The Guardian, 29 de febrero de 2016.
[11] Sobre los argumentos de la campaña “Lexit” –salida por la izquierda–, véase la contribución de Tariq Ali al debate en The Guardian , “Europe, austerity and the threat to global stability”, con Varoufakis y Caroline Lucas 7 de abril de 2016; Owen Jones, “The left must put Britain’s EU withdrawal on the agenda”, The Guardian, 14 de Julio de 2015 (desde entonces Jones parece haber cambiado de chaqueta). El discurso de bajo perfil de Corbyn “Remain and reform” (Labour List, 14 de abril de 2016) tenía el mérito de rebatir los llamamientos de los columnistas del The Guardian en favor de una campaña Remain protagonizada por una gran coalición, sin atacar al gobierno con servador inmediatamente antes del 23 de junio; su principal preocupación parecía ser la política del acero de Cameron.
[12] Campaign Group Newsletter, citado en Rosa Prince, Comrade Corbyn, Londres, 2016, p. 160.
- [13] Jeremy Corbyn, “Libya and the suspicious rush to war”, The Guardian, 21 de Marzo de 2011; “Odyssey Sunset”, blog de Beppe Grillo, 20 de marzo de 2011.
[14] Beppe Grillo Blog, 28 de agosto de 2015; “EU has already collapsed”–Beppe Grillo to RT, 2 de abril de 2015.
[15] “Jeremy Corbyn addresses Parliament Square refugee | Rally”, BBC, 12 |
de septiembre de 2015. Para las cifras de migración de la | UE, véase Carlos |
Vargas-Silva e Yvonni Markaki, “Briefing: EU Migration to and from the UK”, Migration Observatory, Oxford, 2015
[16] Ronald Brownstein, “Bernie Sanders’s Successful Insurgency”, The Atlantic, 7 de abril de 2016.
[17] Véase Clément Petitjean, “What Happened to the French Left?”, Jacobin, 6 de noviembre de 2015.
[18] El balance del M5S en los gobiernos locales es ambiguo; como señaló Il Fatto Quotidiano, cuando un asociado a la Camorra fue grabado diciendo que un concejal del M5S en Quarto, cerca de Nápoles, era “uno de los nuestros”, el blog de Grillo tardó veinte días en responder: Marco Travaglio, “Quarto, a che servono questi grillini”, Il Fatto Quotidiano, 14 de enero de 2016.
[19] Véase Andrea Pedrazzani y Luca Pinto, “The Electoral Base: The “Political Revolution” in Evolution”, en Filippo Tronconi (ed.), Beppe Grillo’s Five Star Movement, Burlington (VT), 2015; Maggie Severns, “Hillary Clinton’s union problem”, Politico, 6 de abril de 2016; “Analyse sur la dynamique électorale de Jean-Luc Mélenchon”, IFOP, marzo de 2012; Alberto Garzón, “Clases sociales e Izquierda Unida: un análisis”, agarzon.net, 7 de febrero de 2016.
[20] En 2012 una clara mayoría de los votantes M5S se autocalificaban como de “izquierda” o de “centro-izquierda”; más del 50 por 100 de ellos habían votado por el PD, Italia dei Valori o Sinistra Arcobaleno en las elecciones anteriores. En 2013 esto había cambiado: un 38 por 100 de los votantes del M5S se consideraban a sí mismos como de “izquierda”, el 22 por 100 de “derecha” y 12 por 100 de “centro”, mientras que un 28 por 100 no daba ninguna respuesta. Véase A. Pedrazzani y L. Pinto, “The Electoral Base”, cit.