Autor: Fernando Manuel Suárez
La historia del socialismo argentino ha sido objeto de disputas y debates académicos. Lo que unos achacan como errores, otro lo entienden como aciertos. Pero si existen debates es porque la larga trayectoria de este moviemiento político ha sido rica y ha marcado, con mayor o menor grado según el contexto, la política del país.
Los orígenes partidarios y la figura de Juan B. Justo
Es un dato concreto el hecho de que la principal producción historiográfica acerca del Partido Socialista argentino está centrada fundamentalmente en sus orígenes y sus primeras décadas de vida. Esto puede ser atribuible a diferentes motivaciones, aunque es indiscutible el peso que tiene ‘el ídolo de los orígenes’ en las explicaciones históricas y en la configuración de las tradiciones políticas. De este modo, se han invertido ingentes cantidades de tinta en reconstruir los primeros pasos del que muchos denominaron el ‘primer partido moderno’ de la Argentina.[1] En esos primeros años se destacó la figura de Juan B. Justo como principal líder partidario y, más significativo aún, como el constructor de un peculiar modo de concebir el socialismo, su teoría y su praxis. El PS argentino originario, y en especial la figura de su líder, se convirtió en el foco principal de la querella historiográfica aludida en el título de este capítulo, particularmente por las frontales críticas que la historiografía revisionista descargó sobre éste.
El interés sobre el socialismo argentino abrevó de diferentes fuentes. El relativo éxito, no necesariamente electoral, que tuvo el PS desde sus inicios en nuestro país se destacaba en un escenario continental en donde las izquierdas en general encontraron muchas dificultades para desarrollarse y, como consecuencia, constituir organizaciones partidarias sólidas. Al celebrado y reconocido triunfo del que fuera ‘el primer diputado socialista de América’ -Alfredo Palacios en 1904- se debe sumar el apreciable influjo que Justo tuvo como teórico socialista sudamericano. Como señala Portantiero:
El socialismo argentino, conducido por la mano firme de Justo y un pequeño grupo de dirigentes que fueron conformando con el tiempo una elite brillante protagonizó una empresa de enorme envergadura que, si bien no pudo trascender salvo ocasionalmente los límites urbanos, tuvo en ese espacio y hasta el advenimiento del peronismo un éxito inusual en el continente.[2]
Ese despliegue de tenor ‘contracultural’ se fundó en un potente desarrollo de instituciones sociales y políticas que, con sus limitaciones, emulaba al gigante europeo que era el Partido Socialdemócrata de Alemania. Al específicamente político desarrollo partidario y sindical se le sumó una decidida tarea de expansión de instituciones propias de la sociedad civil: cooperativas, bibliotecas, ateneos y sociedades barriales, muchas de las cuales sobrevivieron a los vaivenes de la política argentina y pueden ser hallados hoy día en el paisaje urbano de muchas de las principales ciudades del país.
La figura de Justo ha sido colocada en el centro de análisis tanto por deudos como por detractores, si bien alguna literatura reciente ha procurado matizar esa operación que subsume al partido a la impronta de su líder.[3] El liderazgo justista, consolidado tras el congreso partidario de 1908, se consagró como indiscutido durante mucho tiempo y lo configuró en el primer gran prócer del socialismo vernáculo. Ni siquiera las sucesivas rupturas del PS a lo largo del siglo XX configuraron algo así como un ‘anti-justismo’ explícito, esto al menos hasta la consagración de la izquierda nacional y su particular revisionismo.[4] Lo que sí ocurrió, y que es algo relevante para nuestra tesis, a partir de la ruptura de 1958, y quizá perfilado previamente, fue la construcción de diferentes ‘Justos’, una reapropiación de la figura del líder con el objetivo de reactualizarlo y poder mediante su uso imponerse en una disputa intrapartidaria. Martínez Mazzola señala que:
La figura de Justo ha sido colocada en el centro de análisis tanto por deudos como por detractores.
Entre ellos puede diferenciarse entre quienes, desde posiciones cercanas a la mirada del Partido Socialista Democrático, postulan un Justo “liberal” y evolucionista y aquellos que, enfrentados con los primeros, encuentran elementos más nacionalistas y más alejado del positivismo[5]
En tal sentido, tomaremos un ejemplo de cada caso para poner en claro la diferencia de énfasis en la recuperación de Justo que cada sector hacía. Quizá el socialista democrático más emblemático haya sido Américo Ghioldi, líder principal del PS durante los años del peronismo y un acérrimo defensor de las credenciales liberales de su partido. Su Juan B. Justo. Sus ideas filosóficas, sus ideas socialistas, sus ideas filosóficas[6] es probablemente el retrato más acabado de Justo en clave liberal-democrática.[7] En él, con un registro que en ningún momento abandonaba el tono encomiástico, Ghioldi recorría las principales ideas de Justo reivindicando explícitamente su no adhesión al marxismo, o al menos a su ortodoxia, así como su estatura como hombre de la política práctica. El “socialismo democrático y evolutivo” de Justo se erigía en Ghioldi[8] como una alternativa superadora de los esquematismos simplistas del marxismo-leninismo y contra “[…] el fanatismo autoritario y contra la dictadura”[9], en una argumentación de nítido color anti-comunista. El panegírico que monta Ghioldi en torno a la figura de Justo y sus ideas le sirven al dirigente para fundamentar sus disputas contra su adversarios circunstanciales, dentro y fuera del partido, tal y como lo evidencian los sucesivos prólogos incluidos en cada reedición.
El contraejemplo a la semblanza ghioldista que analizaremos es el libro Juan B. Justo. Socialismo e imperialismo de Emilio J. Corbiere.[10] Es evidente, y el autor lo hace explícito, que el trabajo buscaba terciar entre las visiones apologéticas y las críticas despiadadas a las que había sido sometido por parte de los principales intelectuales de la izquierda nacional, procurando “[…] valorar lo positivo y lo negativo de esas experiencias, para que esas lecciones nos sirvan en el presente”.[11] En su reconstrucción, el autor realza un Justo obrerista y antiimperialista, intentando atenuar los aspectos más liberales de su prédica reivindicados, a su vez, por los socialistas democráticos. Sin embargo, las principales confrontaciones historiográficas y políticas del autor no estaban dirigidas contra ese grupo, sino centralmente orientadas a las figuras de la izquierda nacional, a los que tildaba de “frigeristas”. Sostenía que, si bien Justo podía tener aspectos criticables, los autores revisionistas fundaban sus argumentos en la manipulación, la omisión y la distorsión de la trayectoria y las intervenciones del viejo dirigente.
A pesar de las diferencias que los había separado en 1958, tanto los socialistas argentinos como los democráticos reivindicaban a Juan B. Justo y al PS, aunque con énfasis diferentes. En cualquier caso se trataba de una simple y elemental querella por una tradición común, el único prócer partidario inmaculado e irredento que la tradición partidaria conservaba.[12] Distinto es el caso de la historiografía revisionista que abrevaba en la izquierda nacional, que disputaban una tradición de izquierda, que incluía y trascendía al socialismo, pero partiendo de una impugnación sin matiz alguno al PS y a Juan B. Justo. Sus intervenciones intelectuales fueron un insumo fundamental para los posicionamientos que la miríada de organizaciones de la ‘nueva izquierda’ que en la década del sesenta se irguieron como una alternativa duramente crítica de la impotente vieja izquierda representada por el Partido Socialista y el Partido Comunista. Retomaremos de esos autores a dos de sus más característicos representantes: Rodolfo Puiggrós y Jorge Enea Spilimbergo.
Rodolfo Puigróss, de origen comunista, construyó una de las críticas más perdurables al Partido Socialista argentino en las páginas de su célebre obra Historia crítica de los partidos políticos (1986 [1965]).[13] En ese trabajo el autor realizaba un análisis histórico de la Argentina a través de sus expresiones político-partidarias, uno de cuyos tomos –el segundo, al menos en la versión citada- estaba dedicado específicamente a las organizaciones de izquierda y su relación con el ‘problema nacional’. Descartado rápidamente el anarquismo por su irrealidad doctrinaria, el autor se concentró en un minucioso análisis del PS en un tono inconfundiblemente crítico. Allí el autor cuestionaba el carácter liberal del socialismo argentino –“[…] en la línea de los unitarios contra los caudillos y las montoneras, de la “civilización” importada opuesta a la “barbarie” nativa [14]-, su manifiesto carácter anti-espontaneista y anti-popular, pero centralmente su condición de proyecto extranjerizante, ajeno al devenir de la realidad política nacional.[15] En tal sentido, Puiggrós acusaba a los socialistas, a través de la figura de Justo, de realizar un falso traslado mecánico de categorías teórico-políticas concebidas para Europa:
Afirmamos que Juan B. Justo procedía con conciencia colonial, porque quería aplicar a la Argentina la teoría creada por la conciencia de países capitalistas industrializados generalizando los hechos de la realidad de esos países. Era natural que al ser sometida a la prueba de la práctica en la Argentina la teoría fracasara, contratiempo que Justo atribuía a las cabezas vacías de los argentinos[16]
En ese mismo tenor Puiggrós impugnaba el esquematismo justista, así como su realismo ingenuo de cariz positivista explícitamente anti-filosófico y, desde su perspectiva, decididamente anti-marxista, es decir: anti-socialista.[17]
Jorge Enea Spilimbergo, a diferencia de Puiggrós, sí provenía de las filas del socialismo. No obstante ello, su obra más célebre fue una diatriba explícita y virulenta contra Juan B. Justo y su ‘socialismo cipayo’. En sentido claro, el trabajo -menos sometido a los corsés académicos: “Nuestro interés por Justo no es ni histórico ni biográfico”[18] aclara- solapaba su poco matizado análisis sobre el pensamiento del fundador del PS con una ostensible discusión política propia de su contexto de producción. Su libro monográfico, proclive a la adjetivación copiosa y al agravio explícito, se convirtió en un emblema de la visión de la ‘izquierda nacional’ sobre el justismo. En términos generales sostenía valoraciones equivalentes a las de Puiggrós, consideraba que: “Marxistas en su fraseología, los socialistas fundadores adoctrinados por el doctor Justo nunca dejaron de ser auténticos liberales en el peor sentido de la palabra”[19], asimismo juzgaba al PS como un mero “[…] epifenómeno de la penetración imperialista”[20] y cuestionaba su desprecio por los pueblos del interior en lo que consideraba una especie de porteñismo xenófobo teñido de iluminismo. Por otro lado, Enea Spilimbergo utilizaba el rótulo de ‘juanbejustismo’ para descalificar a todas las expresiones de la izquierda: partiendo de Justo, pasando por Victorio Codovilla, hasta Nahuel Moreno.[21] En última instancia, las consideraba réplicas de ese modelo originario, reñido con lo nacional e importador deficitario de esquemas extranjeros, en síntesis: “[…] el juanbejustismo aparece en la última década del siglo pasado como reflejo portuario de la ideología social-imperialista que ya dominaba a los partidos de la II Internacional.”.[22]
Otra operatoria argumentativa usual en este revisionismo se basaba en rescatar figuras pasibles de ser catalogadas de anti-justistas y ejemplares dignos de ser colocados en un panteón alternativo. Las figuras paradigmáticas de este ejercicio crítico eran dos: Manuel Ugarte y Alfredo Palacios, por su “[…] común ambición de conjugar la ideología socialista, en cuanto bandera de la justicia social y liberación del proletariado, con la causa nacional”.[23] Destacadas por su confrontación con la conducción partidaria, ambas figuras serían utilizadas para la querella contra el internacionalismo justista. No obstante ello, el revisionismo siempre prefirió la figura de Ugarte que la de Palacios, dado que este último se reintegraría con plenos derechos a la militancia socialista.[24] De este modo, Manuel Ugarte se erigiría en la figura predilecta alternativa al proyecto justista, porque “[…] mantuvo en alto el estandarte de un nacionalismo democrático y latinoamericanista y de un socialismo criollo”[25] y porque “[…] se constituye en la figura más consecuente de una incipiente corriente nacional dentro del Partido, intentando enraizar el socialismo en la Argentina, imbuyéndolo de una concepción nacional-latinoamericana”.[26]
En otro orden de cosas, la llamada historiografía académica también prestó atención, años después, a la trayectoria del fundador del PS. Entre esos autores, más heterogéneos entre sí, se destacó el abordaje que sobre Justo hicieron José Aricó y Juan Carlos Portantiero.[27] Es preciso aclarar que resulta apresurado, y probablemente erróneo, descartar el interés político de estos autores en recuperar la figura del líder socialista, sin embargo el tono de sus escritos se acercaban mucho más que sus predecesores al registro exigido por los cánones académicos.[28] Tanto Aricó como Portantiero reivindicaban aspectos de los socialistas originarios antes repudiados por los revisionistas, revalorizaban su convicción liberal-democrática, su programa de acción reformista, así como su ambicioso proyecto cultural e institucional. Como señala Silvana Ferreya :
Aricó y Portantiero reivindicaban aspectos de los socialistas como el reformismo y la concepción liberal democrática.
Ambos se concentraron en la figura de Juan B. Justo al considerar que podía constituirse como el ícono de una tradición de izquierda democrática que, lejos de ser denostada por su carácter reformista o cipayo, debía ser reivindicada por constituirse como “el proyecto más coherente de nacionalización de las masas, de incorporación de los trabajadores a la vida nacional y de construcción de una democracia social avanzada, hasta el arribo del peronismo.”[29]
Posteriormente, siguiendo a Ferreya, mucha otra literatura se abocó a los orígenes y los primeros años del Partido Socialista, con particular interés en mostrar la importancia del movimiento obrero organizado y la acción sindical. En ese caso se reflejaba la tensión entre el proyecto partidario de cariz reformista-democrático y el de un partido obrero de nítida identificación clasista y un horizonte revolucionario.[30] En algunos ocasiones, de manera menos explícita que los revisionistas, procuraban resaltar figuras alternativas a Justo que, por diferentes motivos, habían sido ocluidos en la historia partidaria oficial.
Como advertimos, no hemos intentado construir un típico estado del arte sobre las primeras décadas del socialismo en Argentina y la figura de su principal dirigente, por el contrario hemos priorizado aquellas interpretaciones que, por diferentes motivos, formaron parte o entraron en diálogo con otras discusiones específicamente políticas. Sin embargo, muchos de los análisis y críticas retrospectivas al PS fueron inspirados en gran medida por las enormes dificultades que tuvo el partido para convertirse en una opción de mayorías electorales durante todo el siglo XX y, fundamentalmente, la forma en que se relacionó con las principales expresiones políticas del país: el radicalismo y el peronismo. A este tema nos abocaremos en el siguiente punto.
El socialismo argentino y las fuerzas nacional-populares
La sanción de la ley Sáenz Peña fue un quiebre para la política argentina. Su aprobación significó el ocaso del orden conservador y la consolidación de la Unión Cívica Radical como principal fuerza política del país. El socialismo, a pesar del enorme impacto que le representó el triunfo de ese partido amorfo que era el radicalismo, se consolidó como una fuerza de oposición con presencia parlamentaria sostenida, pero con grandes dificultades para trascender los límites de los distritos urbanos y metropolitanos, con contadas excepciones. El período de hegemonía radical fue el momento de apogeo del justismo como matriz de pensamiento dentro del PS, su influjo es explicativo de la forma en que el socialismo se vinculó con el partido fundado por Alem y caracterizó sus acciones.
En sentido general, el PS partía de una visión que cuestionaba de manera genérica algunos rasgos que compartían muchas de las fuerzas políticas a las que se enfrentaba, lo que se fundaba, a su vez, en una autopercepción absolutamente favorable de la propia organización como un partido político moderno, programático y democrático:
Los socialistas se pensaban como el primer y, por el momento, único partido programático; como una fuerza orgánica, lo que les permitía presentarse como un factor de progreso pero también de “orden”[31]
Desde ese punto de vista el socialismo argentino despreciaba a todos sus adversarios políticos, a los que consideraba parte de la ‘política criolla’, herederos y hasta émulos de los conspicuos dirigentes del régimen oligárquico. Esta consideración era utilizada para descalificar al anarquismo, con el que se disputaba el sindicalismo a principio de siglo, como al radicalismo, actor principal de la política partidaria. Citaremos in extenso a Aricó a ese respecto:
La modernización del conflicto social implicaba, por lo tanto, una reconstitución de la clase política de la que el Partido Socialista constituía de hecho el motor impulsor. En una estrategia semejante, no había espacio alguno para la existencia de fuerzas tan vinculadas, según la concepción de Justo, al atraso del país, como eran el radicalismo y el anarquismo, las que, en consecuencia, no eran sino sobrevivencias culturales de un pasado destinado inexorablemente a desaparecer. […] Si el socialismo era un resultado directo de la democracia, y ésta sólo era posible como superación del atraso político de las masas y como conquista de su propia autonomía política y organizativa, todos aquellos movimientos vinculados de algún modo a este atraso debían ser combatidos para que el progreso pudiera abrirse paso. Anarquistas y radicales se convertían en tal modo en obstáculos fundamentales para que el Partido Socialista pudiera desempeñar el papel excepcional de gestación de un sistema político estable, dinámico y permisivo a las exigencias de democratización avanzada.[32]
El propio autor atenúa la responsabilidad adjudicada al PS esgrimiendo que tanto la intransigencia radical como la beligerancia anarquista tampoco contribuían a un entendimiento interpartidario. Lo cierto es que el socialismo, regido por la ‘hipótesis de Justo’, encontró muchas dificultades para trascender el rol de partido de oposición parlamentaria con anclaje centralmente en la Capital Federal. Su ambigua relación con el radicalismo, que tenía un importante componente apriorístico pero que también guardaba cierta correlación con los propios vaivenes del gobierno de Hipólito Yrigoyen, no lo llevaron sin embargo tampoco a aunar fuerzas con los sectores opositores al gobierno.[33] Si bien el socialismo no partía de una posición de intransigencia en materia de acuerdo frentistas, los términos en los que planteaba esa posibilidad –sin negociar ni un solo punto de su propio programa- y sus posicionamientos concretos en las discusiones políticas obturaban esa posibilidad. Esto producía un ‘doble bloqueo’ que obturaba un entendimiento tanto con el oficialismo como con los sectores opositores: “Los socialistas permanecieron “solos contra todos” -como rezaba otra de sus consignas- en una casi imposible tercera posición, rechazando las conspiraciones golpistas y a la vez pidiendo la renuncia de Yrigoyen”.[34]
El interés por el vínculo entre socialismo e yrigoyenismo ha estado notablemente influido por una mirada retrospectiva, y más amplia, centrada en el quehacer político del PS frente a los movimientos políticos pluriclasistas y, a su forma, hegemónicos. Hay una palabra que ha resumido la relación entre el PS y las fuerzas mayoritarios en la Argentina: incomprensión. Ricardo Martínez Mazzola, ampliando y discutiendo las interpretaciones de Aricó y Portantiero, se ha preguntado por la continuidad entre la forma en que el socialismo interpretó, y se vinculó, con el radicalismo, en especial en su versión yrigoyenista, y, posteriormente con el peronismo. En este punto hay un extendido acuerdo entre los autores en que el PS tuvo enormes dificultades para vincularse con movimientos políticos que, aún con ambages, tenían un estrecho vínculo con los sectores populares y una política progresiva para con el movimiento obrero. En este punto la literatura revisionista ha tenido un gran peso interpretativo y, podríamos decir, que gran parte de la investigación académica a este respecto se ha dado a la tarea de atenuar o matizar algunas de las conclusiones desprendidas de esos trabajos previos.
No hay ninguna discusión con respecto a que el surgimiento del peronismo fue un hito crítico para el socialismo vernáculo. El surgimiento de esta fuerza, herencia no deseada el gobierno militar impuesto en 1943, representó para el socialismo argentino no solamente un inédito repliegue electoral sino también un golpe terminal en el campo sindical.[35] Sumado a ello, la interpretación del fenómeno peronista se convirtió en la piedra de toque para todas las organizaciones político-partidarias de la Argentina, y muy especialmente para las fuerzas de izquierda.[36] Este interrogante fue recurrente durante los diez años que el peronismo gobernó el país, pero se volvió decididamente acuciante una vez que fue derrocado por la autodenominada Revolución Libertadora. Esta pregunta trascendía largamente el problema de la caracterización del régimen depuesto, remitía a una cuestión mucho más amplia y problemática: ¿qué hacer con las masas?
El PS tuvo enormes dificultades para vincularse con movimientos políticos que, aún con ambages, tenían un estrecho vínculo con los sectores populares y una política progresiva para con el movimiento obrero.
En términos generales, el socialismo mantuvo algunos puntos de crítica a sus adversarios que nunca abandonó. La más recurrente de ellas era la denuncia permanente al personalismo y la demagogia, interpretados como formatos típicos de la dirigencia política para manipular a los sectores populares y desviarlos de sus intereses objetivos. Ese es, sin dudas, el eje vertebrador que articuló las críticas que el socialismo hacia el radicalismo, primero, y el peronismo, después. Sin embargo, la continuidad entre uno y otro proceso no resulta tan evidente en términos históricos. La forma en que se interprete el grado de continuidad entre uno y otro proceso signó gran parte de las interpretaciones y, ligado a eso, las conclusiones a las que se arribaron.
En el caso del revisionismo de izquierda la respuesta es clara. Es evidente que para esta perspectiva la postura del socialismo frente al peronismo era una consecuencia directa de la visión justista, un efecto inevitable de una doctrina extranjera transferida acríticamente a la política nacional. Es más, probablemente gran parte de la agenda de investigación, y los juicios sucedáneos, sobre Juan B. Justo que indagamos anteriormente estuvieran inspirados por la forma en que la izquierda se vinculó con el peronismo. En ese sentido, es elocuente la posición de Rodolfo Puiggrós:
Hay tres constantes en la política argentina contemporánea sumamente significativas:
- Los políticos e intelectuales liberales (los socialistas entre ellos) han sido golpistas frente a los gobiernos de origen popular y antigolpistas en defensa de gobiernos nacidos de usurpación y fraude.
- Los momentos de máximo acercamiento entre los dirigentes izquierdistas coincidieron con su oposición a conjunta a gobiernos populares.
- En la lucha contra el movimientos nacionalista popular, los dirigentes socialistas y comunistas integraron el resto de los liberales frentes de acción común, de los cuales ha quedado como modelo clásico la Unión Democrática.[37]
En la concepción del ex-dirigente comunista el Partido Socialista sólo abandonó su sectarismo, rubricado en una prédica del ‘todos son lo mismo’, para desembocar llanamente en una política de entendimiento con los sectores anti-populares. Pero ese movimiento estaba engendrado en la “autosificiencia moral” del justismo, “ese pecado original del que nunca se redimieron”.[38] En la misma línea, Jorge Abelardo Ramos señalaba que el socialismo de trasplante justista, tributario del mitrismo, se “[…] convirtió en el “ala izquierda” del patriciado conservador y en el mayor enemigo del radicalismo”.[39]
La historiografía partidaria, por su parte, estuvo atravesada por las tensiones políticas propias del período. El extendido consenso, aparentemente unívoco y sin fisuras, de oposición al peronismo, alimentado por una lectura en clave anti-fascista que se había apuntalado durante toda la década del 30, logró disimular durante un tiempo las diferencias que se habían generado en el seno partidario.[40] A las resonantes salidas de los sindicalistas Ángel Borlenghi y Atilio Bramuglia, para ocupar importantes posiciones en el gobierno de Perón, se le sumaron las expulsiones de importantes dirigentes como Dardo Cúneo y Enrique Dickmann. La unidad en torno a un antiperonismo cerrado y de oposición frontal, con el protagonismo indiscutible de Américo Ghioldi, logró contener por un tiempo ciertas disidencias con respecto al desplazamiento del PS hacia posturas decididamente liberal-republicanas.[41]
La versión ghioldista con respecto al peronismo se convertiría en el paradigma del ‘antiperonismo radicalizado’ y, luego de la ruptura de 1958, en el rasgo ideológico predominante en el nuevo Partido Socialista Democrático.[42] En De la tiranía a la democracia social (1956) Ghioldi ratificaba la continuidad entre la visión política de Juan B. Justo, a la que le atribuía un carácter profético, y la lucha del socialismo contra Perón. Consideraba precursora la crítica de Justo a los caudillismos, su posición contra los mesianismos y la violencia, y su compromiso inquebrantable con la democracia –de forma y contenido-.[43] Afirmaba Ghioldi: “A esas enseñanzas hay que llegar para comprender por qué los socialistas, solidarios con la República, se levantaron contra la tiranía y apartaron de sus filas a los pocos que, confundidos o concupiscentes, se colocaron del lado de los opresores”.[44] En esa intervención revalidaba su interpretación del peronismo como un fenómeno totalitario y tiránico que lo había erigido como el “contradictor continuo de Perón”.[45]
Avanzada la década del 50 las voces disonantes contra la conducción ghioldista comenzaron a multiplicarse y las contradicciones internas a manifestarse con mayor virulencia hasta plasmarse en una fractura partidaria que, por primera vez en la historia, hizo desaparecer el sello del Partido Socialista.[46] Los sectores disidentes, mayoritarios en 1958, manifestaron su oposición a la ‘hipótesis de Ghioldi’ y a reivindicar a un Justo decididamente marxista y pro-obrero, contrario a la imagen edulcorada promovida desde el sector adversario.[47] La unidad del Partido Socialista Argentino se sustentaba, de similar forma a la que el propio PS lo había hecho durante el peronismo, en una especie de ‘anti-ghioldismo’ que lo congregaba. Sin embargo, las disidencias internas tardaron poco en manifestarse y provocar una verdadera diáspora en sus filas. No obstante ello, la lectura común interpretaba la posición de Ghioldi como un desviacionismo liberal con respecto a la posición de Justo, “en su esencia, el planteo consistía en volver a un socialismo puro y correcto, científico y marxista, que habría sido deformado por el reformismo liberal de Américo Ghioldi”.[48] En las páginas de La Vanguardia de enero de 1961 se podía observar con detalle este argumento:
Los que fueron sus compañeros en el quehacer político diario y algunos intelectualoides pedantes y presuntuosos, todos ellos felizmente segregados de nuestras filas, nos han dado adrede una visión deformada de un Justo positivista y reformista en la peor acepción del vocablo. Esta ubicación filosófica de Justo está alejada de la realidad. Justo fue marxista. La vertebración de su pensamiento, así como su tensa acción militante, están ensambladas en los principios fundamentales del socialismo científico de Marx y Engels. Precisamente la adecuación a la nuestra realidad histórico social […] encaja perfectamente en la correcta interpretación del materialismo histórico y de la teoría de la praxis que constituye el soporte de nuestra doctrina[49]
Recapitulando, está claro que la relación entre el socialismo y los movimientos políticos de masas significó un mojón fundamental en la historia partidaria y de las izquierdas. En términos de Aricó, el socialismo de raíz justista sentía un “[…] menosprecio […] por las formas concretas que asumía en Argentina la incorporación de las masas populares a la lucha política, formas obsesivamente identificadas con la incultura y el atraso […]”[50], y esto derivaba es una interpretación paternalista e iluminista de la política que lo llevó a una oposición frontal hacia el radicalismo yrigoyenista. En la misma línea Martínez Mazzola analiza que para Justo: “[…] el “radicalismo criollo” representaba la quintaesencia de la confianza autoritaria e ingenua en la eficacia mágica de la autoridad política”.[51] Sin embargo, el autor reconoce algunos matices en la interpretación que el socialismo hacía del gobierno radical, con vaivenes que llevaron más a su aislamiento político que a una postura irreductiblemente opositora.
Si bien Martínez Mazzola ensaya una idea de continuidad entre la relación de socialismo frente a los ‘dos populismos’, pero también encuentra diferencias sustanciales. Es decir, la matriz interpretativa con el que el socialismo rechazaba a los dos gobiernos era común: los evaluaba como demagógicos y, cada uno a su modo, autoritarios. Sin embargo, según el autor, la forma en que el socialismo caracterizó al peronismo estuvo atravesada por una serie de reposicionamientos políticos. Del repudio a la ‘política criolla’ se pasó a un civismo antifascista genérico, inspirador explícito de la coalición pluripartidaria Unión Democrática, para luego derivar en un anti-totalitarismo llano. Para Martínez Mazzola la interpretación del peronismo fue más lineal y simplista que la que el socialismo hizo del yrigoyenismo, en una deriva que se tornó en un genérico anti-totalitarismo, es decir: anticomunista y anti-estatista.[52] En la misma línea, Carlos Herrera sostiene: “Si ciertos componentes autoritarios y dictatoriales despuntaban tempranamente en el régimen peronista, Ghioldi iba a esencializarlos, a absolutizarlos. La hipótesis se torna hipóstasis”.[53]
De este modo, la postura duramente antiperonista del socialismo ghioldista, eficaz para mantener unido al PS hasta 1955, vio erosionada su efectividad a medida que las promesas de la Revolución Libertadora eran incumplidas. La incapacidad de las organizaciones políticas no-peronistas, especialmente las de izquierda, para reconquistar a las masas peronistas huérfanas de su líder pusieron en crisis todo un conjunto de actores atónitos que habían harto subestimado el arraigo del peronismo entre los sectores populares y habían confiado ingenuamente en una reintegración política sin grandes contratiempos. La extendida crisis de legitimidad que atravesó la política argentina, con un intervencionismo militar cada vez más recurrente, contribuyó a agigantar la figura del líder exiliado y a precipitar una reconfiguración profunda de las identidades político-partidarias. Este proceso afectó fuertemente a las organizaciones de izquierda que vieron emerger de su seno expresiones combativas y críticas: la ‘nueva izquierda’.
La diáspora socialista y la emergencia de la ´nueva izquierda’
El último punto de nuestro recorrido historiográfico se ancla en el contexto que antecede la fundación del Partido Socialista Popular, nuestro objeto de interés. Es mucha la literatura, académica y política, que ha dado cuenta de las particularidades del proceso político argentino durante las décadas del 60 y el 70 como un período de profundas transformaciones culturales, sociales y políticas. La inestabilidad política endémica de la democracia argentina se potenció en un período signado por la proscripción de la principal expresión política del país y una cada vez más recurrente intervención de los militares en la arena política. Este proceso combinó la labor de gobiernos débiles, sometidos a presiones corporativas cada vez más intensas, en un marco de notables cambios políticos a escala planetaria. El resultado fue un escenario en las que los gobiernos civiles mostraban muchas dificultades para responder a las demandas del peronismo proscripto y, al mismo tiempo, la injerencia cada vez más directa de las Fuerzas Armadas que pasaban del tutelaje ‘pretoriano’ a la intervención sin más.
La contraparte de ese régimen de ‘democracia limitada’ con un notable espiral autoritario ascendente fue el proceso de radicalización política que atravesó a la sociedad en aquellos años.[54] Si bien es preciso ser prudentes con respecto a la definición y los alcances de tal ‘radicalización política’, lo cierto es que durante esos años tuvieron lugar una serie de procesos y acontecimientos políticos que justifican tal caracterización, el más importante de ellos probablemente haya sido el ‘Cordobazo’. Dicha radicalización estuvo caracterizada por la consolidación de un sector del sindicalismo que comenzó a diferenciarse de los sectores ‘burocratizados’ y, en particular, por la emergencia de un activismo político juvenil novedoso. Estos jóvenes provenían, por lo general aunque no exclusivamente, de las clases medias y habían sido llevados a la ‘militancia’ en gran medida inspirados por el movimiento cultural que esplendió en el ámbito intelectual y universitario una vez que el efímero consenso que unió a los sectores antiperonistas en 1955 comenzó a diluirse fruto de sus propias tensiones internas.[55] A las especificidades del proceso argentino se le sumaban procesos exógenos que también tendrían su impacto, por otro lado, esa radicalización tuvo lugar, con sus matices, en gran parte del mundo occidental.
Todos estos procesos generales impactaron directamente en un Partido Socialista demasiado comprometido con la Revolución Libertadora. El PS vivió durante la segunda mitad de la década del 50 una considerable ampliación de su militancia juvenil –predominantemente universitaria- y, al mismo tiempo, un recrudecimiento de sus conflictos internos acallados hasta entonces por el consenso antiperonista.[56] La conflictividad interna se acentuó, en parte fogoneada por los sectores juveniles descontentos con el rumbo partidario, pero protagonizada centralmente por la primera plana dirigencial (Blanco, 2005).[57] La cuestión peronista parecía un factor menos definitorio, a pesar de estar en el centro del debate, que el compromiso creciente que el ghioldismo mostraba con el gobierno golpista y los embates que sufría esta posición por parte de estos sectores de izquierda. El ‘antiperonismo radicalizado’ de Ghioldi era cuestionado más por las consecuencias tácticas que tenía en materia partidaria que por sus diagnósticos políticos y sociales.
Esa lectura común contra la deriva ghioldista aunaba a un grupo heterogéneo de dirigentes que incluía tanto a veteranos dirigentes, como Alfredo Palacios, Ramón Muñiz y Alicia Moreau de Justo, como a jóvenes militantes, que encontraban diferentes motivaciones para oponerse al grupo adversario. Como explica Blanco:
En efecto, la “ruptura del consenso antiperonista” propiciada por los “izquierdistas” no implicó uniformidad de opiniones. En los alineamientos de los militantes y dirigentes socialistas a las dos fracciones partidarias concurrieron motivaciones de orden político-ideológico, generacionales y también vinculadas a disputas personales[58]
En principio, los miembros más antiguos compartían en términos generales su experiencia frente al peronismo. En tal sentido, lo que para los miembros más longevos implicaba una autocrítica profunda y la ruptura con sus antiguos compañeros de ruta, para los más jóvenes esto tomaba la forma de una simple impugnación intergeneracional sin mayores costos.
La ruptura partidaria se consumó en el año 1958 escindiendo al partido en dos, uno bajo conducción de Jacinto Oddone –que sería sucedido por Juan Antonio Solari-, a la postre Partido Socialista Democrático (PSD), y otro cuya secretaría general detentaba Ramón Muñiz, luego Partido Socialista Argentino (PSA). El PSD mantuvo casi sin modificaciones su línea programática y su plana mayor hasta la década de 1980. Por su parte, el PSA encontró muchas dificultades para reconvertir su discurso anti-ghioldista en una posición proactiva y, a la vez, contener los ostensibles diferendos internos que incubaba, a pesar de un extendido consenso inicial contra el gobierno de Frondizi.[59] La izquierda en general, y el socialismo en particular, sufrió los efectos de una ebullición ideológica, alimentada por una profunda transformación político-cultural a escala planetaria, que ya para 1961 había provocado una nueva fractura partidaria. El Partido Socialista de Vanguardia se convertiría en una de las muchas expresiones disidentes y críticas del rumbo adoptado por la izquierda tradicional argentina.
Una de las fórmulas utilizadas para caracterizar a las múltiples organizaciones, por lo general juveniles, radicalizadas fue la denominación de ‘nueva izquierda’. Esta concepción parte del supuesto de englobar a un conjunto heterogéneo de organizaciones políticas cuya actividad se desarrolló entre 1955 y 1976, con particular énfasis en el período inaugurado por la Revolución Argentina en 1966 y que tuvo como punto de inflexión al ‘Cordobazo’ en 1969. Esta noción, que bien podría ser restringida sólo a las organizaciones que optaron por la vía armada, puede ser considerada en sentido más amplio como:
[…] el conjunto de fuerzas sociales y políticas que, a lo largo de dos décadas, protagonizó un ciclo de movilización y radicalización que incluyó desde el estallido social espontáneo y la revuelta cultural hasta el accionar guerrillero, y desde la eclosión de movimientos urbanos de tipo insurreccional al surgimiento de direcciones clasistas en el movimiento obrero[60]
Esta miríada de organizaciones, agrupaciones, grupúsculos y corrientes, de diversa raíz ideológica e identitaria, coincidieron en un repudio extendido al régimen sociopolítico vigente hasta el momento que, sobre todo a partir de 1966, adoptaría un carácter férreamente represivo. Esta situación adversa dotó de cierta uniformidad contestataria a esta conjunto de organizaciones que, por lo demás, mostraban notables diferencias entre sí. Es decir que esta nominación engloba a una serie de organizaciones de izquierda que asumieron un formato discursivo radicalizado común, sobre la base de una crítica a la actuación de las expresiones partidarias socialistas y comunistas argentinas y una profunda reconsideración del papel jugado por el peronismo en la historia nacional. Estos dos aspectos articulatorios definen en términos generales a esta ‘nueva izquierda’ que, a pesar de estos rasgos comunes, exhibiría no sólo una enorme heterogeneidad sino también una significativa fragmentación. En efecto, el gobierno autoritario inaugurado en 1966, que mostraba un inédito celo represivo y un inocultado afán de control social, operó como caldo de cultivo para todas estas expresiones políticas que habían surgido en esa coyuntura se consolidaran y actuaran, a pesar de sus diferencias, con un adversario común que les daba cierta cohesión. El declive de la “Revolución Argentina” y la reapertura democrática comandada por Lanusse reconfiguró este escenario, y más aún cuando el peronismo, primero con Cámpora y luego con el retorno de Juan Domingo Perón, se convirtió nuevamente en el eje vertebrador indiscutible de la política argentina. Las diferencias entre los sectores se agudizaron y los matices se convirtieron en abismos.
En tal sentido, la matriz común resulta inteligible. Es indiscutible la influencia que tuvo la Revolución Cubana (1959) como un proceso que sirvió para redefinir a la izquierda vernácula, así como el efecto producido por una revisión generalizada de las ideas marxistas a la luz de las obras de Lev Trotsky, Mao Tse Tung y el propio Ernesto Guevara. Asimismo, la reinterpretación en clave ‘dependentista’ y antiimperialista de los procesos políticos sería clave en la reactualización de la cultura de izquierda. Los cambios también alcanzaron al mundo católico a raíz del enorme impacto que tuvo el Concilio Vaticano II y sus efectos tanto en aspectos doctrinarios como litúrgicos que se impactaron en diferentes movimientos políticos y sociales, como por ejemplo los llamados “Sacerdotes por el tercer mundo”.[61] No obstante ello, resulta difícil ponderar la influencia que cada uno de estos factores tuvo entre los grupos radicalizados.
Resulta claro que las urgencias para reinterpretar el fenómeno peronista hicieron eclosión con una profunda renovación de las ideas de izquierda. Esto derivó en una variedad de organizaciones que aún sobre un sustrato común de presupuestos -“un lenguaje y un estilo políticos compartidos”[62]– adoptó respuestas significativamente diferentes. En cada caso, el diagnóstico “revisionista” común con respecto al peronismo mostró, sin embargo, divergencias sustantivas en las respuesta políticas, tácticas y estratégicas, que cada organización dispuso.[63] Lo mismo ocurrió con las interpretaciones heterodoxas y las operaciones de hibridación que cada organización llevó a cabo a partir de referencias teórico-políticas comunes, como eran, por ejemplo, Lenin o Mao Tse Tung. A la división más clara, que dividió a aquellas organizaciones que optaron por la vía armada de aquellas que no, se le sumaban así una variedad de diferendos de corte teórico que condujeron y alimentaron la fragmentación extrema de los grupos de izquierda, en especial de los no-peronistas.[64]
Las urgencias para reinterpretar el fenómeno peronista hicieron eclosión con una profunda renovación de las ideas de izquierda. Un sector del socialismo apostó por esa reinterpretación.
Otra dificultad para reconocer los límites de la llamada ‘nueva izquierda’ en sentido amplio -o, en sentido más estricto, fijar los parámetros de inclusión/exclusión- tiene que ver con la forma en que todas las organizaciones políticas tradicionales o ‘moderadas’ de la época, incluso algunos sectores militares, adoptaron también a su modo consignas, propuestas y retóricas políticas también radicalizadas. Las visiones estatistas e intervencionistas de la economía tuvieron un extendido arraigo entre la dirigencia partidaria, así como la simpatía por el gobierno socialista de Salvador Allende en Chile o el del militar nacionalista Velasco Alvarado en el Perú. Asimismo se multiplicaron los espacios de cooperación interpartidario que mostraban una vocación conjunta contraria a las organizaciones armadas, pero con un programa de transformaciones profundas. En tal sentido reflexiona De Amézola:
Algo se había modificado en el punto de articulación entre lo real, lo simbólico y lo imaginario en las percepciones con las que la sociedad pretendía explicarse la realidad social. El eje se había desplazado a la izquierda y el imaginario político se había modificado lo suficiente como para que un discurso resultara atractivo para la opinión pública sólo si tenía connotaciones que, en un sentido amplio, podrían calificarse de izquierdistas.[65]
Para las organizaciones de origen socialista, la de 1961 fue sólo la primera de muchas ramificaciones, rupturas y desavenencias que se sucedieron con posterioridad. El extendido repudio a la izquierda tradicional, centralmente por su incomprensión de los fenómenos populares, no fue suficiente para mantener unida a una organización con una tendencia casi inmanente a la división. No obstante ello, la fundación del Partido Socialista Popular en 1972 sería el primer intento, en gran medida trunco, motorizado por la dirigencia de poner un coto a la tendencia centrífuga que se había activado dentro del universo socialista a partir de 1958. Resultado híbrido de organizaciones semejantes a la ‘nueva izquierda’ y una vieja estructura partidaria, el PSP capearía sus primero años en una puja por delinear su perfil identitario.
A modo de conclusión
Hemos recorrido tres núcleos problemáticos claves en la historia del socialismo con el objetivo de confrontar interpretaciones sobre ellos. Hemos evitado tanto la descripción histórica como la simple enumeración de autores tratando de mostrar al menos una parte de las diversas visiones que existen sobre el pasado socialista. En tal sentido, nos pareció central dar cuenta de las discusiones en torno a los orígenes del PS y la figura de su fundador. En segundo lugar, pusimos en el centro la difícil relación entre el socialismo y el populismo. Finalmente, pusimos el foco en el proceso de surgimiento de la ‘nueva izquierda’ y momento crítico en la diáspora que sufrió el PS desde sus orígenes.
Sobre esos tres ejes procuramos solapar permanentemente las interpretaciones académicas con aquellas de un cariz más bien político con la intención de confrontarlas entre sí y, en alguna medida, otorgarles un status equivalente. Esta decisión nos permite revisar las discusiones historiográficas con un doble registro, considerando tanto las interpretaciones per se, por su aporte al conocimiento, como por su impacto en la discusión político-partidaria en sí. Para el caso del socialismo es notable observar como esas fronteras se muestran porosas, es decir que la distinción entre uno y otro tipo de abordaje se vuelve en algún punto irrelevante dado el cariz que asumió cada uno de los abordajes. Quizá esta indistinción da muestra de las propias características del campo académico de entonces, pero esto no debe ser óbice para destacar esa fluida circulación de saberes e interpretaciones.
Este somero recorrido lo hemos hecho con el objetivo de poner de relieve algunos hitos históricos cuya interpretación sigo siendo nodal para la configuración identitaria del socialismo en la actualidad. La configuración de una tradición política requiere fundamentalmente de operaciones de selección, omisión y articulación de un periplo histórico mediado por interpretaciones y lecturas de esos acontecimientos. El lugar de esa tradición en el socialismo resulta fundamental dado que es la única operación posible que permite dar unicidad a algo que en su pasado reciente no mostró más que dispersión. La conjunción inestable, no exenta de tensiones, de algunas de esas interpretaciones dio forma a la tradición socialista tal y como la conocemos en la actualidad. Esto no obtura que en el futuro las relecturas habiliten otra forma de articulación y la tradición socialista sea recuperada desde una perspectiva difererente.
Sobre el autor: Fernando Manuel Suarez es Profesor en Historia por la Univerdad nacional de Mar del Plata (UNMdP). Acutalmente cursa la Maestría y el Doctorado en Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Becario doctoral del CONICET con lugar de trabajo en el Centro de Estudios Históricos (CeHis) de l Universdad Nacional de Mar del Plata y miembro del grupo de investigación “Actores y poder en la Argentina, siglo XX”. Se especializa en la historia del socialismo en la Argentina.
[1] Cfr. Portantiero, Juan Carlos (1999). Juan B. Justo. Buenos Aires, FCE y Berenzstein, Sergio (1991). Un partido para la Argentina moderna. Organización e identidad del Partido Socialista (1896-1916). Buenos Aires, CEDES
[2] Portantiero, Juan Carlos, op. cit., p. 9
[3] Martínez Mazzola, Ricardo (2009). El Partido Socialista y sus interpretaciones del radicalismo argentino (1890-1930). Tesis Doctoral inédita, Universidad de Buenos Aires.
[4] Tanto el revisionismo como otra literatura de izquierda han procurado realzar figuras alternativas a Justo como expresiones truncas dentro del socialismo argentino, tal es el caso de Germán Avé Lallémant, Manuel Ugarte, Enrique del Valle Iberlucea e incluso Alfredo Palacios. Sin embargo, y a pesar de todos haber sido marginados por el partido, ninguno de ellos esbozó alguna crítica puntual contra Justo, más allá de algunas menciones elípticas y aisladas contra la ‘conducción partidaria.
[5] Martínez Mazzola, Ricardo (2009), op. cit., pp. 7-8.
[6] Ghioldi, Américo (1964 [1933]). Juan B. Justo. Sus ideas históricas, sus ideas socialistas, sus ideas filosóficas. Buenos Aires, Ediciones Motserrat.
[7] En esa misma clave, pero en con una vocación más descriptiva y analítica, podemos ubicar a los trabajos más recientes de Luis Pan o Carlos Rocca, ambos también dirigentes del Partido Socialista Democrático y muy cercanos a Ghioldi. Ver Rocca, Carlos (1998). Juan B. Justo y su entorno. La Plata, EDULP y Pan, Luis (1991). Juan B. Justo y su tiempo. Buenos Aires, Planeta.
[8] Ghioldi, Américo, op. cit., pp. 15-16
[9] Ibídem, p. 25
[10] Corbiere, Emilio J. (1974). Juan B. Justo: Socialismo e Imperialismo. Buenos Aires, s/e. Curiosamente Emilio Corbiere formaba parte también del Partido Socialista Democrático, pero representaba a un sector disidente a la conducción partidaria y, para 1974, terminó alejándose de ese espacio para confluir junto a otros varios dirigentes en la Confederación Socialista Argentina (Moreau de Justo, 1983).
[11] Corbiere, Emilio J., op. cit., p. 13
[12] No es que el Partido Socialista no tuviera otras figuras de renombre para reivindicar, sin embargo muchos de ellos habían sobrevivido lo suficiente para formar parte de la decisiva división de 1958 entre Partido Socialista Democrático y Partido Socialista Argentino. Tal es el caso, por ejemplo, de Alfredo Palacios, primer diputado y figura emblemática del socialismo argentino, o Nicolás Repetto, discípulo dilecto de Justo y protagonista central de la historia partidaria.
[13] Puiggrós, Rodolfo (1986 [1965]). Historia crítica de los partidos políticos. Buenos Aires, Sudamericana.
[14] Ibídem, p. 42
[15] Puiggrós filiaba el pensamiento de Juan B. Justo a la posición ‘revisionista’ del alemán Eduard Bernstein, en un doble movimiento que lo colocaba Justo como europeísta y, a su modo, antimarxista. Sin embargo, esta asociación ha sido cuestionada y rechazada por varios autores. Por ejemplo, Aricó, José María (1999). La hipótesis de Justo. Escritos sobre el socialismo en América Latina. Buenos Aires, Sudamericana objetaba esta asociación, señalando que la perspectiva justista, que contaba con una batería plural de influencias doctrinarias y políticas europeas, estaba mucho más cercana a la visión del dirigente francés Jean Jaurés.
[16] Puiggrós, Rodolfo, op. cit., p. 53
[17] Rodolfo Puiggrós juzgaba de gravedad la liviandad con que Juan B. Justo despreciaba el pensamiento filosófico en general, y el materialismo dialéctico en particular. Su realismo ingenuo radicalizado, fundado en una convicción férrea en el valor de la ciencia y la evolución humana, era para Puiggrós una marca indeleble de la incapacidad del socialismo justista para comprender la realidad política vernácula. En tal sentido, en un ataque explícito al citado Américo Ghioldi, Puiggrós señalaba: “[…] los discípulos de Justo educaron a sus partidarios en un socialismo antimarxista o, lo que es lo mismo, en un socialismo antisocialista”.
[18] Enea Spilimbergo, Jorge (1969). El Socialismo en la Argentina. Del socialismo cipayo a la izquierda nacional. Buenos Aires, Ediciones del Mar Dulce, p. 9
[19] Ibídem, p. 43
[20] Ibídem, p. 23
[21] Al inicio de la segunda edición de su Juan B. Justo y el socialismo cipayo Enea Spilimbergo, op. cit., p. 9 planteaba que su interés estaba en saber “[…] por qué sus “enemigos” terminaban recorriendo la misma órbita que el maestro”. Según el autor, los críticos del socialismo argentino, sus expresiones disidentes por izquierda, habían evadido el núcleo del problema: la cuestión nacional y, por ello, “[…] las tendencias centrales del juanbejustismo de regeneran en ellos”. De esa manera, y una vez colocadas todas las preseas negativas a la figura del líder socialista, utilizaba el epíteto ‘justista’ o ‘discípulo de Justo’ para descalificar a diferentes expresiones de la izquierda argentina, desde el Partido Comunista hasta a Nahuel Moreno, líder del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). Se puede detectar también aquellos segmentos con los que Emilio Corbiere discute en su libro, así como algunas alusiones tácitas al autor antes analizado
[22] Enea Spilimbergo, Jorge, op. cit., p. 107
[23] Ibídem, p. 65
[24] En ese sentido, por ejemplo, Alberto Guerberof (1985). Izquierda Colonial y Socialismo Criollo. Buenos Aires, Ediciones del Mar Dulce, p. 10 expresará: “Alfredo Palacios, por su parte, capitulará una y otra vez ante el juanbejustismo, y su nacionalismo juvenil quedará reducido a mera retórica, cuando no a oropel ideológico de las peores empresas oligárquicas”.
[25] Ídem
[26] Galasso, Norberto (1984). Manuel Ugarte: un argentino “maldito”. Buenos Aires, Ediciones del Pensamiento Nacional, p. 18
[27] Aricó, José María, op. cit. y Portantiero, Juan Carlos, op. cit.
[28] José Aricó y Juan Carlos Portantiero habían formado parte en su juventud del Partido Comunista y, una vez expulsados, animaron la publicación de izquierda Pasado y Presente. Protagonistas de la intelectualidad crítica en la década del sesenta y del setenta, partieron al exilio una vez que la represión estatal se volvió virulenta. En el exilio en México coincidieron con un conjunto heterogéneo de militantes e intelectuales latinoamericanos, desde allí publicaron la emblemática revista Controversia que se convirtió en una plataforma para la discusión de las ideas de izquierda en un contexto de profunda autocrítica y ajuste cuentas. Es mucha la literatura que se ha abocado al periplo de estos intelectuales y su viraje a posiciones más socialdemócratas, en donde podemos ubicar su interés en la figura señera de Juan B. Justo. Ver Martínez Mazzola, Ricardo (2015). “Intelectuales en busca de una tradición. Aricó y Portantiero lectores de Juan B. Justo” ”, en: Lazzeretti, Alfredo Remo y Suárez, Fernando Manuel (coordinadores), Socialismo & Democracia. Mar del Plata, EUDEM
[29] Ferreyra, Silvana (2011). “Socialismo y peronismo en la historiografía sobre el Partido Socialista”, en: Prohistoria, Nº 15, p. 9. La cita textual incluida en la cita de Silvana Ferreyra corresponde al prólogo que Juan Carlos Portantiero hace a la edición de 1999 de La hipótesis de Justo de José Aricó.
[30] Camarero, Hernán y Herrera, Carlos Miguel (editores) (2005). El Partido Socialista en la Argentina. Buenos Aires, Prometeo
[31] Martínez Mazzola, Ricardo, op. cit., p. 235
[32] Aricó, José María, op. cit., pp. 112-119
[33] Cfr. Martínez Mazzola, Ricardo (2010). “Socialismo y populismo, los comienzos de una relación conflictiva. La mirada del socialismo argentino sobre la Unión Cívica Radical (1890-1930)”, en: Anuario del Centro de Estudios Históricos “Prof. Carlos S. A. Segreti”, año 10, Nº 10, pp. 211-230.
[34] Martínez Mazzola, Ricardo (2010), op. cit., p. 238. Esta postura precipitaría la ruptura de un sector partidario, predominado por dirigentes jóvenes y con proyección, que en 1927 fundaría el Partido Socialista Independiente (PSI) con la firme decisión de colaborar con los sectores anti-yrigoyenistas. Electoralmente este sector disidente obtuvo buenos resultados en la Capital Federal, derrotando con contundencia al Partido Socialista ‘oficial’ y reduciendo al mínimo su representación parlamentaria. Los principales dirigentes de esta escisión eran Federico Pinedo y Antonio de Tomaso, quienes detentaron importantes cargos en el gobierno de Agustín P. Justo.
[35] García Sebastiani, María (1997). La oposición política al peronismo. Los partidos políticos en la Argentina entre 1943 y 1951. Tesis doctoral, Universidad Complutense de Madrid.
[36] Altamirano, Carlos (2011). Peronismo y cultura de izquierda. Buenos Aires, Siglo XXI.
[37] Puiggrós, Rodolfo, op. cit., pp. 71-72
[38] Ibídem, p. 70. Señala con mucha claridad Silvana Ferreyra, op. cit., p. 52: “[…] para los autores de la “izquierda nacional” desde sus orígenes el socialismo había sido un aliado de los conservadores y la oligarquía, la izquierda socialista consideraba que el partido había virado hacia la derecha después del peronismo y, especialmente, a partir de su participación en la “revolución libertadora”. La operación historiográfica de los autores de la “izquierda nacional” podría definirse como la retroversión de un presente dominado por el ghioldismo hacia los orígenes partidarios. En última instancia, desde su visión, el Partido Socialista Democrático no sería una muestra de la derechización partidaria si no una manifestación caricaturesca de algo que se venía incubando desde los inicios”
[39] Ramos, Jorge Abelardo (1990). Breve historia de las izquierdas en la Argentina. Buenos Aires, Editorial Claridad, p. 23
[40] Ver Bisso, Andrés (2002). “De Acción Argentina a la Unión Democrática. El civismo antifascista como prédica y estrategia partidaria del Socialismo Argentino (1940-46)”, en: Prismas. Revista de historia intelectual, Nº 6 y Bisso, Andrés (2005). Acción Argentina. Un antifascismo nacional en tiempos de guerra mundial. Buenos Aires, Prometeo.
[41] Martínez Mazzola, Ricardo (2011). “Nacionalismo, peronismo, comunismo. Los usos del totalitarismo en el discurso del Partido Socialista Argentino (1946-1953)”, en: Prismas, Nº 15
[42] Spinelli, Estela (2005). Los vencedores vencidos. Buenos Aires, Biblos.
[43] Ghioldi, Américo (1956). De la tiranía a la democracia social. Buenos Aires, Ediciones Gure.
[44] Ibídem, p. 11
[45] Altamirano, Carlos (2001). Bajo el signo de las masas, 1943-1973. Buenos Aires, Ariel, p. 30
[46] Desde la fractura que escindió al Partido Socialista Democrático (PSD) y al Partido Socialista Argentino no se utilizó el nombre de Partido Socialista sin aditamentos hasta el año 2002 cuando, tras años de negociaciones e intentos frentistas, el PSD se fusionó con el Partido Socialista Popular.
[47] Herrera, Carlos Miguel (2005). “¿La hipótesis de Ghioldi? El socialismo y la caracterización del peronismo (1943-1956)”, en: Camarero, Hernán y Herrera, Carlos Miguel (editores): El Partido Socialista en la Argentina. Buenos Aires, Prometeo
[48] Vazeilles, José (1967). Los socialistas. Buenos Aires, Jorge Álvarez, p. 178
[49] La Vanguardia, Nº 13.709 citada en Ibídem, pp. 178-9
[50] Aricó, José María, op. cit., p. 118
[51] Martínez Mazzola, Ricardo (2010), op. cit., p. 219
[52] Martínez Mazzola, Ricardo (2011). “La ciencia frente a la esfinge. Las interpretaciones socialistas del populismo en la Argentina”, en: Intersticios de la política y la cultura latinoamericana: los movimientos sociales, Nº 1
[53] Herrera, Carlos, op. cit., p. 365
[54] Ver Tortti, María Cristina (2014). “La nueva izquierda argentina. La cuestión del peronismo y el tema de la revolución”, en: Tortti, María Cristina (directora): La nueva izquierda argentina (1955-1976). Socialismo, peronismo y revolución. Rosario, Prohistoria.
[55] Cfr. Terán, Oscar (1991). Nuestros años sesenta. Buenos Aires, Puntosur; Tortti, María Cristina, op. cit.; Sigal, Silvia (1991), Intelectuales y poder en la década del sesenta. Buenos Aires, Puntosur.
[56] Blanco, Cecilia (2000). “El partido socialista en los •60: enfrentamientos, reagrupamientos y rupturas”, en: Sociohistórica, Nº 7 y Tortti, María Cristina (2009). El “viejo” partido socialista y los orígenes de la “nueva izquierda”. Buenos Aires, Prometeo.
[57] Blanco, Cecilia (2005): “La erosión de la unidad partidaria en el Partido Socialista, 1955-1958”, en: Camarero, Hernán y Herrera, Carlos Miguel (editores): El Partido Socialista en la Argentina. Buenos Aires, Prometeo
[58] Ibídem, p. 382
[59] Tortti, María Cristina (2005): “Las divisiones del Partido Socialista y los orígenes de la nueva izquierda”, en: Camarero, Hernán y Herrera, Carlos Miguel (editores): El Partido Socialista en la Argentina. Buenos Aires, Prometeo
[60] Tortti, María Cristina (2014), op. cit., p. 17
[61] A pesar de todo es preciso ser cuidadoso al momento de ponderar la influencia que estos procesos tuvieron entre los grupos radicalizados y su capacidad explicativa, dado que la recurrencia en forma de ‘clima de ideas’ no da cuenta de la enorme diversidad en que fueron retomados y reinterpretados estos fenómenos en cada caso particular.
[62] Ibídem, p. 17
[63] Ver Altamirano, Carlos, op. cit.
[64] Tortti, María Cristina (2014), op. cit., p. 27
[65] De Amézola, Gonzalo (2005). “La izquierdización de los moderados. Partidos tradicionales entre 1979 y comienzos de 1971 en Argentina”, en: Signos Históricos, Nº 14, p. 103