Autor: Richard Florida
¿Son las ciudades los grandes motores de la innovación, los modelos de progreso económico y social que celebran los optimistas, o son las zonas de desigualdad y división de clases que denuncian los pesimistas? La realidad es que son ambas cosas.
Traducción: Mariano Schuster
Imagina que pudieras viajar en el tiempo hasta 1975, tomar a un neoyorquino al azar de la calle y dejarlo suelto en la ciudad hoy mismo.
La Nueva York que él conocía era un lugar en fuerte declive económico. La gente, los empleos y la industria huían a los suburbios. Sucia, peligrosa y violenta, Nueva York estaba al borde de la bancarrota. ¿Qué haría ese mismo neoyorquino en la ciudad de hoy?
No tendría ningún problema en encontrar su camino. El Bronx aún estaría arriba, el Battery Park abajo, y la Estatua de la Libertad continuaría presidiendo el puerto. La mayoría de los grandes puntos de la ciudad -los edificios Empire State y Chrysler, Rockefeller y Lincoln Center- tendrían el mismo aspecto. Las calles aún estarían atascadas de tráfico. Podría tomar los mismos subterráneos a través de Manhattan y hasta los bordes de Brooklyn, Queens y el Bronx, el tren PATH a Nueva Jersey, y el New Jersey Transit y el Metro North hacia los suburbios exteriores.
Pero muchas otras cosas habrían cambiado dramáticamente. Lamentablemente, las Torres Gemelas, totalmente nuevas en su época, habrían desaparecido. El reconstruido distrito financiero de la ciudad estaría repleto no sólo de gente de negocios, sino también de familias acomodadas que habrían hecho sus hogares en los suburbios en los años setenta. Cerca, en lo que una vez fue un terreno baldío de escombros y muelles caídos, un largo parque verde con un sendero para bicicletas corría a lo largo del río Hudson a lo largo de todo Manhattan. Times Square aún tendría sus luces y vallas publicitarias parpadeantes, pero donde antes había teatros sórdidos y sex-shops, encontraría una versión urbana de Disneylandia repleta de turistas, algunos de los cuales se relajaban en las mecedoras colocadas allí para su disfrute. Donde alguna vez deambulaban los artistas de Soho y los hippies y punks del West Village y del East Village, encontraría restaurantes, cafés y bares de lujo llenos de banqueros de inversión, técnicos, turistas y más que una celebridad ocasional.
Las plantas de procesamiento de carne, los almacenes industriales y los bares de gays del Distrito Meatpacking que antes funcionaban, habrían desaparecido; en su lugar, un parque lineal construido encima de la línea ferroviaria elevada y abandonada del vecindario se llenaría de gente. A lo largo de su extensión habría nuevos y brillantes condominios y torres de oficinas, un flamante Whitney Museum, hoteles boutique y tiendas de lujo. La cercana fábrica de galletas Nabisco se habría convertido en un patio de comidas de alto nivel, y el gigantesco edificio de la vieja Autoridad Portuaria se habría llenado de técnicos que trabajan para Google, una de las muchas empresas de alta tecnología del barrio. Cruzando el East River o el Hudson, vería las fábricas, las viviendas en ruinas y las casas en hilera de Brooklyn, Hoboken y Jersey City transformadas en vecindarios donde viven, trabajan y juegan jóvenes profesionales y familias. Podría caminar por las calles por la noche sin preocuparse por el crimen.
Pero a pesar de lo limpia y bien equipada que estaría la ciudad en la superficie, también sentiría las tensiones hirviendo a fuego lento en su interior. Vivir allí sería mucho menos económico para un trabajador como él que en 1975. Los departamentos que se habían vendido por U$50,000 en su día, ahora estarían alcanzando millones; otros que podría haber alquilado por U$500 al mes ahora costarían U$5,000, U$10,000, o más. Vería brillantes torres que se elevaban a lo largo de la hilera de edificios multimillonarios de la calle 57, muchas de ellas casi completamente oscuras y sin vida por la noche. Oiría a la gente quejarse de la creciente desigualdad, del aumento del “uno por ciento” y de cómo la ciudad se había vuelto cada vez más inaccesible para la clase media.
En medio del dinero y los turistas, vería grandes extensiones de desventajas persistentes frente a los nuevos bastiones de la riqueza. Se daría cuenta de que la pobreza y los problemas sociales, como la delincuencia y el consumo de drogas, que habían asolado la ciudad en su día, se habían trasladado a lo que solían ser suburbios de clase media. Podría sorprenderse al enterarse del retorno de un demócrata a la alcaldía en 2014, después de dos décadas de gobierno de los republicanos, uno de ellos un multimillonario que ejerció el cargo durante tres mandatos completos. Se sorprendería aún más al descubrir que el nuevo alcalde, un ex activista comunitario de Brooklyn, consiguió su triunfo haciendo campaña contra la transformación de Nueva York en dos ciudades: una rica y otra pobre. El modo en el que todo esto sucedió -“la historia de dos ciudades”, como dijo el nuevo alcalde- sería en gran medida la historia de lo que se había perdido en esos cuarenta años.
He vivido en las ciudades y sus alrededores y las he observado de cerca durante toda mi vida, y he sido urbanista académico durante más de tres décadas. He visto ciudades que declinan y mueren, y las he visto volver a la vida. Pero nada de eso me preparó para lo que enfrentamos hoy. Justo cuando parecía que nuestras ciudades estaban dando un vuelco, cuando la gente y los puestos de trabajo volvían a ellas, una serie de nuevos retos urbanos -desde el aumento de la desigualdad hasta la vivienda cada vez más inasequible- empezaron a salir a la luz. Al parecer, de la noche a la mañana, el tan esperado renacimiento urbano se ha convertido en un nuevo tipo de crisis urbana.
He vivido en las ciudades y sus alrededores y las he observado de cerca durante toda mi vida, y he sido urbanista académico durante más de tres décadas. He visto ciudades que declinan y mueren, y las he visto volver a la vida. Pero nada de eso me preparó para lo que enfrentamos hoy.
Aunque muchos comentaristas han identificado y lidiado con elementos de esta crisis, pocos aprecian lo profunda que es y lo sistémica que se ha vuelto. Una enorme brecha intelectual divide a los principales expertos urbanos en dos campos distintos: los optimistas urbanos y los pesimistas urbanos. Cada grupo describe realidades importantes del urbanismo de hoy y, sin embargo, la unilateralidad de sus perspectivas nos ha impedido captar todas las dimensiones de la crisis urbana actual para que podamos encontrar una salida.
Los optimistas urbanos se centran en el impresionante renacimiento de las ciudades y el poder de la urbanización para mejorar la condición humana. Para estos pensadores (yo mismo entre ellos, hasta no hace mucho tiempo), las ciudades son más ricas, seguras, limpias y saludables que nunca, y la urbanización es una fuente inagotable de mejora. El mundo, dicen, sería un lugar mejor si los Estados-nación tuvieran menos poder, y las ciudades y sus alcaldes tuvieran más.
En marcado contraste, los pesimistas urbanos ven las ciudades modernas como si estuvieran esculpidas en áreas doradas y virtualmente cerradas para el consumo notable de los super-ricos, pero con grandes extensiones de pobreza y desventajas para las masas. La revitalización urbana, en opinión de los pesimistas, es impulsada por capitalistas rapaces que se benefician de la reconstrucción de algunos barrios y de la destrucción de otros. La urbanización global está siendo impuesta al mundo por un orden capitalista neoliberal implacable, y su característica definitoria no es el progreso y el desarrollo económico, sino los barrios marginales, junto con una crisis económica, humanitaria y ecológica de proporciones asombrosas.
La gentrificación y la desigualdad son el resultado directo de la recolonización de la ciudad por parte de los ricos y los favorecidos.
Así que, ¿cómo es la situación? ¿Son las ciudades los grandes motores de la innovación, los modelos de progreso económico y social que celebran los optimistas, o son las zonas de desigualdad y división de clases que denuncian los pesimistas? La realidad es que son ambas cosas. El urbanismo es una fuerza económica tan poderosa como dicen los optimistas, y al mismo tiempo es tan desgarrador y productor de desigualdad como afirman los pesimistas. Como el capitalismo mismo, es paradójico y contradictorio. Comprender la crisis urbana actual requiere tomar en serio tanto a los pesimistas urbanos como a los optimistas urbanos. En mi intento de lidiar con ello, he tratado de sacar provecho de las mejores y más importantes contribuciones de cada uno de los grupos.
¿Qué es exactamente la Nueva Crisis Urbana?
Durante los últimos cinco años he centrado mi investigación y mi energía intelectual en definir la nueva crisis urbana. Trabajando con mi equipo de investigación, desarrollé nuevos datos sobre el alcance y las fuentes de la desigualdad urbana, el grado de segregación económica, las causas y dimensiones clave del aburguesamiento, las ciudades y los vecindarios en los que se están asentando los super-ricos del mundo, los desafíos que plantea la concentración de nuevas empresas de alta tecnología en las ciudades y la supuesta disminución de la creatividad artística y musical a medida que las ciudades se han vuelto más caras.
Combinando mi propio interés de larga data en el desarrollo económico urbano con las ideas de los sociólogos urbanos sobre los efectos corrosivos de la pobreza concentrada, mapeé las nuevas y profundas divisiones que aíslan a las clases en vecindarios separados y rastreé el crecimiento de la pobreza y las desventajas económicas en los suburbios. Profundicé en los numerosos desafíos a los que se enfrentan las ciudades en rápido crecimiento de las economías emergentes del mundo, donde la urbanización no está logrando estimular el mismo tipo de crecimiento económico y el aumento de los niveles de vida que en las naciones avanzadas.
La nueva crisis urbana es diferente a la de los años sesenta y setenta. Aquella crisis se definió por el abandono económico de las ciudades y la pérdida de su función económica. Formada por la desindustrialización y la huida de los blancos, su sello era un hueco en el centro de la ciudad, un fenómeno que los teóricos y políticos urbanos llamaban el “el agujero en el donut”. A medida que las ciudades perdían sus industrias principales, se convertían en lugares de pobreza creciente y persistente: sus viviendas se deterioraban; la delincuencia y la violencia aumentaban; y los problemas sociales, incluidos el uso indebido de drogas, el embarazo adolescente y la mortalidad infantil, aumentaban. A medida que las economías urbanas se erosionaban y los ingresos fiscales declinaban, las ciudades se volvieron cada vez más dependientes del apoyo financiero del gobierno federal. Muchos de estos problemas permanecen con nosotros hasta el día de hoy.
Pero la Nueva Crisis Urbana va aún más lejos y es más abarca más aspectos que su predecesora. Aunque dos de sus características principales -la creciente desigualdad y el aumento de los precios de la vivienda- se discuten con mayor frecuencia en relación con el aumento y la reactivación de centros urbanos como Nueva York, Londres y San Francisco, la crisis también golpea duramente a las ciudades en declive del Cinturón Oxidado y a las ciudades en expansión del Cinturón del Sol con economías insostenibles impulsadas por la energía, el turismo y los bienes raíces. Otras características fundamentales -segregación económica y racial, desigualdad espacial, pobreza arraigada- se están volviendo tan comunes en los suburbios como en las ciudades. Desde este punto de vista, la Nueva Crisis Urbana es también una crisis de los suburbios, de la urbanización misma y del capitalismo contemporáneo en gran escala.
Las cinco dimensiones de la Nueva Crisis Urbana
Primero: Existe una profunda y creciente brecha económica entre un pequeño número de ciudades superestrella, como Nueva York, Londres, Hong Kong, Los Ángeles y París, junto con centros líderes en tecnología y conocimiento, como el Área de la Bahía de San Francisco, Washington DC, Boston, Seattle y otras ciudades de todo el mundo. Estos “lugares superestrella” tienen una participación desproporcionada en las principales industrias de alto valor del mundo, la innovación de alta tecnología y las startups. Por poner sólo un ejemplo: solo seis áreas metropolitanas -el Área de la Bahía de San Francisco, Nueva York, Boston, Washington DC, San Diego y Londres- atraen casi la mitad de toda la inversión en capital de riesgo de alta tecnología en todo el mundo. El surgimiento de este urbanismo en el que el ganador se lo lleva todo crea un nuevo tipo de desigualdad entre las ciudades, con un abismo económico cada vez mayor entre los ganadores y la larga lista de otras ciudades que han perdido su posición económica como resultado de la globalización, la desindustrialización y otros factores.
La segunda dimensión es la crisis de éxito que aflige a estas mismas “ciudades superestrella”. Estos ganadores se enfrentan a precios de la vivienda extraordinariamente altos y cada vez más inasequibles y a niveles asombrosos de desigualdad. En estos lugares, la gentrificación se ha convertido en lo que algunos han llamado “plutocratización”. Algunos de sus barrios urbanos más vibrantes e innovadores se están convirtiendo en “distritos trofeo”, donde los súper-ricos del mundo depositan su dinero en inversiones de vivienda de alto nivel en lugar de en lugares donde vivir. No son solo los músicos, artistas y creativos los que están siendo expulsados: un número creciente de trabajadores del conocimiento económicamente aventajados están viendo cómo su dinero es consumido por los altos precios de la vivienda en estas ciudades, y han empezado a temer que sus propios hijos nunca podrán pagar el precio de entrada en ellas. Pero son los obreros y los trabajadores de servicios, junto con los pobres y los desfavorecidos, los que se enfrentan a las consecuencias económicas más graves. Estos grupos están siendo expulsados de las ciudades superestrella, y se les están negando las oportunidades económicas, los servicios y las comodidades, y la movilidad ascendente que estos lugares tienen para ofrecer. Es difícil mantener una economía urbana funcional cuando los maestros, enfermeras, trabajadores de hospitales, policías, bomberos y trabajadores de restaurantes y servicios ya no pueden permitirse el lujo de vivir a una distancia razonable de sus lugares de trabajo.
La tercera dimensión, mucho más amplia, y en muchos sentidos más problemática de la Nueva Crisis Urbana, es la creciente desigualdad, segregación y clasificación que está teniendo lugar en prácticamente todas las ciudades y áreas metropolitanas, tanto para ganadores como para perdedores. Si el “hoyo en el donut” expresó la crisis urbana de los años 60 y 70, la Nueva Crisis Urbana está marcada por la desaparición de la clase media, que antes era grande, y de sus vecindarios estables, que fueron la encarnación física del sueño americano. Entre 1970 y 2012, la proporción de familias estadounidenses que vivían en barrios de clase media disminuyó de 65 a 40 por ciento, mientras que la proporción de familias que vivían en barrios pobres o acomodados creció sustancialmente. Durante la última década y media, nueve de cada diez áreas metropolitanas de Estados Unidos han visto cómo sus clases medias se reducían. A medida que el centro se ha ido vaciando, los vecindarios de todo Estados Unidos se están dividiendo en grandes áreas de desventaja concentrada y áreas mucho más pequeñas de afluencia concentrada. En lugar de la antigua división de clases entre ciudades pobres y suburbios ricos, ha surgido un nuevo patrón: una metrópoli de Patchwork en la que pequeñas áreas de privilegio y grandes franjas de angustia y pobreza se entrecruzan por igual entre la ciudad y los suburbios.
Es difícil mantener una economía urbana funcional cuando los maestros, enfermeras, trabajadores de hospitales, policías, bomberos y trabajadores de restaurantes y servicios ya no pueden permitirse el lujo de vivir a una distancia razonable de sus lugares de trabajo.
La cuarta dimensión de la Nueva Crisis Urbana es la creciente crisis de los suburbios, donde la pobreza, la inseguridad y el crimen están aumentando, y la segregación económica y racial se está profundizando. Olvidemos esas viejas imágenes de la vida suburbana de clase media. Hoy en día hay más gente pobre en los suburbios que en las ciudades: 17 millones contra 13,5 millones. Y las filas de los pobres suburbanos están creciendo mucho más rápido que en las ciudades, en un asombroso 66 por ciento entre 2000 y 2013, en comparación con el 29 por ciento en las zonas urbanas. Parte de esta pobreza suburbana está siendo importada de las ciudades a medida que las familias desplazadas buscan lugares más asequibles para vivir. Pero gran parte de ella también es de cosecha propia: cada vez más personas que alguna vez fueron miembros de la clase media han acabado fuera de ella, ya sea como resultado de la pérdida de empleo o del aumento de los precios de la vivienda. Los suburbios han sido durante mucho tiempo el hogar de las comunidades más ricas de Estados Unidos, pero ahora sus desigualdades rivalizan cada vez más con las de las ciudades.
La quinta y última dimensión de la Nueva Crisis Urbana es la crisis de la urbanización en el mundo en desarrollo. Los optimistas urbanos creen que la urbanización traerá en última instancia el crecimiento económico, el aumento del nivel de vida y el crecimiento de la clase media en estos lugares, tal como ocurrió en Estados Unidos, Europa, Japón y, más recientemente, China. Después de todo, las ciudades han impulsado históricamente el desarrollo de las economías nacionales. Pero esta conexión entre la urbanización y el aumento del nivel de vida se ha roto en muchas de las zonas de urbanización más rápida del mundo. Estamos asistiendo al surgimiento de un fenómeno preocupante de urbanización sin crecimiento, en el que las personas llegan rápidamente a las zonas en un vertiginoso proceso de urbanización del mundo en desarrollo, pero ven poca o ninguna mejora en sus niveles de vida. Más de 800 millones de personas -dos veces y media la población total de Estados Unidos- viven en condiciones de pobreza extrema y en condiciones deficientes en barrios marginales y villas miseria, y su número seguirá aumentando a medida que aumente la población urbana del mundo.
Aunque la Nueva Crisis Urbana tiene múltiples manifestaciones, está moldeada por la contradicción fundamental provocada por la concentración urbana. Esta fuerza de agrupación tiene las dos caras de Jano: junto con sus atributos positivos, también tiene atributos negativos significativos.
Por un lado, la concentración de la industria, la actividad económica y las personas con talento y ambición en las ciudades son ahora el motor básico de la innovación y el crecimiento económico. Ya no son los recursos naturales o incluso las grandes empresas las que impulsan el progreso económico, sino la capacidad de las ciudades para agrupar y concentrar a las personas con talento, permitiéndoles combinar y recombinar sus ideas y esfuerzos, lo que aumenta enormemente la innovación y la productividad.
De ese fermento surgen los nuevos inventos y las empresas emprendedoras que impulsan la prosperidad. La magnitud en que la actividad económica se ha concentrado en las ciudades y áreas metropolitanas del mundo es asombrosa. Los cincuenta metros más grandes del mundo albergan sólo el 7 por ciento de la población total del mundo, pero generan el 40 por ciento de la actividad económica mundial. Sólo cuarenta megaregiones -constelaciones de ciudades como el corredor Boston-Nueva York-Washington- representan aproximadamente dos tercios de la producción económica mundial y más del 85 por ciento de su innovación, mientras que solo albergan al 18 por ciento de su población. La cantidad de actividad económica que se concentra en pequeños espacios urbanos dentro de las principales ciudades es aún más sorprendente. Solo una pequeña parte del centro de San Francisco, por ejemplo, atrae miles de millones de dólares en capital de riesgo al año, más que cualquier nación del planeta, excepto los Estados Unidos. Por eso creo que es más útil referirse al capitalismo contemporáneo como capitalismo del conocimiento urbanizado que a capitalismo basado en el conocimiento.
Por otro lado, aunque la concentración urbana impulsa el crecimiento, también crea profundas divisiones en nuestras ciudades y en nuestra sociedad. No todo puede agruparse en el mismo espacio limitado. Algunas cosas, en última instancia, desplazan a otras. Esta es la esencia del nexo entre el suelo urbano -producto de la concentración extrema de la actividad económica en partes muy limitadas de un número muy limitado de ciudades y de la competencia cada vez más feroz por ellas-. Como en la mayor parte de las cosas de la vida, los ganadores de la competencia por el espacio urbano son los que tienen más dinero para gastar. Como los ricos y favorecidos regresan a las ciudades, colonizan los mejores lugares. Todos los demás son apiñados en las restantes zonas desfavorecidas de la ciudad o empujados más lejos en los suburbios. Esta competencia, a su vez, configura una paradoja económica relacionada: la paradoja de la tierra. Hay cantidades aparentemente interminables de tierra en todo el mundo, pero no la suficiente donde más se necesita.
En esta nueva era del capitalismo del conocimiento urbanizado, el lugar y la clase se combinan para reforzar y reproducir las ventajas socioeconómicas. Los de arriba se ubican en comunidades que les proporcionan un acceso privilegiado a las mejores escuelas, los mejores servicios y las mejores oportunidades económicas, mientras que los demás reciben los barrios sobrantes, que tienen versiones inferiores de todas esas cosas y por lo tanto ofrecen menos oportunidades para avanzar en la vida. Los ricos, que viven en un número relativamente pequeño de ciudades aventajadas, y un número aún menor de vecindarios aventajados dentro de ellas, capturan una parte desproporcionada de las ganancias económicas para sí mismos y sus descendientes.
Los ricos, que viven en un número relativamente pequeño de ciudades aventajadas, y un número aún menor de vecindarios aventajados dentro de ellas, capturan una parte desproporcionada de las ganancias económicas para sí mismos y sus descendientes.
La impresionante victoria de Trump y los republicanos significa que durante al menos los próximos cuatro años tendremos una escasa inversión federal en nuestras ciudades y poca o ninguna inversión en viviendas asequibles. Si bien la administración Trump se ha comprometido a gastar más en infraestructura, sus prioridades serán probablemente las rutas y los puentes en lugar del tránsito. Alguna combinación de gobierno local, organizaciones sin fines de lucro y fundaciones filantrópicas tendrá que tratar de llenar los vacíos que resultan de la inacción republicana y los profundos recortes que probablemente se harán en la ya deshilachada red de seguridad social de Estados Unidos, que afectará duramente a las personas y vecindarios desfavorecidos. Ahora más que nunca, los alcaldes y los funcionarios locales tendrán que tomar la iniciativa en materia de transporte público, vivienda asequible, pobreza y otras cuestiones urbanas urgentes.
En última instancia, el urbanismo para todo lo que se requiere para avanzar debe tomar forma en torno a siete pilares clave:
- Reformar la zonificación y los códigos de construcción, así como las políticas fiscales, para asegurar que la fuerza del agrupamiento trabaje en beneficio de todos.
- Invertir en la infraestructura necesaria para estimular la densidad y la agrupación y limitar la expansión costosa e ineficiente.
- Construir viviendas de alquiler más asequibles en lugares céntricos.
- Expandir la clase media convirtiendo los trabajos de servicio de bajos salarios en trabajos de apoyo familiar.
- Abordar directamente la pobreza concentrada invirtiendo en personas y lugares
- Participar en un esfuerzo global para construir ciudades más fuertes y prósperas en partes del mundo emergente que se están urbanizando rápidamente.
- Empoderar a las comunidades y permitir a los líderes locales fortalecer sus propias economías y hacer frente a los desafíos de la nueva crisis urbana.
Sobre el autor: Richard Florida es cofundador y editor general de CityLab y editor senior de The Atlantic. Es profesor universitario en la Escuela de Ciudades de la Universidad de Toronto y en la Escuela de Administración Rotman, y un distinguido miembro del Instituto de Bienes Raíces Schack de la Universidad de Nueva York. Es autor de los libros The Great Reset: How New Ways of Living and Working Drive Post-Crash Prosperity (2010) y The New Urban Crisis (2017), entre otros libros.
Este artículo fue publicado previamente en la revista CityLab. Se traduce y se reproduce por gentileza de sus editores y de su autor.