Autor: Fernando Manuel Suárez
En la ciudad de Rosario, el Estado desarrolla una política activa para sostener y dar vitalidad a los clubes de barrio. La comunidad, los vecinos, los socios y las autoridades estatales han desarrollado un modelo que permite que los clubes sean un espacio de cobertura a las actividades deportivas pero que, a la vez, se sostengan como un espacio de referencia social, de contención y reunión.
Los clubes suelen ser reconocidos por sus logros deportivos en el deporte profesional –el fútbol por sobre cualquier otro–, sus contrataciones rutilantes y ventas millonarias, o los tristemente numerosos hechos de violencia protagonizados por sus barrabravas. Estos despiertan la pasión de multitudes a lo largo y ancho del país, algunos incluso han alcanzado cierto reconocimiento y popularidad internacional. Encarnan una marca de identidad, afincada a un barrio o a una ciudad, pero diferente a otras: una identidad apasionada, desbordante, virulenta.
Detrás de esos gigantes (algunos con pies de barro), soslayadas y ocultas existen otras instituciones sociales y deportivas, quizá de menor envergadura, pero cuya importancia social y cultural no se debe subestimar. Estos clubes son el resultado de una densa trama asociativa que hunde sus raíces en una tradición, en ocasiones, más que secular. Frutos de la más virtuosa convergencia solidaria, han proliferado hasta en los rincones más recónditos. En el corazón de cada barrio anida un club. El sueño de antiguos fundadores, que debe recrearse diariamente como un proyecto colectivo. Sin el impulso cotidiano, ese proyecto puede truncarse.
La ciudad de Rosario, como en otros rubros, es prolífica en clubes e instituciones semejantes. Cuenta con más de 400 instituciones, de variada dimensión, antigüedad y características, que desarrollan su actividad en diferentes puntos de esa populosa urbe de más de un millón de habitantes. Como muchas otras instituciones de la sociedad civil, que requieren del pulso y el aporte de sus socios para subsistir, los clubes sufren los embates de una realidad social y económica que, como bien sabemos, en nuestro país no da mucho respiro. Las recurrentes crisis económicas no sólo son perniciosas para el normal funcionamiento de los clubes barriales, sino que se ven agravadas por sus efectos capilares, más imperceptibles pero indelebles, que erosionan lentamente la trama social y atentan contra las prácticas solidarias que son el cimiento de cualquiera de ellos. La manutención y recuperación de estos espacios de reunión comunitaria requieren de un esfuerzo sostenido para revitalizar los lazos e ímpetus que años atrás les dieron origen.
El CLUB, LOS SOCIOS Y LA PARTICIPACIÓN
Los clubes son asociados a un nombre, a un color, a un apodo, a un predio, a un barrio. Pero más allá de eso, los clubes son su gente: aquellos que lo irguieron en otros tiempos y, sobre todo, quienes día a día deben sostenerlo en pie. Se sostienen en base al trabajo, a veces imperceptible, de sus socios, la labor cotidiana para mantenerlo vivo. Ni las instalaciones más lujosas ni el pasado más glorioso garantizan a una institución su supervivencia. Son las personas, los socios y socias, quienes cotidianamente irrigan la savia vital necesaria para que estos subsistan, crezcan y se desarrollen. Y solo esta voluntad podrá hacerlos revivir, cuando parece que ya nada se puede hacer.
Ni las instalaciones más lujosas ni el pasado más glorioso garantizan a una institución su supervivencia. Son las personas, los socios y socias, quienes cotidianamente irrigan la savia vital necesaria para que estos subsistan, crezcan y se desarrollen.
Jeremías tiene 40 años, es presidente de Suderland, enclavado en un barrio muy humilde de la ciudad de Rosario. La institución estaba en una situación de abandono cuando él, junto a un grupo de jóvenes y no tanto, se dispusieron a recuperarlo. “El club estaba acéfalo, hacía un año que no cobraban la cuota”, nos comentó luego de enumerar los problemas que atravesaba la institución. Con la asistencia de la Municipalidad lograron normalizarlo, pero señala: “El proceso de normalización legal es el broche que cierra la recuperación de un club. Porque normalmente, cuando se hace una normalización es porque ya hay un grupo de personas que vienen trabajando en el club, que vienen intentando sacarlo adelante”. “Todo esto, si no hay gente, no te sirve de nada” señala entre esperanzado y preocupado.
Una historia similar vivió el club Unión Central, convertido durante décadas en noticia de las páginas policiales por los incidentes protagonizados por la barrabrava de Rosario Central que lo había adoptado como aguantadero. “Este club estuvo acéfalo dos décadas, estaba ocupado por gente, no tenía ninguna actividad deportiva” nos dice Esteban, su presidente. La recuperación del lugar fue dificultosa, pero rindió sus frutos: “Cuando nosotros arrancamos éramos nueve personas, hoy somos 400 socios. Y vienen un montón de padres que se han apropiado del lugar. La gente se va contagiando, da confianza porque dejó de ser un lugar peligroso”. Su testimonio es elocuente con respecto a la necesidad de alentar la participación: “Nosotros no elegimos ser dirigentes, nos tocó. A veces nos quejamos de que no viene gente y tiene mucho que ver con cómo nos manejamos nosotros, en como abrimos el club o en como no lo abrimos”. Y remarca: “Los dirigentes son de controlar mucho y la gente se cansa. Hay que dar mayor participación, protagonismo y responsabilidades.”
No obstante estas experiencias puntuales, los clubes que no han vivido situaciones tan traumáticas o no se encuentran en locaciones tan conflictivas, ven con preocupación la necesidad de mantener la masa societaria y, lo que es más difícil aún, alentar la participación. Oscar, veterano dirigente del club Libertad y uno de los pioneros en el trabajo con clubes desde la Municipalidad, advierte que los clubes sin los socios no son nada: “Cuando llegamos no había nadie en el club. Estas son cosas que no son el producto del trabajo de un día. Había mucha más participación de la gente, el tipo iba laburaba sus 8 o 6 horas y venía acá a levantar paredes o hacer cosas. Venían dos mil personas a ver el básquet”. Con añoranza señala que el club ha cambiado, que para el socio promedio es prácticamente un prestador de un servicio, y requiere trabajo producir otro tipo de participación. “Tiene que ser social, pero hay que manejarlo como una empresa y la realidad te dice que la gente viene en busca del servicio. La adhesión la tenés que generar por varios lugares”. Y sentencia: “El vínculo con el barrio sigue siendo un buen vínculo, sin ser aquello que era antes”.
El club Social Lux, más conocido como “El Mercadito”, vive una situación semejante, aunque en este caso la renovación dirigencial se pudo dar sin mayores sobresaltos. “El Tucu”, uno de los responsables directos del crecimiento de la institución, describe el proceso: “El ‘boom’ fue la renovación. Pasamos de dirigentes de mucha edad a dirigentes más jóvenes, y eso se trasladó en ganas y en tiempo”. Sin embargo, plantea que, tras ocho años de la misma conducción, es necesario un recambio, y esto refleja un dato sintomático: para los clubes la renovación se vuelve una necesidad casi constante para no esclerosarse. La participación y la falta de compromiso también aparecen como problema: “De algún tiempo a esta parte la gente se malacostumbró a que al club lo toman como una guardería, que está bien. El club cumple diferentes funciones, y entre esas ésta, brindar un deporte en el horario estipulado”.
Juan es el presidente del club Calzada, cuya principal actividad es el basquetbol, del que su propio padre también fue máxima autoridad. Si bien el club no vivió una crisis, sí sufrió un desgaste y una pérdida de impulso. “Había un tiempo que había quedado poca gente colaborando, se atrasaron las presentaciones de las cosas por una cuestión de falta de participantes”, explica Juan, y “a fuerza de voluntad empezaron a levantar un poco más el club, porque históricamente siempre quedan pocos y se tiene que buscar gente que pueda colaborar. Las energías no siempre son las mismas.” La participación y la necesidad de renovación, dos tópicos que se repiten.
Analía, presidenta del club Atlantic, lo explica con mucha claridad: “Cuando hay una comisión directiva en el club, no se muere nunca el club. Los cargos están de paso y lo que queda es la institución, somos autoridades de paso. Lo importante es que el club siga creciendo”. Augusto, presidente del club Malvinas, coincide: “Eso le da vida al club, le da futuro. Hace falta gente que hoy trabaje por el club, y mañana también. Y amigos, está es una fábrica de hacer amigos”. El club es como un corazón que necesita ser irrigado de personas y voluntades para mantenerse vivo, un corazón que da vida a un barrio, a una comunidad.
EL CLUB, EL BARRIO Y LA COMUNIDAD
Los clubes son de los socios, por sobre todas las cosas, pero también una referencia social, un espacio de contención y de reunión: “El club trata de brindarle a los chicos otra contención más allá del deporte, esa es la idea. Porque el club, aparte de ser deportivo, es tu casa. Lo fundamental es darles la contención a los chicos. Estamos pasando un momento terrible, terrible. Los lugares de encuentro son fundamentales”. El club como lugar de encuentro, como segunda casa –así lo piensa Analía (Atlantic)–, que debe dar contención, al mismo tiempo que no pasa indemne a los problemas sociales y económicos que repercuten en sus miembros.
Augusto es el presidente del club náutico Malvinas, uno de los más activos en su vínculo con el estado municipal y provincial, y tiene una visión clara al respecto: “Nosotros tenemos los mismos desafíos que tiene la comunidad afuera del club, estamos todos viendo como ser más ecológicos como sociedad y acá pasa lo mismo internamente”. El club debe encarar y dar carnadura a discusiones sociales trascendentes, porque no solo es una institución deportiva sino que también es una que cumple funciones educativas y de contención social fundamentales.
Los clubes son de los socios, por sobre todas las cosas, pero también una referencia social, un espacio de contención y de reunión.
Para los clubes vinculados a barrios más humildes la tarea parece titánica, son la última, y quizá única frontera, que protege a los chicos y jóvenes de un entorno hostil y peligroso, del que la institución no siempre logró pasar ilesa. El club Unión Central, nos comenta Esteban, “era un lugar pesado, famoso por eso. La idea nuestra era tratar de volver a la esencia del club, que vuelva a ser de nuevo un club conocido por todo lo bueno. Pero cuesta, porque obviamente mancharlo cuesta poco y limpiarle la imagen cuesta un montón”. Recuperar al club no implica solamente recuperarlo ediliciamente u ofrecer actividades, sino convertirlo en una referencia para el barrio, un espacio comunitario, donde se pueden celebrar reuniones, encuentros y discusiones que hacen a la convivencia comunitaria. “Este club era un desastre y conocido por cosas terribles. Hasta la parte edilicia era un desastre, estaba todo roto”, explica Esteban, ahora se convirtió en un espacio de encuentro, otra vez cercano al vecino que no hace tanto lo observaba con temor y desconfianza.
Suderland vivió una situación semejante, de espaldas al barrio, preso del abandono y olvido. Una dirigencia envejecida y desinteresada, que dejaba el club en manos de la droga y el delito, sin hacer ningún esfuerzo por recuperar ese espacio de contención social tan necesario. La recuperación de la institución puso en el centro de la escena esa necesidad, una cuota de un valor casi simbólico y una vocación genuina de poblar el club con los niños y jóvenes del barrio Ludueña. “Intentamos que sea un espacio en que los chicos del barrio puedan estar adentro del club. Lo cierto es que si los chicos no pagan la cuota, nosotros no los dejamos afuera del club. Nosotros tenemos la obligación de que los chicos estén adentro del club” señala emocionado Jeremías.
Su mensaje señala con elocuencia ese invisible, pero a la vez indeleble, lazo intergeneracional que se requiere para mantener vivos estos espacios tan necesarios: “Hay que sostener los clubes por los chicos y por los grandes. Porque los chicos se merecen todo y en gratitud a los grandes que fueron los que lo construyeron”. La responsabilidad comunitaria del club, tal y como la piensa Jeremías, va mucho más allá de ofrecer un espacio de esparcimiento, sino que debe estar inserta en la realidad barrial y atenta a las problemáticas de sus socios y adherentes: “Hay que empezar a entrelazar las instituciones que trabajan en el barrio. Que las organizaciones que trabajan en el barrio trabajen entrelazadas. Es una buena manera de empezar a construir ese entramado social o a reconstruir, que está roto. No sé si es fácil”.
El desafío comunitario de los clubes no es sencillo, la realidad social y económica muestra un panorama en ocasiones desolador de pobreza, desigualdad y violencia. Sin embargo, el rol de los clubes, o instituciones semejantes, parece insustituible. Ningún artificio institucional parece poder ocupar el lugar de cientos de instituciones cuyas raíces se hunden en lo profundo de la historia barrial y cuyo legado anida en cada uno de los vecinos. Pero el Estado en ocasiones debe apoyar estos proyectos, dar un espaldarazo en el momento justo, ese soplo de vida para que el corazón no cese de latir.
LOS CLUBES Y EL ESTADO
El concepto de estatalidad que hay detrás del apoyo y promoción de los clubes y otras organizaciones sin fines de lucro es muy específico. Implica un rol activo del Estado que debe ir mucho más allá de un desembolso puntual de dinero, a modo de ademán demagógico, y que requiere de un acompañamiento sostenido y que debe tener siempre como protagonistas a los involucrados. El Estado no puede, y probablemente no debe, suplir a los socios y dirigentes de los clubes, sino acompañarlos para que sus esfuerzos no se enfrenten a obstáculos insalvables que pueden hacer naufragar empresas plenas de buenas intenciones y sacrificios. La Municipalidad de Rosario y la Provincia de Santa Fe, haciendo gala de sus banderas progresistas y socialistas, han tomado esto como un desafío prioritario y sostenido en el tiempo, incluso a contracorriente del rumbo escogido por sus pares de otras administraciones. “El Municipio de Rosario hace muchos años que viene implementando política de clubes” explica Emiliano, actual responsable del área.
El acompañamiento a los clubes por parte de la gestión pública debe ser cuidadoso, ni la intromisión directa ni las dádivas económicas son suficientes para fortalecer instituciones que, como vimos, dependen del vigor y la fortaleza de su comunidad societaria. La ayuda debe provenir a modo de asesoramiento primero, atento a las demandas y necesidades de los actores involucrados. La asistencia económica viene luego, pero es preciso que esta ayuda sea adjudicada de modo transparente y sin favoritismos. “El Estado tiene que estar presente, ser cercano. Lo que hacen ellos es no dejar morir los clubes” explica Analía, directiva de Atlantic.
El concepto de estatalidad que hay detrás del apoyo y promoción de los clubes y otras organizaciones sin fines de lucro es muy específico. Implica un rol activo del Estado que debe ir mucho más allá de un desembolso puntual de dinero.
“Muchos clubes por la Dirección de Clubes han revivido”, nos dice Jeremías (Suderland), en parte reconstruyendo su propia experiencia y el asesoramiento que recibió para ordenar institucionalmente su club. La regularización de los clubes fue un proyecto que sirvió de coartada para la gestión municipal y provincial para estrechar vínculos y, al mismo tiempo, ofrecer la posibilidad, una vez concretados los pasos necesarios, de acceder a una serie de programas y subsidios para concretar obras de infraestructura, impensables de otro modo. La estrella de este proceso fue el Plan Abre, orientado a fortalecer barrios considerados prioritarios y principal motor de la consolidación de muchos de estos clubes. “Después del proceso de normalización, como barrio priorizado, pudimos acceder al Abre”, cierra Jeremías.
“Para los clubes de barrio se hace muy difícil el avance estructural o en infraestructura. La buena administración solo puede sostener el día a día” nos comenta Emiliano, Director de Clubes de la ciudad de Rosario y principal nexo con los dirigentes. En el mismo sentido, Oscar, dirigente del Libertad y su antecesor en el cargo, señala: “El Club Libertad fue el primer beneficiario del Plan Abre, si no fuera por el Abre hubiera sido muy difícil llegar a eso, casi imposible”. De alguna manera el plan ofrece al gobierno una posibilidad de involucrarse directamente en el fortalecimiento de los clubes a través de medidas concretas, auditables y visibles, y a los clubes la posibilidad de encarar obras que, dadas las condiciones actuales, serían imposibles de realizar de otra forma.
“En 2015 pudimos entrar al Plan Abre, con el Plan Abre pudimos hacer el tinglado que está en la cancha, para este club que no tenía ni vidrios en la ventana, que era como un baldío”, nos dice Esteban mientras almorzamos en el buffet recuperado del club Unión Central, más conocido como “La Carpita”. Y continúa: “Eso también ayudó mucho a que le diera visibilidad al laburo que veníamos haciendo para el barrio, porque para la gente del barrio estaba estigmatizado. Y esa obra grande hizo que se tome real dimensión del laburo que veníamos realizando, se acercó mucha gente”. En Social Lux la opinión es semejante: “Sin el apoyo de la Provincia y de la Municipalidad no hubiéramos podido avanzar por nuestros propios medios”, explica “Tucu” mientras nos muestra las obras que pudieron concretar. Lo mismo señala Analía, de Atlantic: “Lo que hicimos acá en el club no lo hubiésemos podido hacer si el Estado no estaba presente”.
El trabajo con los clubes no se limita al apoyo económico, que es necesario y mucho, sino que tiene su piedra basal en el acompañamiento y la formación, sobre todo para los dirigentes más jóvenes o inexpertos. Juan, el muy joven presidente del Club Atlético Calzada, relata: “Desde que empecé –experiencia como dirigente: cero– siempre tuve línea directa con la Dirección de Clubes, para lo que sea en cuestión de asesoramiento o consultas. A mí me sirvió un montón. Otra cosa fundamental que me sirvió fueron unos seminarios para nuevos dirigentes que dictó la Municipalidad de Rosario y eso fue clave para mí en muchos aspectos, la innovación, la comunicación, ideas para el club”. En el mismo sentido, Jeremías (Suderland), observa que a través de los seminarios “se está logrando jerarquizar la labor del dirigente del club, darles herramientas para que se puedan manejar. Estas son nuestras primeras incursiones en los clubes”.
Los seminarios han ofrecido una serie de recursos a los dirigentes para desarrollar su tarea, pero más importante aún ha construido un espacio de cercanía de ellos con el Estado y de sinergia entre sí. La Red de Clubes fue el resultado de estos encuentros, una posibilidad de fortalecerse a través de la cooperación y la solidaridad: “Con el tema de los seminarios que ellos dan nos conocimos con los dirigentes de otros clubes, formamos la Red de Clubes de Rosario, encontramos otros espacios para compartir. Hoy nos conocemos los dirigentes de los clubes, antes no teníamos ni idea. Nos reunimos una vez por mes, hablamos de los mismos problemas, cuando uno tiene un problema entre todos tratamos de ayudarlo, entonces es otro el respaldo, a veces se necesita un poco el apoyo”, relata Esteban de Unión Central. La misma experiencia vivió Juan (Calzada): “En esos seminarios ya nos empezamos a hacer conocidos con el tema de las Red de Clubes y, eso también, el contacto con otros dirigentes, con los problemas de los clubes, es fundamental”. Jeremías, de Suderland, sintetiza acabadamente las posibilidades que ofrece una organización horizontal y cooperativa entre las instituciones: “La Red de Clubes es un espacio de encuentro y de construcción colectiva entre los clubes. Nos empezamos a juntar porque teníamos las mismas problemáticas, intercambiar experiencias. Nos prestamos sillas, nos prestamos tablones”.
El trabajo con los clubes no se limita a la asistencia y asesoramiento, se los considera espacios propicios para implementar otro tipo de programas, de las más diversas áreas, dada su inserción privilegiada en los barrios. La experiencia del Club Náutico Malvinas Argentinas, en ese sentido, es una de las más interesantes. Ellos, nos comenta Augusto, han trabajado con diferentes programas, entre los que se destaca el “Nueva Oportunidad”: Te mandan 14 o 15 chicos de las zonas periféricas, muy humildes. Nosotros hicimos un proyecto el año pasado de marinería y reparaciones náuticas que llevó todo el año. Repararon una canoa que hoy es la canoa del club, el bote insignia”. La experiencia hizo que el propio club Malvinas contratara a uno de los participantes del programa como empleado y la idea es extenderlo a otros clubes: “Si le damos carpintería náutica, plastiquería náutica y marinería náutica pueden trabajar en algunos de los 24 clubes de la Unión de Clubes de la Costa, hay muchas embarcaciones. Puede aportar el personal que está faltando en estas instituciones. No salen con un oficio terminado, pero por lo menos conoce otro mundo. Viene a un club, ve gente que trabaja sin cobrar nada, como hacemos todos nosotros: conoce el altruismo, que hay otra forma de vida. Y andan bien”.
El trabajo con los clubes no se limita a la asistencia y asesoramiento, se los considera espacios propicios para implementar otro tipo de programas, de las más diversas áreas, dada su inserción privilegiada en los barrios.
Una experiencia semejante recupera Analía y sus compañeros en la conducción del club Atlantic: “Cuando uno dice política de Estado lo asociás a la parte económica, pero no, no fue así, nosotros tuvimos la suerte que no fue solamente la contención económica, fueron estos distintos programas que fuimos haciendo entre todos, que es extraordinario. Que vos hace diez años no lo pensabas”. A partir de estos programas el club pudo desarrollar actividades muy diversas, desde seminarios para los jóvenes socios de club (sobre adicciones, violencia, igualdad de género) hasta actividades culturales para abrir las instalaciones al barrio y recaudar fondos. “La política del estado municipal de la puesta en valor de los clubes es fundamental. La de darle a los clubes la importancia como institución fundamental del barrio. Es fundamental que hayan apostado fuerte a los clubes, para rescatar y contener a los chicos y las familias”, concluye Analía con emoción.
LOS CLUBES: EL PRESENTE Y EL FUTURO
Los clubes son instituciones con una larga historia en nuestro país, resultado del trabajo comunitario de miles de personas que decidieron unir sus esfuerzos para dotarse de un espacio compartido, para realizar actividades deportivas, para reunirse, para encontrarse. Para los socios es un lugar de encuentro, de contención y formación para los más jóvenes, un lugar donde construir desde el altruismo y la solidaridad, por fuera de las lógicas individualistas y egoístas que rigen nuestra gris cotidianeidad. Para el Estado es la posibilidad de fortalecer los lazos de solidaridad y la participación desde organizaciones insertas en el entramado social, a través de ellos se puede llegar a lugares y resolver situaciones que de otro modo sería imposible.
“No hay Estado ni ninguna entidad privada que puedan tener esa red que tienen los clubes. Y el rol que tienen los clubes, así lo quisiera hacer el Estado, es imposible realizarlo, sería imposible absorber esa red. Entonces se los empezó a ver como un aliado en el barrio, en el territorio, para poder hacer transformaciones. Nos empezamos a dar cuenta que es un lugar donde la gente va convencida, va con ganas, y eso se puede utilizar para generar políticas públicas. Era más fácil, más efectivo, fortalecer estos clubes de barrio, que por ahí armar un polideportivo en cada barrio, que de hecho iba a ser imposible. Vos tenías toda esta infraestructura que ya existía, que genera participación en los vecinos, que es lo que nosotros siempre estimulamos, y que a través de eso pueda ser un núcleo, un motor, de transformaciones en todo el barrio”, sintetiza Emiliano esta experiencia. Fortalecer los clubes requiere un rol activo del Estado, pero sobre todo la participación de los socios para revitalizar el espíritu de solidaridad que los forjó.
En el corazón de cada barrio anida un club, algunos saludables y vigorosos, otros lacerados por años de deterioro y abandono. Priorizarlos, defenderlos y apoyarlos implica toda una serie de principios y valores, un modo de concebir lo social diferente, un sentido de lo colectivo horizontal, democrático y participativo. El desafío, en tiempos de desesperanza, es que ese corazón, que habita cada barrio, no cese de latir.
Sobre el autor: Fernando Manuel Suárez es magíster en Historia por la Universidad Nacional de Mar del Plata. Es compilador, junto a Alfredo Lazzeretti, del libro “Socialismo y Democracia”. Es subeditor del periódico socialista La Vanguardia.