Autor: Eva Cyba
Las desigualdades entre géneros constituyen una dimensión específica de la desigualdad y un principio generalizado de distribución de las oportunidades vitales que no puede ser atribuido a una sola causa. En este sentido, hay dos campos de importancia relevante: el sistema de empleo y la vida familiar. El fenómeno no puede ser explicado exclusivamente por el patriarcado, dado que bajo este prisma no se diferencian las desigualdades basadas en la intención explícita de discriminar a las mujeres y las desigualdades que no distinguen por género. Recorrer las relaciones entre capitalismo y género es, entonces, una tarea más ardua de lo que parece.
Las teorías sobre la desigualdad se centran en la idea de una distribución igualitaria de los bienes considerados socialmente valiosos, y se enfocan en las desviaciones de este principio en la forma de desigualdades sociales. Las desventajas de las mujeres, en comparación con las de los hombres en este aspecto, pertenecen a las características estructurales más persistentes de las sociedades tradicionales, pero también de las modernas. Para distinguir esas diferencias entre mujeres y hombres en términos de desigualdad, es necesario presentar una definición (de las desigualdades basadas en el género) que no esté restringida por suposiciones teóricas: “Las desigualdades sociales consisten en restricciones estables y socialmente generadas en el acceso a bienes deseables y oportunidades vitales para los grupos sociales que son aceptadas en la sociedad. Para comprender las desigualdades de género, un aspecto específico de esta definición debe ser acentuado: estas oportunidades vitales incluyen también la posibilidad y la habilidad de definir y realizar sus objetivos y proyectos de vida de manera autónoma, sin importar su aceptación social general”.
Esta definición es el punto de partida para el análisis sociológico de la desigualdad social, y también para la teoría y la investigación feminista. También pone en claro que el foco de las teorías de la desigualdad no se ocupa solo de la distribución de recursos y bienes generalmente considerados valiosos (como la educación, un buen empleo, movilidad social ascendente, ocio, etc.). También es necesario investigar las actitudes, deseos y planes de vida que pueden ser realizados por hombres y mujeres, pero pueden diferir fundamentalmente entre ellos.
DESIGUALDADES DE GÉNERO: DATOS EMPÍRICOS Y TENDENCIAS
Antes de lidiar con la explicación teórica de las desigualdades, es necesario referirse a los datos empíricos y tendencias relativas a la distribución de oportunidades vitales entre mujeres y hombres. Las investigaciones feministas desde los setenta han recolectado cantidades vastas y exhaustivas de material empírico sobre casi todos los aspectos de la discriminación y las desigualdades. Algunos aspectos de las desigualdades de género que también son relevantes para el análisis teórico son resumidas a continuación.
- Las desigualdades entre géneros constituyen una dimensión específica de la desigualdad y un principio generalizado de distribución de las oportunidades vitales que no puede ser atribuido a una sola causa. Hay dos campos de importancia relevante: el sistema de empleo y la vida familiar. La discriminación contra las mujeres dentro del mercado laboral está bien documentada. Incluye la concentración de mujeres en posiciones inferiores (segregación vertical) y en diferentes áreas de trabajo (segregación horizontal). Ambas contribuyen a diferencias más o menos constantes en los salarios. Estas desigualdades constituyen tendencias globales, aún si hubiera diferencias entre países con respecto a la importancia de la organización política de las mujeres. Las desigualdades no solo tienen que ver con la distribución desigual de las mujeres en diferentes espacios laborales. Cuando alcanzan el mismo grado educativo y posiciones de empleo que los hombres, se enfrentan a formas de discriminación de género específicas, como obstáculos en sus ascensos o asignación de actividades que no corresponden a su trayectoria educativa o entrenamiento.
El otro aspecto central de las desigualdades entre los géneros responde al papel en el hogar o en la familia. Con independencia de su puesto laboral, las mujeres son mucho más responsables de la familia y el trabajo hogareño que los hombres. La división del trabajo en la familia hace que las mujeres sean responsables de los hijos y, a pesar de las diferencias entre países, el papel de la madre que cuida a los niños sigue siendo un objeto de valoración ideológica. El cuidado de los hijos no es el único aspecto de las relaciones o papeles discriminatorios en la vida privada. Las tareas hogareñas diarias y la responsabilidad por los miembros del hogar, cuando se combinan con la participación en el trabajo asalariado, lleva a una cantidad total de tiempo laboral que no puede ser comparado con el presupuesto temporal de los hombres. Las posiciones desfavorecidas en el empleo y la discriminación en la vida familiar están relacionadas a situaciones de desventaja en otras esferas de la vida, sobre todo en el acceso a actividades de ocio y participación en la vida pública. El término “patriarcado”, dotado de relevancia por científicas feministas, se refiere al hecho de que la discriminación contra las mujeres es un principio extendido que actúa en casi todas las esferas de la vida.
La discriminación en el caso de las amas de casa (la dependencia de sus maridos) difiere de la discriminación contra mujeres que también están en desventaja en sus trabajos fuera del hogar.
- Una razón importante para la dificultad de develar lo generalizado de este principio discriminatorio y la interrelación entre sus efectos en distintas esferas de la vida es
- que grupos variados de mujeres están afectados de distintas maneras. Por ejemplo, la discriminación en el caso de las amas de casa (la dependencia de sus maridos) difiere de la discriminación contra mujeres que también están en desventaja en sus trabajos fuera del hogar. Pero la diversificación de la desigualdad también se encuentra en la esfera laboral. Hay una multitud de desventajas que afectan a las mujeres de maneras muy diferentes. A pesar de las discriminaciones que afectan a las mujeres en general, las mujeres en ocupaciones profesionales están afectadas por formas de desigualdad diferentes a las de trabajadoras no calificadas. Las mujeres casadas, integradas a un contexto familiar, tienen que lidiar con tipos de problemas distintos de los de las madres solteras.
- No obstante la notable estabilidad de algunas de estas desigualdades, también pueden observarse cambios hacia una igualdad mayor. El cambio más importante para las mujeres tuvo lugar en su participación en instituciones educativas y en su igualación por ley. En el último siglo fueron abolidos aspectos importantes de las desventajas y la discriminación contra las mujeres en áreas políticas, legales y sociales en la mayoría de los países europeos con sistemas políticos comparables, aunque todavía hay diferencias significativas entre esos países. El derecho a votar y el acceso a la educación superior y a las universidades son dos ejemplos en los que el movimiento de las mujeres y la política nacional eliminaron la discriminación, a comienzos del último siglo. Desde los setenta, la legislación se ocupó de la ley del aborto, la reformulación de leyes familiares y la normativa para los nombres de mujeres casadas. La reforma del derecho familiar institucionalizó la igualdad entre cónyuges y el concepto de “asociación” como principios esenciales, por contraposición al espíritu patriarcal de las regulaciones previas.
En el campo de la educación, las desigualdades específicas de género han sido reducidas de manera notable (en las generaciones jóvenes, el nivel educativo de las mujeres es casi igual al de los hombres y a veces mayor). Esto fue logrado en parte por políticas estatales (por ejemplo, por la expansión del sistema educativo superior y la educación mixta), pero también por otros actores (cambio de actitudes en padres e hijas). Aunque todavía perduran ciertas desigualdades, como por ejemplo la segregación por género en el sistema educativo y la subrepresentación de mujeres en carreras técnicas, seguido por las consecuencias ya conocidas en el mercado laboral.
- A pesar de todos los cambios en varias áreas, persisten tanto la institución de leyes de igualdad de oportunidades y el énfasis en políticas y programas sobre la igualación de las desigualdades de género en muchos aspectos (por ejemplo, los movimientos contra la segregación por género en el mercado laboral, diferencias de ingresos y también la división del trabajo dentro de la familia y la pareja no han cambiado mucho desde los años cincuenta). Pese a todas las diferencias al respecto, la situación es muy similar en la mayoría de los países de Europa occidental y oriental. Por lo tanto, la situación social de las mujeres puede ser vista como determinada por tendencias ambivalentes: una propensión a la igualación en muchas áreas de la vida encuentra su límite en la continuidad de la división tradicional del trabajo en las familias y hogares, combinada con una persistencia de los estereotipos tradicionales.
EXPLICACIÓN TEÓRICA DE LAS DESIGUALDADES
Desde el comienzo de la teoría sociológica, la explicación de las desigualdades sociales fue una de las tareas centrales de las teorías de clase. Según esta tradición teórica (principalmente, Karl Marx y Max Weber), la sociedad está compuesta por grupos mayoritarios claramente definibles que están relacionados mutuamente de manera jerárquica. Esta jerarquía se manifiesta en el acceso desigual entre esos grupos a oportunidades vitales y –quizás solo parcialmente– en el desarrollo de actitudes comunes y una identidad social dentro de esos grupos. Por su importancia en el acceso a oportunidades vitales, la clase constituye el punto de referencia para las interpretaciones de sus miembros sobre la situación social, el aspecto “subjetivo” de la clase. Otro aspecto básico es la suposición de que el desarrollo de las clases (y estratos sociales) depende de la estructura ocupacional. Más precisamente, el criterio de pertenecer a cierta clase social es la posición ocupada en el trabajo, o una característica dada de esa posición, como el control sobre el trabajo de otros. El argumento a favor de la centralidad del trabajo y del empleo es el supuesto de que esos dominios constituyen los mecanismos centrales y requisitos funcionales de la sociedad.
Desde el punto de vista de las teorías de clase, la existencia de desigualdades basadas en el género no puede ser integrada fácilmente. La discusión sobre estas desigualdades y su exclusión de las teorías corrientes comenzó en los años setenta como consecuencia del movimiento de las mujeres y la integración creciente de científicas feministas al discurso académico. Como las teorías de clase derivan las desigualdades sociales de la estructura laboral (aunque afirmen la centralidad de esta estructura de distintas maneras), no pueden tomar conciencia de otras causas diferentes de las desigualdades. A pesar de conocer los datos empíricos de las desigualdades de género, la situación de las mujeres no fue discutida en el plano teórico. Desde el punto de vista de las teorías de clase, las mujeres no pueden ser vistas como un grupo por derecho propio, y las desigualdades que afectan a las mujeres o bien pueden no ser siquiera reconocidas (por ejemplo, la discriminación en la familia) o permanecer ubicadas al margen de procesos sociales centrales, como las relaciones entre clases.
Las teorías de la desigualdad social estuvieron distorsionadas desde su mismo comienzo en referencia a la mitad masculina de la población. Las mujeres fueron un “resto” cuya posición social no podía ser explicada por los mecanismos centrales que gobernaban la distribución de oportunidades vitales.
La primera formulación influyente que apareció al respecto en la teoría de clases fue la de Schumpeter (1953), quien declaró expresamente que “la familia, no la persona física, es el verdadero individuo en la teoría de clases”. Esta posición definió la dirección que tomarían la teoría y la investigación sociológicas: los maridos, como representantes de las familias integrados a la esfera laboral, determinaban su estatuto de clase. Las teorías de la desigualdad social –aparentemente concebidas como teorías de clase o de estratificación– estuvieron distorsionadas desde su mismo comienzo en referencia a la mitad masculina de la población. Las mujeres fueron un “resto” cuya posición social no podía ser explicada por los mecanismos centrales que gobernaban la distribución de oportunidades vitales, pero que sí podía serlo a través de funciones adicionales (particularmente la reproductiva).
Las científicas feministas hicieron de la carencia de investigaciones sobre la discriminación específica de género un tema de discusión. Desarrollaron distintos acercamientos para superar las existentes pero insatisfactorias soluciones teóricas. El primer intento de comprender la situación social desigual de los hombres y mujeres se concentró en el concepto de “patriarcado”. Walby define al patriarcado como “un sistema de estructuras y prácticas sociales en el cual los hombres dominan, oprimen y explotan a las mujeres”. Este concepto llama la atención descriptivamente sobre las formas en que los hombres discriminan y explotan a las mujeres. Ayuda a iluminar la posición desfavorecida de las mujeres en relación a los hombres y sin duda tiene un poder explicativo sobre distintas desigualdades, por ejemplo en la familia o en los procesos comunicacionales.
Pero el patriarcado falla como principio explicativo general. No tiene en cuenta las múltiples causas que influencian a la situación de las mujeres. La explicación mediante el patriarcado supone actos intencionales de supresión y de homogeneidad en los hombres. El patriarcado como sistema universal de explicación no tiene en cuenta las consecuencias no intencionales de las acciones humanas o las rutinas de la vida diaria. Por otro lado, tampoco diferencia entre desigualdades basadas en la intención explícita de discriminar a las mujeres y las desigualdades que no distinguen por género, donde las mujeres pueden ser reemplazadas por otros grupos con todavía menor acceso a oportunidades vitales (puestos bajos en la jerarquía laboral, ahora ocupados con frecuencia por trabajadores extranjeros).
Por estas objeciones, las científicas feministas intentaron desarrollar acercamientos más inclusivos y abarcativos, que fueron similares en un aspecto: intentaron integrar el género a la teoría marxista como una categoría central, combinando el rol de las mujeres y de los hombres en las esferas productivas y reproductivas y en la división del trabajo. Con este trasfondo, se concentraron en fenómenos sociales específicos, especialmente en las desventajas que se refuerzan mutuamente en el trabajo y en la familia. Dieron por sentado que hay una explicación general para todas las desigualdades: una combinación de la dominación de los hombres sobre las mujeres y de los capitalistas sobre los trabajadores (es decir, el patriarcado y la clase en teorías “feministas dualistas”). La crítica más importante de estas teorías es que este concepto de dos mecanismos discriminatorios que se refuerzan mutuamente no puede explicar las mejoras en la situación de las mujeres en campos específicos. Estas son áreas que, hasta ahora, han tenido consecuencias extensas en términos de participación en la vida social.
El intento de algunas teóricas feministas por definir a las mujeres como una clase fracasa por el énfasis unilateral sobre el aspecto “objetivo” de la clase, además de que desatiende las diversas condiciones de vida de distintos grupos de mujeres. El hecho de que la mayoría de las mujeres ocupe posiciones laborales más bajas y en desventaja, y que a la vez sean responsables de las tareas del hogar, no resulta necesariamente en la formación de un grupo homogéneo análogo a la clase, ni tampoco en un punto de vista “objetivo” para decir nada sobre sus actitudes e intereses “subjetivos”. Independientemente de estas objeciones, estas teorías prestaron el servicio de reorientar la teoría sociológica para lidiar con las desigualdades.
Desde un punto de vista teórico, el trabajo de Wright (1989) es un intento representativo de explicar la discriminación contra las mujeres en el contexto de las teorías de clase. Él distingue entre relaciones de clase directas y mediadas. La primera se refiere al acceso directo a la esfera de la producción a través del trabajo, mientras que el segundo tipo de relación se refiere a la distribución de recursos resultantes del empleo. Las relaciones de clase mediadas son las que vinculan a los miembros de una clase que no están integrados en el empleo con el proceso de producción a través de la institución de la familia. Así, el género es reconocido como un factor autónomo de influencia, que podría modificar el acceso a las oportunidades vitales; sin embargo, áreas extensas de las desigualdades específicas al género permanecen más allá del alcance de este marco teórico. Tales desigualdades son, por ejemplo, la dificultad en el acceso a la educación, desventajas en cuanto a la interacción social, control sobre el comportamiento reproductivo y la estructura de poder dentro de la familia.
La explicación de Acker tiene similitudes con la teoría de Wright, en el énfasis sobre la distribución asimétrica del poder en las familias desde una perspectiva feminista. Acker identifica dos orígenes autónomos de las desigualdades que no pueden ser atribuidos recíprocamente. La distribución de recursos adquirida a través de la participación en el sistema de empleo es la función principal de la familia. La estructura de esta institución está determinada por la dominación de los hombres.
El trabajo de Kreckel es un paso adelante en el análisis de las desigualdades de género, al integrarlas con la teoría de clase y el análisis del sistema político. Demuestra que cualquier tipo de desigualdad depende de la estructura de poder de una sociedad. Hay grupos y también dominios de la vida que sufren desventajas cuando están en la periferia de la asignación de poder y del acceso a los grupos dominantes y a las instituciones. La dominación en la estructura de clase es solo una dimensión (aún cuando una importante) de la influencia del centro político sobre la distribución de los bienes sociales. El contraste de la periferia con el centro posibilita también considerar al movimiento de mujeres que intenta influenciar las distribuciones desiguales. En este modelo, las mujeres no son víctimas pasivas del poder patriarcal, sino actores en la arena política.
UN ACERCAMIENTO ALTERNATIVO
La situación de las mujeres no es uniforme a través de los grupos individuales de mujeres y se manifiesta en diferentes dominios sociales.
El desarrollo en la teoría, delineado en la sección previa, se refiere a la necesidad de tener en cuenta más factores para explicar las desigualdades entre los géneros. Mi propio acercamiento considera los intentos discutidos hasta aquí e intenta evitar sus limitaciones. La diversidad de desigualdades constituye un punto de partida. La situación de las mujeres no es uniforme a través de los grupos individuales de mujeres y se manifiesta en diferentes dominios sociales. La situación en la familia, en el empleo pago o en la política no es el mismo con respecto a la estructura de desigualdades, la constelación de los actores, sus motivos y valores, y sus recursos. No quiero postular desde el principio que estas diferentes formas de desigualdad son causadas por los mismos factores, sino más bien quiero admitir explicaciones empíricamente válidas. El objetivo es demostrar que estas desigualdades tienen algunas estructuras generales en común, aunque tengan diferentes causas. El marco de referencias se refiere esta estructura común.
Al analizar las teorías arriba mencionadas, trabajé sobre cuatro criterios que deben ser cumplidos para explicar particularmente las desigualdades específicas al género.
- Las desigualdades que afectan a las mujeres son un fenómeno social muy complejo y, por ello, sobre la base de la suposición teórica, ninguno de sus aspectos debe ser excluido del análisis.
- Las desigualdades específicas al género no pueden ser derivadas desde el comienzo de otras desigualdades. Cuán cercanamente unidas estén estas desigualdades con otros principios de distribución es una pregunta referida a los datos empíricos.
- La explicación teórica debería ser contingente y no considerar solo factores definidos a priori (por ejemplo, el patriarcado, el capitalismo o su combinación).
- La explicación también debería dar cuenta de los cambios en la situación de las mujeres.
Por este acercamiento abierto a los factores causantes de las desigualdades es que prefiero hablar de un marco de referencia y no de una teoría. Su función es la transformación de un estado específico de desigualdad a través de su reproducción y, por eso, en la misma identificación de los grupos de actores relevantes que son parte constituyente de este proceso. También están incluidos los factores que influencian sus motivaciones y acciones, siguiendo las preguntas: ¿Cuáles son las razones de la producción y la reproducción de desigualdades sociales? ¿Qué grupos de actores sociales están involucrados en los procesos de producción y reproducción? ¿Qué otras condiciones pueden ser identificadas para la existencia de desigualdades? En otras palabras, el marco de referencia muestra el camino para llegar de desigualdades empíricamente identificadas a la explicación de los factores causales sin suposiciones a priori.
Los elementos del marco de referencia son los siguientes:
El grupo de personas en desventaja: Las características principales son la estructura de la reducción del acceso a los bienes sociales sumada a la estructura del grupo mismo (individuos más aislados o un grupo más integrado con una identidad común). Como no puede asumirse que la gente acepte voluntariamente la restricción de sus oportunidades vitales, sus motivos para aceptarlas y sus recursos para mejorar su situación también deben ser tomados en cuenta. Por lo tanto, las mujeres (y la gente que es discriminada en general) no son solo víctimas, sino también actores sociales; pueden contribuir de una manera u otra a su propia situación y también luchar por cambiarla.
El grupo de discriminadores: Las desigualdades sociales no se producen y reproducen automáticamente, sino que lo hace gente que está interesada en mantener la situación o que se beneficia de ella. Además de la estructura de estos grupos, deben considerarse sus motivaciones y recursos específicos junto con los beneficios que adquieren.
Las circunstancias sociales también son relevantes para los procesos de reproducción. Las acciones y actitudes de todos los grupos relevantes son influenciadas por una multitud de factores sociales: valores sociales compartidos, la estructura de poder, las tradiciones sociales, tanto como las divisiones entre clases y grupos étnicos y religiosos, que podrían influenciar también acciones relevantes. El Estado y las políticas gubernamentales tienen un papel central en la formación de condiciones para la discriminación de grupos sociales.
Los diferentes grupos tienen oportunidades desiguales para influenciar en las políticas estatales y para realizar sus intereses en una política estatal determinada, como por ejemplo leyes antidiscriminatorias, etc.
Este acercamiento asegura que el rol de todos los grupos afectados –incluyendo el rol de las mismas mujeres– sea tomado en consideración. En primer lugar, llama la atención sobre la lucha de intereses en la cual los actores políticos tienen diferentes recursos, planes vitales y acceso al poder político. Pero por detrás de esta lucha están las limitaciones estructurales: la habilidad de los actores para articular sus intereses y hacer reclamos puede explicarse sobre la base de constelaciones relativamente estables de reproducción de desigualdades de género que determinan la posición de los grupos en el proceso de distribución. Estas limitaciones pueden visibilizarse si las acciones y las motivaciones son analizadas en el contexto social en el cual encarnan.
Sobre la base de estas consideraciones y como resumen de los hallazgos empíricos, pueden verse seis mecanismos típicos (una constelación específica de actores y circunstancias) que reproducen las distribuciones desiguales entre los géneros en distintos terrenos. Estos mecanismos producen diferentes desigualdades y los grupos desfavorecidos difieren en muchos aspectos. Además de los cambios históricos, muestran notables elementos de estabilidad. En la sección siguiente delinearé sus características estructurales.
La clausura social ocurre donde la desigualdad se mantiene por la intención de grupos privilegiados (con respecto a recursos específicos como la educación) de evitar una nueva distribución a favor de los intereses de los no privilegiados. Los procesos de profesionalización son ejemplos representativos. La explicación remite a la competencia (real o imaginaria) entre grupos con diferentes posiciones y recursos. Este mecanismo tuvo un papel importante hasta ahora en la vida laboral, a pesar de las diferencias decrecientes en la educación. Mujeres con la misma trayectoria educativa que hombres con frecuencia no son aceptadas en los mismos puestos y se evaden las regulaciones legales sobre la igualdad de admisión.
Explotación se refiere a la situación caracterizada por una relación causal clara entre el bienestar de un grupo y la desventaja del otro. Los empleadores y gerentes están especialmente interesados en una fuerza laboral barata. Por consiguiente, utilizan la diferenciación jerárquica existente para reclutar a empleados con salarios bajos. Un ejemplo representativo de esta constelación en un contexto específico de género es la situación de trabajadoras mujeres, especialmente en regiones con puestos de trabajo escasos o inexistentes.
El tradicionalismo público se refiere al mantenimiento de las barreras tradicionales entre los géneros mediante regulaciones estatales que reducen las oportunidades vitales de las mujeres. La negación del derecho al voto a comienzos del siglo y del acceso a las universidades son ejemplos conocidos de ello. Las leyes tradicionales contra el aborto, la ley familiar restrictiva y otras regulaciones conformadas por ideas tradicionales son ejemplos de ello, tanto como la reducción de las oportunidades vitales y de la autodeterminación de las mujeres. En sociedades modernas, los hombres todavía se benefician de estas regulaciones, lo que les da poder con respecto a las mujeres, tanto en contextos privados como públicos.
El tradicionalismo privado es el resultado de orientaciones tradicionales que no han sido institucionalizadas en regulaciones públicas, pero que igual son normas y disposiciones válidas para la acción, con consecuencias desfavorables para las mujeres. La influencia más importante es la de la socialización y especialmente la de las carreras educativas de las niñas. Aún cuando se han tomado pasos notables hacia una mayor igualdad, las niñas todavía se enfrentan en muchos aspectos con estereotipos de género.
El intercambio asimétrico implica criterios injustos y mide los sesgos en el sistema de intercambios. La división del trabajo en el hogar es la manifestación más importante de este mecanismo. Originalmente, este terreno fue dominado por el tradicionalismo (apoyado parcialmente en regulaciones públicas del derecho familiar). Hoy, esta división desigual no es legitimada por la tradición sino por la evaluación de las distintas contribuciones de hombres y mujeres. El modelo del hombre como sostén económico es usado para justificar la falta de participación de los hombres en las tareas del hogar y les permite mantener su posición privilegiada en el mercado laboral. La investigación empírica demuestra que en este campo, solo han habido cambios muy pequeños en comparación con otras áreas.
La devaluación en la comunicación no es solamente un medio usado en la mayoría de las demás constelaciones (por ejemplo, en la exclusión social), sino –como demuestran los estudios de los procesos de interacción– una estrategia aplicada por los hombres como un fin en sí mismo, en la sensación de superioridad y dominación. Esta constelación es independiente de los dominios institucionales específicos y puede ser relevante también en situaciones íntimas, en el empleo y en contextos anónimos.
EXPLICAR LOS CAMBIOS EN LAS DESIGUALDADES DE GÉNERO
Como los mecanismos están basados en las acciones de todos los grupos involucrados, los motivos y los recursos disponibles de ambas partes son de un interés crítico. Los recursos de los discriminadores son específicos de un campo e involucran medios financieros o la disposición de capital social y cultural. Además, hay leyes favorables y costumbres tradicionales que continúan garantizando una posición privilegiada para los hombres. Por su posición desfavorecida en áreas particulares, los recursos de las mujeres están más restringidos para defenderse de la discriminación.
Hay dos recursos con una importancia central para todos los grupos de mujeres. Primero, la capacidad para que la acción colectiva desarrolle una identidad común, lo que presupone la homogeneidad del grupo. Segundo, regulaciones sociales que empoderen a las mujeres, la aceptación de estándares de igualdad y el acceso a instituciones de poder, etc., que son de particular importancia.
Puede demostrarse que el cambio más importante para las mujeres tuvo lugar en el “tradicionalismo público”. En este campo, ha habido movilizaciones de mujeres, especialmente desde los setenta. Los objetivos eran las desigualdades que privilegian a los hombres, que se enraízan en las sociedades premodernas y fueron mantenidas por el sistema político. Uno de los asuntos más importantes es la abolición de la ley restrictiva del aborto. No fue iniciada por los políticos, sino que fue efectuada por las mujeres que manifestaban su interés. No solo aquellas activas en el movimiento de mujeres; la mayoría de las mujeres, sin importar su estatus social, reclamaron este derecho. Fue la primera vez, después de la segunda Guerra Mundial, que las mujeres, como grupo, tuvieron un rol activo en el proceso político y fueron aceptadas como actores políticos con intereses propios. Una precondición importante de su movilización fue la situación homogénea de mujeres con intereses claramente definidos, amenazados por la ley criminalizante.
Esta demostración de fuerza de las mujeres como un grupo potencialmente relevante ha tenido consecuencias hasta el día de hoy. Desde ese momento, los intereses de las mujeres se constituyeron como un asunto político. Los partidos políticos interesados por movilizar a las mujeres como votantes se comprometieron con la igualdad entre mujeres y hombres. Varios estudios demuestran que esta estrategia fue exitosa: hay una tendencia de grupos de mujeres a votar por partidos que muestran preocuparse por sus intereses. En consecuencia, se establecieron organizaciones de mujeres en partidos políticos, o adquirieron más importancia pública. En su mayoría, estas iniciativas han sido exitosas, aún cuando hubo retrocesos y todavía queda mucho por hacer. Muchos cambios han sido realizados por la creciente toma de conciencia política de las mujeres y la institucionalización de políticas para las mujeres. La igualdad en el derecho familiar, la promoción de mujeres en la política y en la administración estatal son ejemplos prominentes.
Pero hay límites para la acción política y los efectos de la legislación son frecuentemente muy restringidos. Para entender las razones, es necesario remitirse a los mecanismos. Las diferencias de ingresos entre hombres y mujeres y el acceso a puestos de empleo y profesiones han perdurado como asuntos constantes en los debates públicos durante los últimos veinte años. Hay muchas iniciativas para mejorar esto; algunas, están apoyadas en la política estatal. A pesar de estas iniciativas, no hay un instrumento político eficiente contra los “techos de vidrio”, una manifestación de la clausura social, independientemente de varios intentos de promover el acceso de las mujeres a posiciones superiores y/o mejorar los problemas de las mujeres en trabajos de tiempo parcial. En este aspecto, la situación sigue siendo insatisfactoria.
El mercado laboral y el empleo son un punto adicional a comprender. Las mujeres están fragmentadas en varios grupos con intereses específicos; desde su punto de vista, no es fácil tomar conciencia de los intereses comunes.
El mercado laboral y el empleo son un punto adicional a comprender. Las mujeres están fragmentadas en varios grupos con intereses específicos; desde su punto de vista, no es fácil tomar conciencia de los intereses comunes. (Las mujeres de clase trabajadora lidian con condiciones de trabajo precarias y salarios mínimos; las desventajas de las mujeres de clase media resultan principalmente de la negación de su desarrollo). Esta amalgama de intereses dificulta que las mujeres construyan una identidad colectiva orientada a su mejoramiento y la igualdad. Por lo tanto, los prerrequisitos más importantes para la acción colectiva están ausentes, mientras los intereses de los discriminadores están bien definidos y organizados. Las gerencias de las empresas están interesadas en una fuerza laboral “barata” y utilizan las diferencias sociales para obtenerla. La monopolización de posiciones estratégicas de control sobre áreas profesionales es un interés de los hombres –de ahí la exclusión de las mujeres. Los sindicatos con frecuencia apoyaron a estos trabajadores masculinos. No solo hay grupos discriminadores, sino también grupos que se benefician de la situación. La debilidad de la articulación de las mujeres en este campo y la fuerza de los intereses contrarios son también la causa de la tibieza y la ambigüedad de las regulaciones estatales.
La situación “aislada” de las mujeres en sus familias y de las condiciones cada vez más individualizadas de la vida vuelven muy difíciles los intentos de organización colectiva. Hacer las tareas del hogar y honrar los deberes familiares, reconciliar el empleo y a la familia bajo circunstancias desfavorecidas es difícil y consume mucho tiempo. Por otro lado, las mujeres mismas adoptan normas y actitudes tradicionalistas, y contribuyen así a la transmisión de estereotipos de género. Los cambios en las actitudes tradicionales y la diseminación del universalismo han afectado ciertamente el comportamiento en contextos “privados”, pero solo pueden identificarse cambios muy modestos en la división de las tareas del hogar. En cuanto al “tradicionalismo privado”, no puede convertirse en un asunto político en un sentido directo, porque las prácticas educativas en la familia no pueden ser controladas por instituciones administrativas.
A pesar de estas dificultades, se han formulado agendas políticas sobre los problemas e intereses del tradicionalismo privado y el intercambio asimétrico. No solo ha habido demandas a favor de la intervención estatal para establecer igualdad de oportunidades en esta área, sino también iniciativas para influenciar los estereotipos de género y las elecciones de empleo de las niñas. Estos intentos no fueron exitosos, considerando los límites generales de la intervención política en la esfera privada. Más allá de algunas reformas importantes contra la violencia masculina en la familia y el establecimiento de refugios para mujeres y víctimas de la violencia doméstica, los efectos de la mayoría de las acciones políticas están restringidos en este ámbito, y la discusión política y las innovaciones legales con frecuencia son solo simbólicas.
Las desigualdades producidas por el mecanismo de la “devaluación en la comunicación” fueron objeto de regulaciones políticas hacia fines de los noventa. Ahora hay regulaciones con respecto a los estándares de neutralidad de género en el comportamiento hacia las mujeres que deben ser practicados en la administración pública. Parece que estas regulaciones son más o menos exitosas, aunque no cambian los problemas fundamentales. Por otro lado, contribuyen especialmente al crecimiento de la autoconciencia de las mujeres trabajadoras de clase media.
El uso de un lenguaje claro con respecto a sus propios intereses y la voluntad de luchar por ellos son condiciones necesarias para que las mujeres obtengan acceso a la toma de decisiones en el sistema político y aceptación como grupo de interés (aunque de seguro no son participantes muy poderosos). Por la debilidad estructural de las mujeres en el ámbito de la familia y del trabajo asalariado, la intervención política es ahora el instrumento más importante para influenciar los mecanismos que reproducen las desigualdades entre mujeres y hombres. La dirección del cambio de las desigualdades basadas en el género depende ahora en gran medida del poder de las mujeres en instituciones políticas (que son influenciadas por las actividades de las mujeres fuera de ellas).