Autora: Cinzia Arruzza
Traducción: Judith De Diego
Este artículo se reproduce por gentileza de la revista Sin Permiso.
El patriarcado no es un orden autónomo del capitalismo. Es consustancial a él. Un “feminismo del 99%” debe partir de esta premisa para poder desarrollar una potencia verdaderamente liberadora. A diferencia del feminismo “liberal”, este feminismo apuesta por superar la explotación y la división sexual del trabajo. En tal sentido, propone una transformación del orden social.
- Patriarcado o capitalismo
Es muy habitual encontrarse en libros, tratados, artículos o escritos feministas con referencias al patriarcado y a los vínculos patriarcales. Utilizamos, a menudo, el término patriarcado para referenciar el hecho de que la opresión y la desigualdad de género no son esporádicas ni excepcionales. Ninguna de ellas puede ser simplificada a la consideración de fenómeno propio y único de las relaciones interpersonales. Muy al contrario, son temas anidados en nuestra sociedad y reproducidos mediante ciertos mecanismos que resultan inexplicables si se reducen al campo de lo individual.
En resumen, utilizamos a menudo patriarcado para subrayar que la opresión de género es un fenómeno dotado de un carácter periódico y social, y no solo interpersonal. Sin embargo, la cosa se complica si queremos ser más precisos en cuanto a lo que es, exactamente, el patriarcado y el sistema patriarcal. Y rizamos más el rizo si nos preguntamos cuál es el vínculo entre el patriarcado y el capitalismo, y cómo se interrelacionan.
Estado de la cuestión
Durante un tiempo, entre los setenta y los ochenta, la cuestión de la relación estructural entre patriarcado y capitalismo fue objeto de un animado debate entre teóricos y militantes de la corriente materialista y marxista del feminismo. Esto es, entre miembros del movimiento feminista marxista y del feminista materialista de origen francés, pasando por las diferentes variantes de lo que se conoce como socialist feminism: el feminismo marxista o materialista afroamericano, el feminismo materialista lésbico, etc. Los temas fundamentales de tal debate han reaparecido ahora organizados, más o menos, en torno a dos cuestiones: 1) ¿El patriarcado es un sistema autónomo en relación con el capitalismo? 2) ¿Es correcto utilizar el término patriarcado para referirse a la opresión y la desigualdad de género?
Esta polémica, por la que se vertieron ríos de tinta, fue apagándose poco a poco mientras la crítica del capitalismo retrocedía y algunas corrientes feministas se afianzaban. Estas o no ponían en duda el horizonte liberal, o esencializaban las relaciones de género y lo desvinculaban de su contexto histórico, o bien eludían los temas de la clase y del capitalismo, elaborando conceptos que, posteriormente, se ha visto que eran muy productivos para la deconstrucción del género (en especial, la teoría Queer de los noventa).
No obstante, demudar no significa desaparecer, por lo que, durante los siguientes decenios, algunas teóricas feministas continuaron trabajando sobre estos temas, aun a riesgo ser consideradas retrógradas o reliquias de una guerra un poco aplastada, cuya existencia es solo tolerada. Pero tenían sus razones para seguir al pie de cañón. De forma paralela a la crisis económica y social, presenciamos cómo se está volviendo la vista atrás para reconsiderar, de manera parcial pero significativa, la relación estructural entre la opresión de género y el capitalismo.
Durante los últimos años, no han faltado análisis empíricos o descriptivos de algunos fenómenos o temas concretos, como son la feminización del trabajo, el impacto de las políticas liberales en las condiciones vitales y laborales de la mujer, la opresión cruzada de género, de raza y de clase, o la relación entre las diferentes construcciones de identidad sexual y los regímenes de acumulación capitalista. Sin embargo, esto es algo que describe un fenómeno o un conjunto de fenómenos sociales en los que el vínculo entre capitalismo y opresión de género aparece de manera más o menos evidente. Esto supone otro modo de explicar, de manera teórica, la razón de ser de este nexo entre capitalismo y opresión de género, identificado en tales manifestaciones, y exponer cómo funciona. Así pues, es necesario preguntarse si existe un principio rector de este vínculo.
En beneficio de la concisión y la claridad, intentaré sintetizar las hipótesis más interesantes sugeridas hasta ahora. Por honestidad intelectual y para evitar malentendidos, aclaro aquí que mi reconstrucción de las diferentes perspectivas no es imparcial; mi opinión ha sido cimentada sobre la tercera hipótesis que se desarrolla más abajo.
Tres hipótesis
Primera hipótesis: Dual or Triple Systems Theory (teoría de sistemas dobles o triples). Podemos resumir la visión original de esta hipótesis de la siguiente manera: la relación entre género y sexo constituye un sistema autónomo que se mezcla con el capitalismo; esto redefine las relaciones de clase y es, a la vez, modificado en un vínculo de influencia e interacción recíproca. La versión más actualizada de esta teoría también tiene en cuenta los vínculos raciales, considerados como un entramado autónomo de relaciones sociales entrelazado con los conceptos de género y clase.
En la raíz del feminismo materialista, estas consideraciones se nivelan respecto a otras que tratan los vínculos entre género y raza, percibidos como sistemas relacionales de opresión y explotación. En general, estas hipótesis comprenden las relaciones de clase en términos sustancialmente económicos: la interacción entre el patriarcado y el sistema de dominación racial es el elemento que otorga a dichas relaciones un carácter que sobrepasa la explotación económica básica. Una variante de esta teoría es aquella que ve los vínculos de género como un sistema de relaciones culturales e ideológicas derivado de modelos de producción y sociales anteriores e independientes del capitalismo. Estos, además, intervienen en las relaciones capitalistas dándoles una dimensión de género.
Segunda hipótesis: El capitalismo indiferente. La opresión y la desigualdad de género son los restos de algunas formaciones sociales y de modos de producción anteriores, en cuyo seno el patriarcado organizaba directamente la producción, determinando una rígida división del trabajo según el sexo. El capitalismo permanecería, así, indiferente a las relaciones de género y podría prescindir de ellas, hasta el punto de ser el propio capitalismo el que acabase con el patriarcado en los países capitalistas avanzados, cuyas relaciones familiares han sido reestructuradas de manera radical. En resumen, el capitalismo tiene un vínculo estructural en esencia con la desigualdad de género, ya que recurre a ella allá donde parece ser útil y la rechaza allá donde estorba.
Esta perspectiva tiene algunas variantes: desde las que sostienen que las mujeres han conocido una emancipación inédita dentro del capitalismo respecto a otros modelos de sociedad —lo que demostraría que el capitalismo no representa un obstáculo estructural para la liberación de la mujer— hasta aquellas otras que afirman que es necesario diferenciar de manera adecuada el plan de análisis lógico del plan de análisis histórico. Desde un punto de vista lógico, el capitalismo podría prescindir fácilmente de la desigualdad de género; pero, si pasamos de las experimentaciones teóricas a la realidad histórica, dicha suposición no funcionaría tan fácilmente.
Tercera hipótesis: teoría unitaria. Según esta teoría, no existiría, en los países capitalistas, un sistema patriarcal que funcionase de manera independiente respecto del capitalismo. Pero las relaciones patriarcales que perviven sin constituir un sistema autónomo son otro tema. No obstante, negar que el patriarcado sea un sistema efectivo en los países capitalistas no significa negar que la opresión de género exista sin lugar a dudas, la cual se deriva del conjunto de relaciones sociales e interpersonales. Como tampoco significa reducir ningún elemento de esta opresión a una consecuencia mecanicista y directa del capitalismo, o buscarle una explicación meramente económica.
No se trata, de ninguna manera, de ser reduccionistas o economicistas, o de subestimar la centralidad de la opresión de género. Más bien, se trata de desarrollar los conceptos y definiciones utilizados en esta opresión y de no simplificar aquello que, por naturaleza, es complejo. De un modo particular, las estudiosas que han tratado de ampliar la teoría unitaria han condenado la idea según la cual el patriarcado sería, hoy, un sistema con reglas de funcionamiento y mecanismos de reproducción autónomos. Al mismo tiempo, han insistido en la necesidad de considerar al capitalismo no como un conjunto de leyes y mecanismos puramente económicos, sino más bien como un orden social complejo y articulado, con relaciones internas de explotación, dominación y alienación.
Desde esta perspectiva, el objetivo es comprender cómo la dinámica de acumulación capitalista sigue produciendo, reproduciendo, transformando, renovando y manteniendo relaciones jerárquicas y opresivas, pero sin traducir estos mecanismos en términos puramente económicos y automáticos.
- ¿Uno, dos o tres sistemas?
En 1970, Christine Delphy escribió un breve ensayo, Por un feminismo materialista: el enemigo principal y otros textos. En él teorizaba la existencia de un modo de producción patriarcal, su relación y su no coincidencia con el modo de producción capitalista. También definió a las amas de casa como una clase en el sentido económico del término.
Nueve años después, Heidi Hartmann publicaba el artículo Un matrimonio mal avenido: hacia una unión más progresiva entre marxismo y feminismo. En él, defendía la tesis según la cual el patriarcado y el capitalismo serían dos sistemas autónomos pero interrelacionados debido a diferentes razones históricas. Según la autora, las leyes de acumulación capitalista permanecerían indiferentes al sexo de la fuerza de trabajo; sin embargo, si el capitalismo necesita crear relaciones jerárquicas en la división laboral, serán el racismo y el patriarcado los que determinen quién debe reemplazar dichas posiciones jerárquicas y cómo hacerlo.
Esta hipótesis es denominada Dual Systems Theory (teoría de los sistemas duales). En 1990, con Theorizing Patriarchy, Sylvia Walby proponía una reformulación de esta teoría, añadiendo un tercer sistema: el racial. A la vez, invitaba a considerar al patriarcado como un sistema variable de relaciones sociales compuesto por seis estructuras: el modo patriarcal de producción, las relaciones patriarcales entre el trabajo remunerado y la remuneración, las relaciones con el Estado, las violencias masculinas, las relaciones patriarcales en la sexualidad y las relaciones patriarcales en las instituciones culturales. Estas seis estructuras se condicionan de manera recíproca, aun siendo autónomas. Por otro lado, según ella, podían ser públicas o privadas. Más recientemente, Danièle Kergoat propuso una teoría sobre la esencia de las relaciones patriarcales, de clase y de raza; esto es, tres sistemas de relaciones basados en la explotación y la dominación, los cuales se entrecruzan y tienen la misma sustancia básica (explotación y dominación), pero son, al mismo tiempo, distintos, como las tres partes de la trinidad cristiana.
Sin definición unívoca
Esta rápida recapitulación de autores y trabajos no es más que una muestra de las diferentes corrientes desde las que se ha teorizado la intersección entre el sistema patriarcal y el capitalista, y en lo que se distinguen. Por supuesto que existen otros, pero me veo obligada a limitar la lista a estos ejemplos, que son de los más claros, además de sistemáticos y complejos. Como ya dije antes, la dificultad de este debate reside en la definición de patriarcado. No hay una definición unívoca, sino, más bien, un conjunto de propuestas; algunas de ellas son compatibles entre sí, mientras que otras se contradicen. Como no podemos analizar todas y cada una de ellas, propongo, por el momento, tratar el concepto de sistema patriarcal como un sistema de relaciones, tanto materiales como culturales, de dominación y explotación de mujeres por parte de hombres. Un sistema provisto de una lógica interna, permeable a los cambios históricos y en continua relación con el capitalismo.
No hay una definición unívoca de patriarcado. Hay, más bien, un conjunto de propuestas; algunas de ellas son compatibles entre sí, mientras que otras se contradicen.
Antes de analizar los problemas evocados por esta aproximación teórica, es necesario definir la explotación y establecer ciertas distinciones. Desde el punto de vista de las relaciones de clase, la explotación se define como proceso o mecanismo de expropiación del excedente producido por una clase trabajadora en beneficio de otra clase. Esto puede darse mediante mecanismos automáticos, como el salario, o mediante la expropiación violenta del producto del trabajo ajeno —como era la corvea, el trabajo gratuito al que estaban obligados los siervos en favor de sus señores feudales, quienes lo imponían utilizando métodos violentos de coerción. La explotación capitalista, en el sentido marxista del término, es una forma específica de explotación que consiste en extraer la plusvalía resultante del trabajo obrero en beneficio del capitalista. Por lo general, para poder hablar de explotación capitalista, es necesario situarse en el terreno de la producción de mercancías, del tiempo abstracto, del tiempo de trabajo socialmente necesario, del valor y de la forma salarial.
Evidentemente, dejo de lado otras hipótesis, como aquella que se basa en una subsunción[1] real de la sociedad en su totalidad, defendida por la tradición obrerista y postobrerista. Abordar esta temática y sus consecuencias para la consideración de las relaciones de género requeriría otro artículo. En resumen, la extracción de la plusvalía es, para Marx, el secreto del capital, en el sentido de que este es el origen de la riqueza social generada, así como de los mecanismos de distribución.
La explotación, con el significado de extracción del excedente, no es la única manera de aprovechamiento dentro de la sociedad capitalista: en pocas palabras, se puede decir que un empleado en un sector no productivo (en términos de valor) es explotado mediante la extracción de la plusvalía. Y las condiciones salariales vitales y laborales de una dependienta pueden ser, perfectamente, peores que las de un obrero de fábrica. Es más, dejando atrás los malentendidos y debates del pasado, tendientes a caer en lo economicista, es importante precisar que, desde la perspectiva de los procesos de objetivación política, la distinción entre trabajadores productivos e improductivos (en el sentido de producción de valor o plusvalía) apenas es interesante. En última instancia, los mecanismos y las formas de organización y de división del proceso de trabajo son mucho más importantes.
Retomamos, ahora, la teoría de los dos sistemas y el problema del patriarcado.
Primer problema
Si definimos al patriarcado como un sistema de explotación, deriva de ahí una lógica según la cual hay una clase explotadora y una explotada, o, retomando la idea anterior, una clase expropiatoria y una expropiada. ¿Cuál es el componente de estas clases? Las respuestas pueden ser: todas las mujeres y todos los hombres, o solo algunas mujeres y algunos hombres (por ejemplo, en el caso ya citado de Delphy, las amas de casa y los hombres adultos de sus familias). Si hablamos de patriarcado como sistema de explotación en la esfera pública, podemos establecer una hipótesis según la cual el explotador o expropiador sería el Estado. Las feministas obreristas han aplicado la noción de explotación capitalista del trabajo doméstico, pero su posición no puede tenerse en cuenta en un contexto como el de este artículo, pues, según ellas, el verdadero expropiador del trabajo doméstico es el capital; esto supondría que el patriarcado no es un sistema autónomo de explotación.
Sin embargo, en los trabajos de Delphy, la hipótesis que defiende que las amas de casa conforman una clase por sí misma y sus parientes masculinos (en concreto, sus maridos) serían la clase explotadora no solo está plenamente articulada, sino que se la ha llevado hasta sus últimas consecuencias. En términos de lógica, esto significaría que el ama de casa que es esposa de un trabajador inmigrante pertenecería a la misma clase social que la exmujer de Berlusconi, Veronica Lario: ambas tienen un valor de uso (la primera, un trabajo basado en el cuidado de los otros, y, la segunda, uno de representación de cierto estatus social mediante la organización de recepciones, por ejemplo) en una relación de explotación de naturaleza servil. Es decir, ambas proporcionan su trabajo a cambio del mantenimiento financiero del matrimonio por parte del marido.
En The Main Enemy (El enemigo principal), Delphy también insiste en que la pertenencia a la clase patriarcal debería ser más relevante que la pertenencia a la clase capitalista. Así, la solidaridad entre Veronica Lario y la mujer del obrero inmigrante debería prevalecer por encima de la solidaridad de clase de la mujer del obrero inmigrado con su marido o respecto a otros miembros de la clase de su marido (o, lo que deja ver más optimismo que otra cosa, dicha solidaridad debería prevalecer por encima de la solidaridad de clase entre Veronica Lario y sus amigos del club de golf). Al final, la práctica política de Delphy entró en contradicción con las consecuencias lógicas de su teoría, lo que pone en evidencia los límites analíticos de dicha hipótesis.
Además, si definimos a los hombres y a las mujeres (en una u otra versión) como dos clases de explotadores y de explotados, llegamos a la conclusión de que estamos frente a un antagonismo de clase irreconciliable, cuyos intereses son contradictorios entre sí. No obstante, y en consecuencia, ¿es necesario negar que los hombres se aprovechan y tienen ventajas laborales del trabajo no retribuido de las mujeres? No, pues esto constituiría un error simétrico, cometido, por desgracia, por numerosos marxistas que han desarrollado este razonamiento hasta su extremo opuesto. Es evidente que el hecho de que haya alguien que nos tenga preparado un plato caliente cada noche es una ventaja más práctica que tener que ponernos a cocinar después de salir del trabajo. Es, pues, demasiado natural que los hombres tiendan a aferrarse a este privilegio. En resumen, es indiscutible que existen relaciones de dominación y jerarquía social basadas en el género, y que los hombres, aquellos que pertenecen a las clases más bajas, sacan provecho de estas.
Sin embargo, esto no implica automáticamente que haya antagonismo de clases. Podríamos trabajar sobre otra hipótesis: en la sociedad capitalista, la privatización completa o parcial del trabajo basado en el cuidado de otras personas, es decir, su concentración en el núcleo familiar (sea cual sea el tipo de familia, aglutinando las familias monoparentales femeninas) y la ausencia de una socialización a gran escala de este trabajo, a través del Estado o de cualquier otra forma, determina una carga de trabajo que debe estar asegurada en la esfera privada, fuera del mercado laboral y de las instituciones. Las relaciones de dominación y opresión de género determinan la manera y las proporciones en las que se distribuye esta carga de labor. Esto da lugar a un reparto desigual: las mujeres trabajan más y los hombres, menos; pero no hay una apropiación del excedente.
¿Hay algo que pruebe lo contrario? Basta con hacer una pequeña prueba mental. El machismo en el trabajo no perdería nada en términos de distribución de la carga laboral si el trabajo basado en cuidar a otras personas estuviese totalmente socializado en lugar de ser realizado solo por la mujer. Así pues, en términos estructurales, no hay intereses antagonistas o irreconciliables a largo plazo. Como es natural, esto tampoco significa que se tenga conciencia de ello. Puede que tengamos tan arraigada la cultura sexista que se haya desarrollado en ella un tipo de narcisismo aguado, basado en la idea de la presumida superioridad masculina, por lo que se opondría a toda tentativa de socialización del trabajo de cuidados a otras personas o a cualquier forma de emancipación de la mujer. Al contrario, el capitalista sí tendría mucho que perder si se socializan estos medios de producción. Por tanto, no solo se trata de las convicciones que tenga (el capitalista) sobre cómo funciona el mundo y cuál es su lugar dentro de él; se trata del dineral que, alegremente, ha expropiado a los proletarios.
Segundo problema
El segundo problema consiste en que las relaciones patriarcales constituyen hoy un sistema independiente en el corazón de la sociedad capitalista avanzada, lo que nos hace preguntarnos por la espinosa justificación de su motor generador: ¿por qué se reproduce este sistema de manera continua? ¿Por qué persiste? Si se trata de un sistema independiente, su razón generadora debe ser interna y no externa. El capitalismo, por ejemplo, es un modo de producción compuesto por un sistema de relaciones sociales, cuya lógica puede ser identificada y reconocida: según Marx, es un proceso de aprovechamiento del capital. Como es natural, identificar el motor de este proceso no significa haber dicho ya todo sobre el capitalismo. Sería como prentender que la explicación sobre la anatomía del corazón y su funcionamiento fuese suficiente para ilustrar la anatomía del cuerpo humano. El capitalismo es un conjunto de elementos complejos. Sin embargo, saber cómo es el corazón y cuáles son sus mecanismos me parece una necesidad analítica fundamental.
Es bastante fácil identificar el motor del sistema patriarcal allí donde las relaciones patriarcales tienen un papel principal en la organización de los vínculos de producción (quién produce y cómo lo hace, quién se apropia de qué, cómo se organiza la reproducción de las condiciones de producción, etc.). Es el caso de las sociedades agrarias, por ejemplo; en su seno, la familia patriarcal constituye directamente la unidad de producción de base. La cosa se complica cuando hablamos de la sociedad capitalista. En ella, las relaciones patriarcales no organizan directamente la producción, aun sin dejar de ser protagonistas en la división del trabajo; además, la familia queda relegada a la esfera privada y reproductiva.
Llegados a este punto, si seguimos a Delphy y a bastantes feministas, identificamos, dentro del patriarcado contemporáneo, un modo de producción específica o, al menos, un conjunto de relaciones de explotación. Entonces volvemos al primer problema que habíamos planteado. Más allá, quedan pocas opciones.
Es bastante fácil identificar el motor del sistema patriarcal allí donde las relaciones patriarcales tienen un papel principal en la organización de los vínculos de producción.
Una hipótesis propuesta hace tiempo es que el patriarcado sería un sistema ideológico independiente, cuyo motor residiría en el proceso de producción de significantes y de interpretaciones del mundo. Sin embargo, nos topamos con otros problemas: si la ideología es aquello con lo que interpretamos nuestras condiciones existenciales y nuestra relación con ellas, debería haber un lazo entre ideología y condiciones sociales de la existencia. Un lazo no mecánico ni automático ni unidireccional; de lo contrario, nos arriesgamos a tener una concepción fetichista y ahistórica de la cultura y la ideología. Ahora bien, me parece poco convincente el hecho de que el sistema patriarcal se entienda como un sistema ideológico y se autorreproduzca constantemente. Y todo ello, pese a las increíbles modificaciones introducidas por el capitalismo en la vida y en las relaciones sociales durante más de dos siglos. Otra hipótesis plantearía que el motor podría ser psicológico, pero esto también tendría el riesgo de desembocar en una concepción fetichista y ahistórica de la psique humana.
Último problema
Admitamos que el patriarcado, las relaciones raciales y el capitalismo sean tres sistemas independientes, pero que se entrecruzan y se refuerzan de manera recíproca. En este caso, también se nos plantea la duda de cuál es el principio creador y la lógica de esta santa alianza. En los trabajos de Kergoat, por ejemplo, la definición de este vínculo en términos consustanciales ofrece una imagen descriptiva, la cual no llega a explicar gran cosa. Las causas del cruce entre los sistemas de explotación y dominación siguen siendo un misterio, ¡igual que la Santísima Trinidad!
A pesar de estos problemas, las teorías de dos (o tres) sistemas, cada una a su manera, llevan implícita la hipótesis de muchas teorías feministas recientes. El por qué, según creo, está en el hecho de tratarse de formas de interpretación más intuitivas e inmediatas. En otras palabras, esta es una explicación que recoge la realidad según se manifiesta. Es evidente que las relaciones sociales implican relaciones de dominación y jerarquía, basadas en el género o la raza, permeables en el conjunto de la sociedad y en la vida cotidiana. La explicación más inmediata es que dichas relaciones se corresponden con sistemas específicos, siendo esta la manera en que se manifiestan. No obstante, las explicaciones más intuitivas no siempre son las más acertadas.
De esta manera, que el núcleo de estas teorías de dos (o tres) sistemas no acabe de convencer no significa que no haya nada que aprender del feminismo materialista. Al contrario, la obra de Delphy o de otras feministas materialistas contienen intuiciones y propuestas de una importancia fundamental, como es la problematización de la concepción que tenemos sobre el sexo o la atención que prestamos a la interrelación entre las dimensiones de raza y género. En el debate sobre estos temas que hubo en Italia, algunas estudiosas feministas que se identifican con el feminismo materialista escribieron cosas muy interesantes, por ejemplo, sobre mujeres e inmigración. Esto ha ayudado al desarrollo de un proyecto teórico, suponiendo un empuje mucho mayor que el del feminismo de la diferencia. Estas reflexiones deben ser tomadas como intentos de debate entre compañeras de lucha, quienes tienen mucho en común a pesar de las diferencias.
II bis. ¿Solo es culpa del capitalismo?
En Reflexión sobre el género escribía que la idea según la cual el patriarcado era un sistema independiente, ubicado en el interior de la sociedad capitalista era la más utilizada por las teóricas y por muchas otras feministas. Esto se debe a que es la interpretación más intuitiva e inmediata de los fenómenos de opresión y de poder basados en el género, que experimentamos de manera cotidiana.
Dicho de otro modo, se trata de una interpretación que registra la realidad según se manifiesta. Y decimos «según se manifiesta» no porque queramos describir un fenómeno ilusorio opuesto a la Realidad; sino, más bien, la manera en que estas relaciones de alienación y dominación son producidas y reproducidas por el capital, y razonadas luego utilizando la misma lógica.
Siguiendo a Daniel Bensaïd, la crítica de la economía política es, ante todo, una crítica del fetichismo económico y de su ideología, lo que nos condena a seguir pensando a la sombra del capital. No se trata, pues, de una «falsa conciencia», sino de un modo de experiencia determinada por el propio capital: la fragmentación de la percepción de su realidad. Se trata de un discurso complejo, pero, para tener una idea de lo que se entiende por «modo de experiencia determinada por el capital» remitimos al párrafo que Marx dedica, en el primer libro de El Capital, al fetichismo de la mercancía.
Ahora bien, esto se debe precisamente a que nuestra percepción es fragmentaria y a que nosotras (las que hemos desarrollado una sensibilidad acerca del género) hemos recurrido al conjunto de las relaciones patriarcales, percibiéndolas de manera inmediata como respuesta a las lógicas independientes y separadas de aquellas propias del capitalismo. Por todo ello, la negación de que el patriarcado sea un sistema independiente en el corazón del sistema capitalista encuentra inevitablemente objeciones y dudas.
La objeción más habitual tiene que ver con la dimensión histórica. ¿Cómo se puede afirmar que el patriarcado no es un sistema independiente cuando la opresión a la mujer es anterior a la sociedad capitalista? No se puede dejar de decir aquí que, en el interior de la sociedad capitalista, la opresión a la mujer y las relaciones de poder son una consecuencia necesaria del capitalismo, y que estos dos fenómenos ya no cuentan con una lógica propia e independiente que sostenga la tesis absurda de que la opresión habría nacido con el capitalismo. Lo que aquí defendemos es una idea diferente, que enlaza con las características propias del capitalismo. Las sociedades en las que el capitalismo ha suplantado el modelo de producción precedente están caracterizadas por una profunda y radical transformación de la familia.
Transformación de la familia
Es, sobre todo, el proceso de expropiación de la tierra o de acumulación primitiva lo que dividió en grandes sectores, muy diferenciados, a la población según sus medios de producción y subsistencia (la tierra, precisamente). Esto causó la desintegración de la familia patriarcal campesina y la aparición de un proceso de urbanización sin ningún precedente histórico significativo. Resultado: la familia dejó de representar la unidad de producción con un papel específico, generalmente organizado mediante relaciones patriarcales precisas, las cuales ella misma aseguraba en la sociedad agraria de la que procedía.
Este proceso ocurrió en diferentes momentos y de diferentes maneras en todos aquellos países donde se había asentado la producción capitalista. Con la separación entre familia y lugar de producción, la relación producción-reproducción (en el sentido biológico, generacional y social del término) también se transformó de manera radical.
Ahí está el problema: mientras que las relaciones de dominación entre géneros persisten, estas han dejado de constituir un sistema independiente, con lógica propia y autónoma, debido a la transformación familiar —la cual ha pasado de unidad de producción a ámbito privado por excelencia, ajeno a la producción y al mercado. Además, estas relaciones también han sufrido una transformación.
Por ejemplo, una de las transformaciones está condicionada por la relación entre orientación sexual, cosificada en el ámbito de la identidad, y el género (a propósito de este tema, se pueden consultar los escritos de Foucault en Histoira de la sexualidad, los de Butler o los de Kevin Floyd y Rosemary Hennessy, más recientes). Esto es: el hecho de que las opresiones de género existían mucho antes que el capitalismo no quiere decir que sus formas sean las mismas desde entonces.
Asimismo, podríamos remitir la idea de que la opresión de género es un tipo de circunstancia universal transhistórica; aunque es un pensamiento muy defendido por muchas feministas de la segunda generación¸ necesita una revisión después de ciertas investigaciones antropológicas más recientes. De hecho, no solamente la opresión de las mujeres no ha existido siempre. Yendo más allá, esta opresión no se daba en sociedades no divididas en clases que, sin embargo, se introdujo en ellas a través el colonialismo. Para que nos hagamos una idea del vínculo entre la relación de clase y la relación de poder entre géneros, podemos tomar como ejemplo la esclavitud en Estados Unidos.
Race and class
Es su precioso libro Mujeres, Raza y Clase, Angela Davis subraya cómo la destrucción de la familia y de todas las relaciones de parentesco entre esclavo afroamericano, así como el trabajo esclavista, dieron lugar a un desbordamiento sustancial en las relaciones de poder generadas entre esclavos. Esto no quiere decir que las esclavas no sufrieran una opresión específica como mujeres; más bien, al contrario: lo sufrían por parte de los esclavistas blancos y no directamente de sus compañeros esclavos. Dicho de otro modo, la persistencia y la articulación de los vínculos de género están condicionadas, de manera compleja, con las condiciones sociales, las relaciones de clase y las de producción y reproducción. Una visión transhistórica y abstracta de la opresión de las mujeres no permite tener en cuenta estas importantes articulaciones y diferencias, y no puede, pues, explicarlas.
Como decía más arriba, en aquellos países en los que el modelo de producción capitalista ha reemplazado al modelo anterior, transformando radicalmente la familia y su papel, las relaciones de poder entre géneros han dejado de formar un sistema independiente. Desde luego, esto no vale para los países cuya estructura de producción no se ha transformado por completo en términos capitalistas y que permanecen en la periferia económica capitalista global. En efecto, coexiste en el seno de esta última sociedad precapitalista. Claude Meillassoux insistió en la persistencia de una «modelo de producción doméstica» en diferentes países africanos, donde el proceso de proletarización (es decir, de separación de los campesinos de sus tierras) ha sido muy limitado. Llegados aquí, es necesario ponerse de acuerdo en lo que entendemos por precapitalismo.
Si nos remitimos a los hechos o a los lugares donde el modelo de producción doméstica se mantuvo, este ha sido sometido a la presión de la inserción del país en un sistema capitalista mundial. Los efectos del colonialismo, del imperialismo, del saqueo de recursos naturales por parte de los países capitalistas más avanzados, las presiones ejercidas por la economía mundial, etc. Todo ello ha tenido un impacto significativo en las relaciones sociales y familiares que organizan la producción y la distribución de los bienes, exacerbando, a menudo, la explotación de las mujeres y las violencias de género.
Un conjunto contradictorio
Volvamos a los países capitalistas. Una objeción clásica, sostenida por el feminismo marxista, a la tesis que defiende que el patriarcado no constituye un sistema independiente afirma que esta hipótesis es reduccionista. En otras palabras, esta tesis intenta reducir la complejidad plural de lo social y las lógicas económicas sin tener en cuenta de verdad la irreductibilidad de las relaciones de poder. No obstante, esta objeción solo tendría sentido si se dieran dos condiciones: la primera consistiría en no considerar al capitalismo, así como al conjunto de reglas que lo determinan, como un proceso estrictamente economicista de extracción de la plusvalía. La segunda, considerar las relaciones de poder como un resultado mecánico y automático del proceso de extracción de la plusvalía. La verdad es que solo el marxismo ortodoxo y vulgar podría proponer este tipo de reduccionismo, que no hace justicia a la riqueza y complejidad del pensamiento de Marx ni mucho menos a la extraordinaria exquisitez de una buena parte de la tradición teórica marxista.
Como ya dije en el artículo anterior, querer explicar qué es una sociedad capitalista únicamente en términos de extracción de la plusvalía sobre el lugar de producción es intentar explicar la anatomía del cuerpo humano limitándose a la descripción del corazón.
El capitalismo es un conjunto contradictorio, versátil, continuamente en movimiento y en que las relaciones de explotación, dominación y alienación se transforman sin parar. Aunque en el primer libro de El Capital, Marx atribuye un carácter aparentemente automático a la valorización del valor —un proceso en el cual el valor es de verdad el sujeto, mientras que los capitalistas y los individuos son reducidos a papeles secundarios— el señor Capital no existe salvo como categoría lógica. Es necesario llegar al tercer libro de El Capital para darse cuenta. El capitalismo no es un Moloch, un dios escondido, un marionetista o una máquina; es un conjunto que vive gracias a las relaciones sociales en las que las relaciones de clase trazan líneas y límites que influyen en el resto de formas relacionales. Y entre estas relaciones, se encuentran también las de poder, vinculadas con el género, con la orientación sexual, con la raza, con la nacionalidad y la religión; todo se pone al servicio de la acumulación del capital y de su reproducción, a menudo, de manera contradictoria, incoherente y variable.
Querer explicar qué es una sociedad capitalista únicamente en términos de extracción de la plusvalía sobre el lugar de producción es intentar explicar la anatomía del cuerpo humano limitándose a la descripción del corazón.
- ¿El capitalismo permanece indiferente ante la opresión a la mujer?
Uno de los puntos de vista más propagado por entre los teóricos marxistas es el de considerar la opresión de género como algo innecesario a la opresión del capital. Esto no significa que el capitalismo no se aproveche de ello y no saque provecho de la desigualdad de género producida por configuraciones sociales precedentes. Se trataría, más bien, de una relación oportunista y contingente. En la práctica, el capitalismo no tiene una verdadera necesidad para servirse, de manera específica, de la opresión de género, y las mujeres han alcanzado, con el capitalismo, un nivel de libertad y emancipación sin precedentes. En resumen, la liberación de las mujeres y el capitalismo no tendrían una relación antagonista entre sí.
Esta perspectiva es tan bien acogida entre las teóricas marxistas procedentes de diversas escuelas que bien merece ser analizada a partir de un artículo redactado por una de las analistas marxistas más interesantes e inteligentes de las últimas décadas: Ellen Meiksins Wood. Junto con Robert Brenner, representa lo que se ha dado en llamar la escuela del marxismo político, valga la redundancia (esto es, la tendencia antideterminista que, en el interior del marxismo, privilegia la lucha de clases en relación con la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción como clave para la explicación de la transición entre un modelo de producción y el siguiente).
En un artículo titulado “Capitalism and Human Emancipation: Race, Gender, and Democracy” (“Capitalismo y emancipación humana: Raza, género y democracia” en The Socialist Feminist Project, coordinado por Nancy Holmstrom en 2002), Meiksins Wood explica las diferencias fundamentales entre el capitalismo y los modelos de producción anteriores. El capitalismo no está relacionado de modo intrínseco con la identidad, la desigualdad ni las diferencias extraeconómicas, jurídicas y políticas. Al contrario, la extracción de la plusvalía se encuadra dentro de la relación entre individuos formalmente libres e iguales, y sin tener en cuenta las diferencias de estatus jurídico y político. El capitalismo no se inclina, pues, a la creación de desigualdades de género; más al contrario, tendería, de manera natural, a remitir ante tales diferencias y diluir las identidades de género y raza.
¿Una relación oportunista o funcional?
Además de todo lo dicho, el desarrollo capitalista creó las condiciones sociales para una crítica de las desigualdades y una presión social a favor de su reducción; algo sin precedentes históricos —basta con pensar en la literatura grecorromana, tan filosófica como histórica, en la que las posiciones abolicionistas son prácticamente inexistentes pese a la utilización masiva de la esclavitud con fines productivos.
Al mismo tiempo, el capitalismo tiende a utilizar, de manera oportunista, diferencias ya existentes, construidas en sociedades anteriores. Por ejemplo, recurre a las diferencias de raza y de género con el fin de establecer jerarquías entre ciertos sectores de la clase explotada más o menos aventajados. De este modo, estas jerarquías pasan por ser consecuencias de unas diferencias naturales, lo que permite esconder la naturaleza real de estas jerarquías y desigualdades; es decir, que son producto de la misma lógica competitiva del capitalismo.
Bien visto, no se trata de un plan consciente que sigue el capitalismo, sino de la convergencia de una serie de prácticas y políticas fruto de estas desigualdades de género y raza, las cuales le dan ventaja. En conclusión, el capitalismo utiliza e instrumentaliza la opresión de género, aunque bien podría vivir sin ello; sin embargo, no podría existir sin la explotación de clase.
Es necesario señalar que el artículo de Meiksins Wood se encuadra dentro de una serie de preguntas básicas, todas ellas de naturaleza política y relacionadas con el cuestionamiento sobre el tipo de bienes extraeconómicos que se puede, o no, obtener en una sociedad capitalista (por ejemplo, la preservación ecológica del planeta).
El punto de partida de esta reflexión es el constante desplazamiento de la atención de las luchas sociales del terreno económico hacia los bienes extraeconómicos (emancipación de género, racial, la paz, la salud medioambiental, la ciudadanía…). Y aquí está el problema. Si hago referencia al cuadro del artículo de Meiksins Wood, no es para buscarle los peros al texto. Más bien se debe a que su artículo se basa, por una parte, en una clara separación implícita (y bastante discutible) entre la estructura lógica del capital y sus dimensiones históricas; y, por otra, porque acaba por confundir los niveles, reproduciendo, de este modo, una confusión clásica que, por desgracia, es común en muchas estudiosas marxistas que suscriben la tesis de dicho artículo.
Dicho de otro modo, cuando se acepta esta distinción entre la estructura lógica del capital y sus dimensiones históricas, se acepta la idea de que la extracción de la plusvalía ocurre por ser parte de la relación entre individuos formalmente libres e iguales, sin suponer diferencias de estatus jurídicos ni políticos, pero solo en un nivel de abstracción muy elevado; es decir, en la estructura lógica. Desde una perspectiva histórica, las cosas cambian radicalmente. Analicemos este tema punto por punto:
- Partamos del hecho de que jamás ha existido una formación social capitalista sin opresión de género. Que el capitalismo, en tal proceso, se vea limitado a servirse de desigualdades preexistentes sigue siendo discutible: el colonialismo y el imperialismo han contribuido, de manera significativa, a introducir jerarquías de género en las sociedades donde esto no existía o, al menos, no de manera tan notoria.
El proceso de acumulación capitalista va acompañado de una expropiación a las mujeres de diferentes formas de propiedad a las que habían tenido acceso y de profesiones que aún podían ejercer en la Alta Edad Media (consúltese, a propósito de este tema, el libro de Sylvia Federici, The great Caliban: The struggle against the rebel body[2]. La sucesión entre este proceso de feminización y desfeminización del trabajo contribuye a reconfigurar continuamente las relaciones familiares creando nuevas formas de opresión, basadas en el género. La cosificación de la identidad sexual empezó a reforzar, en el siglo XIX, una matriz heteronormativa con consecuencias opresivas sobre las mujeres, aunque no únicamente sobre ellas.
Podría seguir citando ejemplos y constatar que las mujeres no han obtenido ninguna libertad formal ni derechos políticos, antes inimaginables, hasta la llegada del capitalismo, porque la suposición de que este sistema habría creado las condiciones sociales que permitieran tal proceso de emancipación, no es solo un dato que no cambia los hechos, sino que es otra argumentación de dudosa credibilidad.
La cosificación de la identidad sexual empezó a reforzar, en el siglo XIX, una matriz heteronormativa con consecuencias opresivas sobre las mujeres, aunque no únicamente sobre ellas.
En efecto, podría decir exactamente lo mismo para el conjunto de la clase trabajadora: solo con el capitalismo se crearon las condiciones necesarias para la emancipación política de las clases subordinadas y para que esta clase se convirtiese en sujeto político capaz de lograr conquistas democráticas significativas. ¿Entonces? ¿Esto demostraría que el capitalismo podría fácilmente prescindir de la explotación de la clase trabajadora? No lo creo. Vale más olvidarse de hacer referencia a aquello que las mujeres han obtenido o no: si las mujeres han conseguido algo, es porque han luchado por ello y porque con el capitalismo han aparecido condiciones sociales favorables al nacimiento de los grandes movimientos sociales y políticos modernos. Algo que es igual de válido para la clase trabajadora.
- Haría falta distinguir lo que es funcional y propiamente capitalista de lo que es una consecuencia necesaria. Dos conceptos diferentes. Quizá sea difícil demostrar, en niveles altos de abstracción, que la opresión de género es necesaria para el funcionamiento del capitalismo. Es verdad que la concurrencia capitalista crea, continuamente, diferencias y desigualdades; pero estas últimas, desde un punto de vista abstracto, no son necesariamente genéricas. Desde esta perspectiva, si tratamos de elucubrar la idea de un capitalismo puro, analizado únicamente sobre la base de sus mecanismos esenciales, puede que Meiksins Wood tuviera razón. No obstante, esto no prueba que el capitalismo no tuviera como consecuencia de su funcionamiento concreto la reproducción constante de diferentes formas de opresión de género.
- Volvemos al tema de la distinción entre nivel analítico y nivel histórico. Lo que es posible desde un punto de vista analítico y lo que ocurre desde un punto de vista histórico son dos cosas completamente distintas. El capitalismo siempre se da en formaciones sociales concretas con una historia específica. Como dije antes, estas formaciones sociales siempre están caracterizadas por una presencia persistente y vivaz de la opresión de género.
Supongamos que, en la teoría, estas jerarquías en las divisiones del trabajo fuesen dictadas por otras formas de desigualdad (grandes y pequeños, viejos y jóvenes, delgados y gordos, hablantes de lenguas indoeuropeas contra el resto…). Supongamos también que el embarazo y el parto estuviesen mecanizados y que el sector privado pudiera mercantilizar y administrar toda la esfera de relaciones emotivas. Supongamos todo esto. ¿Es creíble desde un punto de vista histórico? ¿La opresión de género puede ser tan fácilmente reemplazada por otros tipos de jerarquías que actúen sobre los mismos temas, que se muestren como algo natural y que queden anclados en la psique y en el proceso de formación emocional? La duda aquí parece justificada.
Partir del análisis histórico concreto
Para terminar y responder a la pregunta de si la plena emancipación y liberación de la mujer puede ser un logro en el modelo de producción capitalista, es necesario buscar la respuesta no en el más alto nivel de abstracción analítica sobre el capital, sino, al contrario, en el análisis histórico concreto.
Es aquí donde reside el error, no solo de Meiksins Wood, sino de muchas teóricas marxistas ferozmente agarradas a la existencia de una jerarquía entre explotación (principal) y opresión (secundario). Si queremos preguntarnos por la naturaleza política de este tema e intentar respondernos, debemos, pues, hacerlo a través de una concepción histórica de lo que es y ha sido el capitalismo. He aquí uno de los puntos de partida de un feminismo marxista en el que la noción de reproducción social debe ocupar un papel protagonista.
- Reflexionar el capital para reflexionar el género
En la anterior Reflexión sobre el género, quise esclarecer los límites del pensamiento fragmentado, aquel que retrata los diferentes tipos de opresión y dominación sin comprender la unidad intrínseca, reduciendo cada faceta a un sistema autónomo. Además, critiqué la lectura que relaciona el capitalismo y la opresión de género, y que se basa en lo que ya definí como capitalismo indiferente. Ha llegado el momento de abordar la famosa teoría unitaria y el concepto de reproducción social.
Reconceptualizar el capital
Las posiciones dualistas parten, a menudo, de que la crítica marxista de la economía política analiza las leyes puramente económicas del capital a través de categorías puramente económicas. Sería, pues, inadecuado para la comprensión de fenómenos complejos como la multiplicidad de las relaciones de poder o de las prácticas discursivas que nos forman en cuanto sujetos. Esta es la razón por la que se han de considerar aproximaciones epistemológicas alternativas —capaces, pues, de entender las causas de una naturaleza diferente a la económica— como más adecuadas para comprender la especificidad y el carácter irreductible de estos vínculos sociales.
Esta hipótesis es compartida por un gran número de teóricas feministas. Algunas de ellas han sugerido que necesitaríamos una unión o una combinación ecléctica entre diferentes tipos de análisis críticos; algunos consagrados a las puras leyes económicas y otros dedicados a diferentes formas de relaciones sociales. Sin embargo, otras estudiosas se limitan a abrazar aquello que llaman giro lingüístico de la teoría feminista, separando la crítica a la opresión de género de la crítica a la opresión capitalista.
En ambos casos, la hipótesis común anuncia que hay leyes económicas puras independientes a las relaciones específicas de dominación y alienación. Por problemas de espacio, me limitaré a señalar aquí dos aspectos de la crítica de Marx sobre la economía política.
- Una relación de explotación siempre implica una relación de dominación y alienación
Estos tres conceptos nunca se separan del todo en la crítica marxista sobre la economía política. La trabajadora es, ante todo, una entidad viviente y pensante, sometida a ciertas formas específicas de disciplina que la remodelan. Según escribió Marx, el proceso productivo produce al trabajador en la misma proporción con la que reproduce la relación capitalista. Ya que cada proceso de producción es siempre un proceso concreto —es decir, caracterizado por aspectos histórica y geográficamente determinados—, es posible imaginar que cada proceso productivo está vinculado a un proceso disciplinado que constituye, parcialmente, al tipo de sujeto que se convierte y conforma a la clase trabajadora.
Se puede decir lo mismo sobre los bienes de consumo. Como evidenció Kevin Floyd en su análisis sobre la formación de la identidad sexual, los bienes de consumo comportan un carácter disciplinario y participan de la cosificación de la identidad sexual. Así pues, este consumo forma parte del proceso de formación de la subjetividad.
La trabajadora es, ante todo, una entidad viviente y pensante, sometida a ciertas formas específicas de disciplina que la remodelan.
- Para Marx, producción y reproducción forman una unidad indivisible
En otras palabras, mientras que producción y reproducción son términos distintos y diferenciados, con características específicas, se combinan de manera necesaria como momentos concretos de un conjunto articulado. Entendemos aquí por reproducción el proceso de reproducción de una sociedad en su conjunto o, si empleamos términos althusserianos, la reproducción de condiciones de producción: la educación, la industria cultural, la religión, la policía, la armada, los sistemas de seguridad social, la ciencia, el discurso de género, los hábitos de consumo, etc. Todos estos aspectos tienen un papel crucial en la reproducción de las relaciones de producción específicas. Althusser observa en Ideología y aparatos ideológicos del Estado que, sin la reproducción de las condiciones de producción, una formación social no aguantaría más de un año.
No obstante, no es necesario considerar la relación entre producción y reproducción de un modo mecanicista o determinista. Efectivamente, según creo, si Marx considera a la sociedad capitalista como una totalidad, no la considera, por tanto, como una totalidad expresiva; dicho de otro modo, no hay un reflejo directo y automático entre los diferentes momentos de esta totalidad (arte, cultura, estructura económica, etc.) o entre un momento particular y el total.
Al mismo tiempo, analizar el capitalismo sin tener en cuenta esta unidad entre producción y reproducción supone recaer en un materialismo o en un economicismo vulgar. Pero Marx no comete este error. Basta con leer no solo sus escritos políticos, sino El Capital y las partes de este en las que trata la lucha relativa a la jornada laboral o la acumulación primitiva. En estos fragmentos se ve claramente que la coerción, la intervención activa del Estado y la lucha de clases son elementos constitutivos de una relación de explotación que no está determinada por leyes puramente económicas ni mecánicas.
Estas observaciones permiten subrayar que la idea según la cual Marx solo concibe el capitalismo en términos económicos es insostenible. Lo que tampoco quiere decir que no haya o no haya habido tendencias reduccionistas o materialistas vulgares en el seno del marxismo. No obstante, esto viene a decir que estas tendencias descansan sobre un malentendido fundamental en relación con la naturaleza de la crítica de Marx sobre la economía política y sobre la fetichización de leyes económicas redactadas como supuestos estáticos o estructuras abstractas más que como formas activas o de relaciones humanas.
Una hipótesis alternativa y opuesta es la apuesta por que la separación entre las leyes puramente económicas del capitalismo y el resto de los sistemas de dominación redunde en la unidad entre producción y reproducción en términos de identidad directa. Esta perspectiva caracteriza una parte del pensamiento feminista marxista; en concreto, el de origen obrerista, que ha insistido en la consideración del trabajo reproductivo como directamente productivo de la plusvalía y, por tanto, gobernado por las mismas leyes.
Por razones de espacio, me limitaré a mostrar, de manera crítica, que una perspectiva de género puede acabar siendo, según creo, en una especie de reduccionismo que ofusca la diferenciación entre las distintas relaciones sociales. Tampoco ayuda a comprender las características específicas de las relaciones de dominación, constantemente reproducidas pero transformadas, que encontramos en cada formación social capitalista.
Además, esto no ayuda a analizar la vertiente específica en la que se dan ciertas relaciones de poder fuera del mercado de trabajo, pero que se ven indirectamente guiadas por ese mismo mercado: por ejemplo, mediante las diferentes formas de consumo o por las restricciones objetivas que el trabajo asalariado (o su equivalente, el desempleo) impone en la vida individual y en las relaciones interpersonales.
En conclusión, sugiero que se reconsidere la crítica de Marx sobre el capitalismo como una crítica de un conjunto articulado y contradictorio de relaciones de explotación, dominación y alienación.
Reproducción social y teoría unitaria
A la luz de esta breve aclaración metodológica, es necesario que ahora nos preguntemos qué entendemos por reproducción social dentro de la teoría unitaria. Como ya dijimos, el término reproducción social es utilizado en el seno de la tradición marxista para hacer referencia al proceso de reproducción de una sociedad en su conjunto. En el feminismo marxista, sin embargo, la reproducción social señala una esfera más acotada; esto es, la del mantenimiento y la reproducción de la vida sobre su base cotidiana o intergeneracional. En este contexto, la reproducción social indica el modo en que está organizado, en el corazón de una sociedad, el trabajo psíquico, mental y emocional necesario para la reproducción de la población: desde la preparación de la alimentación hasta la educación infantil; desde el cuidado de enfermos y de personas mayores hasta la vivienda, pasando por la sexualidad.
El concepto de reproducción social tiene la ventaja de expandir la visión con relación al concepto de trabajo doméstico que lo precedía y en el que se había centrado una gran parte del feminismo marxista. Efectivamente, la reproducción social incluye una serie de prácticas sociales y de tipos de trabajo más amplias que la del trabajo doméstico. Esto permite, además, llevar el análisis más allá de los muros del hogar, ya que el trabajo de reproducción social no siempre se realiza del mismo modo: sea cual sea la parte cubierta por el mercado, el Estado-Providencia o las relaciones familiares, queda un aspecto contingente que depende de las dinámicas históricas específicas y del que la lucha de la mujer es una parte integrante.
Con el concepto de reproducción social es posible materializar, de manera más precisa, el carácter móvil y poroso de los muros del hogar. En otras palabras, la relación entre la vida dentro de esas cuatro paredes domésticas y los fenómenos de mercantilización, de sexualización para la división del trabajo y las políticas del Estado-Providencia. Algo fundamental es que el hecho de hablar de reproducción social permite analizar de manera más eficaz fenómenos como la relación entre la mercantilización del trabajo doméstico y su racialización por políticas migratorias represivas. Estas tienen como objetivo reducir el coste de mano de obra inmigrante y obligarla a aceptar condiciones de semiesclavitud.
El concepto de reproducción social tiene la ventaja de expandir la visión con relación al concepto de trabajo doméstico que lo precedía y en el que se había centrado una gran parte del feminismo marxista.
En resumen, y este es el dato principal, el modo en que opera la reproducción social en una formación social dada tiene una relación intrínseca con la manera en que se organizan la producción y la reproducción social en su conjunto, incluyendo aquí las relaciones de clase. Dicho de otro modo, no se trata de entender estas relaciones como intersecciones puramente accidentales y contingentes: hablar de reproducción social permite, al contrario, identificar la lógica organizativa de estas intersecciones, sin excluir el papel de la lucha y de los fenómenos y prácticas contingentes en general.
Hay que tener en cuenta que la esfera de la reproducción social contribuye, de manera determinante, en la formación de la subjetividad y, por tanto, de las relaciones de poder. Si consideramos las relaciones que existen en cada sociedad capitalista entre reproducción social, reproducción de la sociedad y relaciones de producción, podemos constatar que estas relaciones de dominación y poder no están ni en niveles diferentes ni en estructuras separadas; no se entrelazan de manera externa ni mantienen un vínculo únicamente contingente con las relaciones de producción.
Las diversas relaciones de dominación y de poder aparecen, así como las expresiones concretas de una unidad contradictoria y articulada: el de la sociedad capitalista. Este proceso no debe ser entendido de modo mecánico ni automático. La dimensión que jamás debe olvidarse, como ya dijimos, es la de la praxis humana: el capitalismo no es una máquina o un autómata; es una relación social que, como tal, está sometida a posibles contingencias, accidentes y otros conflictos. No obstante, estas eventualidades no son incompatibles con la existencia de una lógica, la de la acumulación capitalista, que impone cortapisas objetivos no solo a nuestra praxis, en el sentido de lo que hacemos y vivimos, sino en aquello que somos capaces de producir y articular. Es decir, a la manera en la que concebimos nuestras relaciones con los otros, nuestro lugar en el mundo y nuestros vínculos con nuestras condiciones existenciales.
Esto es lo que la teoría unitaria intenta comprender; saber interpretar las relaciones de poder basadas en el género o en la orientación sexual como momentos concretos de este conjunto articulado, complejo y contradictorio que es la sociedad capitalista. Para esta teoría, son momentos ciertamente dotados de características propias y específicas, algunas de las cuales deben ser analizadas con los instrumentos adecuados (desde el psicoanálisis a la crítica literaria). Sin embargo, mantienen una relación interna con este conjunto y, en consecuencia, con el proceso de reproducción de la sociedad según la lógica de acumulación capitalista.
Mientras las relaciones de dominación entre géneros persisten, estas han dejado de constituir un sistema independiente, con lógica propia y autónoma.
La hipótesis de la teoría unitaria es, principalmente, que, para el feminismo marxista, la opresión de género y la de raza ya no suponen dos sistemas autónomos con casos particulares, sino que se han convertido, mediante un largo proceso histórico de disolución de formas de vida social anteriores, en una parte integrante de la sociedad capitalista.
Desde este punto de vista, sería un error considerarlos residuos de formaciones sociales precedentes que persisten en el corazón de la sociedad capitalista por razones que van desde sus raíces en la psique humana al antagonismo entre clases sexuadas. No se trata aquí de subestimar la dimensión psicológica de la opresión de género y de sexo; tampoco, las contradicciones entre opresores y oprimidos. Se trata, no obstante, de identificar las condiciones sociales y el contexto del vínculo entre clases, lo que permite, reproduce e influye en nuestra percepción de nosotros mismos y en nuestras relaciones con los otros, así como en nuestros comportamientos y nuestras prácticas.
Este contexto es el de la lógica de la acumulación capitalista, que impone límites y lastres fundamentales para nuestra vivencia y el modo en que la interpretamos. Gran parte del movimiento feminista de las últimas décadas podría no tener en cuenta el análisis de estos procesos ni el papel crucial del capitalismo en la opresión de género y sus variantes, lo que dice mucho sobre la capacidad que tiene el capital a la hora de cooptar nuestras ideas e influir en nuestro pensamiento.
Sobre la autora: Cinzia Arruzza es profesora de Filosofia en la New School for Social Research de Nueva York, feminista y militante socialista. Es autora del libro Las sin parte: matrimonios y divorcios entre marxismo y feminismo.
[1] N. de la T.: La subsunción supone una relación jerárquica entre conceptos en lógicas descriptivas. Esta noción se acerca mucho a la relación “implicado por” de la lógica clásica.
[2] N. de la T.: Este artículo pertenece al libro de la misma autora Caliban and the Witch: Women, the Body and Primitive Accumulation (en español, Calibán y la bruja: mujeres cuerpo y acumulación originaria, Ed. Traficantes de sueños).