Autora: Laura Klein
Las posturas a favor y en contra de la legalización del aborto no necesariamente parten de distintas premisas. De hecho, es posible verificar análisis y puntos de partida similares entre unas y otras. ¿Es posible desarrollar una mirada en favor de la legalización del aborto que coloque la experiencia del embarazo en primer lugar y que, a la vez, modifique la concepción privatista e individualista del cuerpo que expresan las posturas liberales?
Nuestros verdugos nos han inculcado los hábitos más depravados.
Babeuf
Librepensadores: la Iglesia les repugna, pero su veneno no.
Nietzsche
Abortar no siempre significó lo mismo
A diferencia de las polémicas de hace treinta años en las que se enfrentaban dos éticas y dos ideologías (moral sexual versus liberación sexual), hoy el debate sobre el aborto confluye en una arena argumental donde se comparten ciertos parámetros y principios y se compite por su legitimidad. Tanto para argumentar a favor o en contra de su legalización, se recurre a una misma fuente de valores y a los mismos tribunales: la Ciencia y los Derechos Humanos. Así, el enfrentamiento, sin enfriarse, se ha despolitizado y desplazado a otros terrenos, más disciplinarios.
El viraje revela una transformación que cambia de raíz el campo en que se discuten la vida y la muerte, los derechos y los poderes, y los indecidibles límites entre biología y moral. La cuestión del aborto se incluye hoy (casi) automáticamente en el marco reciente de la bioética, y se debate junto con otras prácticas y viejos debates como la eutanasia, las tecnologías reproductivas, la venta de órganos o las intervenciones transgénero. Para corroborar que esta inscripción no tiene nada de “natural”, basta verificar cómo, hasta hace unas décadas, los bordes entre lo vivo, lo inerte y lo muerto no constituían el meollo de la discusión. Las principales tensiones oponían la defensa de la familia y de la moral sexual versus revolución sexual y liberación de la mujer; la finalidad reproductiva del sexo versus la finalidad placentera a través del uso de anticonceptivos y la planificación familiar. ¿Debía la mujer ser madre? ¿Se trataba de su realización natural, un instinto de las hembras de la especie, o era un mandato de la sociedad patriarcal? ¿Era justo que nuestro destino estuviese signado por la anatomía? ¿Lo estaba?
Lejos de este paradigma contestatario donde feminismo, utopía y revolución mantenían contactos ásperos pero productivos, hoy los discursos en pro de legalizar el aborto no apelan ya a la consigna “separación entre sexo y reproducción” sino a los “derechos sexuales y reproductivos”. Antes decíamos “aborto libre”; hoy, “aborto seguro”. Antes el argumento era “mi cuerpo es mío” y abortar podía ser “el último recurso anticonceptivo”; hoy se habla de “interrupción voluntaria del embarazo”. Antes se invocaba el placer, incluso en ocasiones como opuesto a la maternidad; hoy se invoca el derecho al “control del propio cuerpo”, a la “maternidad responsable”, e incluso al “deseo responsable”.
El lenguaje de las consignas condensa mucho más que lo que querrían reconocer los actuales protagonistas de estas luchas. El reclamo jurídico es el mismo pero la exigencia política no lo es. Si antes los términos del debate delineaban ya las posturas ideológicas enfrentadas, ahora las posturas enfrentadas se encuentran compartiendo los mismos valores y los mismos discursos. La lucha se consuma sobre todo respecto de su correcta interpretación (o dicho de otro modo: respecto de la distribución y reconocimiento de los bienes simbólicos circulantes en un mercado común). Así nos hallamos no ya frente a un combate entre valores sino a un conflicto entre los dos derechos humanos fundamentales: el Derecho a la Vida (del embrión) y el Derecho a la Libertad (de la mujer embarazada).
Los reclamos que nos interpelan desde ambas perspectivas son lícitos: encontramos en los Derechos Humanos argumentos irrefutables tanto para condenar como para defender la legalización del aborto. El conflicto es tan irresoluble como inesperado. ¿Cómo comprender que el mismo fundamento sirva para avalar prohibición y legalización del aborto? ¿Se trata meramente de hipocresía? ¿O quedan a la vista los límites del discurso de los Derechos Humanos como panacea de las víctimas?
Si antes los términos del debate sobre el aborto delineaban ya las posturas ideológicas enfrentadas, ahora las posturas enfrentadas se encuentran compartiendo los mismos valores y los mismos discursos. La lucha se consuma sobre todo respecto de su correcta interpretación.
Estos interrogantes, al conformar la atmósfera misma en que se despliega el debate, no pueden ser formulados y son sorteados como el límite natural de nuestra sensibilidad epocal, el horizonte más allá del cual no se puede pensar. El efecto inmediato en relación con el debate del aborto es que toda argumentación en pro de la soberanía de las mujeres cede inmediatamente ante la necesidad de responder a la acusación del No matarás, con la que quienes las condenan por abortar arrinconan su legitimación (moral y jurídica). La defensa de la Libertad no quería atacar a la Vida. Se apoyaba en la defensa de las mujeres a elegir libremente sus vidas y ahora debe levantar el cargo de atentar contra la vida. Y para hacerlo debe enfrentar un chantaje: el anzuelo del término “vida”, que tiene en todo mortal una adhesión emocional inmediata, más aún después de un siglo de genocidios en masa, y especialmente para el espectro progresista. Forzados a responder ante la acusación de asesinato, los intentos de despenalizar el aborto se debilitan. Porque cuando los progresistas terminan de desplegar sus argumentos, los conservadores logran, con una sola frase –la vida es sagrada– un poder de persuasión y un efecto de verdad que los deja victoriosos antes de empezar siquiera la discusión.
La doma cientificista
Parece inevitable, por tanto, que antes de defender la autonomía de la mujer para decidir sobre su cuerpo y su destino, haya que expulsar al aborto de su confusa cercanía con la muerte y liberar así a la mujer que aborta del cargo de homicidio. De este modo, el nudo del debate se desplaza al angustioso interrogante: ¿abortar es o no matar a una persona? Para dirimir esta cuestión habría que responder primero a otra: ¿es el embrión una persona? Y fundamentalmente a una tercera: si lo es, ¿desde cuándo?
Éste parece ser el carozo del debate, la parte seria, la que no admite “bla-bla”. Si uno pudiera demostrar desde cuándo hay verdadera vida humana, el problema del aborto estaría resuelto. Entonces se recurre a la ciencia para que nos ampare y responda por nosotros. Tanto para defender como para atacar la legalización del aborto, las investigaciones biológicas y genéticas parecen ser la fuente última de la verdad.
Sin embargo, el espíritu de la ciencia se burla de estos nuevos idólatras. Y se burla no porque no se pueda demostrar que el embrión es un ser humano pleno, sino porque con el mismo rigor se puede demostrar también exactamente lo contrario.
No se trata de paradojas ni de enigmas; la cuestión es puramente instrumental y consiste en elegir, en el mercado de los datos científicos, cuál convendrá a la decisión previamente tomada respecto del aborto. Si quiero condenar todo aborto sin excepción, mi opción será el ADN, que me permite demostrar que desde la concepción hay una persona irrepetible, única y singular. Si quiero legalizarlo, puedo elegir la “sensibilidad” como signo distintivo de la persona y ubicar sus comienzos a los tres meses de gestación; o bien la “conciencia”, y fecharlo entre el quinto y sexto mes de embarazo con el desarrollo del cerebro; o la “autonomía”, y optar por el momento en que es viable para definir cuándo empieza a tener valor la vida humana; o el “lenguaje”, y arrancar los derechos a los dos años, cuando el bebé humano se separa del animal. Y si quiero condenar todos los abortos pero no la fertilización in vitro, mi opción será el momento de la anidación y definiré el comienzo de la persona en el comienzo del embarazo y no antes. Entonces, si con el mismo rigor científico puedo demostrar tanto una postura como otra (si todas son igualmente demostrables), ninguna demuestra nada.
Curiosamente, nadie se pregunta si estas afirmaciones que se hacen sobre el embrión en el debate del aborto podrían ser válidas también para aquel que una mujer decide dar a luz. Porque el embrión de que aquí se trata es exclusivamente aquel que la mujer podría decidir abortar. Entonces, la pregunta nodal ya no es sólo si se trata o no de una persona, sino de qué relación tiene con esa otra persona que lo engendró, que sostiene en vida y adentro de –o con, por, desde- cuyo cuerpo vive. O sea: qué relación tiene el embrión con esa mujer embarazada cuyo embarazo podríamos decir que es; aquello en que precisamente consiste, o del cual participa…
¿Parece gracioso intentar establecer qué relación tienen una mujer y un embrión, relación llamada “embarazo” ¡y resulta una constatación bien interesante no poder hacerlo!
Individualismo e imaginación
¿Cómo hablar de aborto sin hablar de embarazo? Se habla de parásitos, de tumores, de litigios entre propietarios e inquilinos, de semen en las alfombras y ventanas abiertas, de ecología y paz mundial. Incluso de un astronauta que cayó en una tierra nutricia y que cómo se podría permitir matarlo.
El modo de plantearlo es absolutamente ofensivo. Las metáforas lesionan.
¿Hablar de aborto sin hablar de embarazo? Aunque parezca increíble, esto es lo que consiguen muchos estudiosos del tema (incluso muchos respetados en el mundo como especialistas serios, entendidos por tales, quienes justifican la legalización del aborto sin caer ni en los exabruptos del activismo ni en abonar las injusticias de la experiencia). Por ejemplo, Wayne Sumner, filósofo especialista en ética aplicada y profesor emérito de la Universidad de Toronto, dice al respecto:
Un feto (humano), entonces, es un individuo humano durante ese período cuyos límites son la concepción por un lado, y el nacimiento por el otro. Nuestra experiencia más cercana a este tipo de ser son los gametos (el esperma y el óvulo), que lo preceden antes de la concepción, y el niño que lo secunda después del nacimiento. Pero los gametos y el niño se diferencian del feto en aspectos concretos y son, también, sólo una analogía imperfecta.
El embarazo es un tipo peculiar de relación entre una mujer y una suerte de ser muy especial. Es una relación peculiar porque el feto se aloja temporariamente dentro del cuerpo de su madre, con el cual está físicamente conectado y del cual depende para vivir. La experiencia más cercana a este tipo de dependencia es aquella de un parásito alojado en el cuerpo. Pero la relación entre un parásito y la persona que lo tiene se diferencia del embarazo en ciertos aspectos concretos y por ende es sólo una analogía imperfecta.[1]
Del otro lado del espectro, se produce el mismo borramiento de la mujer, la misma operación que la neutraliza convirtiéndola en un lugar donde se “aloja” el embrión. Veamos el relato que construye el ginécologo Bernard Nathanson, uno de los exponentes más mediáticos de la propaganda anti aborto legal en Norteamérica[2]:
Cuando un embarazo se implanta en la pared del útero el octavo día de la concepción, los mecanismos de defensa del cuerpo… sienten que esta criatura que se está instalando por una larga temporada es un intruso, un alien, y debe ser expulsada. Por lo tanto, un intenso ataque inmunológico se monta sobre el embarazo por medio de los glóbulos blancos, y a través de un ingenioso y extraordinariamente eficiente sistema defensivo el niño no nacido triunfa en repeler el ataque. En el diez por ciento aproximadamente de los casos el sistema defensivo falla y el embarazo se pierde como un aborto espontáneo o ‘miscarriage’. Piensen cuán fundamental es tal lección para nosotros aquí. Incluso en la más diminuta escala microscópica el cuerpo está entrenado por sí mismo, o de algún modo en alguna ‘rudimentaria’ manera sabe cómo reconocer el yo del no-yo.
Una persona flotando libremente en un medio ambiente fluido… tan libre de la gravedad como cualquier astronauta en la órbita espacial… Cuando el saco amniótico se rompe en el trabajo de parto, él siente la presión de la gravedad por vez primera, como un astronauta reentrando en el inexorable abrazo de la Tierra.[3]
La primera morada quedó suspendida en el espacio interestelar, la mujer encinta se ha evaporado y ahora se cuenta como espacio vacío. El pequeño va a nacer, pero no parece que la mujer vaya a parir.
Con los tratamientos tecnológicos, el feto devino, en la literatura médica y popular, un segundo paciente, separado de la mujer encinta que habría quedado reducida a vehículo de sus intereses. De “medio ambiente materno” a “la mejor unidad de terapia intensiva posible”, en todo caso, un lugar del que hay que escapar.
Legalizar el aborto es discriminación sobre la base de un lugar de residencia. Si el niño que se encuentra en el seno de su madre puede escapar de su primer lugar de residencia (el útero) un día antes de la fecha programada para su ejecución, entonces su vida estará protegida por toda la fuerza de la ley. Pero mientras permanezca en el útero, puede ser muerto a pedido de su madre.
Jack y Barbara Willke[4]
Esta separación litigante -esta ajenidad bélica- fue creciendo al punto que se invirtió el signo tradicionalmente asignado a la mujer respecto de la maternidad. Socios activos de la virulenta campaña que, desde los años noventa, complementa la batalla simbólica con ataques físicos contra los civiles que osan practicar abortos amparados por la ley. Antes Reagan y luego Bush, junto con el Papa, la Madre Teresa, Julián Marías, Menem y muchos otros jerarcas y lacayos, elevan a primer plano ¡a la mujer embarazada! como amenaza contra la vida humana.
Un eslogan siniestro recorre la espina dorsal de los discursos antiderechos de las mujeres, que han dejado ya de apoyarse en la figura del instinto maternal:
Actualmente el lugar más peligroso para un niño es el útero de su madre.
Presidente de Human Life International [5]
Las personas tienen el derecho a gozar del primer medio ambiente humano natural: la panza de su mamá.
Carlos Menem
La grave incongruencia que ofrece una sociedad empeñada en salvar ballenas, lobos salvajes, águilas en extinción y, simultáneamente, obsesionada por facilitar el homicidio de quienes se encuentran en el claustro materno, hasta el extremo de ser éste uno de los lugares donde más peligra la vida en el mundo contemporáneo.
Ronald Reagan[6]
El mayor destructor de la paz es el aborto, porque es una guerra directa, una matanza directa: es un asesinato llevado directamente a cabo por la misma madre.
Teresa de Calcuta[7]
Como si un lamentable accidente de la biología fuese el responsable del encuentro de las mujeres embarazadas y las vidas no nacidas en el vientre preñado donde pueden chocar los intereses de unas y otras. Esta patética utopía de autonomía atraviesa los argumentos y metáforas con que las posiciones en debate se oponen y no pelean, se excluyen pero no se contradicen. El requisito necesario es desencajar del cuerpo al individuo con derechos; la operación es negar el embarazo. Puesto que la mujer embarazada corroe la figura básica de la sociedad moderna -el Individuo-, necesita ser analogada a otra cosa, otros fenómenos signados también por algún tipo de relación asimétrica entre dos seres vivos de distintas especies, e inclusive a otros vínculos no biológicos como un contrato de alquiler o litigio por una propiedad.
Considerar a la mujer encinta como si fuesen dos seres separados ––mujer + cigoto–– habilita a narrar su relación corporal como un litigio entre dos individuos por sus respectivos derechos al propio cuerpo. Insensiblemente, el cuerpo-propio se desliza a cuerpo-cosa-casa, como si se tratara de un objeto más cuya propiedad se halla en litigio entre dos individuos anónimos cualesquiera.
La mujer es dueña de su seno materno, pero el hecho del sublime asilo no le otorga el derecho absoluto sobre su ocasional huésped.
Víctor Martínez
Debemos tener presente que la madre y el niño no nacido no son como dos inquilinos que ocupan una casa pequeña que, por un lamentable error, ha sido alquilada a ambos: la madre es la dueña de la casa.
Judith Jarvis Thomson[8]
En estas dos frases, dichas por un enemigo del aborto legal y por una defensora del mismo, encontramos la misma ecuación: la mujer es dueña del vientre y el nonato es su inquilino. Nótese que el tal Martínez (que fue vicepresidente de Alfonsín) y J. J. Thomson, una de las referentes más prestigiosas de la defensa de la legalización del aborto a nivel mundial, hablan con el mismo lenguaje –el de la propiedad privada-, usan los mismos métodos –la lógica formal-, están en desacuerdo respecto de la legalidad del aborto pero no respecto del mundo en que quieren vivir.
Figuras de la herida
Si como planteamos al comienzo, el recurso a la Ciencia y a los Derechos Humanos unifica los tonos de voz y no se sabe, antes de llegar a la conclusión, si quienes participan de estos discursos buscan prohibir o legalizar el aborto, tampoco el modo de concebir el embarazo permite saber qué quiere el que habla. Esta comunión de abordajes es aquí más estremecedora —más obscena habría que decir— que en cualquier otro aspecto.
Parásitos, intrusos, inquilinos, aliens, huéspedes ocasionales, astronautas ocupando un lugar de residencia, un seno materno, una propiedad de otra persona, el primer medio ambiente natural, la órbita espacial, un útero, el lugar actualmente más peligroso del mundo. Tal serie de aproximaciones comparte, en su descabellada heterogeneidad, una promiscuidad fantástica. Una notable, visible pero opacada, característica común: en todos los casos se trata de metáforas que remiten el embarazo a otros fenómenos nunca sexuales ni reproductivos. Parece ser que esta “limpieza” es la única exigencia requerida para su inteligibilidad.
Numerosos defensores y detractores de la legalización del aborto hablan con el mismo lenguaje –el de la propiedad privada-, usan los mismos métodos –la lógica formal-. Están en desacuerdo respecto de la legalidad del aborto pero no respecto del mundo en que quieren vivir.
Hablar de la mujer embarazada como si fuese una suma o un compuesto divisible no anula la indiscriminación transitoria entre ambos pero sí oscurece el fenómeno y la significación del embarazo.
¿Por qué tanta insistencia en negar el embarazo? Mi hipótesis: porque pone en riesgo la categoría de Individuo. Pensarlo implica la crítica de este concepto básico del liberalismo en que vivimos inmersos no sólo ideológicamente sino subjetiva y simbólicamente, de todas las maneras que hay de sentir, de amar, de concebirse a sí mismo y a los otros.
Pero en curioso contraste con la supresión general del embarazo del debate del aborto, los Códigos Civil y Penal lo consideran una situación sui géneris y le confieren, a través de sus artículos, un estatuto excepcional respecto de los derechos de vida y muerte, desde los de la mujer embarazada hasta los del embrión que no llegará a nacer.
Ningún Código Penal equipara aborto con homicidio, porque ningún Código Civil equipara a la persona por nacer con la persona nacida. Si bien el artículo 19 dice que la existencia de la persona comienza con la concepción, inmediatamente después el artículo 21 establece que si el concebido no nace con vida, se considera que la persona nunca existió. Los redactores del Código Penal exigieron, para constituir la figura del aborto, la existencia de la mujer embarazada antes que la del embrión. Y si bien el aborto está considerado un crimen contra una persona (por nacer), la figura de este crimen que pivotea sobre la mujer embarazada es bien extraño: hay dos personas antes de perpetrarse, pero luego de haber sido realizado, sólo hubo una mujer embarazada que, delictivamente, suprimió su estado. Apenas la mujer ha abortado esa persona sui géneris que es el embrión en gestación no sólo ha dejado de existir, sino que, retroactivamente, para los Còdigos Civil y Penal, nunca habrá existido.
Ningún Código Penal equipara aborto con homicidio, porque ningún Código Civil equipara a la persona por nacer con la persona nacida.
Es según su relación con una mujer gestante que se definen dos categorías morales y jurídicas para el embrión: los que viven en su vientre son personas por nacer y los que se hallan fuera de él, por ejemplo, los óvulos fecundados in vitro que no han sido implantados, no son personas en absoluto: en el caldo de cultivo su destrucción no es aborto porque no puede hablarse de embarazo.
La desigualdad jurídica es evidente. Si el aborto fuera un crimen exclusivamente por matar un embrión genéticamente humano, ¿por qué no se juzga de igual manera su destrucción in útero que in vitro? Parece que lo que humaniza no es el ADN sino vivir en un cuerpo de mujer, ser, haber sido, su cuerpo. Nuestro derecho a la vida depende de ser hijos, es una función de la maternidad. Antes de ser individuos, somos hijos.
Sobre la autora: Laura Klein es poeta, licenciada en Filosofía (UBA) y ensayista. En 2005 publicó Fornicar y matar. El problema del aborto, que reeditó en 2013 bajo el título Entre el crimen y el derecho. El libro ha sido considerado como la “Biblia del aborto”.
[1] W. Sumner, “El aborto”, en F. Luna y A. Salles (comps.), Decisiones de vida y muerte. Eutanasia, aborto y otros temas de ética médica. Sudamericana, Buenos Aires, Argenti a 1995, pp. 209-216.
[2] Según él mismo, abortista confeso y redimido que dice que, tras haber realizado arriba de cinco mil abortos con enorme éxito lucrativo, se ha dado cuenta, gracias a los descubrimientos científicos, que el feto es un ser humano como nosotros: ¿querrá decir, entonces, que él es un verdadero asesino?
[3] Cit. por C. R. Daniela, At Women´s Expense. State Power and the Politics of Fetal Rights (A expensas de las mujeres. Poder estatal y políticas de derechos del feto), Harvard University Press, Estados Unidos, 1993.
[4] Aborto, preguntas y respuestas, Editorial Bonum, Buenos Aires, 1992, p.17
[5] Volante distribuido y editado por Pro-Familia, Asociación para la defensa y la promoción de la familia, Filial Argentina de Human Life International, Buenos Aires, s.f. (aprox. 1994).
[6] “El aborto y la conciencia nacional”, en The Human Life Review, Spring 1983, vol. IX, núm. 2, p. 7/16, cit. por Alberto Rodríguez Varela, “Vicisitudes del derecho a nacer”, en La Ley, lunes 5 de marzo de 1990, mimeo de cuatro páginas distribuido y editado por Pro-Familia, Asociación para la defensa y la promoción de la familia, Filial Argentina de Human Life International, Buenos Aires, s.f. (aprox. 1994).
[7] El aborto: el mensaje de la Madre Teresa de Calcuta, volante distribuido y editado por Pro-Familia, Asociación para la defensa y promoción de la familia, Buenos Aires, s.f. (aprox. 1994)
[8] “Una defensa del aborto”, en Debate sobre el aborto. Cinco ensayos de filosofía moral, Cátedra, Madrid, España, 1983.