Sobre Debates Latinoamericanos: Indianismo, desarrollo, dependencia, populismo, (Buenos Aires, Edhasa) de Maristella Svampa.
Autor: Jeffery Webber
El último libro de la socióloga argentina Maristella Svampa complejiza la situación política, económica y ecológica en América Latina. Sus indagaciones sobre los procesos de la última década, a la vez que su mirada sobre el fenómeno del extractivismo, contribuyen a comprender más profundamente las relaciones sociales y políticas en la región.
Uno de los mayores problemas de la teoría social en América Latina, según la académica argentina Maristella Svampa, es un «déficit de acumulación», que se debe no solamente a los ciclos de represión política sino a un «borrado» y «olvido» recurrente, un cierto desprecio por la discusión de ideas. Estos problemas de transmisión, argumenta la autora, son tanto generacionales como regionales, y se acentúan por la costumbre de enterrar debates que han jugado un papel crucial en el pensamiento crítico de las épocas precedentes. Con el resurgimiento de la derecha a lo largo del continente –Macri en Argentina, Temer en Brasil, la victoria del mud en las elecciones legislativas venezolanas– estas cuestiones han adquirido una nueva urgencia, cuando una nueva estación de debate teórico en América Latina busca explicar el giro de la «marea rosa» y evaluar su legado. El nuevo libro de Svampa se apunta con entusiasmo al debate, combinando un análisis histórico de la teoría social latinoamericana con sus propias reflexiones acerca de algunas de las cuestiones centrales a las que hoy se enfrenta el continente.
Svampa se encuentra en una posición excelente para abordar este terreno. Nacida en la pequeña ciudad argentina de Allen, en 1961, se educó en la Universidad Nacional de Córdoba y en la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París y, actualmente, enseña teoría social latinoamericana en la Universidad Nacional de La Plata, simultaneando esta labor con la investigación en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Se ha convertido en una de las intelectuales más destacadas de la izquierda crítica latinoamericana y, desde principios de la década de 1990, ha publicado una serie de libros sobre la vida social y política argentina. Los temas escogidos por Svampa abarcan desde las metamorfosis del peronismo hasta los movimiento de protesta inspirados por el colapso económico de Argentina en el cambio de siglo. Cambio de época (2008) fue su primer movimiento hacia un análisis regional más amplio, rastreando las tendencias contradictorias de continuidad y ruptura que podían identificarse en la nueva era de la política latinoamericana y ofreciendo una panorámica de los movimientos sociales a lo largo y ancho del continente (y su relación, a menudo tumultuosa, con los gobiernos progresistas de uno u otro tipo). En los últimos años, Svampa ha examinado el capitalismo extractivo, la desposesión y las políticas campesinas e indígenas, a la vez que ha sostenido una carrera paralela como novelista.
Debates latinoamericanos, trabajo producido a lo largo de siete años y que abarca casi seiscientas páginas, es sin ninguna duda su obra más significativa hasta la fecha. La introducción de Svampa establece su ambición de recuperar la historia del pensamiento radical en América Latina y de superar el «borrado» y la «ceguera epistémica» que ha obstaculizado el desarrollo de una tradición intelectual compartida. Identifica múltiples barreras, desde las rupturas impuestas por las dictaduras y el exilio hasta las variadas trayectorias de desarrollo de los diversos Estados latinoamericanos y un persistente complejo de inferioridad con respecto a los centros de producción intelectual en Europa y Estados Unidos. El fenómeno que Svampa describe no es uniforme a lo largo del continente y ella misma evoca una productiva estancia académica en México durante la génesis del libro. El estatus de ese país como lugar de refugio para muchos intelectuales de izquierda durante las dictaduras del Cono Sur y las guerras contrainsurgentes de América Central contribuyen a explicar que haya generado un panorama editorial de izquierda tan activo y por qué los académicos establecidos en la Universidad Nacional Autónoma de México han contribuido tanto a alimentar una perspectiva latinoamericana amplia.
El libro se divide en dos partes, cada una de ella compuesta de capítulos que pivotan alrededor de los mismos cuatro temas: la cuestión indígena, el desarrollo, la dependencia y el populismo, desde los puntos de partida respectivos de la historia intelectual y de la sociología; la primera parte se dedica en gran medida a la reconstrucción de debates pasados. Svampa comienza con una visión general de lo que ella denomina los «campos de tensión», que han atravesado las políticas del indigenismo en cuatro países latinoamericanos. Bolivia y Perú tienen un componente indígena especialmente alto con respecto al total de su población; la proporción en México es menor, pero mayor en términos absolutos y políticamente significativa (también posee la tradición más importante de investigación histórica y antropológica sobre la condición indígena); mientras que la minoría indígena en Argentina es destacadamente pequeña como resultado de la llamada Conquista del Desierto, el genocidio fundacional del país a finales del siglo xix. A pesar de dichas variaciones, Svampa identifica un momento indigenista común a todos ellos, que se extiende aproximadamente entre 1900 y 1960, seguido de un momento indianista, que se ha prolongado hasta el día de hoy. En opinión de Svampa, el término paraguas de indigenismo incluye varias corrientes que se solapan, pero fundamentalmente implica una comprensión externa de las poblaciones indígenas desde el punto de vista privilegiado de las elites blanco-mestizas, donde las primeras van a ser movilizadas a favor de los fines cambiantes de las últimas. El indianismo, por el contrario, se caracteriza por la emergencia de movimientos indígenas autoorganizados, actores políticos autónomos, que se movilizan en su propio nombre y para sus propios fines.
El libro de Svampa se divide en dos partes, cada una de ella compuesta de capítulos que pivotan alrededor de los mismos cuatro temas: la cuestión indígena, el desarrollo, la dependencia y el populismo, desde los puntos de partida respectivos de la historia intelectual y de la sociología.
El momento indigenista a menudo se caracterizó por una concepción pseudocientífica y biológica de la raza y por una actitud temerosa hacia las diferentes gradaciones de las mezclas raciales de la región (mestizo, cholo, mulato, etcétera). Sin embargo, Svampa también considera que la mitología estatal mexicana del mestizaje, o de la identidad nacional como mezcla de razas, es una forma del indigenismo del siglo xx; en Perú, la Alianza Popular Revolucionaria Americana (apra) de Víctor Raúl Haya de la Torre instigó una concepción similar. Este romanticismo colocaba una identidad indígena folklórica en el corazón del imaginario nacional, a la vez que borraba la experiencia vital de la condición indígena y exaltaba la hegemonía mestiza del presente. Un desafío tanto al positivismo racial como al romanticismo indigenista fue planteado por lo que Svampa denomina «indigenismo social», ejemplificado en el marxismo heterodoxo de José Carlos Mariátegui en Perú y su contemporáneo boliviano Gustavo Navarro (más conocido por su pseudónimo literario, Tristán Marof), para quienes la comunidad indígena era un organismo vivo, no una reliquia, y una fuente de inspiración para el futuro socialista.
Los regímenes nacionalistas de mitad del siglo xx en México, Bolivia y Perú promovieron una estrategia de asimilación, en la que el indígena se subsumía bajo el campesino, y el campesino en la nación mestiza. La fidelidad del campesinado a la coalición nacional populista gobernante se aseguraba mediante una extensiva reforma agraria. A medida que la base material de estas coaliciones se debilitó por el agotamiento de la industrialización mediante la sustitución de importaciones, su proyecto asimilacionista, dirigido a la población indígena, también empezó a fracturarse. Nuevos movimientos, como los kataristas bolivianos, se opusieron a los estereotipos monoculturales del nacionalismo populista, y los pueblos indígenas empezaron a surgir como actores políticos autónomos, que no se contentaban con ser marionetas en manos de políticos e intelectuales no indígenas. Paradójicamente, esto coincidió con un giro en toda la región hacia la economía neoliberal; los gestores estatales y los tecnócratas de las ong se esforzaron al máximo para responder a la rebelión indígena separando artificiosamente las luchas por la tierra, el territorio y la emancipación cultural en elementos distintos. La articulación que propone Svampa de estas complejas corrientes es impresionante, pero en los casos de Perú y Bolivia se ve dificultada en cierto modo por un marco temporal histórico demasiado restringido; en aquellos países, la herencia de la gran rebelión andina de 1780-1782 continúa estructurando la cuestión indígena en nuestros días.
El capítulo siguiente está mucho menos logrado y puede fácilmente considerarse la sección más débil del libro, ya que no logra distinguir entre un concepto genérico de «desarrollo» y las tendencias y contradicciones específicas del desarrollo capitalista tal y como lo ha experimentado América Latina. Svampa ofrece un retrato muy comprensivo de los pensadores «posdesarrollistas», como Gustavo Esteva en México y el antropólogo colombiano-estadounidense Arturo Escobar, cuya antimodernidad filosófica encaja tan mal con el marxismo que con el Banco Mundial; la filosofía de la historia de Marx se reduce a una nota a pie de página acerca de una convicción en el avance de las fuerzas productivas como motor del cambio histórico (Svampa misma desmiente esta caricatura en otra sección del libro, mediante una matizada lectura del último periodo de Marx y de su recepción en América Latina). Los capítulos restantes de la primera parte del libro son mucho más agudos. Svampa argumenta convincentemente que los años transcurridos entre 1965 y 1979, cuando la teoría de la dependencia estaba en su apogeo, fueron uno de los periodos intelectualmente más fértiles de América Latina. Brasil, Chile y México ocupan el lugar de honor en esta historia: el primero era el país de origen de muchos de los teóricos clásicos, sus universidades y seminarios el lugar donde despegó la teoría de la dependencia, mientras que los otros dos ofrecieron sucesivamente refugio a los pensadores de izquierda exiliados después de que buena parte del continente cayera bajo el dominio de las dictaduras militares. La escuela de la dependencia rompió con el estructuralismo económico de las instituciones latinoamericanas establecidas y con los apelmazados dogmas teóricos y el pragmatismo político de los partidos comunistas estalinizados, fijándose en cambio en la Revolución Cubana y en la abortada vía chilena al socialismo bajo la guía de Allende, como modelos políticos alternativos. La teoría de la dependencia era un marco conceptual maestro de la época, que abrió un espacio para un debate pancontinental, creando «la posibilidad de hablar de América Latina como una unidad histórico política, más allá de las evidentes diferencias internas».
Svampa proporciona un retrato elogioso, sutil, de las obras fundamentales publicadas por Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto, cuyo libro Dependencia y desarrollo en América Latina fue probablemente el texto más influyente en este campo, así como de los debates que entablaron con otros teóricos. También aporta un informe conciso y crítico de la posterior trayectoria derechista de Cardoso (aunque el texto seguramente se ha escrito antes de que quedara claro su papel de apoyo en el golpe parlamentario contra Dilma Rousseff). Hay un análisis completo y serio de la oeuvre de André Gunder Frank, aunque Svampa concluya en último término que la versión de Frank de la teoría de la dependencia era la más tosca y mecánica de las que se produjeron en ese momento. A Vânia Bambirra, una de las pocas mujeres que alcanzaron un renombre en ese campo, se le devuelve también al lugar que le corresponde en esta historia. Bambirra pertenecía al ala revolucionaria de la escuela de la dependencia, junto con Ruy Mauro Marini, un teórico brasileño que militó en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria de Chile (mir) antes de huir a México tras el golpe de Estado de Pinochet; esta orientación política enemistó a Bambirra y Marini con Cardoso. Este último acusó a la obra de Marini de combinar el reduccionismo económico con el voluntarismo político; mientras que Marini enfatizó la necesidad de la independencia de la clase obrera y la ruptura revolucionaria, Cardoso confió en una vía pacífica al socialismo fundamentada en las alianzas multiclasistas. En general, la potencia del trabajo de Svampa sobre la dependencia no se deriva tanto de un avance interpretativo novedoso como de su talento para la síntesis y la contextualización histórica de estos debates.
Esta destreza se despliega también en el momento de evaluar el populismo. La época clásica de los movimientos populistas en América Latina, que se extiende desde la década de 1930 hasta principios de la de 1960, estaba estructuralmente ligada a un modelo económico que priorizaba la producción industrial para el mercado doméstico, modelo que adquirió forma después de que la ideología del liberalismo oligarca, que había sido predominante desde finales del siglo xix quedara en evidencia por el desplome global de la década de 1930. La industrialización en países como Argentina, Brasil y México fortaleció a la clase obrera urbana y a sus organizaciones. Se formaron nuevas alianzas populistas multiclasistas, enraizadas en coaliciones de sindicalismo urbano y capital industrial nacional y llegaron al poder líderes carismáticos como Perón en Argentina y Cárdenas en México. Svampa cartografía una serie de intervenciones teóricas latinoamericanas sobre el escurridizo asunto del populismo; los capítulos sobre la cuestión campesina y lo nacional-popular son los más innovadores e instructivos del libro. En el primero muestra cómo la sensibilidad de los escritos últimos de Marx halló un eco en la valorización que hizo Mariátegui de la vida comunitaria indígeno-campesina en Perú. Lejos de ser un retroceso que había que superar, estas tradiciones eran clave, insistía Mariátegui, para el futuro socialismo revolucionario. De la misma manera, la primera obra teórica de Álvaro García Linera encontró en Marx una visión compleja, no lineal del desarrollo histórico, que trascendía los rígidos esquemas de la Segunda Internacional y su posterior osificación bajo el estalinismo.
La recepción de Gramsci en América Latina, como demuestra Svampa, ha sido una potente fuente de comprensión sobre lo nacional-popular, el socialismo, la democracia y su relación con el populismo. El enfoque gramsciano de lo nacional-popular como un campo complejo de lucha minaba las primeras tesis funcionalistas ensambladas por los sociólogos argentinos de la modernización Gino Germani y Torcuato di Tella, que habían descrito la manipulación de las masas por parte de liderazgos autoritarios carismáticos como la quintaesencia del populismo. Los historiadores sociales que trabajaban en la tradición de Edward Thompson y Raymond Williams avanzaron aún más en el estudio del populismo. Un ejemplo clásico es el estudio de Daniel James sobre el peronismo, Resistance and Integration, que identificaba una expresión contradictoria de la conciencia de clase entre las clases obreras argentinas durante la fase clásica del movimiento peronista. Por una parte, el movimiento promovía la armonía entre clases y la subordinación de los intereses de la clase obrera a la nación; por otro, permitía un espacio para contraculturas multifacéticas ligadas a la clase obrera, que desafiarían las jerarquías sociales establecidas y los símbolos de la autoridad. Svampa también describe el contexto cambiante de la reflexión enormemente influyente de Ernesto Laclau sobre el populismo a lo largo de toda su trayectoria y su vida intelectual y política. Señala la crítica a la obra de Laclau por parte de sus compatriotas Emilio de Ípola y Juan Carlos Portantiero: en opinión del primero, la atención que presta Laclau a los elementos no discursivos del populismo no es adecuada y minimiza la ruptura entre populismo y socialismo.
Svampa cartografía una serie de intervenciones teóricas latinoamericanas sobre el escurridizo asunto del populismo; los capítulos sobre la cuestión campesina y lo nacional-popular son los más innovadores e instructivos del libro.
En la segunda parte del libro, Svampa se aparta de la historia del pensamiento político latinoamericano para centrarse en investigaciones sociológicas concretas sobre sus cuatro temas centrales. Su capítulo sobre la cuestión indígena comienza en el último cuarto del siglo xx, un punto álgido de la renovación y resurgencia indígena. Aunque los movimientos indígenas forzaron la entrada de sus derechos (tanto culturales como territoriales) dentro de la agenda política, la intrusión del capitalismo extractivo sobre los nuevos territorios indígenas reconocidos a menudo puso en peligro sus avances legislativos y constitucionales. Svampa se centra en especial en Bolivia, a la que considera la primera línea de la política indígeno-plebeya en la América Latina contemporánea. Las diversas corrientes del movimiento indigenista boliviano se implicaron de manera prominente en el ciclo de revueltas, que derrocó a dos presidentes y que abrió el camino para que Evo Morales y su partido mas tomaran el poder. Un variado abanico de organizaciones, urbanas y rurales, se agruparon tras una visión de transformación social y una refundación del Estado boliviano. Svampa identifica dos fuentes de tensión en el proyecto del gobierno del mas. En primer lugar, señala la existencia de dos corrientes en su base de apoyo, una que se caracterizaba por una orientación indigenista y plurinacional y otra caracterizada por una tendencia más populista y orientada hacia la restauración del modelo estatista de desarrollo. La segunda línea de fractura era, por supuesto, la confrontación entre un bloque popular izquierdista que apoyaba (a menudo de manera crítica) al gobierno de Morales, y la campaña de desestabilización derechista encabezada por las elites de las llanuras del Este. Esta polarización dominó los dos primeros años del gobierno del mas, concluyendo después con una retirada de la oposición cuando su intento de golpe de Estado fue derrotado, se aprobó una nueva constitución por el voto popular y Morales ganó fácilmente su segundo mandato.
La cuestión se desplazó entonces a las contradicciones internas presentes en el bloque favorable al gobierno sobre la liberación indígena y las política extractivas favorecidas por la corriente populista desarrollista, que defendían la explotación intensificada del gas y de las reservas minerales bolivianas en asociación con las corporaciones multinacionales; el vicepresidente Álvaro García Linera fue un defensor particularmente activo de este giro. El carácter plurinacional del Estado boliviano y los derechos territoriales indígenas, garantizados en la nueva constitución, se subordinarían en la práctica a estos imperativos. Como consecuencia de ello, la unidad de los movimientos sociales bolivianos tras el gobierno del mas se disolvió y las principales organizaciones indígenas abandonaron el bloque; en 2011, el gobierno pisoteó la oposición a su proyecto de construir una autovía a través del Parque Nacional y Territorio Indígena Isiboro Sécure. Al evaluar la era de Morales en su conjunto, Svampa insiste en el efecto democratizador de sus reformas constitucionales y en la mejora de las condiciones sociales de las clases populares de Bolivia, pero defiende que su visión original plurinacional ha entrado en un grave conflicto con la lógica del capitalismo extractivo y con la concomitante centralización de la autoridad estatal.
El «extractivismo» ocupa también el centro del escenario, cuando Svampa se refiere a los actuales dilemas del desarrollo en América Latina. Define el extractivismo como un régimen de acumulación basado en la sobreexplotación de los recursos naturales y en la exportación de materias primas –hidrocarburos, metales y minerales, productos agrícolas y biocombustible– a amplia escala. Los proyectos extractivos habitualmente implican una inversión masiva en infraestructura por parte de las corporaciones transnacionales y son actividades intensivas en capital, que generan poco empleo una vez transcurrida la fase de construcción. Requieren igualmente una expansión territorial constante, conduciendo al desplazamiento o a la destrucción de las formas de producción y modos de vida locales alternativos. El resultado, en opinión de Svampa, es una proliferación de economías de enclave y la fragmentación de los territorios campesinos e indígenas mediante la desposesión. Era predecible que esta dinámica produjera nuevos ciclos y formas de protesta social. Mientras que este modelo ha asumido sus formas más violentas en los países gobernados por la derecha –de la manera más infame en Colombia, donde los proyectos mineros han avanzado bajo el escudo protector de los escuadrones de la muerte paramilitares–, los gobiernos de centro izquierda también lo han abrazado y se han encontrado mediando en los enfrentamientos entre el capital extractivo y los movimientos ecologistas locales. Svampa concluye haciendo un análisis de la obra político-ecológica de pensadores como Edgardo Lander, Alberto Acosta y Eduardo Gudynas, centrándose especialmente en sus propuestas para una transición que nos aleje del capitalismo extractivo. Esto no necesariamente implica que se detengan todas las actividades extractivas, sino que se priorizaría la mejora de los estándares de vida dentro del marco conceptual de una producción verdaderamente sostenible. La extracción se dirigiría principalmente a las necesidades endógenas más que a oportunidades de mercado impulsadas externamente, y se mantendría dentro de unos límites ecológicos estrictos. Las medidas inmediatas que deberían adoptarse incluyen una fiscalidad y una redistribución de los inmensos beneficios que acumulan las compañías mineras, así como una moratoria de las nuevas exploraciones de gas y petróleo. El éxito de cualquier transición depende del equilibrio regional de las fuerzas sociales y de los pasos que se den a escala global para terminar con el uso de combustibles fósiles.
El análisis de Svampa de la dependencia nos ofrece un cuadro excesivamente esquemático y selectivo de las relaciones chino-latinoamericanas a lo largo de la década pasada. Al pretender realzar la presencia china en la región, termina por distorsionar el cuadro general de la dominación estadounidense en curso, así como la importante presencia de otras potencias secundarias como Canadá. Por no hablar del poder militar, un campo en el que ningún Estado le llega aún a la suela de los zapatos al gigante estadounidense. Svampa, no obstante, tiene razón en señalar que China se ha convertido en el primer destino exportador para países como Brasil, Chile y Perú (y el segundo más importante en los casos de Uruguay y Colombia). También acierta cuando enfatiza la asimetría de estas relaciones comerciales: el 84 por 100 de las exportaciones latinoamericanas son bienes primarios, mientras que casi dos tercios de las exportaciones chinas son bienes manufacturados. China ha invertido grandes cantidades en proyectos de infraestructura extractiva y sus préstamos a países como Ecuador y Venezuela (con una amplia gama de condiciones anexas) han crecido en número y volumen. El hecho de que estos florecientes lazos económicos hayan sido exclusivamente de carácter bilateral ha exagerado el desequilibrio, lo que lleva a Svampa a hablar de una «nueva dependencia».
Sus argumentos acerca de los límites del regionalismo contrahegemónico son más cuidadosos, sistemáticos y convincentes. Las iniciativas regionales a lo largo de los últimos quince años despegaron con un inicio prometedor, con la derrota del Área de Libre Comercio de las Américas (alca), promovida por Estados Unidos, seguida por la creación de una coalición explícitamente antiimperialista, la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (alba), con el respaldo crucial de Venezuela. Se aspiraba también a tener una moneda común, el sucre, y un Banco del Sur. La Unión de Naciones Suramericanas (unasur) se lanzó en 2007, a la que después se unió la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (celac). Ambas excluían explícitamente a Estados Unidos y Canadá, ofreciendo así una alternativa a la Organización de Estados Americanos (oea), que en América Latina se consideraba generalmente una rama más de la maquinaria de política exterior de Washington. Con la economía venezolana ahora sumida en la crisis, y la «marea rosa» retrocediendo en la región, esa promesa temprana de un bloque regional contrahegemónico ha flaqueado y las iniciativas más prometedoras están estancadas o moribundas. La oea está recuperando el terreno perdido a expensas de unasur y celac. No hay apenas dudas de que los gobiernos latinoamericanos de izquierda han fracasado a la hora de superar su posición subordinada dentro de la división global del trabajo, aunque hayan logrado algunas metas sociales importantes durante un momento de precios altos de las materias primas.
Sus argumentos acerca de los límites del regionalismo contrahegemónico son cuidadosos, sistemáticos y convincentes.
El libro se cierra con un capítulo sobre el nuevo populismo latinoamericano del siglo xxi, en el que se analiza el record de duración en el poder de Hugo Chávez, Néstor y Cristina Fernández de Kirchner, Rafael Correa y Evo Morales. Estos gobiernos se caracterizaron todos ellos por momentos de intensa movilización social contra el modelo neoliberal e impulsaron igualmente importantes programa sociales, aliviando la crisis social que habían heredado de sus predecesores conservadores. Al mismo tiempo, en cada uno de estos casos se produjo una concentración del poder en manos del ejecutivo y un intento de canalizar la participación social a través del Estado mediante la subordinación de los movimientos sociales a los requerimientos de este. Tras establecer estas características compartidas, Svampa divide los casos estudiados en dos categorías: el populismo plebeyo de Bolivia y Venezuela, donde se produjo un empoderamiento genuino de los sectores populares y una redistribución de la riqueza social; y el populismo de clase media de Ecuador y Argentina, donde se intentaron capturar y fragmentar las capacidades organizativas de los movimientos sociales. Correa, por ejemplo, ha intentado neutralizar y desacreditar a la organización indígena más poderosa del país, así como a los sindicatos más militantes del sector público. En opinión de Svampa, el rasgo más distintivo de Venezuela durante el mandato de Chávez era la oscilación entre la confianza en el hiperliderazgo no mediado del presidente y el fortalecimiento de la participación democrática de las clases populares. A través de senderos llenos de tensiones y contradicciones, el chavismo en último término facilitó la entrada en la vida política venezolana de sectores tradicionalmente excluidos y mejoró sus condiciones materiales.
Cualquier valoración equilibrada de Debates latinoamericanos en su conjunto requiere reconocer su inusual ambición y su alcance espectacular, junto con sus tropiezos analíticos, su carácter desigual y sus lagunas. En la primera parte del libro, la síntesis del pensamiento histórico sobre el indianismo y la dependencia en América Latina no tienen rival en la bibliografía reciente; la profundidad del tratamiento del populismo es casi igual de impresionante. Esto hace que sea aún más sorprendente la banalidad de los primeros capítulos sobre el «desarrollo». Una ausencia notable es no haberse ocupado seriamente de la teoría cultural, un ámbito en el que los intelectuales latinoamericanos han sido muy influyentes más allá de su región. El marco analítico de Svampa no permite incorporar con facilidad la cultura y, por lo tanto, el tema queda relegado a un aparte extrañamente indiferente dentro de una discusión, por lo demás sociológica, sobre la «cuestión indígena». La segunda parte difiere tanto de la primera que podría haberse concebido mejor como un volumen propio, complementario del primero. La profundidad filosófica y la atención a las ideas desaparecen de la vista en gran parte y son reemplazadas por una sociología de la coyuntura presente. En el mejor de los casos, este ángulo sociológico ofrece percepciones reveladoras sobre las principales contradicciones del giro de la izquierda de la región, especialmente en relación con el capitalismo extractivo y con las luchas indígenas. La forma en la que Svampa se enfrenta a la dependencia y al populismo en la América Latina contemporánea es más dudosa. El debate sobre el populismo se resiente de un cierto determinismo político institucional, en el que los rasgos socioeconómicos de la acumulación y de la estructura de clases están en buena medida ausentes de la ecuación. El tratamiento de la dependencia, por otra parte, es demasiado anecdótico, y no proporciona suficiente material desde el punto de vista de una seria valoración macroeconómica y de detalle. Pero la elisión más notoria es la de la investigación teórica marxista, tan central en la cartografía histórica de la teoría de la dependencia y del «indigenismo social» en la primera parte del libro y, sin embargo, completamente ausente de la discusión sobre el presente. En un asombroso paralelismo con la mitología romántico indigenista del mestizaje peruano y mexicano de principios del siglo xx, parece ser que el marxismo puede elogiarse como un folklore del pasado, siempre que no tenga una presencia viva en el mundo contemporáneo. Es como si la antigua generación de marxistas latinoamericanos –Claudio Katz, Atilo Borón, Emir Sader, Guillermo Almeyra, Adolfo Gilly, Marta Harnecker– hubieran abandonado prematuramente el escenario y una generación más joven – Massimo Modonesi, Raquel Gutiérrez, Omar Acha, Ruy Braga y el resto de autores agrupados alrededor de revistas como Herramienta o Memoria– hubieran perdido comba.
Sobre el autor:
Profesor de política y relaciones internacionales en la Queen Mary University of London. Forma parte del staff editorial de la revista Historical Materialism. Es autor de Red October: Left-Indigenous Struggles in Modern Bolivia.