Autora: Sarah Leonard
Traducción del inglés: Macarena Gagliardi Cordiviola. Este texto ha sido publicado previamente en la revista norteamericana Dissent
La crisis de los cuidados es una de las principales problemáticas contemporáneas. Las sociedades capitalistas han desligado la producción de la reproducción social, horadando tejidos humanos. ¿Cuál es el rol del feminismo en esta materia? Y ¿puede conseguir algo el feminismo sino opta por una estrategia socialista? Nancy Fraser responde a estos interrogantes en una extensa entrevista.
¿Qué es la reproducción social y por qué se sitúa en el centro de su análisis feminista?
La reproducción social consiste en crear y sostener vínculos sociales. Una parte de la misma está relacionada con los lazos generacionales, es decir, parir y criar hijos, cuidar a los mayores. Por otro lado, se vincula al sostenimiento de vínculos horizontales entre amigos, familiares, barrios y comunidades. Este tipo de actividad es absolutamente esencial para la sociedad. Los cuidados, que implican tanto trabajo afectivo como material, brindan el “pegamento social” que apuntala la cooperación. Sin ella, no habría organización social, ni economía, ni estado, ni cultura. Históricamente, la reproducción social ha sido sexista. Se ha asignado la mayor parte de la responsabilidad a las mujeres, aunque los hombres siempre hayan compartido una parte de los trabajos.
El ascenso del capitalismo intensificó la división de géneros al separar la producción económica de la reproducción social, tratándolos como dos temas separados, ubicados en dos instituciones diferentes y coordinados de dos maneras distintas. La producción pasó a las fábricas y oficinas, donde se la consideró como parte de la esfera económica y fue remunerada con salarios en efectivo. La reproducción fue dejada de lado, relegada a una nueva esfera doméstica privada, en la que se volvió sentimental y natural, realizada por “amor” y con “virtud” en contraposición al dinero. Por lo menos, esa era la teoría. De hecho, la reproducción nunca se manifestó exclusivamente dentro de los confines del hogar privado. Ha sido también ubicada en los barrios, en las instituciones públicas y la sociedad civil, y parte de ella ha sido mercantilizada. De todas formas, la separación sexista entre la reproducción social y la producción económica constituye la principal base institucional para la subordinación de las mujeres en las sociedades capitalistas. Por lo tanto, para el feminismo no puede haber otro tema más central que este.
El ascenso del capitalismo intensificó la división de géneros al separar la producción económica de la reproducción social.
En su opinión, hemos entrado en la crisis de los cuidados. ¿Qué significa esto y cómo hemos llegado hasta aquí?
En las sociedades capitalistas, las capacidades socio-reproductivas no tienen valor monetario. Se las da por supuestas, se las considera como “dones” gratuitos e infinitamente disponibles, que no requieren ninguna atención o reposición. Se supone que siempre habrá suficientes energías para sostener las conexiones sociales, de las que dependen la producción económica y la sociedad en general. Es muy similar a lo que pasa con la naturaleza: se la trata como si fuera un reservorio infinito del que podemos sacar todo lo que queramos y en el que podemos arrojar cualquier cantidad de basura. De hecho, ni la naturaleza ni la reproducción social tienen capacidades infinitas; se puede llegar a tirar de ambas hasta romperlas. Mucha gente ya tiene conciencia ecológica, y estamos empezando a tenerla en lo que refiere a los “cuidados”. Cuando una sociedad retira simultáneamente el apoyo estatal para la reproducción social y empuja a los principales proveedores de la misma a sumergirse en horas agotadoras de trabajo remunerado, debilita esas capacidades sociales de las que depende. Esta es exactamente la situación en la que estamos hoy. El capitalismo financiarizado de la época actual está consumiendo sistemáticamente nuestra capacidad de sostener vínculos sociales, como un tigre que se come su propia cola. El resultado es una “crisis de los cuidados” tan seria y sistemática como la crisis ecológica contemporánea, con la que, en todo caso, se entrelaza.
Para entender cómo llegamos a esta situación, voy a mostrar la diferencia entre esta forma de capitalismo y las anteriores. Es común pensar que el capitalismo consiste en una sucesión de diferentes regímenes de acumulación; por ejemplo capitalismo liberal, capitalismo gestionado por el Estado, y capitalismo neoliberal financiarizado. Los investigadores suelen distinguir estos regímenes según las maneras en las que los estados y los mercados se relacionan. Pero han descuidado la relación entre producción y reproducción, que es igualmente significativa. Esa relación es una característica definitoria de la sociedad capitalista y se ubica en el centro de nuestro análisis. Podemos recorrer un largo camino para entender la historia del capitalismo observando cómo se organiza la reproducción social en cada una de sus fases: en una época dada, ¿cuánto del “trabajo de cuidados” es mercantilizado? ¿Cuánto es respaldado a través de prestaciones estatales o corporativas? ¿Cuánto se ubica en los hogares? ¿Cuánto en los barrios? ¿Cuánto en la sociedad civil?
Sobre esta base, podemos trazar un recorrido histórico entre el llamado capitalismo liberal del siglo XIX y el régimen gestionado por el Estado de mediados del siglo XX hasta el capitalismo financiarizado de nuestros días. En resumen: el capitalismo liberal privatizó la reproducción social; el capitalismo gestionado por el Estado la socializó; el capitalismo financiarizado la mercantiliza cada vez más. En cada caso, la organización socio-reproductiva específica venía con un conjunto determinado de ideales de género y familia: desde la visión capitalista liberal de las “esferas separadas” al modelo socio-democrático del “salario familiar”, a la norma neoliberal financiarizada de la “familia con dos asalariados”.
El caso del capitalismo liberal es bastante claro. Los estados veían desde los márgenes como los industriales -necesitados de mano de obra- atrajeron a mujeres y niños hacia las fábricas y las minas. El resultado fue una crisis socio-reproductiva, que incitó una protesta pública y campañas en reclamo de una legislación proteccionista. Pero esas políticas no pudieron resolver el problema, y la consecuencia fue dejar a la clase obrera y a las comunidades campesinas abandonadas, es decir, empujarlas a que se las arreglaran como mejor pudieran. Sin embargo, esta forma de capitalismo era culturalmente generativa. Reestructuró la reproducción social como una cuestión de la mujer dentro de la familia privada e inventó el nuevo imaginario burgués de la domesticidad y las esferas separadas: el hogar como un “refugio del mundo despiadado” y la mujer como “el ángel del hogar” -a pesar de que la mayoría de las personas se veían privadas de las condiciones necesarias para satisfacer esos ideales. El régimen liberal, impulsado por la crisis, abrió camino, en el siglo XX, a una nueva variante de la sociedad capitalista gestionada por el Estado. En esta fase, basada en la producción en masa y el consumo masivo, la reproducción social fue parcialmente socializada a través de la prestación estatal y corporativa de la “asistencia social”. Y el modelo cada vez más pintoresco de las “esferas separadas” dio paso a la nueva y más “moderna” norma del “salario familiar”. Según esta norma, que contaba con el fuerte apoyo de los movimientos obreros, el trabajador industrial debía recibir un salario suficiente para mantener a toda su familia y permitir que su esposa se dedicara tiempo completo a la crianza de los niños y al hogar.
Otra vez, solo una minoría relativamente privilegiada alcanzaba esta posición; pero se volvió aspiracional para muchos otros -al menos en los estados ricos del Atlántico Norte en el corazón capitalista-. Las colonias y las ex-colonias estaban excluidas de estas disposiciones que se basaban en continuar la depredación del hemisferio sur. Y había asimetrías raciales intrínsecas en los Estados Unidos, en las que trabajadores domésticos y agrícolas eran excluidos de la seguridad social y otras prestaciones públicas. Por supuesto, el salario familiar institucionalizó la dependencia y la heteronormatividad de las mujeres. Así que, aunque el capitalismo gestionado por el Estado no constituyó una época dorada, era bastante diferente de lo que tenemos hoy.
En la actualidad, el ideal del salario familiar está muerto. Es una pérdida causada por la caída salarial que hace imposible mantener a una familia con un solo sueldo (al menos que se pertenezca al 1% de la sociedad) y por el éxito del feminismo que deslegitimó la idea de la dependencia de las mujeres contenida en el salario familiar. Como resultado de este doble impacto, ahora tenemos la nueva norma de la “familia con dos asalariados”. Suena hermoso, ¿no? –suponiendo que no seas soltera. Pero, al igual que el ideal del salario familiar, esto es también problemático. Mitifica el fuerte aumento en la cantidad de horas de trabajo remunerado que se requieren para mantener un hogar en el presente. Y si el hogar incluye niños o mayores o personas enfermas o con capacidades diferentes que no pueden trabajar como un asalariado de tiempo completo, es peor. Y si es una familia mono-parental, aún peor. Ahora, sumemos a esto que el ideal de los dos asalariados es promovido en épocas en las que se recortan las prestaciones estatales. Entre la necesidad de aumentar las horas de trabajo y los recortes en los servicios públicos, el régimen capitalista financiarizado está agotando sistemáticamente nuestras capacidades para sostener lazos sociales. Esta forma de capitalismo está estirando nuestras energías de “cuidado” hasta el punto de quebrarlas. Esta “crisis de los cuidados” debería entenderse de manera estructural. De ninguna forma es contingente o accidental; es la expresión -bajo las condiciones actuales- de una tendencia hacia la crisis socio-reproductiva inherente a la sociedad capitalista, pero que toma una forma aguda en el régimen contemporáneo del capitalismo financiarizado.
En la actualidad, el ideal del salario familiar está muerto.
¿Podría hablar más sobre el rol del feminismo en esta crisis? Las feministas no tenían como objetivo un hogar con dos asalariados.
No, claro que no. Pero todavía hay un interrogante profundo y perturbador sobre cuál fue el rol del feminismo en todo este asunto. Las feministas rechazaban el ideal del salario familiar como la institucionalización de la dependencia femenina, y bien que hacían. Pero lo hicimos justo en el momento cuando el fin de la manufacturación destruyó la idea del salario familiar. En otro mundo, el feminismo y los turnos en las fábricas no se hubieran retroalimentado, pero en este sí. Como resultado, y a pesar de que los movimientos feministas de ninguna manera causaron este cambio económico, terminamos inconscientemente legitimándolo. Abastecimos de cierto carisma y de ciertos lastres ideológicos a agendas que no eran las nuestras. .
Mientras tanto, no nos olvidemos que existen feministas neoliberales completamente de acuerdo con esta agenda. Representan al 1% de la sociedad. Casi elegimos a una de ellas como presidente de los Estados Unidos. Por cierto, las feministas liberales son feministas. No podemos negarlo. Pero, en esa corriente del feminismo, vemos las ideas feministas simplificadas, truncadas y reinterpretadas en términos amistosos con el mercado; por ejemplo cuando pensamos la subordinación de las mujeres como una forma de discriminación que impide llegar a la cima a mujeres talentosas. Ese tipo de pensamientos valida el imaginario jerárquico corporativo en su totalidad. Legitima una visón del mundo que es fundamentalmente hostil para la mayoría de las mujeres y, en realidad, para todas las personas en el mundo entero. Esta versión del feminismo provee una aparente emancipación frente a la depredación neoliberal.
Las feministas liberales son feministas. No podemos negarlo. Pero, en esa corriente del feminismo, vemos las ideas feministas simplificadas, truncadas y reinterpretadas en términos amistosos con el mercado.
¿Podría hablar más sobre la manera en que la distribución del trabajo de cuidados en nuestra economía financiarizada enfrenta a la mujeres entre ellas?
Claro. Ahora tenemos una organización dual del trabajo de cuidados: quienes pueden pagar por ayuda doméstica simplemente lo hacen, mientras que quienes no pueden, simplemente luchan por cuidar a sus familias, y comúnmente hacen el trabajo de cuidado pago por el primer grupo a cambio de salarios muy bajos y prácticamente sin protección. Hemos comenzado a ver campañas en favor de los derechos y de la mejora salarial de este sector. Claramente esto revela un enfrentamiento directo de intereses. Siempre creí que la idea de “progreso” de Sheryl Sandberg[1] era una ironía. Sus lectores solo pueden concebir el progreso en el salón ejecutivo de las corporaciones en la medida que puedan apoyarse [2] en las trabajadoras de cuidados a las que les pagan salarios bajos por limpiar sus baños y hogares, cambiar los pañales a sus hijos, cuidar a sus padres envejecidos, etcétera.
Quienes pueden pagar por ayuda doméstica simplemente lo hacen, mientras que quienes no pueden luchan por cuidar a sus familias, y comúnmente hacen el trabajo de cuidado pago por el primer grupo a cambio de salarios muy bajos.
Aquí debemos hablar también de la cuestión racial. Al fin y al cabo, son las mujeres inmigrantes de color, afro-americanas, y latinas, quienes realizan estos trabajos. Alcanza con ir a cualquier parque en un barrio de clase media de Nueva York para observar este fenómeno. Hay países cuya estrategia entera de lo que se denomina “progreso” consta en facilitar la migración de mujeres hacia países y regiones ricas con este propósito. Filipinas, por ejemplo, depende en gran medida de las remesas de las trabajadoras domésticos que envía al extranjero. Y es un intercambio laboral organizado por el estado, es su estrategia de desarrollo. Los estados en cuestión han sido objeto de ajustes estructurales. Están endeudados, casi sin dinero, necesitan efectivo, y no tienen otra forma de conseguirlo más allá de enviar a sus mujeres afuera para hacer este trabajo, dejando a sus propios hijos y familias al cuidado de otras personas pobres. No estoy sugiriendo que el trabajo de cuidado no deba ser un trabajo remunerado, pero hace una gran diferencia cómo y quién lo organiza y lo paga.
¿Hay algún trabajo específico organizado que aborde estos problemas para llegar al fondo de la cuestión?
Hay una gran cantidad de trabajo organizado y de activismo, mucha creatividad y mucha energía. Pero permanece disperso y no llega al nivel de un proyecto contra hegemónico que pueda cambiar la organización socio-reproductiva. Si unimos las luchas por una semana más corta de trabajo, un ingreso básico incondicional garantizado, el cuidado público de los niños, los derechos de las trabajadoras domésticas migrantes y los trabajadores en hogares de ancianos con fines lucrativos, hospitales, guarderías – agreguémosle la lucha por el agua potable, la vivienda y contra la degradación del medio ambiente, especialmente en el hemisferio sur- todo lleva, en mi opinión, al reclamo por una nueva forma de organizar la reproducción social.
Las luchas por la reproducción social son prácticamente omnipresentes. No están etiquetadas. Pero si se las llegara a entender como tales, habría una base poderosa para vincularlas en un amplio movimiento de transformación social. Y si también se entendería que la base estructural de la crisis de cuidados, es el impulso inherente del capitalismo para subordinar la reproducción a la producción, entonces las cosas podrían volverse realmente interesantes.
Dado el creciente interés de los jóvenes estadounidenses por el socialismo, ¿ve usted relación entre la lucha por la reproducción social y la lucha por el socialismo?
Totalmente. Yo me defino como una socialista democrática como Bernie Sanders. Aunque vivimos en una época en la que debemos admitir que no sabemos qué significa esto exactamente. Sabemos que no significa nada parecido a la economía autoritaria ni al modelo de partido único del comunismo. Sabemos que significa algo más profundo y más robusto e igualitario que la socialdemocracia. Sabemos que no puede producirse solo en un estado-nación, porque vivimos en un mundo donde la explotación, la expropiación y la extracción son completamente transnacionales. En otras palabras, sabemos todas las cosas que no puede ser, pero nos cuesta definir un programa claro y positivo. Insisto en que re-imaginar la reproducción social debe ser central para cualquier forma de socialismo deseable en el siglo XXI. ¿Cómo reinventar la distinción entre reproducción y producción hoy en día? Y ¿cómo podemos reemplazar a la familia con dos asalariados? Si revisamos la historia del socialismo, incluso en el viejo socialismo utópico que Marx y Engels rechazaron, todo se centró en lo que llamo reproducción social: cómo organizar la vida familiar y comunitaria, etcétera. Este socialismo era utópico en el sentido que no funciona para nosotros, pero la problemática estaba ahí. Incluso en la historia del socialismo industrial moderno, el socialismo marxista y el socialismo industrial no marxista, esta problemática ha entrado y salido de vista. En general, ha sido tratada como secundaria al problema de la organización industrial y la planificación productiva. Pero si te enfocás solo en un extremo del par producción / reproducción, la otra punta regresará para morderte de manera no intencionada y se viciará todo el proyecto.
Precisamos un socialismo democrático. Sabemos que no significa nada parecido a la economía autoritaria ni al modelo de partido único del comunismo. Sabemos que significa algo más profundo y más robusto e igualitario que la socialdemocracia. Pero todavía no hemos logrado definirlo por la positiva.
Muchas de las preguntas que plantea sobre la vida social y la familia han vuelto a ser utópicas, como algunos remanentes de los años sesenta, y no necesariamente centrales para un programa socialista. Sin embargo, usted argumenta que estamos realmente en un punto de crisis y que estos temas deben ser centrales. Me sorprende que, siendo el desafío de la reproducción social tan fundamental para la experiencia cotidiana de todos, a menudo esté ausente en el renacimiento actual del socialismo.
Coincido absolutamente. Dada la gravedad de esta crisis socio-reproductiva, sería utópico, en un mal sentido, que la izquierda no se enfocara en este tema. La idea de que podemos retornar a las manufacturas es utópica –de nuevo en un mal sentido. Por el contrario, la idea de que se puede construir una sociedad que asume que cada adulto tiene responsabilidades de atención primaria, compromisos comunitarios y sociales no es utópica. Es una visión realista de la vida humana.
¿Ve usted un papel positivo para la tecnología en todo esto, o la mecanización del trabajo doméstico solo conduce a un mayor desbalance social? Últimamente hemos leído mucho acerca de la congelación de óvulos para permitir a las mujeres que trabajen más años antes de tener hijos. Ya que tendemos a pensar que buena parte del trabajo industrial debe ser mecanizado, ¿ve usted el trabajo de cuidados de una manera similar? ¿O es demasiado íntimo para eso?
Ciertamente no soy una ludita. Valoro mucho tener luz eléctrica para poder leer de noche, poder hacer un Skype con usted desde lejos, etcétera, etcétera. Ni siquiera estoy en contra de aquellas tecnologías sobre las que escribo críticamente, como la congelación de óvulos o la extracción mecánica de leche materna. El asunto es el contexto: cómo y quiénes las producen y usan, y para beneficio de quién. Podría imaginarme fácilmente un contexto en el que estos procesos sean una elección legítima. No me dedico en lo más mínimo a avergonzar a nadie por las acotadas elecciones que hacemos entre opciones muy malas y limitadas.
Pienso también que las actividades orientadas a sostener conexiones sociales tienen un elemento personal indispensable. Por definición, las conexiones son interpersonales, involucran la comunicación intersubjetiva y, en algunos casos, el contacto físico. Eso milita contra la idea de una mecanización total del cuidado. Pero, al mismo tiempo, dudo que podamos imaginar la automatización total de cualquier cosa, si eso significa la eliminación de todo aporte humano.
En cierto modo estamos hablando de tiempo. Mecanizamos cosas como el cuidado para ahorrarnos tiempo porque no tenemos suficiente. Y sólo en una situación en la que uno tiene suficiente tiempo se puede realmente saber qué se desea mecanizar de todos modos.
Estoy bastante segura de que no quiero lavar toda mi ropa a mano y sé que hay muchas cosas a las que no quiero dedicarles mi tiempo. Me encantaría tener más tiempo para hacer otras cosas, incluso para tener conversaciones como estas.
Sobre la entrevistada: Nancy Fraser es profesora de filosofía y ciencias políticas en The New School for Social Research. Es una de las intelectuales feministas más respetadas. En su último libro Fortunas del Feminismo, Fraser se enfrenta a la inquietante confluencia del feminismo liberal con el capitalismo, y las maneras en las que el feminismo puede proveer una aparente liberación frente a un sistema de explotación despiadada. Promoviendo la crítica al capitalismo y una visión radicalmente diferente del feminismo, muestra como la justicia de género debe situarse en el corazón de toda lucha por una sociedad igualitaria. En el último tiempo, Fraser ha abordado lo que ella denomina “la crisis de los cuidados”. Entre sus libros se destacan Fortunas del feminismo (Traficantes de sueños, 2015) y Escalas de justicia (Herder, 2009)
[1] Se refiere al libro Vayamos adelante: las mujeres, el trabajo y la voluntad de liderar, cuyo título original en inglés es “Lean In: Women, Work, and the Will to Lead”.
[2] En el original en inglés hay un juego de palabras entre lean in (ir hacia delante/inclinarse) y lean on (apoyarse).