Autora: Lala Toutonian
Apuntes sobre la incorrección y el “feminismo antifeminista”
Diversas autoras han desarrollado una crítica profunda al paradigma feminista contemporáneo. Frente al llamado “feminismo mainstream” y a la escisión entre cuestiones de género y de clase, proponen una visión alternativa que ha tocado las fibras íntimas de las actuales luchas de género. Para muchos, se trata lisa y llanamente de “antifeministas”. Sin embargo, otras voces las consideran vitales para poner en tensión algunas “verdades” que podrían estar siendo aceptadas de manera monolítica. Camille Paglia, Jessa Crispin y Catherine Millet son “las malas de la película”.
¿Feministas o antifeministas?
Camille Paglia, Christina Hoff Sommers, Caitlin Moran, Germaine Greer, Jessa Crispin, Catherine Millet. Voces disidentes dentro de una doctrina que se enfrenta a sí misma. Impetuosas críticas de lo que llaman “victimización de la mujer”, ponen el dedo en la llaga del feminismo. Ese feminismo que está hoy, por fin, en boca de cualquier mortal que entienda que todos los modelos renovadores deben cargar con su cuota de radicalidad y, decididamente, de insatisfacción. ¿Pero qué ocurre cuando el movimiento parece virar a un feminismo que limita la identidad al género? ¿O a un feminismo de mercado impulsado por el marketing? ¿Discutiremos sobre qué princesa Disney es la más feminista o si la Mujer Maravilla logra verdaderamente empoderar a las mujeres? Estas intelectuales de renombre y un largo haber de publicación de ensayos e investigación académica, resultan paradójicamente de una incorrección política como pocas. Lejos de esgrimir un discurso académico, no se escudan en circunloquios para no ofender. ¿Dicen lo que nadie quiere escuchar o lo que nadie se atreve a decir? Su crítica apunta a evitar que la conversación cultural del movimiento feminista se vuelva una idea blanda y prosaica, un “feminismo de cotillón”. Rechazan todo el envoltorio comercial de la corriente femenina y su transversalidad. Toda la estructura del modelo, afirman, se apoya en una base patriarcal. Es necesario, por ende, repensar todo desde la base. Tanto lo político (el mundo democrático, el orden capitalista) como lo marcadamente social (la familia, el trabajo) deben ser puestos en cuestión.
Sus argumentos críticos se lanzan contra una idea de feminismo que considera necesaria que la mujer sea “protegida por la sociedad”. Esta postura, afirman en líneas generales, revierte al feminismo. En esos términos, podría tratarse de una cultura que descree de sí misma. Tanta definición de feminismo, consideran, es limitarlo. La mujer no quiere lo mismo que el hombre, afirman. Quiere otras cosas -más de unas, menos de otras-. Esta idea y esta práctica atenta contra el identitarismo y apura estereotipos.
La llamada “tercera ola de feminismo” apela a pensar en pequeño, a un estudio abstracto y objetivo. No porque el feminismo primigenio le haya fallado a la mujer, sino para hacerlo operar sobre el individuo. ¿Su estética más urgente? Integrar al feminismo como una ideología. Y como dice el principio punk, el más anárquico, hay que destruir para reconstruir. No sirve emparchar fisuras (eso no funciona): hay que cambiar de modelo y romper códigos comunicacionales. La magnitud que ha tomado lo femenino logró ¡por fin! poner en crisis el modelo patriarcal, destituir la masculinidad heroica. Y la recesión de los modelos seculares rompe justamente con las tradiciones y es aquí donde se abre el debate para ver dónde situarse para no ser un sujeto desorientado. Ha llegado el momento de ver lo que el feminismo puede hacer de una identidad afirmativa o positiva. No es una lucha contra el feminismo tradicional sino la redisposición del mismo para enfrentar la realidad patriarcal que parecía inamovible sin establecerse a la mujer en un espacio de marginalidad.
Sus argumentos críticos se lanzan contra una idea de feminismo que considera necesaria que la mujer sea “protegida por la sociedad”.
La mirada de Camille Paglia
La crítica social estadounidense Camille Paglia es una de las principales adalides de la crítica a ciertas concepciones actuales del feminismo. Profesora de humanidades en la Universidad de las Artes de Filadelfia, Paglia es contundente: “Me siento completamente fuera de escena”, dice. La americana de origen italiano refiere a su contextualización familiar justamente para destacar que se crió en un ámbito donde tanto el hombre como la mujer tenían su espacio. En abril de este año dijo al diario El País de España: “Soy una feminista igualitaria. Eso es que exijo un trato equitativo para hombres y mujeres en todos los ámbitos. Y si una mujer hace el mismo trabajo que un hombre, le tienen que pagar lo mismo. Sin embargo, ahora las feministas se apoyan en no sé cuántas estadísticas para afirmar que las mujeres en general ganan menos que los hombres. Pero esos gráficos son fácilmente rebatibles. Las mujeres suelen elegir trabajos más flexibles y, por lo tanto, peor pagados para poder dedicarse a sus familias. También prefieren los trabajos que son limpios, ordenados, seguros. Los que son sucios y peligrosos se los suelen endosar a los hombres, que también suelen estar más presentes en áreas más comerciales. Tienen una vida mucho más desordenada, pero eso, por supuesto, se remunera”. Hoy en día, las músicas exigen más exposición en festivales, las periodistas más cupo femenino en los medios, más presencia política en el Estado. Pero, ¿qué ocurre cuando, por ejemplo, estas últimas no representan el real interés del grueso las mujeres? Acaba de ocurrir en el Senado argentino que muchas de las mujeres votadas y elegidas para ser la voz del pueblo, dieron un paso atrás en lo que a las libertades de las mujeres se refiere: votaron para no despenalizar el aborto.
Continúa Paglia: “Hay otras muchas que prefieren un trabajo más flexible para pasar más tiempo con sus hijos y no dejarlos al cuidado de extraños. El problema del feminismo es que no representa a un amplísimo sector de las mujeres. Por eso se ha centrado en la ideología y en la retórica antimasculina en lugar de hacerlo en el análisis objetivo de los datos, de la psicología humana y el significado de la vida. No creo que la carrera laboral deba ser lo más importante de la vida de una persona. Si permites que tu trabajo defina tu personalidad, es que eres un enfermo. La vida humana está dividida en la vida privada y en la pública. Y es muy importante desarrollar la vida familiar, afectiva… Centrarse sólo en la vida pública puede ser propio de personalidades distorsionadas. Por eso las nuevas generaciones en EE.UU. se atiborran de antidepresivos. Identifican la vida con el trabajo y eso sólo te puede hacer sentir miserable. En los años 60, el feminismo de izquierda trataba de atraer a las mujeres trabajadoras y adoptaba las maneras y el lenguaje de la clase trabajadora. En los 70 se empezó a imponer una corriente que se centraba en las burguesas de profesiones liberales, principalmente profesoras, periodistas… Ese tipo de feminista que cree saber qué es lo mejor para las mujeres. Pero lo cierto es que sólo están centradas en hacer carrera y no se dan cuenta de lo distintas que son sus vidas de las mujeres de clases trabajadoras que pretenden representar. Hay una actitud muy elitista en el feminismo. Y las periodistas y las que se llaman intelectuales tienen mucha culpa”. El punto de Paglia es importante. Su definición transmite un problema de clase: ¿es realmente esa concepción del feminismo representativa de todas las mujeres o se circunscribe, por el contrario, a cierta clase social? ¿Cómo se puede ejercer una representación sobre la totalidad del colectivo de mujeres desde esa perspectiva? ¿Hay, entonces, unas mujeres que saben más que otras, que se liberaron más que otras, que les explican a las otras cómo es el camino? En ese marco, el planteo de Paglia parece concluir en que la pretendida “sororidad” no resulta ser tal. ¿Por qué? Porque, en cualquier sistema, el verticalismo le gana a la horizontalidad.Los puntos de vista de Camille Paglia, sin embargo, no se quedan allí. Según la autora americana, el feminismo ha perdido parte del rumbo al prescindir de autores como Freud para comenzar a reflejar sus ideas en las teorías de Derrida y Foucault: “Tampoco se trata de mitificarlo, pero el desprecio a Freud es un desastre para el feminismo porque es incapaz de entender o analizar las relaciones sexuales. Sin Freud no se explica lo que pasa entre hombres, mujeres, hermanos… Y por eso el feminismo es incapaz de construir una teoría del sexo. La realidad es que el único aporte de este feminismo es un análisis desde el punto de vista político. ¡Una locura! El sexo no se puede explicar con política. Ocurre que estas burguesas, las feministas, lo que buscan es una forma de religión. Quieren un dogma y eso es lo que han encontrado en las identidades. Y si la gente contempla la política como si fuera su salvación, su dogma, pues acabas de crear el infierno. ¡Otro!”.
Según Camille Paglia, el feminismo ha perdido parte del rumbo al prescindir de autores como Freud para comenzar a reflejar sus ideas en las teorías de Derrida y Foucault.
La autora de 71 años es consciente de las grietas conceptuales y los privilegios sociales: “Hoy, dos generaciones después, la gente joven de clase media es blanda e incapaz de sobrevivir. Viven en un entorno protegido, educados para no ser ofendidos. No se les enseña la sucesión de horrores que ha sido la historia. Sólo se les habla de esta basura identitaria y victimista”. ¿Y la sexualidad, Camille? “El sexo se ha hecho demasiado banal… Creo que hace falta una reasignación de la sociedad contemporánea para que hombres y mujeres vuelvan a valorar los códigos del cortejo. Los hombres y las mujeres ven el sexo de manera diferente. Y éste es otro error del feminismo. Ha abandonado la biología y dice que no hay diferencias entre sexos. Si se crean estudios de género, qué menos que incluir el estudio de la biología, esencial incluso cuando, como sostienen algunos, se trata de una mera construcción social. Por eso yo digo que los estudios de género son mera propaganda y no son una disciplina académica. No hay diferencia entre este discurso y la propaganda fascista durante la II Guerra Mundial. Es mentira que el género sea totalmente una construcción social porque, como expliqué en Sexual Personae, se trata más bien de una intersección entre la cultura y la naturaleza”.
Sexual Personae es, sin dudas, uno de los trabajos más complejos y polémicos de Camille Paglia. De hecho, Gloria Steinem, una periodista estadounidense que fue referente en la lucha por los derechos de la mujer a finales de 1960 y principios de 1970, lo definió ni más ni menos que como Mi Lucha, en alusión al libro de Hitler. En ese libro, Paglia, afirmó que “si la civilización hubiera quedado en manos de las mujeres, se seguiría viviendo en la cueva”. Su planteo, sin dudas, causó estupefacción y disputas en el movimiento feminista. “La gente no lo entendió bien. Lo que yo quería decir es que las grandes estructuras fueron producto de los hombres. Y luego hubo mujeres que crearon a partir de esas estructuras. Y las mejoraron”, afirmó posteriormente. Lo cierto es que Sexual Personae fue rechazado en una primera instancia por siete editoriales hasta que la Yale University Press decidió publicarlo alcanzando el primer lugar entre los best sellers y muchas reediciones (“Me sentí Cervantes”, dice la autora al respecto). Entonces, se ganó la crítica de sus pares: no se sale ileso de su lectura, más bien gratamente perturbado.
Polémica, continúa: “El heteropatriarcado no existe. Es una estupidez que descalifica cualquier análisis. En Occidente, las mujeres no viven en ningún patriarcado. En las sociedades agrarias, más familiares, los hombres miraban a las mujeres más como sus iguales porque hacían mucho trabajo físico. En Nueva York, las mujeres eran delicadas y llevaban corsé y tomaban el té. Las mujeres trabajadoras tratan más como iguales a sus hombres y les hablan más claro que esas mujeres de clase media y alta que son incapaces de lidiar con su jefe en la oficina. Se debe a que están educadas para comportarse de una forma burguesa, a moderar su voz a complacer, a ser pasivas. Por eso yo llamo a mi feminismo un feminismo de la calle. Yo creo en las mujeres fuertes, que son capaces de crecer y protegerse solas. No en las que corren a refugiarse en las leyes o en un comité”.
Entre las obras en español de la crítica social e intelectual americana encontramos Vamps & Tramps – Más allá del feminismo (Valdemar, 2001), Sexual Personae – Arte y decadencia desde Nefertiti a Emily Dickinson (Valdemar, 2006), Los pájaros (Gedisa, 2006) y Feminismo pasado y presente (Turner, 2018). En inglés original están su tesis académica Sexual Personae: The Androgyne in Literature and Art (1974), una serie de ensayos compilados bajo el nombre Sex, Art and American Culture (1992), Break, Blow, Burn: Camille Paglia reads Forty three of the World’s Best Poems (2005), Glittering Images: A Journey Through Art from Egypt to Star Wars (2012), Free Men: Sex, Gender and Feminism (2017) y Provocations: Collected Essays (2018).
La perspectiva de Jessa Crispin
Jessa Crispin es más joven que Paglia. Nació en 1978 y también es crítica social. Además, fue editora de Bookslut (“Puta de libro”, en su traducción más cercana), un zine que publicaba mientras trabajaba para Planned Parenthood (la principal organización de servicios de salud reproductiva -y aborto- de Estados Unidos). Nacida en Kansas, la autora ha publicado The Dead Ladies Project: Exiles, Expats and Ex Countries (2015), The Creative Tarot: A Modern Guide to an Inspired Life (2016) y Why I am not a Feminist: A Feminist Manifesto (2017), esta última traducida al español y publicada por Lince Ediciones. Allí cuestiona enfáticamente las nuevas corrientes feministas. De hecho, no considera a algunas de las voces más conocidas como verdaderas referentes del movimiento: “Ni Hillary Clinton, ni Beyoncé o Lena Dunham lo son. Las verdaderas feministas son un grupo de strippers que imparten talleres gratuitos a adolescentes enseñándoles a abortar en casa. Es muy complicado abortar legalmente en determinadas zonas de EE.UU. y lo que hacen estas mujeres es feminismo real. Fuck Beyoncé”, dijo en agosto de este año. Coinciden Crispin (“Lena Dunham no es ni será feminista, es una malcriada que no tiene idea lo que dice”) y Paglia (“Dunham es una neurótica disfrazada de feminista”) en atacar a la actriz quien tras una foto subida a su cuenta de Instagram donde se la ve delgada un año atrás y con más peso ahora, se despacha como defensora de la libertad de la mujer y su apariencia.
Cuenta Jessa Crispin entre risas: “Me había tomado dos copas de vino y por alguna puta razón decidí escribir a un editor de cultura de The New York Times para preguntarle si le interesaba un artículo sobre el quinto centenario del nacimiento de Santa Teresa. Y me dijo que sí. Me arrepentí al instante de mi propuesta”. Pero lo hizo, ya que había estudiado a las santas de la iglesia católica durante su formación académica. “Me interesaba cómo habían podido sobrevivir en un ambiente opresivo y prosperar en un plano intelectual. Me obsesioné con Santa Teresa, e ir a Ávila y descubrir una ciudad volcada en celebrar a una filósofa, con estatuas, calles o pastas con su nombre, fue curativo para mí”. Habiéndose ya metido en terrenos aún más pantanosos, Crispin se lía en revueltas religiosas pero retoma para dar su mirada crítica a la actualidad: “Una CEO puede alzarse orgullosa y proclamar su fe en el feminismo mientras sigue externalizando la producción de su empresa en fábricas donde mujeres y niños trabajan en condiciones de esclavitud, mientras sigue contaminando la atmósfera y las reservas de agua con desechos tóxicos, mientras sigue pagando a sus empleadas unos salarios escandalosamente bajos”, escribe en su última publicación. “Es la idea de que el feminismo es algo que se puede expresar en tu camiseta, en tu bio de Twitter, algo que básicamente es un bien de consumo. El feminismo real es un movimiento que requiere acción, reflexión y el poder construir nuevas estructuras para nuestra vida y nuestra sociedad. Pensar que alguien pueda ser feminista porque lea Teen Vogue, se pegue atracones de Buffy, la cazavampiros o lleve un pussy hat rosa (el gorro anti Trump), pero luego trabaje para una empresa malvada y viva en un hogar de familia nuclear, pensar eso es vergonzoso pero es lo que prevalece en la cultura feminista”.
Dior comercializó remeras con icónicas proclamas al grito de The future is female (El futuro es femenino) y We should all be feminists (Todos deberíamos ser feministas), reproduciendo con esta última el título del libro de la autora nigeriana Chimamanda Ngozi a módicos 710 euros. La escritora, que inspiró el mensaje feminista de Beyoncé (una foto de la cantante en su cuenta de Instagram donde recrea a la icónica Rosie La Remachadora), y el de Dior, pidió luego que se tomara distancia del feminismo académico para lograr un acercamiento a las historias personales. Crispin dice al respecto: “No estoy totalmente en contra de este tipo de activismo, pero no creo que sea revolucionario. Necesitamos al feminismo académico. Necesitamos grandes pensadores para que podamos imaginar nuevas formas de vivir en el mundo. Las raíces del movimiento son importantes, pero de una forma totalmente distinta”. En su libro Por qué no soy una feminista dice: “No somos del todo humanas si solo aceptamos las cosas buenas que hay en nosotras”. Además, afirma: “Nos hemos convertido en las perseguidoras, pero respaldadas por la absoluta certeza de que somos nosotras las perseguidas”. Así, “esta mentalidad de víctima se convierte en un escudo, y de este modo, no tenemos que analizar nuestras acciones”.
Crispin, siempre a contramano, intenta analizar el llamado “discurso de las víctimas”. Sus análisis apuntan a discutir la conveniencia de fortalecer la idea de que las mujeres “viven oprimidas”. Según ella, ese tipo de discurso resulta más problemático que resolutivo. Pero su declaración es aún más polémica. “Bueno, miren Israel. Israel sostiene geopolíticamente el lugar de la víctima en nuestro mundo. Si los criticas por haber creado un estado apartheid o por sus crímenes contra la humanidad, de repente te acusarán de ser antisemita. Ellos hablarán del Holocausto como justificación de sus crímenes continuamente. Aquí es donde el escudo de la víctima se personifica. No creo que sea sano crear una atmósfera en la que continuamente estás pensando y hablando sobre ser una víctima. Necesitamos darnos cuenta de que las mujeres tienen muchísimo poder estos días, y que no lo estamos empuñando de forma justa o sin causar daño. Las mujeres americanas viven bajo un gobierno (no solo con Trump, empezó antes que él) que financia una guerra sin fin en muchos países. Las mujeres americanas oprimen económicamente a gente de todo el mundo, porque así pueden tener bienes de consumo más baratos. Necesitamos dejar de pensar en nosotras mismas como las víctimas, reconocer nuestra capacidad de oprimir a otros y empezar a pensar cómo cambiar esto”.
El caso es que la crítica de Crispin no termina ahí. La discusión que propone intenta abordar las relaciones entre clase y feminismo. Sus dardos se dirigen, también, a incomodar a quienes reclaman para sí una posición feminista pero forman parte de un engranaje social de explotación. ¿Podría resultar exculpatorio declararse feminista para una líder de una multinacional? Ese es, por ejemplo, el caso de la presidenta del Banco Santander de España, quien públicamente se declaró feminista. “¿Acaso una mujer que dirige un gran banco mundial puede ser feminista? Ser mujer no te concede un extra feminista. Lo mismo se puede aplicar a otras mujeres que están en puestos de poder. Por ejemplo, en Alemania, la líder del partido de extrema derecha es una mujer lesbiana, ¿y es feminista? Estas mujeres dañan la igualdad con sus ideas y decisiones, así que no, no les creo”, dice Crispin. Fervorosa mujer de izquierdas, destaca que “el problema del feminismo y el pensamiento político de izquierda en su sentido más amplio es que no se ha integrado ni el marxismo ni el anarquismo. Pero también es verdad que la sociedad no se toma en serio asuntos como la maternidad y los cuidados y alguien tiene que hacerlo. No hay suficiente cultura sobre el hecho de ser mujer. Quizá hay una preocupación excesiva por aspectos exclusivamente femeninos como la maternidad, ya que evidentemente los hombres no pueden parir los hijos. Y es verdad que se sucumbe a una especie de debilidad, pero no creo que esto sea un problema intelectual sino social, puesto que es la propia sociedad la que no te permite pensar en estos temas”.
Jessa Crispin intenta incomodar a quienes reclaman para sí una posición feminista pero forman parte de un engranaje social de explotación. ¿Puede una alta ejecutiva de un banco reclamarse feminista?
El documento de Catherine Millet
Catherine Millet es la autora al frente del manifiesto de las intelectuales francesas en contra del movimiento Me Too. La crítica de arte es directora de la prestigiosa revista Art Press y además de sus libros de arte ha publicado La vida sexual de Catherine M donde relata sus propias experiencias sexuales de lo más variopintas. En el manifiesto, un centenar de artistas francesas criticaban fuertemente la ola de denuncias en Estados Unidos a partir del escándalo provocado por los abusos de Harvey Weinstein. Aquí parte de lo expresado por las mujeres: “La violación es un crimen. Pero el coqueteo insistente o torpe no es un crimen, ni la galantería es una agresión machista. Como resultado del caso Weinstein, ha habido una conciencia legítima de la violencia sexual contra las mujeres, particularmente en el lugar de trabajo, donde algunos hombres abusan de su poder. Era necesaria. Pero esta liberación de la palabra se convierte hoy en su opuesto: ¡Nos ordenan hablar, a silenciar lo que enoja, y aquellos que se niegan a cumplir con tales órdenes se consideran traidoras, cómplices! Pero es la característica del puritanismo tomar prestado, en nombre de un llamado bien general, los argumentos de la protección de las mujeres y su emancipación para vincularlas a un estado de víctimas eternas, pobres pequeñas cosas bajo la influencia de demoníacos machistas, como en los tiempos de la brujería. De hecho, #metoo ha provocado en la prensa y en las redes sociales una campaña de denuncias públicas de personas que, sin tener la oportunidad de responder o defenderse, fueron puestas exactamente en el mismo nivel que los delincuentes sexuales. (…) Esta fiebre para enviar a los ‘cerdos’ al matadero, lejos de ayudar a las mujeres a empoderarse, en realidad sirve a los intereses de los enemigos de la libertad sexual, los extremistas religiosos, los peores reaccionarios y los que creen -en nombre de una concepción sustancial de la moralidad buena y victoriana- que las mujeres son seres ‘separados’, niñas con una cara de adulto, que exigen protección. (…) Los editores ya piden que los personajes masculinos sean menos ‘sexistas’, que hablemos de sexualidad y amor con menos desproporción, o que garanticemos que el ‘trauma experimentado por los personajes femeninos’ sea ¡más obvio! ¡Al borde del ridículo, un proyecto de ley en Suecia quiere imponer un consentimiento explícitamente notificado a cualquier candidato para tener relaciones sexuales! (…) El filósofo Ruwen Ogien defendió una libertad de ofensa indispensable para la creación artística. De la misma manera, defendemos una libertad para importunar, indispensable para la libertad sexual. Ahora estamos suficientemente advertidas para admitir que el impulso sexual es por naturaleza ofensivo y salvaje, pero también somos lo suficientemente clarividentes como para no confundir el coqueteo torpe con el ataque sexual. Sobre todo, somos conscientes de que la persona humana no es monolítica: una mujer puede, en el mismo día, dirigir un equipo profesional y disfrutar siendo el objeto sexual de un hombre, sin ser una puta ni una vil cómplice del patriarcado. Puede asegurarse de que su salario sea igual al de un hombre, pero no sentirse traumatizada para siempre por un manoseador en el metro, incluso si se considera un delito. Ella incluso puede considerarlo como la expresión de una gran miseria sexual, o como si no hubiera ocurrido. Como mujeres, no nos reconocemos en este feminismo que, más allá de la denuncia de los abusos de poder, toma el rostro del odio hacia los hombres y la sexualidad. Creemos que la libertad de decir no a una propuesta sexual no existe sin la libertad de importunar. Y consideramos que debemos saber cómo responder a esta libertad para importunar de otra manera que encerrándonos en el papel de la presa. (…) Los incidentes que pueden tener relación con el cuerpo de una mujer no necesariamente comprometen su dignidad y no deben, por muy difíciles que sean, convertirla necesariamente en una víctima perpetua. Porque no somos reducibles a nuestro cuerpo. Nuestra libertad interior es inviolable. Y esta libertad que valoramos no está exenta de riesgos o responsabilidades”.
Sin lugar a dudas, las palabras expresadas en el manifiesto pusieron el dedo en la llaga. ¿Puede colarse el conservadurismo en el feminismo? Una sociedad como la francesa, que se jacta de estar despojada de puritanismos y muy cerca de una liberación de la que siempre hizo bandera, ¿tiene algo para decir frente a las nuevas identidades feministas? Dice Millet: “Nuestra tribuna no aspiraba más que a recordar que no todas las mujeres reaccionan de la misma forma a las agresiones masculinas. Que, si bien la violación es un crimen y el acoso es un delito —condenados por la ley, es decir, por todas y todos—, no percibimos de la misma forma los gestos y actos sexuales, porque no existe nada más individual ni que diferencie de manera más íntima y profunda a cada persona que la relación que tiene con su propio cuerpo y la moral sexual que se forja a lo largo de la vida. No se nos puede reducir a un cuerpo, y me sorprende que se haya utilizado tan poco en los recientes debates la palabra resiliencia. La resiliencia es la capacidad del ser humano de recuperarse después de un trauma. Los juicios por violación suelen ser largos y muy difíciles para las víctimas porque, hasta llegar a que se haga justicia, las obligan a remover sus recuerdos más dolorosos. Por eso me parece tan importante decir y repetir que existen otros modelos aparte de los que atan la psique y el cuerpo, y que dichos modelos pueden ayudar a las mujeres encerradas en su sufrimiento. Nuestro manifiesto recogió numerosas firmas, muchas de ellas acompañadas de testimonios espontáneos de mujeres que habían sufrido agresiones sexuales pero que se alegran de haber podido superarlas, a veces incluso olvidarlas, para vivir hoy una vida amorosa y sexual equilibrada. Esas mujeres son un ejemplo digno de seguir. ¿Había que negarles la palabra de la que se quiso hacer eco nuestra carta?”. Por supuesto que dentro de los márgenes de las divisiones de pensamientos entre el mismo feminismo existe el muy concreto punto de contextualización generacional. Difícilmente una adolescente, por experiencia, por entorno y relaciones pueda estar de acuerdo con lo expresado por este colectivo de mujeres adultas. Continúa la autora francesa: “Durante la polémica suscitada por la publicación de nuestro manifiesto, me han reprochado varias veces una declaración mía en el sentido de que casi lamento no haber sufrido yo una violación, para demostrar con mi ejemplo que es posible superar el trauma. No es una declaración hecha ayer, sino algo que he dicho a menudo, en entrevistas y actos públicos, y, por supuesto, siempre hablaba en mi propio nombre, en el de Catherine M., es decir, a partir de la experiencia de la sexualidad que yo tenía y que había narrado en mi libro. Por eso no está de más que recuerde su contenido, (…) He tenido muchas parejas; algunos han sido amigos míos durante años, otros eran desconocidos y han seguido siéndolo, hombres que me encontré por casualidad y a los que apenas entreví el rostro. De aquella forma de vivir guardo el recuerdo de momentos excitantes, alegres, felices. Por supuesto, una vez comenzada la relación sexual, alguna pareja resultó decepcionante o desagradable e incluso repugnante. En esos casos, el hombre solo tenía acceso a mi cuerpo, porque mi espíritu se mantenía apartado y no conservaba ninguna huella que pudiera atormentarlo. ¿Qué mujer no ha experimentado esa disociación de cuerpo y espíritu? ¿Quién no se ha rendido a su marido o su amante mientras tenía la cabeza llena de preocupaciones cotidianas? ¿Quién, al contacto entre su piel y la de un hombre torpe, no se ha dejado llevar por el sueño de estar con otro? Yo incluso tengo una pequeña teoría al respecto: creo que la mujer (o el hombre) que recibe la penetración dispone de esa facultad más que quien penetra. Si me hubiera visto forzada brutalmente a mantener una relación sexual con un agresor o varios agresores, no habría opuesto resistencia, pensando en que la satisfacción del impulso aplacaría el instinto violento. Por más repugnancia que sintiera, o miedo a otro tipo de violencia —la amenaza de un arma—, me atrevo a pensar que habría aceptado que mi cuerpo se sometiera, consciente de que mi espíritu seguiría siendo independiente, que mantendría su integridad y me ayudaría a relativizar la posesión de mi cuerpo. ¿Acaso no es el mismo tipo de protección mental al que recurren las prostitutas, que no escogen a sus clientes?”.
Catherine Millet se pregunta si el conservadurismo no puede también colarse dentro del feminismo. Una sociedad como la francesa que se jacta de estar despojada de puritanismos (…), ¿tiene algo para decir frente a las nuevas identidades feministas?
El planteo de Millet, una vez más, apunta a complejizar lo que hoy parece ser presentado, por algunas expresiones feministas, como único. Intenta mostrar una diversidad de respuestas diferentes que, sin dudas, expresan también
El aporte al debate
Las perspectivas de las tres autoras mencionadas difieren entre sí. Tienen, sin embargo, un punto en común. Las tres parecen reaccionar frente a las expresiones más renombradas y reconocidas del universo feminista actual. No es casual que, para algunos, se trate de posturas reaccionarias que no contribuyen a una causa colectiva. Sin embargo, otros consideran todo lo contrario: que su discurso contribuye a problematizar y a acercar posiciones que ponen en duda la utilidad de los nuevos paradigmas. En todo caso, las relaciones entre clase y feminismo, o las discusiones sobre la relación histórica entre varones y mujeres, parecen ayudar a a la reflexión antes que limitarla.
La particularidad de la disidencia es que no forma parte de colectivo alguno, de ahí el llamado a la individualidad, al pensamiento crítico y personal. Las mujeres no son solamente un cuerpo y, por momentos, las radicalizaciones parecieran acercarlo, limitarlo, encerrarlo solamente a eso. Hay una consciencia, un intelecto, un pensamiento -muchos y variados- que dan una suma de voces. Aquí, la de las que no comulgan con el común denominador del feminismo contemporáneo, aparecen como las malvadas de las película. Y, quizá como ellas, resulten las más atractivas.
Hay quienes consideran que las posturas de Paglia, Crispin y Millet no colaboran con la lucha feminista. Pero también hay quienes piensan que problematizar es contribuir.
Sobre la autora: Lala Toutonian es periodista, editora, traductora y gestora cultural. Escribe en los suplementos de Cultura de los diarios Perfil e Infobae, Ideas y Espectáculos de La Nación, en Eterna Cadencia, Inrockuptibles, UltraBrit, La Vanguardia y el diario Armenia. Condujo el programa de radio contracultural Lo que se te antoje y, antes de eso, Aire Condicionado. Hizo Madhouse y MuchMusic en los 90. Actualmente, está a cargo del guión del documental Las chicas están bien de Andrea Álvarez.