Autora: Sarah Jaffe
Este artículo fue publicado con anterioridad en la Revista Dissent
Ahora que sabemos que el problema que une a las mujeres en todos los lugares de trabajo es el abuso por parte de hombres más poderosos, ¿cómo podemos alcanzar resultados y desarrollar demandas que vayan más allá de nombrar y avergonzar?
Ahora que sabemos que el tema que une a las mujeres en el mundo del trabajo es el maltrato por parte de hombres poderosos, ¿cómo exigimos algo que vaya más allá de la puesta en evidencia?
Nunca podemos adivinar de dónde surgirá un movimiento social. Los movimientos sociales son el producto de un millón de injusticias que se suman y se suman y, luego, de repente, se derrumban. He pasado años cubriendo movimientos, tratando de explicar cómo un incidente se convierte en una chispa que se enciende y hace que cada injusticia en particular se vuelva un infierno.
Cuando el New York Times publicó la extensa historia repulsiva de Harvey Weinstein sobre su acoso y agresión sexual en octubre del año pasado, nadie sabía lo que estaba a punto de comenzar. Pronto, un grupo de personas, la mayoría pero no todas mujeres, comenzaron a contar sus historias y usarlas como armas en una batalla que, por única vez, parecían estar ganando. Y, si no fuera este el caso, por lo menos estarían dando batalla. Cuando comenzó a circular por Facebook #MeToo, mi actitud era de escepticismo. En realidad, me enojaba que los hombres a mi alrededor se mostraran consternados al saber que sí, que me había pasado, y que le había pasado a cada mujer que conozco. Aun así, #MeToo logró vencer esa actitud escéptica y se convirtió en algo más: un punto de inflexión en el feminismo contemporáneo que ha logrado que la violencia sexual sea noticia.
Como muchos movimientos que aparentan ser espontáneos, el momento de #MeToo surge del trabajo de organizadores de larga data. Tarana Burke ha trabajado durante décadas con jóvenes mujeres de color que han sobrevivido a violencia sexual y en el año 2006 nombró a su campaña “MeToo” como una expresión de solidaridad. Sin embargo, cuando el año pasado dichas palabras comenzaron a marcar tendencia en las redes sociales, se inquietó al ver que se estaban usando para algo que no reconocía como el trabajo de su vida. La campaña “Me Too” de Burke fue diseñada para apoyar a sobrevivientes, ofrecerles recursos y ayudarlas a sanar. A pesar de que #MeToo se basa en historias de sobrevivientes, Burke ha notado en una entrevista reciente, que se ha estado focalizando más en señalar las acciones de los autores materiales.
Dicho foco, en cierto punto, es una reacción a un sistema diseñado para fallarles a las sobrevivientes de violencia y acoso. Bajo el sistema legal actual, la “justicia” respecto de violencia sexual requiere convencer en primer lugar a la policía y luego a un tribunal judicial de que lo que te hicieron realmente sucedió, y luego de que sea un crimen. En el caso de acoso en el ámbito de trabajo, la situación es similar: la persona acosada debe comparecer y presentar una denuncia frente a RH (en el caso de que exista en la empresa) o frente a su jefe (si no fuera así). En el peor de los casos en el que la persona que la acose sea, de hecho, su superior no existe nadie frente al cual hacer una denuncia y que no se ponga del lado de un jefe.
Bajo el sistema legal actual, la “justicia” respecto de violencia sexual requiere convencer en primer lugar a la policía y luego a un tribunal judicial de que lo que te hicieron realmente sucedió, y luego de que sea un crimen.
Este es el momento en el que las historias de acoso sexual son grandes noticias. La estructura del sistema legal y del ámbito de trabajo no cambió. Sin embargo, decenas de miles de mujeres sí lo han hecho, y yo también. Y luego, en vez de que los hombres absorban dicho conocimiento y decidan cambiar o no, comenzaron a poner nombres. Y hacer listas. Y hablar entre ellos.
Es así como, después de todo, comienza una organización. Comienza con personas que hablan de las condiciones de sus vidas y que se dan cuenta de que son comunes y que quieren cambiar. Comienza con el suficiente número de personas que dialogan en una conversación que creen que pueden ganar. Y, a pesar de la tendencia individualizadora respecto de los cuentos de terror que circulan en la prensa, muchas de dichas historias se hicieron públicas a través del trabajo organizado. Las redes de susurros han sido durante mucho tiempo una forma de organización para las más indefensas en donde se comparte información de manera confidencial y de persona a persona aunque, a menudo, ha dejado de lado a exactamente aquellas personas más vulnerables y a las que tenían menos contactos. La ahora-infame lista de “Hombres de Porquería en los Medios”, iniciada por la periodista Moira Donegan, convirtió la red de susurros en una planilla en la que las mujeres pueden agregar fojas a cada denuncia. El documento público de Google, que recolectó historias anónimas de mujeres sobre más de setenta hombres en los medios de comunicación durante las pocas horas que duró, fue diseñado para colectivizar la información incompleta que se recibe basándose en sus redes sociales.
Me negué a ver dicha lista cuando supe de su existencia – aún no lo hago. No es que culpe a cualquiera que quiera leerla a fin de protegerse o en el caso de editores de contratación por tratar de saber más sobre las personas que trabajan para ellos. Pero en mi caso en particular, el no mirar es como una pequeña negación respecto del trabajo al que se someten las mujeres constantemente, el trabajo que los escritores y sus reacciones adversas – al reciclar los malos argumentos que han usado desde por lo menos la década del 90 – siguen exigiendo que hagamos. Protéjanse. Griten más alto. Dejen de quejarse, deberían haberlo sabido. Estupideces.
El hashtag viral que se propagó en todas las redes sociales no hacía referencia tan sólo al acoso en el ámbito laboral sino también al abuso sexual en general. La discusión al respecto ha sido amplia y extensa. No obstante, el denominador común ha sido como lo planteó el profesor en Sociología Christy Thornton: “En nuestra cultura, parte de lo que significa ser un hombre poderoso es tener acceso libre a los cuerpos de las mujeres,” o los cuerpos de otros que son menos poderosos – las personas transgénero y queer así como también las mujeres de color son especialmente vulnerables a dicha violencia sexual. Los opositores a este movimiento o incluso aquellos que se sienten incomodos frente a su alcance siguen atentando a disminuir sus parámetros. Sin embargo, el punto es su amplio alcance. El movimiento no es Hollywoodense, no se trata de lo peor de lo peor o tan sólo del ámbito laboral. Es un rechazo a la pieza central del poder del patriarcado – y los comienzos de imaginar cómo sería una sociedad sin dicho poder.
En este segundo año de mandato de Trump, muchas feministas sienten que no es el momento de aceptar pequeñas reformas con resultados satisfactorios. ¿Por qué debemos comprometernos cuando nuestros opositores se niegan a hacerlo? Las cosas están podridas y existe un número significativo de personas dispuestas a defender lo indefendible mientras que los poderosos hacen que sea ley. ¿Por qué jugar limpio con aquellos opositores a quienes no les importa nuestra vida?
Como Charlotte Shane escribió en Splinter en enero:
Si hay algo que este último año nos enseñó es que sin importar cuanto hemos ansiado que cada sistema mejorara profundamente con cada simple reforma, ni que cada institución hiciera “lo correcto”, ni que cada político sea modelo de integridad, nunca vendrán a nuestro rescate. La igualdad, justicia y restitución no son prioridades de nuestras estructuras existentes ya que dichas estructuras fueron diseñadas para mantener jerarquías que hacen que la igualdad, la justicia y la restitución sean imposibles.
Uno de los aspectos que ha confundido en gran medida a opositores o incluso a aquellos de posición neutral es que no se exige que los responsables vayan a la cárcel. Quizás una de las hipótesis más profundas del movimiento #MeToo es que la sociedad en la que vivimos no nos garantiza opciones reales de justicia. El sistema judicial no funciona para las sobrevivientes y RH es una herramienta para el jefe. Las herramientas que necesitamos aún no existen. Por lo tanto, debemos empezar desde cero.
De hecho, lo que más he oído de las sobrevivientes (y todas somos sobrevivientes, ¿cierto? Pues ese fue el punto de decir “MeToo”) es que se les reconozca lo sucedido. Si el responsable tiene una posición de poder en el ámbito laboral, queremos que se lo despida. Debido a que gran parte de la conversación de #MeToo ha girado en torno al abuso y acoso en el lugar de trabajo, hombres poderosos han tenido que enfrentar investigaciones e incluso han perdido su trabajo. Algunos de dichos trabajos eran de gran prestigio y manifestaban haber trabajado incansablemente para lograr dicha posición, considerando una ventaja acceder a los cuerpos de las mujeres.
Los cuerpos de las mujeres – y el trabajo de las mujeres – son considerados recompensas para el correcto comportamiento del hombre. No se supone que las mujeres deban manifestar disconformidad y desagrado. Algunos hombres tratan a las mujeres simplemente como otra bandeja más de canapés en una fiesta – pensemos en el historial de Al Franken al tocar colas. Otros se vanaglorian en el horror que han generado ellos mismos – Harvey Weinstein, cuya historia abrió las compuertas, o Matt Lauer y el botón que había instalado para cerrar la puerta de su oficina desde adentro.
La mayoría de las historias no son sobre encuentros románticos y aun así los violentos se preocupan sobre el hecho de que #MeToo arruinará las citas. Los hombres no van a la cárcel pero los violentos constantemente manifiestan que no deberían ir a la cárcel. Insisten en usar definiciones legales para lo que, como Tressie McMillan Cottom mencionó, es una conversación sobre normas. “Cuando se requiere una perfecta norma sin victima antes de considerar la posibilidad de mejorar la vida de las mujeres,” escribió, “hacemos un caso afirmativo de nuestros valores.”
Los cuerpos de las mujeres – y el trabajo de las mujeres – son considerados recompensas para el correcto comportamiento del hombre. No se supone que las mujeres deban manifestar disconformidad y desagrado. Algunos hombres tratan a las mujeres simplemente como otra bandeja más de canapés en una fiesta – pensemos en el historial de Al Franken al tocar colas.
Las normas reveladas por #MeToo son llamadas por lo general “cultura de la violación”, pero prefiero el término “patriarcado”, quizás debido a lo obsoleto del término. Escribo sobre sistemas y la “cultura de la violación” es tan sólo una pieza del todo, una respuesta que aparentemente sólo genera más preguntas. La cultura de la violación existe a fin de garantizar una cultura de dominio masculino, que adopta muchas formas. Al usar el término patriarcado, espero que podamos comenzar a entender la manera en la que los hilos del poder y la dominación penetran en cada ámbito de nuestras vidas. Entonces así, podremos ver que las violaciones no son única y mayoritariamente sexuales sino que refuerzan una estructura que ofrece poder a unos pocos simulando ofrecer recompensas a muchos. El patriarcado continúa con la mentira de que existen reglas que podemos seguir y que nos mantendrán sanas y salvas – usar la vestimenta apropiada, no alzar la voz, caminar derecho, no reírse de los hombres y trabajar duro nos garantiza no sufrir daño alguno.
Eso no existe.
Los hombres que tienen buenas intenciones ahora temen haber hecho daño o sienten que se los acusará de haber hecho algo que no consideraron como daño ya que incluso cuando no son jefes y cuando pudieron haber tenido poder tangible sobre otros, han tenido el poder de que no se les fue requerido aprender a leer a las personas de alrededor. Ese, después de todo, ha sido el trabajo de las mujeres, sea pago o no.
La razón de contar historias sobre hombres que pensábamos que eran “buenos” no es para grabar sus nombres permanentemente en la lista de “hombres de porquería”, aunque la falta real de justicia significa que dichas listas son lo único que tenemos. La razón es que entendamos profundamente que no existen hombres “buenos” y “malos” o personas “buenas” y “malas”. Reparar el daño causado depende de un esfuerzo conjunto y de todos. No podemos simplemente darnos una palmada en la espalda por no ser tan vil como Weinstein.
Lo más aterrador de #MeToo es darse cuenta, como lo manifiesta Tarana Burke, de que “muy frecuentemente la realidad es que vivimos en las áreas grises que rodean la violencia sexual.” Existe un espectro de abusos de poder, algunos pequeños y algunos enormes, que se suman a un mundo en el que se ignoran o desvalorizan las voces de las mujeres, el trabajo de las mujeres y los deseos sexuales de las mujeres. Lo que la mayoría de nosotras que ha contado historias quiere es que todo esto deje de pasar. Es un gran pedido, quizás imposible de logar en nuestras vidas, más grande que cualquier agresor en los medios de comunicación: no es una exigencia para que los hombres vayan a la cárcel. Es una exigencia para que los hombres comiencen a aprender.
¿Cuál es el rol de la justicia y la responsabilidad cuando el agresor es un jefe?
Nos lo hemos preguntado mucho este año y con “nos” me refiero a un grupo específico de mujeres que trabajaron conmigo en el sitio web de noticias online AlterNet que habían sido acosadas por Don Hazen, director ejecutivo de la organización. Si bien nosotras –un grupo de periodistas- sabíamos mejor que nadie que publicar una historia en los medios de comunicación no cambia mucho las cosas, nos dimos cuenta de que ese era el momento de hacer caer al jefe abusivo.
Es así como nos organizamos. Lo discutimos, lo planeamos y nos apoyamos entre nosotras. Nos preguntábamos si nuestras historias eran lo suficientemente compasivas ya que sabemos lo que le gusta a los medios que haya un victima perfecta y cómo te defenestran si no encajas en ese modelo. Verificamos nuestras historias y hablamos mucho sobre lo que queríamos que pasara. Queríamos que no estuviese en una posición de poder sobre otros, eso era seguro, pero ¿qué más? ¿Cuál era el rol de la justicia? Tan sólo contar la historia no es justicia pero puede ser, ocasionalmente, una herramienta para lograr llegar ahí.
Mi ex colega Kristen Gwynne le dijo a Rebecca Traister: “incluso si las personas que me acosaron fueran castigadas, aun así siento que merezco algún tipo de indemnización. No quiero una disculpa pública – quiero que me envíen un cheque.”
Ese comentario quedó grabado en mí. Cuando algún hombre famoso es acusado, simplemente realiza una disculpa pública para que vacilemos y dudemos y así tratar de decidir si perdonar a alguien con quien nuestra única interacción ha sido consumir su producto televisivo. Pero realmente yo no puedo perdonar a Louis CK o Kevin Spacey o Aziz Ansari. Dicho perdón sólo me ayudaría a sentirme mejor sobre el hecho de mirar sus películas o shows de TV, como poder ver algo con las manos limpias.
La noción de justicia restauradora y transformadora gira sobre la noción de comunidad. Dicha responsabilidad sólo se da con el apoyo de las personas alrededor nuestro. Así es, las personas famosas se sienten parte de nuestra comunidad pero no lo son, no realmente. ¿Y tu jefe? La mayoría de nosotras no quiso reparar o restaurar la relación con nuestro jefe – queríamos que no tuviera más el poder de afectar nuestras vidas. Lo que queremos que se nos repare es el daño a nuestro trabajo. Quizás parte de dicha restauración tenga que ver con, como dijo Gwynne, un cheque.
Un folleto del movimiento de Los Salarios por el Trabajo Doméstico en la década del 70, en la tapa de una nueva colección, declara “¡Las mujeres del mundo notifican!” Hay una lista de pedidos por los cuales las mujeres requieren un salario, lo que incluye “cualquier acoso indecente”. Dicho acoso, en este contexto, es parte de un cuadro más amplio de explotación que supone que el trabajo doméstico es el rol de la mujer, que están “naturalmente” supeditadas a los hombres y que dicha explotación se replica en el salario. Las mujeres pertenecientes al movimiento de Los Salarios por el Trabajo Doméstico querían poder reusarse a realizar dicho trabajo – el folleto dice: “¡si no obtenemos lo que queremos, simplemente nos negaremos a trabajar!” – pero además pelearon por un apoyo concreto en el aquí y ahora respecto de abusos que han sucedido y que suceden. Dichos acosos en el ámbito de trabajo deben ser compensados.
La mayoría de nosotras no quiso reparar o restaurar la relación con nuestro jefe – queríamos que no tuviera más el poder de afectar nuestras vidas. Lo que queremos que se nos repare es el daño a nuestro trabajo.
El tema del salario por acosos puede parecer extraño, como ponerle un valor monetario a la violencia, pero de hecho dicha indemnización puede adoptar varias formas. En el despertar del Movimiento por las Vidas Negras, el marco de compensaciones regresa a la conciencia colectiva, a modo de tratar de reconocer y compensar la opresión sistemática e individual. A fines del año 2017, me senté junto a Raj Patel y Jason W. Moore para hablar de su nuevo libro: A History of the World in Seven Cheap Things (Historia del Mundo mediante Siete Cosas Baratas). Discutimos sobre su uso de la idea de las compensaciones, que Patel luego describió: “Las compensaciones son necesariamente un proceso colectivo que requieren organización revolucionaria, imaginación con la memoria histórica de lo que sucedió, el desafío de la responsabilidad y la invitación a soñar con una sociedad que termina con los crímenes en los que se basa el capitalismo.” Se preguntó: “¿Cuál es el rol de las compensaciones por el patriarcado?”
El tema de las compensaciones es tenso en Estados Unidos aunque existen campañas de compensación que incluso son exitosas. Los organizadores han logrado compensaciones respecto de tortura policial en Chicago – un plan que incluyó no sólo dinero en efectivo para los damnificados sino además servicios de rescate, asesoramiento y, lo que es aún más importante, que la historia se enseñe en las escuelas públicas.
¿Cuál sería el rol de dicho cuadro de situación respecto de la violencia sexual? ¿Respecto del acoso? ¿Cómo exigimos algo que vaya más allá de la puesta en evidencia?
Parte del desafío de hablar sobre acoso sexual en los medios de comunicación es que las historias siempre se cuentan basándose en el valor de la noticia en sí misma. Como periodista que ha cubierto temas laborales durante años, puedo asegurarles que, hasta hace poco, las historias de acoso sexual en un call center o en un restaurant o que involucraban trabajadores de la salud no captaban mucho la atención. Por lo general, la atención se centraba en los medios de comunicación cuando los acosadores eran famosos y fotogénicos o las víctimas eran famosas.
Pero algo cambió. Comenzó, creo, con una carta de 700.000 mujeres granjeras de la Alianza Nacional de Campesinas, publicada en la revista Time, y que expresaba solidaridad con las mujeres de Hollywood que habían dado sus testimonios. “Aunque trabajamos en lugares muy diferentes, compartimos una experiencia en común y es el hecho de ser acosadas por individuos que tienen el poder de contratar, despedir, poner en la lista negra y amenazar nuestra seguridad económica, física y emocional.”
Dichas mujeres dieron en el blanco en lo que ha sido el centro de estas revelaciones aparentemente interminables: el poder del jefe. El acoso sexual es tan sólo una de las varias herramientas que se utilizan para lograr mujeres sumisas y mano de obra barata. Hace que las mujeres no puedan tener ocupaciones de prestigio y les genera terror para poder subsistir. No importa cuánto te “inclinas” si alguien se inclina sobre ti. Como mi ex colega Sarah Seltzer escribió: “El problema nunca fuimos nosotras. Si el sexismo sin adornos, la explotación y el acoso son los problemas más grandes que enfrentan las mujeres calificadas, entonces las mujeres en muchas industrias en verdad enfrentan a muchos de los mismo enemigos.”
De repente, no se trataba de ser la victima perfecta o ser el trabajador móvil en ascenso. Los medios de comunicación se llenan de historias de amas de llaves de hoteles, trabajadores gastronómicos y trabajadores domésticos. Mujeres en una planta de Ford en Chicago contaron historias al New York Times sobre haber sido llamadas “¡Carne fresca!” en el área de producción y de haberse quejado con el sindicato y no ser escuchadas.
Mientras que algunos sindicatos como UNITE HERE han llevado a cabo campañas en contra de abuso sexual y han encontrado conexiones explícitas con el caso Weinstein – miembros de Chicago usaron remeras impresas con las palabras “No Harveys en Chicago” para celebrar la incorporación de botones de pánico para las amas de llaves de hoteles durante su jornada laboral – el movimiento laboral no ha sido inmune a los casos de abuso sexual. Funcionarios de alto rango en SEIU y AFL-CIO han dejado sus cargos luego de acusaciones por acoso, incluyendo a Kendall Fells, líder de la campaña de la Lucha por $15 en Nueva York. “El acoso sexual es la razón por la que las mujeres se organizan,” dijo Kate Bronfenbrenner, Directora de Investigación en Educación Laboral y Profesora Titular en la Facultad de Relaciones Laborales e Industriales de la Universidad de Cornell. “Pero puede ser una razón por la que las mujeres no se organizan.”
Mientras que los sindicatos lidian con cómo enfrentar este momento, las mujeres famosas están aprendiendo sobre la solidaridad. Tarana Burke caminó sobre la alfombra roja en los Golden Globes junto a Michelle Williams. Otras estrellas de cine lo hicieron junto a Ai-jen Poo de la Alianza Nacional de Trabajadoras Domésticas y Saru Jayaraman del Restaurante Centro de Oportunidades.
Hace cinco años escribí en esta revista sobre los problemas con la obsesión feminista, con los techos de cristal y el “tenerlo todo”. En el año posterior al segundo intento fallido de Hillary Clinton por romper el “techo de cristal más grande”, aprendimos que incluso las mujeres que pensábamos que tenían todo, de hecho, estaban atrapadas en sus propios infiernos personales. Y quizás, tan sólo quizás, hemos aprendido que el feminismo no se filtra.
Aparentemente, el tema que une a las mujeres en una amplia cantidad de ámbitos laborales es ser abusadas por hombres muy poderosos y no los consejos respecto de cómo trabajar más duro y avanzar. Y, en vez de liderar desde una posición superior, las mujeres famosas y poderosas aceptan el liderazgo de aquellos en posiciones inferiores quienes además llenan sus bocas de dinero. La fundación Time’s Up, administrada por el National Women’s Law Center, comenzó con más de $13 millones en donaciones de estrellas de cine y tiene como objetivo ofrecer apoyo legal a aquellas mujeres que sufren acoso. Su carta de inicio decía lo siguiente: Por todas las mujeres que trabajan en agricultura que han tenido que evitar acosos sexuales no deseados de sus jefes, cada ama de llaves que ha tenido que escapar de un huésped agresor, cada conserje atrapada por las noches en un edificio con un supervisor abusivo, cada camarera atrapada por un cliente y de la que se espera una sonrisa, cada trabajadora en fábrica obligada a llevar a cabo actos sexuales por más turnos de trabajo, cada trabajadora doméstica o trabajadora de salud manoseada por otra persona, por cada mujer inmigrante silenciada frente a la amenaza de denunciarla por su condición de ilegalidad por haber hablado y por todas las mujeres en las industrias que se encuentran sujetas a humillaciones y conductas abusivas que deben tolerar para poder ganarse la vida: Estamos con ustedes. Las apoyamos.
Por supuesto, la página de Time’s Up conecta con LeanIn.org como una organización de confianza. El avance de las condiciones de arriba-abajo e ideología del trabajo duro aún está incompleta.
El tema que une a las mujeres en una amplia cantidad de ámbitos laborales es ser abusadas por hombres muy poderosos y no los consejos respecto de cómo trabajar más duro y avanzar. Y, en vez de liderar desde una posición superior, las mujeres famosas y poderosas aceptan el liderazgo de aquellos en posiciones inferiores quienes además llenan sus bocas de dinero.
Aun así, se siente un cambio abismal en el feminismo no debido a una mujer rica y ni cerca de ser elegida presidente sino debido a una onda de ira que se propaga de mujer a mujer gracias a miles de razones que son individuales y resultan conocidas. Incluso va surgiendo a partir de unos pocos hombres que comparten sus historias. Y nos ha traído hasta este lugar en el que finalmente estamos hablando sobre barreras estructurales – la forma en que el abuso y la violencia sexual molda las vidas de las mujeres en el mundo laboral y lejos de él, la forma en que las jerarquías se mantienen abruptamente- en una forma en que se enfatiza el alcance y la profundidad de los problemas. Quizás luego lidiaremos con el alcance y la profundidad del cambio que necesitaremos para comenzar a solucionar dichos problemas.
Sobre la autora: Sarah Jaffe forma parte de la junta editorial de la revista estadounidense Dissent . Ha publicado artículos análisis políticos en The Nation , Salon , The American Prospect, The Washington Post y The Atlantic, entre otros. Es coautora, junto con Michelle Chen, del podcast Belabored de la revista Dissent. Es autora del libro Necessary Trouble: Americans in Revolt (Nation Books, 2016).