Autor: Joan Subirats
El capitalismo digital de plataforma modifica las estructuras del mundo laboral. La tarea urgente es politizar la revolución tecnológica. De lo que se trata, ahora, es de explorar alternativas progresistas para el nuevo paradigma. ¿La socialdemocracia tiene todavía algo para ofrecer?
Uno de los últimos informes de la administración Obama fue el dedicado a los impactos de la inteligencia artificial en la economía y en la propia concepción del trabajo[1]. Se suma este informe a otros muchos que desde organismos multilaterales (OCDE, FMI, OIT) se han ido haciendo sobre la incertidumbre que rodea a muchos puestos de trabajo, hoy amenazados por la creciente automatización y digitalización de procesos productivos, relaciones de intercambio y servicios de todo tipo. Hay quienes opinan que estamos a las puertas de una total reconsideración del trabajo tal como lo hemos entendido en los tres últimos siglos, mientras que otros apuntan a más continuidades que a rupturas. Un elemento clave en este debate es aceptar o no que la gran transformación tecnológica que estamos atravesando es una nueva vuelta de tuerca de la propia evolución del capitalismo industrial que dominó el escenario económico del siglo XX, o si se trata del inicio de un nuevo régimen de acumulación. Una nueva versión del capitalismo[2] o el capitalismo de plataformas digitales[3]. Una nueva época, con un régimen de acumulación distinto, con otra concepción del trabajo, con sus propias contradicciones, sus propias estructuras sociales y por tanto con un escenario político distinto del que venimos.
¿Asistimos a una nueva vuelta de tuerca de la propia evolución del capitalismo industrial que dominó el escenario económico del siglo XX, o estamos asistiendo al inicio de un nuevo régimen de acumulación?
No es esta una cuestión menor para quién busque construir una sociedad más justa e igualitaria que la que nos ofrece el capitalismo neoliberal en sus distintas versiones. Podemos imaginar que sigue siendo posible aplicar recetas socialdemócratas y políticas keynesianas, buscando el pleno empleo y manteniendo políticas redistributivas (lo cual no resulta sencillo en el escenario actual), o podemos, en cambio, imaginar un futuro en el que la concepción del trabajo sea distinta y que el papel del Estado y de los agentes sociales varíe sustancialmente. En el primer caso, no deberemos cambiar sustancialmente los paradigmas de análisis que nos han venido acompañando a lo largo del siglo XX. Si por el contrario aceptamos que ya no será posible volver atrás (por mucho que haya dirigentes políticos que aprovechen la incertidumbre y la sensación de desprotección para prometer que su país volverá a ser grande de nuevo, sobre todo si cierra las fronteras), deberemos construir una estrategia de respuesta adecuada al nuevo escenario.
El tema no permite simplificaciones. Pero, al mismo tiempo, exige abordarlo con prontitud desde posiciones progresistas, ya que el avance del capitalismo digital es muy rápido y está modificando el entorno productivo, económico y social en el que nos movemos con inusitada aceleración. Pero, esa gran disrupción puede hacernos avanzar hacia sociedades con menos carga de trabajo impuesto, con menos escasez, con democracia económica y con mayor capacidad para evitar desastres ambientales plenamente previstos, o para seguir reforzando, desde nuevas coordenadas, las carencias e injusticias actuales. En este artículo trataremos de abordar el tema de manera exploratoria, buscando desentrañar algunas de las claves y apuntando asimismo ciertas líneas de avance.
Los precedentes a la ruptura digital
Una de las características esenciales del nuevo régimen de acumulación que plantea el capitalismo digital de plataforma está en el control de los datos, aprovechando los flujos de información que circulan por sus nuevos espacios de intermediación. Podría no ser algo distinto de lo que ha sido una constante en la evolución del capitalismo desde sus inicios, es decir, su capacidad para relacionar la carrera competitiva por el excedente con la innovación tecnológica, de tal manera que, como afirmaba Schumpeter, cualquier crisis acababa generando innovación y nuevas dinámicas de acumulación, destruyendo base productiva y generando otra nueva de manera continua. Pero, esta vez, los cambios de fondo parecen más sustantivos que los habituales en las crisis cíclicas del sistema.
Es bien conocido el proceso por el cual el tránsito de la economía precapitalista a la economía capitalista originaria se produjo separando trabajo y subsistencia. Las personas tenían acceso directo al elemento básico, la tierra, desde la que cultivar y construir su vivienda. Bajo el sistema capitalista, eso cambia. Para acceder a los bienes básicos han de acudir al mercado, y es en ese mercado en el que ofrecen su trabajo. Ese trabajo no les proporciona directamente la subsistencia, sino que es el salario que reciben el que lo facilita. Como explica Polanyi[4], no es que el mercado no existiera antes, sino que la gran transformación que se genera es la conversión de toda relación económica y social en mercantil. Se produce para el mercado, y es a través del mercado y de sus relaciones desde la que se consigue lo necesario para subsistir. En esa situación la clave es reducir costes de producción para mejorar la capacidad de vender a precios más competitivos. Y esto se consigue reduciendo salarios y/o mejorando la capacidad productiva mediante el cambio tecnológico constante.
En este sentido, ha sido siempre importante para el sistema que hubiera gente constantemente buscando empleo, ya que ese “ejército de reserva” generaba la posibilidad recurrente del reemplazo frente a trabajadores demasiado exigentes o conflictivos. Podríamos decir que antes del capitalismo no existía el desempleo, ya que todos podían tener acceso a un pedazo de tierra para vivir del mismo. Pero en la economía de mercado capitalista ocurre que, como afirmó Joan Robinson, “solo hay una cosa peor que ser explotado por capitalistas que es no ser explotado en absoluto”[5]. El desempleo, el “no trabajo” (mercantilmente hablando, ya que hay mucho trabajo socialmente útil, no reconocido como tal por el mercado), es la peor de las situaciones ya que aboca a la no posibilidad de la subsistencia autónoma.
El fordismo, fue el resultado, por una lado, de la voluntad de reducir la dependencia de trabajadores con conocimientos tales que condicionaban la continuidad productiva, y de aprovechar la mejora de la capacidades técnicas que el taylorismo ofrecía, para ampliar el volumen de la oferta, incorporando mano de obra sin cualificación especial, que al mismo tiempo constituiría la base de consumo necesaria para mantener la tasa de ganancia. Pero, al mismo tiempo, la gran acumulación de trabajadores en un mismo espacio, generó como sabemos la capacidad de equilibrar en parte la lógica jerárquica y maquinal inherente al modelo, permitiendo el surgimiento de identidad colectiva entre trabajadores, entre pares, y por tanto su organización sindical y de clase. El resultado de esa capacidad de agencia colectiva, fue mejores salarios, puestos más estables y garantía de pensiones. El período de la segunda posguerra, entre 1945 y 1975, se ha convertido en el paradigma —o la excepción, según Piketty[6]— de la lógica socialdemocrática en la que capital y trabajo conciliaban intereses, gracias al papel regulador-protector del estado en el funcionamiento del mercado (y su capacidad de protección frente a intercambios internacionales) y la capacidad redistributiva que ejercían sus políticas financiadas con sistemas fiscales progresivos. Esa situación, básicamente localizada en Europa occidental, conseguía resultados win-win a partir del mantenimiento de mecanismos de intercambio desigual con el resto del mundo.
La crisis de los años 70 se debió a diversos factores: sobreproducción, poca capacidad innovadora, aumento de precios de energía. Todo ello se produjo en un escenario en el que los sindicatos mantenían posiciones de fuerza muy significativas. Al mismo tiempo que se constataba una reducción de la tasa de beneficio, se manifestaba asimismo una demanda de personalización insatisfecha que no encontraba en la lógica estandarizada del fordismo respuesta a inquietudes de identidad y diferenciación[7]. La larga preparación del ideario neoliberal encontró en esa crisis la oportunidad esperada[8]. El keynesianismo no tenía respuesta a la combinación de inflación y desempleo, y allí estaban los neoliberales con su receta de austeridad y política monetaria como respuesta. La inflación, defendían, era el resultado lógico de la rigidez de precios y salarios. No era inevitable que ese fuera el diagnóstico, ya que existían otras hipótesis plausible de lo que estaba ocurriendo[9], entre las que se destacaba la desregulación financiera. Pero, la larga preparación de la hegemonía neoliberal encontró entonces su gran oportunidad, y, como dijo Friedman, no se puede desaprovechar una crisis para lograr que lo que parecía políticamente imposible acabe siendo inevitable[10]. Lo que vino después es cosa sabida.
El keynesianismo no tenía respuesta a la combinación de inflación y desempleo, y allí estaban los neoliberales con su receta de austeridad y política monetaria como respuesta.
La hegemonía neoliberal se manifiesta en un nuevo sentido común, por el cual se reclama libertad y no intervención del estado, pero se requiere constantemente al estado para mantener el funcionamiento del sistema, y al mismo tiempo convierte a los sujetos en personas básicamente competitivas y diversas que se mueven libres en el mercado buscando su mejor interés, más allá de las rigideces y jerarquías de las administraciones y de los políticos, despreciando a quiénes viven de las ayudas públicas y se aprovechan de los que realmente trabajan. Con ese relato y de esta manera el neoliberalismo ha establecido sus profundas raíces en la sociedad actual[11].
La combinación de ideario neoliberal y la voluntad de romper con la capacidad de negociación de los trabajadores e innovación tecnológica (que permitía una gran mejora de las comunicaciones y una mayor facilidad para trasladar espacios productivos complejos a países con menos costes laborales, a partir de procesos de diferenciación de diseño y creación que seguían siendo centralizadas, y las labores de producción y ensamblaje que se dispersaban y fragmentaban), generó en pocos años un cambio drástico en la estructura de un capitalismo que incorporaba la competitividad (también del trabajo) a escala global. Fue asimismo importante el romper con la lógica de “todo en casa”, buscando la externalización de muchos servicios fuera del “core” de la labor productiva, y permitiendo. De esta manera se va generando lo que hoy es ya una clara realidad: bajos salarios, gran temporalidad-precariedad en el empleo, alta presencia de “falsos autónomos” y notable capacidad de marcar las condiciones laborales desde la dirección de las empresas, dada la fragmentación de tareas y la constante rotación de empleados.
Esa tendencia de erosión y precarización de las condiciones laborales siguió a finales de siglo con la rápida financiarización de la economía, a caballo de la desregulación bancaria y de la reducción drástica de los tipos de interés. Esa política monetaria es la que generó la burbuja inmobiliaria que estalló en 2007-08, sin que a pesar de los graves impactos que produjo y que precisó de una fortísima intervención de los estados para salvar las instituciones financieras, haya provocado cambios sustantivos en la ortodoxia de austeridad y de prioridad al pago de la deuda de estados fuertemente atrapados por sus déficits. Al mismo tiempo, siguió aumentando el volumen de capital situado en paraísos fiscales y las dinámicas de elusión y evasión fiscal que los sistemas de información y de circulación de capitales facilitan enormemente. Evasión fiscal, políticas de austeridad y políticas monetarias consideradas urgentes y extraordinarias, se alimentan mutuamente.
¿Qué sucede en ese escenario con el empleo?. En los últimos años el crecimiento neto de empleo a nivel global ha ido aumentando. A partir de los datos proporcionados por la Organización Internacional del Trabajo se puede estimar que la población laboral se incrementó en un 20% entre 1990 y 2010, aunque luego esa tendencia se acabara con la llegada de la crisis. En los países “emergentes” se incrementó en alrededor del 80% en el mismo período. El proceso de terciarización ha sido también evidente, reforzado por el paso de tareas antes internalizadas en las industrias y ahora subcontratadas externamente. Por consiguiente, el valor final de un determinado producto incorpora el valor producido por una multiplicidad de figuras laborales que no forman parte de una misma organización: desde las que extraen las materias primas a las que las transforma inicialmente, las que diseñan o ensamblan, los que produjeron el software que alimenta la robotización o la logística de distribución, etc. La financiarización de todo el proceso, obliga asimismo a integrar en el esquema de análisis los distintos intereses financieros que se asignan a cada fase productiva, y todo ello cruzado además por fronteras nacionales en las que se sitúan esas distintas fases de extracción-diseño-producción-distribución-financiarización. Lo que antes quedaba integrado en el universo “fábrica-empresa” queda ahora tremendamente fragmentado y segmentado, combinando distintos regímenes laborales, distintos tipos de contrato, distintos salarios y por tanto, una muy difícil articulación de los trabajadores frente a los intereses corporativos o patronales, a su vez, fragmentados y diversificados, pero todos ellos financieramente dependientes.
En las economías más desarrolladas, el resultado de este proceso ha conducido a un gran aumento del desempleo, a una precarización del empleo existente y a una erosión significativa de los salarios. No puede decirse que ello haya sido igual en todas partes ni haya tenido la misma intensidad en Alemania que en España, por ejemplo, pero en general esa es la tendencia. Que viene acompañada además del aumento importante del paro de largo duración y de la caída en la capacidad de ahorro de gran parte de los asalariados. El resultado final es una sensación generalizada de desprotección frente a los cambios que se van produciendo[12].
En las economías más desarrolladas, el resultado del proceso neoliberal ha conducido a un gran aumento del desempleo, a una precarización del empleo existente y a una erosión significativa de los salarios
Capitalismo de plataforma
Si esas han ido siendo las tendencias, el efecto disruptor del cambio tecnológico se percibe de manera más intensa en la progresiva consolidación del modelo “plataforma” como el que mejor condensa las potencialidades y también los efectos que genera la creciente presencia de lo digital en nuestras vidas. El ruido y la atención que ello genera es evidente, y no dejamos de vincular “smart” a cualquier cosa , o hablamos de “e-administration”, de “gig economy” o de lo prometedora que resulta la “economía colaborativa”, sin que sepamos aún muy bien a que nos referimos con todo ello. Lo que algunos denominan como la “cuarta revolución industrial” despierta pasiones y recelos. Y seguramente es en la esfera laboral donde lo segundo es más frecuente.
Una de las claves de esta ebullición está en el gran cambio que implica ir pasando de una economía que basaba todo su valor en la producción a otra que empieza a situar la información como el elemento clave. Y ello se combina asimismo con una notable facilidad para poner en jaque viejas intermediaciones, creando atajos y nuevas maneras de relacionarse y consumir, sin pasar por los canales establecidos. Y hacerlo además con bajos costes de acceso y de instalación. La materia prima con la que se opera son los datos, y a partir de los mismos, puede construirse información que acaba siendo valiosa por lo que puede aportar en términos de identificación de potenciales clientes, cambios en los deseos de la gente, elección de emplazamiento, control de los empleados, etc. No es que la información no fuera antes relevante, sino que era más bien periférica en relación al “core business”, y en cambio ahora puede ser que sea más relevante (desde el punto de vista del profiling, o determinación de perfiles de usuario) saber que libros quiere comprar o compra la gente que la venta misma de esos libros.
El sistema capitalista tal como ha ido evolucionando, no ha estado especialmente preparado para aprovechar el valor que el caudal de información de los propios procesos de producción, distribución y venta iba generando. Es cierto que el énfasis fue situado primero en la configuración “científica” del proceso productivo, y luego ha habido grandes avances en la logística para mejorar la distribución, y, asimismo, los estudios de mercado han tratado de acercar lo máximo posible deseos y productos. Pero, en general, esos procesos se hacían de manera jerárquica, desde el conocimiento experto. La capacidad actual de las distintas plataformas que operan proporcionando información, monitoreando los movimientos reales de usuarios, permiten saber lo que pasa en tiempo real, y tratar esa información generando cambios que pueden evaluarse inmediatamente. Se aprende directamente e inmediatamente del uso. Nos referimos por tanto de otro tipo de “negocio”. Y por tanto, otro tipo de capitalismo.
De lo que estamos hablando es de plataformas como infraestructuras digitales que permiten interactuar entre personas o grupos[13]. Se trata por tanto de espacios de intermediación cuyo valor reside en que permite que sus usuarios obtengan algún tipo de información o servicio que creen precisar. Pero, al mismo tiempo, permite que los gestores de esa plataforma puedan utilizar el goteo constante de datos que los usuarios de la plataforma generan con sus demandas, intereses y acciones, para trabajar con esos datos y extraer una información que acaba teniendo valor por si misma. Hemos de recordar además que, por definición, esas plataformas operan de manera global, superando fronteras, legislaciones o peculiaridades locales, lo que sin duda aporta un nuevo valor a lo ya mencionado.
Cuanta más gente use cada plataforma, más valor añadido acumulará, ya que más gente estará interesada en interactuar en un espacio en el que sabe que se acumulan muchas personas, informaciones, productos, servicios, conceptos o saberes. Por tanto, su interés estará situado en facilitar el acceso a su uso, a que se articulen en su plataforma otras ideas e iniciativas, ya que eso refuerza su propio perfil, y, lo que es más importante, aumenta su capacidad acumular datos. En el fondo, es la propia plataforma la que a pesar de su apariencia abierta y libre, controla las operaciones, filtra accesos si lo cree necesario, y por tanto gobierna el sistema. Se trata de plataformas que permiten colaboración, desarrollos autónomos, facilitan acceso a informaciones o interacciones antes imposible o muy difíciles, y ese es aparentemente su gran valor, pero desde el punto de vista que aquí nos interesa, lo que realmente acaban siendo son espacios centralizados de extracción de datos[14].
Los efectos en el trabajo
¿Qué efectos tiene todo ello en el trabajo?. Tenemos abundantes ejemplos históricos sobre los efectos que cualquier cambio tecnológico importante genera en lo que se llama “mercado de trabajo”. En algunos casos el cambio tecnológico favorece a los que tienen menos nivel educativo y menos habilidades a esgrimir, mientras en otras ocasiones, como ahora, parece suceder lo contrario.
En efecto, como subraya el informe de la administración Obama antes mencionado, el maquinismo del siglo XIX propició una mayor productividad de los trabajadores con menos capacidades. Lo hizo propiciando que labores antes solo accesibles a artesanos muy dotados y experimentados fuera posible llevarlas a cabo por máquinas que los sustituían y multiplicaban su productividad. Máquinas que, además podían ser manejadas por operarios menos habilidosos y experimentados. Lo que ahora sucede es, en parte, lo contrario. La revolución tecnológica actual está más sesgada a favor de los que tienen más capacidades cognitivas y que mejor se manejan en entornos digitales. Las labores más rutinarias son más fáciles de programar y dejan poco espacio a muchos trabajadores que ocupaban esas posiciones. Mientras que pueden verse favorecidos aquellos más creativos y capaces de replantearse procesos. Los más formados incrementan su ventaja y salen perjudicados aquellos que ya ocupaban las posiciones peor retribuidas. La desigualdad aumenta ya que la distribución de costes y beneficios de los efectos que genera el cambio digital no se produce de manera equitativa.
La revolución tecnológica actual está más sesgada a favor de los que tienen más capacidades cognitivas y que mejor se manejan en entornos digitales. Las labores más rutinarias son más fáciles de programar y dejan poco espacio a muchos trabajadores que ocupaban esas posiciones.
¿Cuántos puestos de trabajo pueden desaparecer?. Como casi siempre, las previsiones van del más negro pesimismo al más ingenuo optimismo. No es fácil acertar, ya que no hablamos de cambios en un determinado proceso productivo, sino de un conjunto de transformaciones tecnológicas que van desde la comunicación personal, al funcionamiento del hogar, pasando por el consumo, las transacciones financieras, el transporte o la seguridad en las ciudades. Tampoco está claro si lo que resulta afectado son tareas concretas (como transmitir información y conocimiento a los alumnos, por ejemplo), o la propia ocupación en su conjunto (ser profesor). La automatización requiere partir de pautas para poder generar supuestos de acción futura, y puede no ser capaz de sustituir la inteligencia social, la creatividad y la capacidad de juicio que muchas profesiones o tareas requieren. Pero ese tipo de cualidades no son necesarias en cualquier tipo de trabajo.
Pero no acaban ahí los posibles efectos del cambio digital en la esfera laboral. Hemos de incorporar en el análisis el papel de las plataformas. Las de carácter aparentemente informativo (Google) o de interacción social (Facebook), son de hecho instrumentos muy potentes de extracción de datos de sus usuarios que “trabajan” para las plataformas de manera gratuita, generando constantemente datos y contenidos que serán usados para canalizar la publicidad individualizada. El 90% de los ingresos de Google y el 96% de los de Facebook, provienen de la publicidad, y para poderla encauzar debidamente, resulta clave la “minería” de datos que debe hacerse para focalizar formatos y contenidos de la publicidad y canalizarlos hacia los usuarios de estas plataformas cada vez que las usan.
La pregunta que podemos hacernos es si realmente lo que hacen los usuarios de estas plataformas es “trabajo”. Es evidente que no todas nuestras interacciones son rastreables ni pueden convertirse en “valor” a vender o negociar. Pero, algunas de ellas sí, y esa capacidad extractiva y “rastreadora” o “vigilante”[15] de las plataformas convierte en algo mercantilizable acciones nuestras no pensadas como “trabajo”. Al pedir una pizza u otro plato para comer a una plataforma que facilita el “take away”, estamos no solo aprovechando el “excedente de capacidad” que tiene el restaurante al que pedimos el servicio, o el “excedente de capacidad” que tiene la persona que con su bicicleta o moto nos va acercar a casa el producto, sino que también estamos dando algo más. Estamos generando una información clave que añadida a la de otros muchos usuarios del servicio de “Deliveroo” o “Glovo”, va a proporcionarles los mejores datos disponibles, en tiempo real, sobre los deseos culinarios de los bonaerenses o madrileños, por poner ejemplos. Esa es una información que puede acabar siendo más valiosa que el beneficio obtenido por la labor de intermediación y de “delivery” en sentido estricto. Por otro lado, interactuando a través de esas plataformas con múltiples servicios, estamos descartando intermediarios que antes se ocupaban de gestionar nuestras demandas y que ahora, al verse desbordados por dinámicas digitales que les hacen prescindibles, se ven abocados a despedir gente o simplemente dejar de funcionar. Hacemos un “trabajo” que hace prescindible trabajos que antes eran necesarios.
Esa dinámica de intervención “productiva” del que antes era simplemente consumidor, favorece esa figura del “prosumidor” en el que se mezclan roles. En algunos casos ello redunda en beneficio común (como en el caso de Wikipedia, en el que la ampliación y solidez de los conceptos incluidos en la enciclopedia depende la actividad de sus usuarios y contribuyentes), pero en otros casos (los más frecuentes) el valor de esa “producción” o colaboración, acaba siendo esencialmente extraída por parte de la plataforma en su propio beneficio.
Es evidente que el conjunto de datos que van extrayéndose de la actividad on line que las plataformas canalizan, constituyen la materia prima con la que será posible construir información. Es decir, no es algo estrictamente automático, sino que en el proceso de los datos a la información hay un conjunto de actividades, de trabajo a desplegar. En la medida en que las plataforma consigan ampliar el uso de las mismas por parte de la gente, y ampliar asimismo los momentos vitales en los que las personas estén en contacto con las plataformas (en forma de wearables o elementos que uno viste o simplemente carga encima, pero que emiten señales y datos de lo que hacemos, caminar, correr, dormir, comprar,…), la capacidad de construir valor sobre ese uso, se irá ampliando y reforzará su posición en el mercado de la información, el control y el conocimiento.
El aumento en cantidad y calidad de los sensores o de los objetos o instrumentos que cargan en su propia estructura emisores de información, constituyen asimismo un potencial importante para la mejora de los procesos productivos, de las actividades de logística, de los tiempos de trabajo y distribución, del consumo de energía, etc[16]. En este sentido, la “industria 4.0” permite controlar con algoritmos las labores de producción, almacenamiento y distribución de los empleados. En algunos casos, como Uber, permiten monitorizar por completo el desempeño de la labor de sus empleados “autónomos”. Y ese nivel de automatización y de control favorece además el que puedan ser fácilmente sustituidos o se pueda externalizar esas labores a empresas que dispongan de personas peor retribuidas o con menores costes sociales, favoreciendo así la precarización general de muchos lugares de trabajo. En un mismo lugar de trabajo pueden coexistir personas con situaciones de salario y empleo muy distintas, sea de manera permanente sea de manera estacional, cuando “puntas” de demanda lo hagan necesario. Entramos pues en situaciones híbridas de empleo en las que en un mismo lugar de trabajo pueden darse asimetrías muy importantes de poder, de acceso a la información y de condiciones laborales.
Los efectos más directos sobre las condiciones de trabajo surgen al comprobar el funcionamiento de plataformas que simplemente actúan de intermediarios entre personas que ofrecen productos y servicios y potenciales clientes. Hemos ya mencionado el caso de Deliveroo, pero podemos añadir los de Uber, AirBnB o Mechanical Turk. La función esencial que realiza la plataforma es la de conectar, servir de intermediario. Las bicletas, los coches, las casas, los conocimientos, los productos, no son suyos, ni tampoco lo son los empleados o personas que pedalean, conducen, mantienen o proveen información o cualquier servicio. Todo está externalizado. Por su función de intermediación percibe un canon que extrae de la transacción principal entre proveedor y cliente. Las personas que transportan alimentos, que conducen, las personas que limpian los apartamentos y los mantienen, las personas que realizan servicios, son “emprendedores autónomos”, por lo tanto no son aparentemente trabajadores por cuenta ajena –cuando de hecho si lo son–[17]. Eso permite, lógicamente, competir mucho más favorablemente en el mercado con empresas que deben asumir los costes laborales que la legislación establece para empleados. La relación dura lo que tarda en producirse la transacción a llevar a cabo. La conexión laboral es el celular. No es extraño pues que haya aumentado en todo el mundo el número de auto-empleados, ante el gran crecimiento que están teniendo estas fórmulas de externalización.
Los efectos más directos del nuevo capitalismo sobre las condiciones de trabajo surgen al comprobar el funcionamiento de plataformas que simplemente actúan de intermediarios entre personas que ofrecen productos y servicios y potenciales clientes.
Pero, es importante recalcar que también en estos casos acaba siendo más importante la capacidad de extraer información y conocimientos sensibles sobre el funcionamiento del mercado y su evolución a través de la acumulación de datos. Por su posición de intermediación, acumulan una información que es totalmente asimétrica en relación con los otros participantes en las transacciones. Tienen información precisa de los gustos e intereses de los consumidores. Disponen asimismo de información sobre lo que ofrecen propietarios, restaurantes o chóferes. Los demás actores no disponen de esa información. Esa información, tratada con algoritmos que solo esas empresas controlan, determinan precios y transacciones. Escapan asimismo de las exigencias que esos mismos servicios ene l mercado ordinario implican en términos de seguridad, acceso de discapacitados u otros requerimientos. El sistema de rating o de estrellas que se usa para determinar el grado de satisfacción sobre el servicio, no permite saber si hay sesgos (sobre diversidad étnica, de género o de otro tipo) en las consideraciones finales. Al final, es precisamente la información de que disponen las plataformas la que genera su capacidad extractiva sobre la colaboración entre ofertantes de servicios y demandantes de los mismos. Esa intermediación, lejos de ser “colaborativa” es claramente extractiva, y coloca en situación de privilegio a esa plataforma por la asimetría en la información de que dispone y que le acaba permitiendo determinar precios u opciones, o castigar o premiar a los que acaban realmente estableciendo la transacción.
Las instituciones públicas están reaccionando de manera tardía y parcial respecto al funcionamiento de esas plataformas. Ha habido sanciones por “posición de monopolio” en relación a Google. El gobierno de la India no permitió que Facebook usara el señuelo de ofrecer gratis el acceso a Internet a cambio de hacerlo a través de su plataforma. La Unión Europea no acaba tampoco de ser resolutiva al respecto. A finales de junio del 2017 se publicó una resolución del Parlamento Europeo en la que se, tras constatar que el 17% de los ciudadanos europeos están ya usando estas plataformas en sus hábitos de consumo, reclama mayor implicación en un tema que de mover 10.000 millones de euros en el 2013 superó largamente los 30.000 en el 2016 (y cuyas expectativas de aumento son muy significativas)[18] con un beneficio que se multiplicó por cinco para las plataformas en ese periodo (de mil a cinco mil millones). Y estamos empezando. En la resolución del Parlamento se pide asegurar los derechos laborales y sindicales de los “emprendedores autónomos” y que exista un control sobre el rating o evaluación de cada uno, ya que al final será eso lo que determine su valor profesional o mercantil (muy importante el tema la reputación on line, como mecanismo de control que además condiciona la vida laboral futura de los sometidos al sistema[19]. Mientras se mantenga la asimetría de información antes mencionada, las plataformas practican un abuso de posición dominante que dista mucho de los ideales de competitividad que la Unión Europea que le han servido de guía en estos años de austeridad.
Tecnología y trabajo: politizar el debate
Más allá del debate sobre los efectos que tendrá el capitalismo digital sobre la esfera laboral, deberíamos preocuparnos del control democrático que podemos establecer sobre un conjunto de poderosísimos instrumentos de centralización y monitoreo sobre el conjunto de actividades sociales (y por tanto, económicas). El núcleo duro de las infraestructuras sobre las que circula y funciona la economía están siendo objeto de un proceso notable de concentración sin que las instituciones políticas representativas sean capaces de asegurarnos un uso correcto del manejo de datos y de la información que de ellos se extrae. Hay evidentes ganadores y perdedores en esa acelerada transformación económica. Y el debate sobre soberanía, que tantos quebraderos de cabeza y conflictos ha supuesto históricamente, ahora debería plantearse en relación al espacio digital y el control de los datos.
Hay evidentes ganadores y perdedores en esa acelerada transformación económica. Y el debate sobre soberanía, que tantos quebraderos de cabeza y conflictos ha supuesto históricamente, ahora debería plantearse en relación al espacio digital y el control de los datos.
Los estados pueden y deben plantear sus estrategias al respecto construyendo sus propias plataformas públicas para evitar la dependencia total que poco a poco se está generando[20] (Mazzucato, 2013). Pero también regulando para evitar posiciones de monopolio, estableciendo normativas concretas que impidan la explotación descontrolada de trabajadores sin garantía alguna, mejores reglas para asegurar la privacidad de determinadas acciones, o con acciones coordinadas para evitar la evasión generalizada de capitales. No deberíamos estar en contra de las plataformas colaborativas, si son abiertas y democráticamente gobernadas, sino de la captura extractiva que se está produciendo de las oportunidades de intercambio que ofrece la economía digital.
En una época en que estamos aprendiendo a marchas forzadas que no todas las evidencias son aceptadas como tales y que los más variados argumentos pueden acabar conduciéndonos a decisiones irracionales, hablar de trabajo y dignidad resulta aventurado. Llevamos muchos años de crisis económica y vemos que estamos entrando en otra época.
El trabajo y su relación con las trayectorias personales, con la construcción de carácter e identidad o como puerta a la emancipación y la construcción estable de nuevos núcleos familiares, ha ido deteriorándose, ha ido perdiendo buena parte de su condición vital nuclear. Y es por tanto legítimo empezar a preguntarse por el postrabajo, por una sociedad en la que se aseguren las condiciones mínimas de subsistencia y se puedan reducir sensiblemente las jornadas laborales y facilitar espacios de mayor creatividad personal y colectiva aprovechando las indudables ventajas que, a pesar de todo, puede tener la revolución digital en marcha. Ese será, probablemente, uno de los grandes temas en los próximos años. La propia Organización Internacional del Trabajo se preguntó hace poco en una conferencia internacional en Ginebra acerca del fin del trabajo. Lo que parece claro es que nos podemos ir olvidando de una concepción del trabajo como la que manejábamos a lo largo del siglo XX. Y también está claro que desde las filas del neoliberalismo no podemos esperar una versión emancipadora sobre el tema. Es en ese escenario en el que el debate político, la politización de la revolución tecnológica aparece como imprescindible.
Sobre de autor: Joan Subirats es Doctor en Ciencias Económicas por la Universidad de Barcelona. Fue el fundador del Instituto de Gobierno y Políticas Públicas (IGOP) de la Universidad Autónoma de Barcelona. Acumula una larga trayectoria en el estudio de los cambios políticos y sociales. Sus últimos libros son Otra sociedad, ¿otra política? De “no nos representan” a la democracia de lo común (Icaria Editorial, 2011) y España Reset. Herramientas para un cambio de sistema (2015, Arial).
[1] OBAMA, Barack. White House (2016), Artificial Intelligence, Automation and the Economy, https://obamawhitehouse.archives.gov/sites/whitehouse.gov/files/documents/Artificial-Intelligence-Automation-Economy.PDF
[2] SUBIRATS, Joan. Otra sociedad. ¿Otra política?. Icaria, Barcelona. 2011
[3] SRNICEK, Nick. Platform Capitalism, Polity Press, Cambridge. 2017
[4] POLANYI, Karl. The Great Transformation, Beacon Press, Boston, 1944 (versión en español en Fondo de Cultura Económico, México, 2004)
[5] ROBINSON, Joan. Filosofía Económica, Gredos, Madrid. 1966
[6] PIKETTY, Thomas. Capital in the Twenty First Century, Harvard University Press, Cambridge. 2014
[7] BOLTANSKY, L., CHIAPELLO, E. El nuevo espíritu del capitalismo. Ediciones Akal, Madrid. 2002
[8] Vease
LAVAL, Ch., DARDOT, P. La nueva razón del mundo. Ensayo sobre la razón neoliberal, Gedisa, Barcelona. 2014.
HARVEY, David. Breve historia del neoliberalismo, Akal, Madrid. 2007
[9] Vease PETTIFOR, Ann. “The power to créate money out of ‘thin air’”, Open Democracy, 18 enero 2013
[10] FRIEDMAN, Milton. Capitalismo y Libertad. Ensayos sobre política monetaria, Síntesis, Madrid. 2012
[11] SRNICEK, N.-WILLIAMS, A. Inventar el futuro, Malpaso, Barcelona. 2016.
[12] RICOLFI, Luca. Sinistra e popolo, Longanesi, Milán. 2017
[13] SRNICEK, Nick. Platform Capitalism, Polity Press, Cambridge. 2017
[14]Ver
MOROZOV, Evgeny. Socialize the data centres. En New Left Review, 91, 2015, pp.45-66
MOROZOV, Evgeny, Tech Titans are busy privatising our Data, The Guardian, 24 abril de 2015.
[15] ZUBOFF, Shoshana. Big Other: Surveillance Capitalism and the Prospects of an Information Technology en Journal of Information Technology, 2015, n.30, pp. 75-89
[16] World Economic Forum, (2015), Industrial Internet of Things. Unleashing the Potencial of Connected Products and Services, http://www3.weforum.org/docs/WEFUSA_IndustrialInternet.Report2015.pdf (consultado 5 agosto 2017)
[17] TODOLÍ, Adrián., El trabajo en la era de la economía colaborativa, Tirant Lo Blanch, Valencia. 2017
[18] er
Parlamento Europeo, (2017), Una Agenda Europea para la Economía Colaborativa, http://www.europarl.europa.eu/sides/getDoc.do?pubRef=-//EP//NONSGML+TA+P8-TA-2017-0271+0+DOC+PDF+V0//ES (consultado 8 de agosto, 21017)
Unión Europea, (2016), Una agenda europea para la economía colaborativa. (consultado, 8 agosto 2017)
[19] TODOLÍ, Adrián. (2017). Op cit.
[20] MAZUCCATTO, Mariana. The Entrepreneurial State: Debunking Public versus Private Sector Myths, Anthem. 2013. (Versión española El Estado Emprendedor, RBA, Barcelona)