Autores: Alejandro Katz y Mariano Schuster
Entrevista a Martín Marimón
La historia de la vivienda popular en Argentina -y particularmente en la Ciudad de Buenos Aires- ha sido cambiante. Las construcciones para las clases obreras y para los sectores medios emergentes dieron lugar a las villas miseria. ¿Pero cuáles fueron las políticas de vivienda adoptadas durante el siglo XX? ¿Qué hicieron los radicales y los peronistas? ¿Y qué pensaban las izquierdas representadas por socialistas, anarquistas y comunistas?
¿Cuál es la historia de la villa miseria? ¿Qué fueron las villas miseria en su origen, cuando no había una ciudad de tres millones de habitantes ni una mancha urbana de diez millones, y donde la idea misma de marginalidad y pobreza era muy diferente de la que tenemos en la actualidad?
Como historiador uno lo que hace es trazar evoluciones, orígenes y procesos de cambio. En relación con la villa miseria hay bastante historiografía al respecto. Las villas miseria surgen con los propios procesos de crecimiento de la ciudad, hacia fines del siglo XIX. El crecimiento de los centros urbanos, como Rosario, Córdoba y, principalmente, Buenos Aires, se produce en el contexto del modelo agroexportador y la generación del ’80, es decir, en un momento de auge económico. Se suele considerar este período como aquel en el Buenos Aires deja de ser una gran ciudad y se transforma en una metrópolis: una ciudad de mayor escala y con sectores bien diferenciados. El salto demográfico es sustancial: según el censo de 1869 había unos 180.000 habitantes, mientras que el de 1914 señala alrededor de 1.500.000. En cuarenta años la población crece casi diez veces más, lo que genera una nueva escala del fenómeno urbano.
En la memoria popular es la época de los conventillos, donde los inmigrantes adquieren algún cuarto en el centro, eventualmente logran ahorrar, comprar un lote en un barrio y se mudan a la periferia. Sin embargo, se trata de una construcción un poco tendenciosa de la época porque el conventillo carga, por un lado, cierto matiz pintoresco y, por otro lado, una idea de temporalidad, ya que la estadía allí no es permanente. No era exactamente así y cuando se pone el foco en las periferias urbanas de la época, observamos que existía algo parecido a lo que hoy llamamos villa miseria. Se trata de espacios difíciles de investigar porque no han dejado tanto testimonio, pues se encontraban en los márgenes de la ciudad, como gran parte de los barrios precarios de hoy, tal vez no tienen existencia legal por lo que no dejaron rastros en los archivos. Entonces, uno debe dirigirse a otro tipo representaciones: a la literatura, a las fotos, los testimonios de los viajeros de época. Uno de los barrios más conocidos en ese momento es el llamado Barrio de las Latas o Barrio de las Ranas en Nueva Pompeya, ubicado entre Avenida Sáenz y la cancha Huracán. Era un basural municipal donde había gente que construía sus casillas con chapas y con latas de la Standard Oil. También lo llamaban Barrio de Las Ranas porque era una zona inundable cercana al Riachuelo. Este espacio urbano surge hacia 1880 y acompaña el crecimiento de la ciudad. Esa de las más conocidas pero había también había otras zonas de características similares en distintas partes de la ciudad.
¿Cómo eran los habitantes de este barrio marginal de la ciudad de Buenos Aires? ¿Qué duración tenía su estancia allí? ¿Eran situaciones de tránsito hacia la mejora social?
Era un panorama variado. Había desde criollos desplazados por el proceso de crecimiento hasta inmigrantes. En general se trataba de gente que no tenía una ocupación bien definida, algunos eran algo parecido a lo que hoy es un mendigo, pero también había otros que hacían trabajos muy subalternos o marginales dentro de la vida de la ciudad.
En cuanto a la permanencia, muchas veces se percibe aquella época como un momento de movilidad social ascendente. De manera que comúnmente se cree que se podía nacer allí pero existía la posibilidad de mejorar la calidad de vida. Pero hasta donde he investigado, esos asentamientos permanecen. La diferencia es que no tienen la magnitud de una villa miseria actual o de una villa miseria de los años cuarenta o cincuenta. Tampoco tienen la fugacidad de la vida del conventillo, sino que permanecen.
Entonces, en nuestro imaginario popular solo los obreros que viven en los conventillos constituyen los sectores subalternos, pero por desconocimiento o negación, se omite a una parte importante de la sociedad que también son los excluidos de la época y que prácticamente carecen de movilidad social. Hay razones para que sostengamos esa representación, pues la época del modelo agroexportador es un momento de gran crecimiento económico. Pero tampoco hay que olvidar que los salarios reales eran bajos y tendían a la caída. En ese sentido, es una época paradójica porque se generaba mucho empleo, se atraía a los inmigrantes, y éstos lograban un mejor modo de vida que en sus países de origen. Sin embargo, se observa la historia económica, las tasas de salario real en 1880 eran mejores que en 1910.
¿Cómo empieza a evolucionar el mundo marginal urbano con el cambio de siglo?
Hay un momento de cierta integración en los años radicales de la década del veinte, donde se observa un aumento de los salarios reales. Sin embargo, es preciso tener en cuenta que la Primera Guerra Mundial tiene un fuerte impacto en diversos aspectos: cesa la inmigración y se paralizan la industria y la construcción por falta de insumos. Esto se traduce en la suspensión de inversiones. En consecuencia, cuando se retoma el crecimiento demográfico se produce una crisis habitacional fulminante, que repercute en un fuerte aumento del precio de los alquileres. Por lo tanto, mucha gente es desalojada, incluso gran cantidad de personas pierden sus habitaciones precarias en los conventillos. En ese contexto, en 1921 se produce un fenómeno bastante interesante. Se dictan la Ley de Congelamiento de Alquileres y la Ley de Estabilización de los Contratos, para hacer que tengan un mínimo de duración de dos años. De esta manera se evitaban los cambios de precios y que la gente se quedara sin vivienda. Asimismo, se toman otras medidas parciales sobre el costo de la vida, en relación al precio del precio del trigo, del pan, del azúcar. Esto, sumado a que el país rápidamente retoma una senda de crecimiento, hace que los salarios de la población de los sectores populares mejoren un poco a lo largo de la década del veinte. De modo que hay cierta mejora en el nivel de vida. Eso explica, en gran parte, la popularidad de Yrigoyen, como lo plantea Pablo Gerchunoff. Aunque se suele considerar a Yrigoyen como un líder de clase media, la mayor parte de sus votantes eran obreros. En gran medida, según mi hipótesis, esto se debe a que la calidad de vida mejora sustancialmente. En este aspecto, los alquileres juegan un rol importante porque por cinco años están congelados y porque han mejorado las condiciones de los inquilinos en general. Esto constituye un progreso bastante interesante.
¿Cómo cambia este panorama con la crisis del treinta?
La crisis trae aparejado el crecimiento de los índices de desocupación, que no eran tan elevados antes, lo que empuja nuevamente a buena parte de la población hacia la pobreza. Entonces comienzan a aparecer más asentamientos precarios y se empieza a utilizar el término “villa”. En este momento surge la famosa Villa Desocupación en Retiro, un asentamiento bastante particular constituido por obreros varones del puerto, no de familias. Son mayormente inmigrantes de origen polaco y lituano, que viven unos años allí, pero luego son rápidamente desalojados.
En la década del treinta pasa algo curioso. El mercado habitacional está bastante activo por lo que no aparece con tanta agudeza el problema de la vivienda dentro de los conflictos sociales. Es decir, las tasas de desempleo son muy altas pero no repercute tanto en lo habitacional.
La cuestión de la vivienda siempre ha sido uno de los grandes temas de la agenda política y social dentro de lo que hoy llamamos la izquierda, que nuclearía al comunismo, el socialismo y el anarquismo. Entre ellos son los socialistas quienes más se ocupan de esta cuestión, que en 1905 fundan la famosa Cooperativa del Hogar Obrero, existente hasta el día de hoy. Tenían proyectos de vivienda importantes y habían planteado una solución cooperativista ante el problema de la vivienda. Sin embargo, suceden dos cosas paradójicas al respecto. En primer lugar, los socialistas son muy críticos de los planes oficiales de vivienda, pues creen que es la sociedad civil quien debe ocuparse de ello y no el Estado. Consideraban que, a través del cooperativismo y la mejora de ciertas condiciones, como la supresión de impuestos a los materiales de construcción, lograrían resolver esta problemática. Tienen una mirada radical sobre el Estado como foco de corrupción y, además, eran rivales electorales directos.
Los socialistas consideraban que, a través del cooperativismo y la mejora de ciertas condiciones, como la supresión de impuestos a los materiales de construcción, lograrían resolver la problemática de la vivienda. La famosa cooperativa El Hogar Obrero, alentada por los socialistas, operaba en este sentido.
Los anarquistas, por su propia cosmovisión, también eran muy reticentes a que el Estado se ocupe de un problema obrero, había una lucha por la autonomía obrera. El anarquismo ya estaba un poco decaído para la década del treinta, ya no tenía el mismo peso que había tenido en la década del diez. El comunismo, por su parte, estaba sufriendo una severísima represión, era un partido prácticamente clandestino. De manera que, los socialistas afrontan solos la cuestión habitacional y, para peor, había un sector del propio socialismo que había pactado con el gobierno de Justo. Sin embargo, incluso para quienes no pactan, la agenda política no está centrada en el problema de la vivienda. En consecuencia, no se trata del momento de mayor visibilidad de esta cuestión.
Los cambios radicales aparecen con el peronismo en los cuarenta, ya que con la Segunda Guerra Mundial se produce un auge industrial muy importante y, consecuentemente, hay una gran afluencia de migrantes internos hacia la ciudad. En este momento toma mayor fuerza el problema habitacional porque, por un lado, Perón lo visibiliza a través de sus planes de vivienda y lo pone como un eje de sus políticas sociales, pero también porque, paradójicamente, crecen las villas miseria que no alcanzaban a ser albergadas en los planes de vivienda, pese a su masividad.
Comúnmente se suele pensar que la pobreza en Argentina no solo estaba acotada a cifras relativamente reducidas sino que, además, era de ciclo corto. Es decir, el inmigrante que se instalaban en la periferia de la ciudad en condiciones precarias, al poco tiempo compraba un terreno y construía su casa. De esta manera, pasaba a formar parte de la clase obrera o de la clase media baja. Entonces, podríamos imaginar estas zonas de pobreza como un lugar fuelle, que reciben al que llega y lo envía hacia la vida burguesa. ¿Esta imagen tan extendida se traslada a la duración de la estadía en estos asentamientos? ¿Qué nos dicen los asentamientos populares de esa dinámica de la pobreza?
Hay dos épocas. A grandes rasgos, hay algo de esa lógica que ya no ocurre más, en tanto que hasta los años veinte o incluso los treinta, hay loteos suburbanos donde era posible esa dinámica. Entonces, un inmigrante o un obrero industrial podía adquirir a través de planes de loteos en muchas cuotas, que no eran necesariamente impulsados por el Estado sino por el propio mercado inmobiliario. Además, muchos de ellos eran constructores por lo que se produce el famoso fenómeno de la autoconstrucción, que les permite cierto ascenso social. Como propone investigador Horacio Torres, se trata de un cambio estructural porque la persona al convertirse en propietario de algo que es periférico. Esto sucede, por ejemplo, en Villa del Parque. Los lotes se valorizan y dejan de ser periféricos. De manera que el ascenso social de esa persona es bastante estructural, porque no solo es propietaria, sino que lo es de un inmueble mucho más valorizado. La adquisición de la propiedad o de la vivienda es una parte importante del ascenso social y de la conformación de la clase media porque le da un bien a esa persona. Aunque, cabe señalar que, los porcentajes de propietarios eran bajos -cerca de un 20% de la población-, lo que indica que la mayoría no está atravesando ese cambio. Pero hay un sector que sí.
A la vez, lo que sucede es que al continuar la expansión de la ciudad, los tentáculos suburbanos ya no tienen el mismo proceso de valorización. Pues si bien el proceso continúa en su crecimiento, al ser radial Villa del Parque, por ejemplo, se vuelve central pero no así en Adrogué o Palomar porque el crecimiento de esos anillos ya es suburbano y va a seguir siéndolo. Por otro lado, otra cuestión que también ocurre en los cuarenta y los cincuenta es que la población más pobre no es la que necesariamente se ubica en ese suburbio, sino que llena los intersticios. Esas son las villas miseria de los cincuenta: lo que queda entre las estaciones, pero también dentro de la ciudad misma, como en Villa 31, en Lugano, en Mataderos. Es decir, la mayoría ya no va a la periferia sino a sectores intersticiales de manera precaria, pues ya no son constructores suburbanos. Eso genera manchones y con el crecimiento industrial y con el bienestar de la época peronista muchos logran salir de allí, pero muchos otros no. El crecimiento económico y el crecimiento del empleo, sin embargo, no son tan arrolladores como para eliminar esos lugares.
¿Cómo evoluciona el mundo urbano de los asentamientos y las villas en la segunda mitad del siglo XX?
Es el momento del gran crecimiento de esos asentamientos. Es preciso entender que para los años setenta ya se han alcanzado los 10 millones de habitantes en el conurbano bonaerense, y que se está ante ciudad que tiene una complejidad como la que tiene hoy. En general, se suele asociar el crecimiento de los asentamientos con el de la industria y las migraciones internas. En ese escenario hay un crecimiento que las villas miseria acompañan. Pero en los años cincuenta ya había comenzado a manifestarse una gran preocupación por estos lugares, incluso desde los discursos oficiales. Un fenómeno particular que se produce con gobiernos posteriores al peronismo, particularmente el de la Revolución Libertadora, es el uso la villa miseria como un argumento discursivo en contra del peronismo. Buscaban subrayar el crecimiento que habían tenido para deslegitimar las políticas peronistas y acusarlas de ilusorias. Luego los propios antiperonistas reconocieron que no fue estrictamente así, pero en el momento se creía que el bienestar de los años peronistas habían sido solo espejos de colores ofrecidos a los sectores supuestamente “más ignorantes” de la sociedad y no una mejora social sustantiva. Si uno lee libros de historiadores de la época, incluso de historiadores serios, coinciden en esta mirada, en que no eran genuinas las mejoras materiales que habían tenido las clases populares.
Entonces, luego de los primeros gobiernos peronistas, aparecen políticas públicas que buscaban encarar el problema de la vivienda. La más saliente es la de la construcción de los grandes conjuntos habitacionales, lo que hoy llamamos monoblock, aunque Perón ya había construido esa tipología. Pero en este momento crecen mucho y son importantes, como el Lugano 1 y 2, que son un plan de principios de los sesenta, de la época de Frondizi, cuando se buscaba la renovación de la zona de lo que eran los Bañados de Flores en el sur de la ciudad, y que se inauguran en la época de Lanusse, a fines de los sesenta.
¿Perón había empezado con este tipo de construcción?
Perón tenía dos grandes líneas de vivienda que persisten en el imaginario popular: las casitas peronistas, como el barrio de Saavedra o Ciudad Evita, y los monoblocks. Éstos son menos recordados o no están tan identificados con el peronismo, pero el barrio Simón Bolívar que está en Parque Chacabuco data de aquella época, como también un monoblock que se encuentra en la calle Pampa, construido en el marco de un proyecto de renovación del Bajo Belgrano que era uno de los grandes espacios de marginalidad.
Los primeros gobiernos de Perón tenían dos grandes líneas de vivienda que persisten en el imaginario popular: las casitas peronistas, como el barrio de Saavedra o Ciudad Evita, y los monoblocks.
¿Antecedente de esto no son barrios obreros como Los Andes en Chacarita?
Sí, ese barrio es de los años veinte y constituye una suerte de eslabón perdido, un intermedio entre la casa y el monoblock: el pabellón. Se trataba de una tira habitacional de tres o cuatro pisos, alargada. Se vincula al surgimiento de una nueva tecnología de la construcción, porque la construcción en altura estaba desarrollándose recién en ese momento: empieza en los años veinte. En ese sentido, el barrio Los Andes es casi pabellón, porque éste suele ser más alargado y aquellos son más bien compactos. Este barrio y la Mansión Flores son obra de un arquitecto muy conocido en la historia de la arquitectura local, Fermín Betererbide. Constituyen intermedios ya que son una especie de vivienda colectiva de mayor escala, lo que permite economizar costos. En materia de vivienda social eso es muy importante, pero que no tienen todavía la complejidad edilicia de un monoblock.
La tipología del pabellón fue usada por la Comisión Nacional de Casas Baratas que existió en los veinte y en los treinta. Es de la época de la primera y la última ley de vivienda conservadora, del año 1915. Se trataba de una agencia estatal encargada de construir casas, pero que tenía pocos fondos y en la época de la Primera Guerra Mundial estaba casi quebrada por lo que construyó muy lentamente. Combinaba algunas casas o chalets, como el barrio Caferata de Parque Chacabuco, con estos pabellones. Después esos pabellones también los usa Perón en el barrio Los Perales, en Mataderos. Entonces, hay tres tipologías: el chalet (la casita peronista), el pabellón y el monoblock. Lo interesante es que, tanto el pabellón como el monoblock implican una lógica para el tejido urbano que construyen. El monoblock abandona un poco la tipología de la manzana tradicional, porque hay trazados de calles internas, otros tipos de espacios públicos, jardines, como lo hacía Bereterbide y los socialistas del Hogar Obrero. Además, hay ciertos servicios comunitarios: lavadero, guardería, jardín de juegos, maternidad, etc. Eso genera otra dinámica, casi una especie de microbarrio, y otra forma urbana. El monoblock llevó eso a una escala mayor que el pabellón, porque todos estos servicios funcionaban como un elemento de cohesión social de la comunidad, y con la idea de que no tienen un precio de mercado.
Cabe señalar que, en general, eran las clases medias quienes accedían a este tipo de viviendas, no funcionaban como un servicio habitacional provisto a la gente de las villas y nunca alcanzaron la magnitud necesaria para ello. Había un desfasaje entre la construcción de monoblocks y la proporción de población que accedía a ellos. Uno de los grandes temas en torno a la vivienda es el imaginario de la movilidad social ascendente que nos hace pensar en la clase obrera como una potencial clase media. Pero cuando deja de existir ese imaginario, primero en la última dictadura cívico-militar y, luego, durante el menemismo, se proyecta una visión totalmente diferente de las clases sociales. Si a eso se le suma que los conjuntos habitacionales solían ser diseñados o inaugurados en períodos de gobiernos militares muy autoritarios, la idea de que esta clase obrera se va a convertir en clase media no es posible. Además, empieza a pensarse por qué la clase obrera debía cambiar sus costumbres por las de la clase media. De modo que, empieza a considerar como una especie de autoritarismo en cambiar modos de vida. Hoy en día cuando se discute el tema de las villas miseria eso aparece como problemática.
Uno de los grandes temas en torno a la vivienda es el imaginario de la movilidad social ascendente que nos hace pensar en la clase obrera como una potencial clase media. Pero cuando deja de existir ese imaginario, primero en la última dictadura cívico-militar y, luego, durante el menemismo, se proyecta una visión totalmente diferente de las clases sociales.
¿Desde una perspectiva contemporánea podría decirse que es una experiencia que fracasó por su diseño y por una idea política de aislamiento de ciertos sectores?
Hay dos cuestiones respecto a esto. Por un lado, si el diseño es el responsable de ese fracaso y, por otro lado, si ese diseño es parte de una política social de marginación deliberada. Son dos cosas que han sido discutidas, y en general se ha pensado que es cierto que ese tipo de diseño contribuyó al fracaso. Pero hay que tener en cuenta que una vez construidos había que hacer un gasto y una inversión sostenida, no solo en dinero sino en organización. Me refiero a que, por ejemplo, esos monoblocks tienen consorcios muy complejos, tienen gastos comunes muy grandes de mantenimiento de todos los espacios comunales. Entonces, es un diseño que requiere una política pública que acompañe en el tiempo una vez inaugurado el monoblock. Eso ha fallado en general, el caso emblemático de ello son Villa Lugano o Piedra Buena. De manera que el diseño puede tener su cuotas de responsabilidad pero después ha sido acompañado por otras medidas que contribuyeron al fracaso. En cuanto a la segunda cuestión yo creo que el monoblock se pensó como parte de una política urbana, donde se tuvo en cuenta dónde trabajaba la gente que vivía allí o dónde pasaba sus momentos de esparcimiento. Es decir, el concepto de monoblock tiene que ver con el concepto de zonificación, con pensar la ciudad con zonas diferenciadas como lo planteaba Le Corbusier, para quien la ciudad tenía usos diferenciados: la zona residencial, la zona de trabajo, la zona de esparcimiento. Por supuesto, es una idea que hoy está en crisis, porque hay un problema de movilidad grave. Pero la naturaleza del monoblock no era de exclusión. Puede ser disfuncional pero no necesariamente explica la intención de segregar, puede implicarla o no, depende de cada caso. Obviamente en la época de la última dictadura militar sí tenía esa dimensión, pero también por cuestiones políticas más amplias de lo que estaba pasando en el país.
¿Cuál fue la siguiente política habitacional en la Ciudad de Buenos Aires?
Hubo una retracción de la política habitacional en la época de Alfonsín debido a los terribles problemas de gasto público e inflación, pero también por ver la dificultad y la crisis que atravesaban estos grandes conjuntos y se optó por intervenciones de menor escala, con conjuntos mucho más pequeños, de menos departamentos. El otro gran momento, y que hoy está en crisis en el imaginario, es el del kirchnerismo, en tanto que hubo grandes inversiones en los planes federales de vivienda. Fueron de una escala muy grande pero también han sido muy criticados, por cuestiones de distinto orden. Se construyeron unas 500 mil viviendas pero no siempre con calidad constructiva, ni durabilidad, ni acompañadas de un planeamiento urbano.
Sobre el entrevistado: Martín Marimón es profesor de Historia por la Universidad de Buenos Aires, y doctor en Historia con especialidad en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Princeton (EE.UU.). Su foco de interés son la historia intelectual, la historia urbana, y la historia de las políticas sociales. Actualmente es profesor de Historia Argentina en la Universidad Torcuato Di Tella.