Un recorrido por los debates entre legalistas y abolicionistas
Autora: Silvana Aiudi
El debate entre abolicionismo y legalismo es uno de los más espinosos del feminismo contemporáneo. El “trabajo sexual” o la “prostitución” constituyen una problemática difícil de resolver. Mientras las abolicionistas lo consideran un sistema de cosificación y explotación al servicio del patriarcado, las legalistas reclaman el reconocimiento estatal de las prostitutas como trabajadoras asalariadas dentro de la estructura productiva. Lo cual, sostienen, permite diferenciar prostitución de trata y así pensar en términos de libertad, empoderamiento y autonomía de las mujeres, travestis y trans. La contradicción entre unas y otras está lejos de ser resuelta.
No se puede hablar de feminismo en la actualidad sin entender que lo componen distintos feminismos inscriptos en un contexto en el que se enmarca la lucha de las mujeres por una parta y, por otra, los sujetos de género que lo conforman, atravesados, a su vez, por distintas teorías filosóficas y hasta económicas que subyacen. Existe el feminismo popular, el feminismo radical, el feminismo liberal, el feminismo negro, el transfeminismo, el posfeminismo, el cyberfeminismo y el xenofemismo; conformados y repensados todos a partir de diferentes disciplinas. Todos ellos con luchas en común como la caída del patriarcado, pero también divididos por la clase, el marxismo, el rol del Estado, entre otros.
La grieta que pareciera partir el movimiento en dos, que aparece con fuerza en la actualidad, pero es arrastrada desde el siglo pasado, tiene que ver con la prostitución o el trabajo sexual. Una de las grandes preguntas que se observan es qué pasa cuando el cuerpo y el sexo se vuelven mercancía, cuál es el rol del Estado, qué lugar ocupa el patriarcado, el capital y las relaciones de poder en la práctica. De aquí se desprenden dos posturas: la abolicionista y la legalista[1].
Las abolicionistas, representadas por Catharine MacKinnon[2], Tanja Rahn, Lohana Berkins, entre otras, hablan de “prostitución” y la consideran, junto con la pornografía y el alquiler de vientre, un sistema de cosificación y explotación al servicio del patriarcado. En líneas generales, sostienen que, si en un contexto patriarcal los hombres demandan el acceso al cuerpo de las mujeres, habrá explotación y trata para suplir esa demanda y, en caso de ser legal, esa relación de poder estará normalizada. Dentro de esta línea, las mujeres, travestis y trans de los sectores más vulnerables quedarían diluidas en un estrato social sin otra posibilidad dentro del sistema productivo. La discusión no es el sexo sino quiénes mandan o tienen el poder dentro del sistema.
Sin embargo, las legalistas, como Virginie Despentes, Elena Reynaga, Marcela Romero, entre otras, reclaman al Estado el reconocimiento como trabajadoras asalariadas dentro de la estructura productiva, con los mismos derechos y obligaciones que cualquier trabajadora. Sostienen que la legalización permite diferenciar prostitución de trata y así pensar en términos de libertad, empoderamiento y autonomía de las mujeres, travestis y trans. Plantean que lo indigno de la prostitución está en las condiciones en que ese trabajo es llevado a cabo.
Las abolicionistas hablan de “prostitución” y la consideran, junto con la pornografía y el alquiler de vientre, un sistema de cosificación y explotación al servicio del patriarcado. Las legalistas, en cambio, reclaman al Estado el reconocimiento como trabajadoras asalariadas dentro de la estructura productiva, y sostienen que la legalización permite diferenciar prostitución de trata y así pensar en términos de libertad, empoderamiento y autonomía de las mujeres, travestis y trans.
Si bien tanto abolicionistas como legalistas se encuentran en veredas opuestas, comparten solidaridades de lucha: el poder del patriarcado, la indignidad, la discriminación, los proxenetas, la policía corrupta, la falta de oportunidades y la ignorancia de los propios derechos. A su vez, ambas posturas tienen un objetivo que es lograr la autonomía de las mujeres dentro de la actividad.
No cabe dudas, entonces, que en lo que refiere a trata y explotación la práctica se condena. Las posturas irreconciliables pasan por lo moral, filosófico y hasta lo económico en torno de la prostitución/trabajo sexual. Cuando los cuerpos de las mujeres, travestis y trans se vuelven mercancía.
Una historia de las razones
El surgimiento histórico del movimiento abolicionista se ubica en Gran Bretaña en el siglo XIX y en el contexto de la implementación del modelo francés de la reglamentación de la prostitución. Esta atmósfera, en relación con la moral victoriana, coincide con la aparición de los movimientos feministas, las primeras crisis del capitalismo, las manifestaciones obreras, la idea de “peligro en la calle” y la sanción de las leyes de Contagius Desease Acts (enfermedades contagiosas), eufemismo para “enfermedades de transmisión sexual).
Inspiradas en una doctrina en defensa de la higiene social y en la epistemología positivista, las leyes impusieron medidas estrictas médico-policiales y sanitarias. Además, hicieron frente a la prostitución, que se convirtió en paradigma de conductas sexuales e inmorales, y se responsabilizó a la prostituta de la transmisión y contagio de enfermedades venéreas.
El orden social no concebía a la mujer y la sexualidad femenina fuera del matrimonio ni mucho menos con una “actitud activa” frente al sexo porque era vista como un ser peligroso, atávico, desviado[3] (Laqueur, 1994).
En 1869 Josephine Butler, líder feminista y reformista social británica de la Era Victoriana, dirige la campaña para derogar la Ley de Enfermedades Contagiosas tanto en Gran Bretaña como en el resto del mundo. El objetivo principal era cuestionar los mecanismos misóginos, opresivos y estigmatizantes de las normas. Propuso, además, la abolición de la prostitución al mismo tiempo que reclamaba la necesidad de un cambio en los valores sociales como igualdad, respeto y libertad de la mujer, incluso sexual. Josephine Butler insistía en un nuevo lugar para la mujer: desde una reeducación que la proponía como activa no solo en el sexo, sino también en la participación en la vida social, económica y de derechos civiles.
La campaña se centraba en cuestionar las facultades ilimitadas de la policía, que actuaba de manera arbitraria en la detención de las mujeres; denunciar el carácter sexista de la reglamentación; clasificar de intolerables los registros médicos a los que eran sometidas las prostitutas por el método con el que se realizaban y acusar a la prostitución como mecanismo de estigmatización de la mujer (Heim, 2005).
Si bien la propuesta de Butler tuvo mucho éxito, aparecieron las grietas dentro del movimiento feminista. Elisabeth Garrett Anderson, médica y sufragista, sentaría las bases de la polémica entre las abolicionistas y las trabajadoras sexuales sin saberlo. Anderson sostuvo que la Ley de Enfermedades Contagiosas no configuraba un mecanismo de represión como pensaban Butler y sus socias, sino un sistema de protección hacia las mujeres y, por lo tanto, fundamental para la sociedad y los derechos.
De esta manera, desde los inicios, quedaron divididas las aguas entre feministas y prostitutas, y se puso fin a los primeros intentos de sororidad entre mujeres. Va a ser recién bastante avanzado el s iglo XX, específicamente hacia la década del 70, cuando el pensamiento feminista se pregunta por la prostitución y revisa la postura abolicionista que consideraba a la prostituta como víctima de las relaciones de poder y el patriarcado.
La publicación de Prostitution Papers (1973), de la intelectual feminista Kate Millet, es el primer intento de dar pie a las voces de las prostitutas sobre el ejercicio de su profesión. Pocos años más tarde, Gail Peterson en A vindication of the Rights of the Whores (1989) analiza lo que denomina “estigma de la prostitución” y da a conocer los principales reclamos de las prostitutas. Cabe destacar que esta explosión se da en el contexto en que surgió el movimiento de reivindicación de las prostitutas con Margo St. James, primera prostituta que reclamó los derechos de las personas que ejercían la prostitución, y el II Congreso Internacional de Prostitutas, realizado en Holanda y Bélgica en los años 1985 y 1986, respectivamente.
Es así como se produce un vuelco definitivo en la manera de enfrentar el tema. Ya no importa saber por qué la prostitución existe, sino entender cuál es el rol de la mujer y las personas que la ejercen dentro de una realidad y contexto en el que la reivindicación de las trabajadoras sexuales está apareciendo con fuerte protagonismo. Mientras tanto, el feminismo abolicionista sigue dominando y, aunque sus presupuestos están siendo puestos en crisis, no está dispuesto a repensarlos.
Abolicionismo. El Estado como proxeneta
En el pensamiento feminista actual, el abolicionismo encuentra su expresión en el feminismo radical[4], que piensa a la prostitución como una de las mayores formas de violencia contra las mujeres.
Una de las exponentes a nivel mundial es Catherine A. MacKinnon, quien, en su libro Hacia una teoría feminista del Estado (1995), desarrolla una teoría del género concentrada en la subordinación sexual de la mujer que aplica al Estado. MacKinnon sostiene que el feminismo liberal y legalista no revisa la relación entre el Estado y la sociedad dentro de la teoría de la determinación social del sexo. Según Mackinnon, el feminismo liberal describe el tratamiento que le da el Estado a las diferencias entre los géneros, pero no entiende el poder en tanto que encarna los intereses masculinos en su forma, dinámica, relación con la sociedad y las leyes concretas:
La ley ve y trata a las mujeres como los hombres ven y tratan a las mujeres. El Estado liberal constituye con coacción y autoridad el orden social a favor de los hombres como género, legitimando normas, formas, la relación con la sociedad y sus políticas básicas. Las normas formales del Estado recapitulan el punto de vista masculino en el nivel del designio (MacKinnon, 1995)
Catherine A. MacKinnon propone que el Estado es masculino desde el punto de vista de la jurisprudencia. Esto significa que existe un poder masculino en la relación entre ley y sociedad. De esta manera, una legislación no resulta neutra en cuanto al contenido político porque el Estado tiene razones (patriarcalmente económicas y sociales) a la hora de legislar que no son de aplicación para las mujeres.
En este sentido, el abolicionismo plantea que la prostitución no puede ser entendida como una práctica económica libre y voluntaria por la propia condición de marginalidad de las personas que la ejercen y, además, porque se normalizarían las relaciones de poder de un Estado masculino dejando a las mujeres oprimidas dentro de la estructura social y económica más baja de la sociedad. Cabe destacar que estas ideas no se relacionan con una concepción victoriana de la moral, sino con entender las relaciones de poder que se dan entre el Estado y las mujeres, y que la legalización no haría más que reproducir esa condición.
Mujeres en situación de prostitución
El abolicionismo entiende a la prostituta como víctima en su propia condición de prostituta: víctima de la lascivia de los hombres y de la antigua exigencia patriarcal de satisfacción inmediata del deseo masculino. Así, no se concibe que la actividad pueda realizarse en un ambiente no violento por las condiciones y por la “naturalización” de esa violencia hacia las mujeres puesto que no tienen mecanismos de denuncia frente a los abusos que los clientes realizan sobre ellas.
Se analiza, fundamentalmente, el lugar del proxeneta como aquel que tiene el poder y deja reducida a las mujeres, y en especial, a las más pobres, a situaciones de marginalidad sin otra opción económica o social posible porque hay un contexto que las obliga y las somete a prostituirse. Aída Basan, integrante de la Asociación de Mujeres Argentinas por los Derechos Humanos (AMADH), dice:
También les puedo decir que somos cuerpos gastados y golpeados, atravesados por el miedo y la vergüenza. Somos la cara del hambre prostituida, y por eso no podemos seguir calladas. No queremos más que los legisladores y las legisladoras no miren nuestras caras cuando quieran reglamentar nuestra esclavitud para convertir en empresarios a nuestros proxenetas. Nuestras autoridades sanitarias no miran nuestras caras cuando fomentan la creación de guetos sanitarios[5]. (Korol y Berkins, 2006)
El abolicionismo entiende a la prostituta como víctima en su propia condición de prostituta: víctima de la lascivia de los hombres y de la antigua exigencia patriarcal de satisfacción inmediata del deseo masculino. Así, no se concibe que la actividad pueda realizarse en un ambiente no violento.
En relación con esto, las abolicionistas entienden que las personas que se prostituyen están en “situación de prostitución”. Lohana Berkins, activista travesti, impulsora de la Ley de Identidad de Género y fundadora de la Asociación de Lucha por la Identidad Travesti y Trans (ALITT) habla de la práctica como una imposición desde el lugar de las travestis en Argentina:
Nosotras las travestis, ¿por qué consideramos que no es un trabajo? Porque para las travestis, en Argentina y América Latina, es una imposición de los Estados. Yo terminé mi trabajo junto con Marlene Wayar en diciembre del año pasado, y no me ha llovido ni una, ni una mínima miserable oferta laboral que no sea la esquina, que es lo único que tengo asegurado. Esta es una realidad: es el Estado quien nos condena a sobrevivir de la prostitución. El único medio de supervivencia que tenemos es la prostitución. Por lo tanto, para nosotras, más allá de las condiciones, si son precarias o no, o en las condiciones en que se establezcan, no es un trabajo. Para nosotras va a ser un trabajo, cuando tengamos alternativas de elección[6].
Agrega que, como el Estado asocia perversamente a las travestis con la prostitución, en caso de legalizarla, se sostendría la práctica a través de zonas rojas. Pero, esta vez, en formas legales que regularían sus vidas en función de quiénes pueden o merecen ocupar un lugar en el espacio público y quiénes no. Afirma que, en este punto, las travestis están atravesadas por el clasismo y el racismo:
Además, debemos aclarar que todos los intentos de regular las zonas rojas no han sido liderados por nosotras. Sinceramente, yo nunca vi, ni quisiera ver a las compañeras que se definen en relación con la prostitución como un trabajo; nunca vi una manifestación desbordada de travestis, de mujeres en situación de prostitución y de trabajadoras sexuales pidiendo: “regúlennos”. (Korol y Berkins, 2006)
Las abolicionistas consideran que el proxeneta es el Estado y la policía es la “caja chica”, la entrada para la explotación mayor, para la reproducción de las desigualdades en un contexto patriarcal en donde los hombres demandan poder comprar el cuerpo de las personas en situación de prostitución. No es el sexo lo que se pone en cuestión, sino el contexto en el que se encuentran las mujeres, travestis y trans, las más pobres en especial, las más desfavorecidas y con menos posibilidad de elección. Es, entonces, que el abolicionismo piensa en por qué es conveniente para un Estado que exista la actividad. Con la falta de trabajo y la situación económica de las mujeres, travestis y trans, el dinero que deja la prostitución es una forma de conseguir trabajo y son los varones los que tienen ese dinero para hacer funcionar el sistema prostituyente. De ahí que las mujeres, travestis y trans queden oprimidas dentro de un sistema mayor que, en caso de legalizar, reproduciría las relaciones de poder desde el Estado. De esta manera, no conciben que se pueda hablar de la actividad como trabajo.
Las abolicionistas consideran que el proxeneta es el Estado y la policía es la “caja chica”, la entrada para la explotación mayor, para la reproducción de las desigualdades en un contexto patriarcal en donde los hombres demandan poder comprar el cuerpo de las personas en situación de prostitución.
Sin embargo, en el último tiempo, la perspectiva de dominación patriarcal como construcción estructural está siendo criticada. Se puede pensar que el abolicionismo limita la esfera de la prostituta en función de las diferencias estructurales del dominio masculino y deja de lado la libertad y su propia subjetividad política, social y jurídica. Desde otra perspectiva, el feminismo liberal considera la actividad como un trabajo desde el lugar de la elección, los cuerpos y el propio deseo, aspectos que las abolicionistas parecen obviar.
Legalismo. Potentia gaudendi[7]
La postura legalista considera a las personas que ejercen la prostitución como trabajadoras sexuales. Según Elena Reynaga, Secretaria General de la Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina (AMMAR) y Secretaria Regional de la Red Latinoamericana y del Caribe de Trabajadoras sexuales, el trabajo sexual consiste en el contrato entre dos personas: una ofrece el servicio y otra lo paga. Considera que es un trabajo como cualquier otro y que, como ocurre con la clase obrera, no es precisamente algo que se elige. Sin embargo, esto no quiere decir que deban “agachar la cabeza” y quedar en una posición indigna.
Entre las propuestas de las trabajadoras sexuales está correrse de la figura de la “puta” en el sentido de marginalidad y sumisión. Se la piensa como sujeto de derecho a la hora de reclamar la elección de su trabajo. Solicitan, así, que el Estado se responsabilice por su actividad y que le otorgue los mismos derechos que a las trabajadoras asalariadas porque, si bien el trabajo sexual en muchos países no está legalizado, tampoco está prohibido y esto las expone a una situación de dominación y subordinación.
Esta postura parte del feminismo liberal, que corre a la mujer del lugar de “víctima” del Estado y la pone en un lugar de “empoderamiento” (empowerment) a través del cual se convierte en sujeto activo de liberación y sale de la dominación masculina.
Esta idea no corre solamente para las trabajadoras sexuales sino para las mujeres en general porque plantea una ruptura intra-género: repensarse desde el propio lugar. Esto significa ser mujeres libres o esclavas, es decir, sujetos de derecho u objetos de intervención.
Trabajadoras sexuales
Labor sexus est, dice Paul B. Preciado en Testo Yonqui (2014)[8]. El filósofo sostiene que, en una sociedad posfordista, el trabajo está relacionado con la idea excitación. En un devenir sexo-trabajo, al que llama “pornificación del trabajo”, establece una relación entre los ciclos capitalistas de producción y el consumo. Aquí se encuentra el trabajo sexual o la mercantilización de la potentia gaudendi de un cuerpo en un contrato de servicio sexual. El trabajo sexual, entonces, representa una actividad económica y laboral (sea permanente o transitoria) de excitación en un nuevo mundo laboral.
En relación con esto, las legalistas hacen hincapié en la cuestión del sexo como trabajo. Sostienen que la dignidad no lo provee el propio trabajo, sino las condiciones en las que lo ejercen las personas que tienen esa dignidad y, para eso, el Estado debe responsabilizarse y otorgarles los derechos de cualquier trabajadora: sistema de salud, libreta sanitaria, etc. Estos son derechos no solo de las trabajadoras sexuales sino de las ciudadanas.
Durante las tres últimas décadas, bajo esta concepción, fueron apareciendo varias organizaciones en defensa de los derechos de las trabajadoras sexuales en Inglaterra, Francia, Alemania, Italia, entre otros, y también en algunos países de América Latina como Argentina. Se conformaron, así, varias organizaciones como el colectivo de prostitutas inglesas (English Collective of Prostitutes, ECP), la organización sueca por los derechos de las trabajadoras sexuales (Swedish Sex Workers Rights, ROSEA), el Comité por los Derechos Civiles de las Prostitutas de Italia (Comitato per i Diritti Civili delle Prostitute), la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (AMMAR), entre otros. Todas ellas reivindican el carácter laboral de la actividad y la necesidad de que las leyes protejan y reconozcan jurídicamente a quienes la ejercen. Reclaman, además, el derecho a las condiciones justas de trabajo, el derecho a la salud y cuidado del cuerpo, el derecho a la seguridad social o a percibir prestaciones por incapacidad y desempleo.
Las legalistas hacen hincapié en la cuestión del sexo como trabajo. Sostienen que la dignidad no la da el trabajo, sino las condiciones en las que lo ejercen las personas que tienen esa dignidad y, para eso, el Estado debe responsabilizarse y otorgarles los derechos de cualquier trabajadora: sistema de salud, libreta sanitaria, etc. Estos son derechos no solo de las trabajadoras sexuales sino de las ciudadanas.
El lugar del deseo y la deconstrucción del estigma “puta”
Más allá de los reclamos de derechos jurídicos y sociales, el problema sobre el trabajo sexual se amplía a una dimensión filosófica cuando tiene que ver con el cuerpo y el deseo como mercancía. Con respecto a esto, Virginie Despentes, en Teoría King Kong (2006)[9], desarrolla una idea que tiene que ver con el lugar de la “puta” dentro de la sociedad:
Cuando las norteamericanas hablan de sus experiencias como trabajadoras sexuales les gusta emplear el término empowerment, empoderamiento, un subidón de poder. Me gustó inmediatamente el impacto que yo causaba en la población masculina, el carácter exagerado, casi teatral, el cambio notable de estatus (…) Depositaria de un tesoro furiosamente deseado, mi entrepierna, mis pechos, cobraban una importancia extrema. (Despentes, 2006)
De esta manera, Despentes pone a las mujeres como protagonistas deseantes de un trabajo sexual. Critica el lugar de “víctimas” en que son puestas por las abolicionistas, esa visión estigmatizante a la que quedan reducidas:
Lo que nos da miedo es que digan que ese trabajo no es tan aterrador como parece. Y no solo porque todo trabajo es degradante, difícil y duro. Sino porque muchos hombres nunca son tan amables como cuando están con una puta. (Despentes, 2006)
También piensa que la prostitución ocasional, con posibilidad de elegir a los clientes y el tipo de contexto, es una forma en que la mujer o las personas que realizan la actividad puedan experimentar su sexualidad sin sentimientos, la posibilidad de experimentar sin esperar beneficios colaterales. Piensa en una mujer libre:
Desde un punto de vista sexual, en general, fue muy excitante. Ser puta era a menudo lo más, el deseo resultaba gratificante. (Despentes, 2006)
La deconstrucción del estigma “puta” opera en este sentido. La “puta” es señalada como la malvada, pecadora o víctima. Divide al género entre buenas y malas, honestas y deshonestas, puras e impuras, putas y madres, putas y esposas. Es un estigma desacreditador de identidad femenina además de ser opresor de las personas que trabajan en la industria del sexo. Si este estigma se deconstruye, se podrá lograr la inclusión social del colectivo de trabajadoras sexuales y tendrán la posibilidad de participar de las decisiones sociales, políticas y jurídicas que se tomen en torno a ellas.
Por último, otra cuestión importante para destacar es que Virginie Despentes piensa en cuál es el lugar del hombre que accede a los servicios de una trabajadora sexual. Sostiene que, mientras se muestre a la prostitución como marginalidad, los hombres también son estigmatizados y quedan reducidos a lo que no se debe hacer, a lo que no se puede decir, a lo que se debe ocultar. Así, entonces, se lo pone en el lugar de aquel que se aleja del hogar, de un contrato matrimonial, de la idea social y cultural de familia en la que debe sí o sí encajar.
El legalismo propone deconstrir el estigma de la “puta”. La “puta” es señalada como la malvada, pecadora o víctima. Divide al género entre buenas y malas, honestas y deshonestas, puras e impuras, putas y madres, putas y esposas. Es un estigma desacreditador de identidad femenina, además de ser opresor de las personas que trabajan en la industria del sexo.
Conclusiones
Lejos de romantizar la prostitución, la postura legalista piensa que la actividad es tan conflictiva como cualquier otro trabajo. El dilema está en entender el entrecruzamiento entre trabajo y sexualidad para las mujeres en el capitalismo. La “buena presencia” para ganar dinero es requerida en cargos como secretarias, oficinistas, docentes y hasta en las actuales cuentas de Instagram en las que las mujeres muestran sus cuerpos para vender una imagen o un producto. Para ganar dinero, las mujeres nos vestimos de una manera estandarizada y cada una regula el cuidado sobre sí misma. ¿Qué es lo indigno, entonces, de la prostitución? ¿Qué diferencia hay? Las condiciones. Y aquí está el problema para las trabajadoras sexuales: ese lugar de marginalidad al que quedan reducidas fuera de todo derecho.
La cosificación y opresión estructural de la que habla la postura abolicionista, ese poder que ejerce un Estado patriarcal sobre la regulación de las mujeres y la actividad pareciera quedar encerrado en una visión moralizante y estigmatizante de las trabajadoras sexuales, dejándolas fuera de toda potencia femenina en un mundo laboral, posfordista, como señala Paul B. Preciado, en donde el trabajo es comprendido en términos de excitación individual.
Si bien se entiende que siempre es mejor la regulación estatal y los derechos de las trabajadoras frente a la ilegalidad y la falta de ellos, es imperioso tener en cuenta el caso de Alemania, en donde se aprobó una ley que pretendió convertir la prostitución en un trabajo como cualquiera. Al momento de aprobarla, en el año 2002, se tuvieron en cuenta las variables de discriminación que sufrían las prostitutas por parte de la sociedad y la falta de derechos. Las mujeres fueron consideradas “trabajadoras del sexo” y se pretendía que tuvieran los mismos derechos que las trabajadoras asalariadas. El Estado no quiso imponer ninguna regulación a las prácticas sexuales, argumentando que nadie puede estipular cómo se deben mantener relaciones sexuales. Estuvo permitida la publicidad y se prohibió el proxenetismo.
Sin embargo, lo cierto es que la ley no tuvo los resultados esperados. En el artículo “The German model is producing hell on earth!”[10] (2016), basado en la charla de la doctora alemana Igeborg Kraus, se demuestra que la violencia contra las mujeres se convirtió en violencia estructural: la sociedad y las instituciones dejaron de cuestionarla y hoy en día se encuentra internalizada. Así, hay mega-burdeles con capacidad para acomodar a 1000 compradores de sexo, se trasladan a los turistas desde el aeropuerto a esos lugares y la sobredemanda provoca que muchas de las trabajadoras sexuales terminen desmayadas de cansancio, dolor, heridas y con infecciones. A su vez, las condiciones de trabajo son desastrosas. Se crearon las Verrichtungsboxen, que son lugares sin agua ni baños o nada por el estilo. Además, fuera del objetivo de la ley, que era proteger a las prostitutas, de las 400.000 mujeres solo 44 están registradas y la mitad trabaja de manera ilegal. Sin contar que el estigma social y la cosificación no desapareció, sino que se naturalizó, entre otras cuestiones.
Teniendo en cuenta esto, de todas maneras, tampoco en los países en donde la prostitución es ilegal se logró resolver estos problemas. Tal vez sea necesario la creación de sindicatos u organizaciones, como se está proponiendo en Argentina frente al abolicionismo imperante, para que sean las trabajadoras sexuales las que presionen a los gobiernos y demanden las condiciones laborales y la no estigmatización que el abolicionismo no resuelve. Sin contar que se regularía la trata, el proxenetismo y la prostitución infantil que la ilegalidad encubre. En este sentido, las trabajadoras sexuales dejarían de estar invisibilizadas, ser víctimas de la estructura, para convertirse en sujetos de derechos, sujetos políticos activos que influyen en las decisiones jurídicas y sociales en pos de mejores condiciones salariales y laborales.
Sobre la autora: Silvana Aiudi es Profesora en Letras y maestranda en Ciencias del Lenguaje. Se especializa en temáticas de género y diversidad. Publicó artículos relacionados con el tema en Revista Crisis, Nueva Sociedad, La Vanguardia digital y Panamá Revista. Ha sido expositora y tallerista en el III Coloquio Internacional de “Saberes contemporáneos sobre diversidad sexual” desarrollado por la Universidad Nacional de Rosario, en el 6to y 8vo Foro de Lenguas “Reflexiones en torno al género” (organizado por la Administración Nacional de Educación Pública de Uruguay) y en el III Congreso Internacional sobre Violencia, organizado por la Universidad de Buenos Aires (UBA) y la Fundación Sociedades Complejas. Participó del libro colectivo ¿Por qué llora esa mujer? (Ángela Pradelli y Alejandra Correa, comp.). Publicó el libro de cuentos Del mismo lado de la crueldad (El ojo del mármol, 2017).
Bibliografía
- Fricker; J. Hornsby (Comp.), Feminismo y filosofía. Idea Books, Barcelona.
Heim, D.; Monfort, N. (2003). “Prostitució i polítiques públiques: anàlisi i perspectives d’un conflicte històric. Especial referència a la situació en els Països Baixos i Suècia”, informe de investigtación, Programa de Becas y ayudas económicas a la investigación en materia policial y de seguridad ciudadana de la “Escola de Policia de Catalunya” del año 2003.
Korol, C. (2016) (Comp.). Feminismos populares y pedagogías políticas. Buenos Aires: Chirimbote.
Laqueur, Thomas (1994). La construcción del sexo. Cuerpos y género desde
los griegos hasta Freud. Madrid: Cátedra.
[1] Utilizaremos la palabra “legalista” y no “reglamentarista” porque este último término tiene que ver con la política higienista del siglo XIX.
[2] C. MacKinnon, Hacia una teoría feminista del Estado. Cátedra, Madrid, 1995.
[3] Varias representaciones en el arte y la literatura muestran a las mujeres con estas características. Erika Bornay, en Las hijas de Lilith (2005), analiza la iconografía de la femme fatale como tipo artístico de lo peligroso y perverso en una sociedad sexofóbica y misógina.
[4] El feminismo radical no debe vincularse directamente con el RadFem, que excluye de su lucha a las travestis y trans.
[5] L. Berkins; C. Korol (Comp.) Diálogo: prostitución/trabajo sexual. Las protagonistas hablan. Feminaria Editora, Buenos Aires, 2006
[6] Ibíd.
[7] Paul B. Preciado propone pensar en la potentia gaudendi (fuerza orgásmica) como la más material de todas las fuerzas de trabajo; carnal, imposible de ser poseída o gobernada. En el capitalismo farmacopornográfico, en su forma de servicio sexual, la fuerza orgásmica y el volumen afectivo son puestos al servicio de un consumidor por determinado tiempo bajo un contrato de venta de servicios sexuales. Así existe como evento, relación, práctica, devenir.
[8] P. B. Preciado, Testo Yonqui. Sexo, drogas y biopolítica. Paidós, Buenos Aires, 2017.
[9] V. Despentes, Teoría King Kong. Literatura Random House, Buenos Aires, 2006.
[10] Kraus, I. (2016). The german model is producing hell on earth. Trauma and prostitution. Scientists for a world (El modelo alemán trajo el infierno a la Tierra. Trauma y prostitución). Recuperado de https://www.trauma-and-prostitution.eu/en/2016/11/02/the-german-model-is-producing-hell-on-earth/