Entrevista con Lorena Moscovich
Autores: Alejandro Katz y Mariano Schuster
La globalización económica y la eclosión de nuevas desigualdades modificaron los patrones de voto y cambiaron las preferencias políticas. Si durante buena parte del siglo XX, el lugar de trabajo y la extracción social familiar permitían, a grandes rasgos, inferir el voto de determinada persona, la aparición de valores postmateriales ha modificado los patrones de elección. ¿Por qué los políticos tienen cada vez menos margen de maniobra para tomar decisiones? ¿Por qué los votantes de partidos clásicos buscan nuevas opciones? La prestigiosa politóloga Lorena Moscovich apunta algunas respuestas a estas modernas problemáticas de la política contemporánea.
Hasta hace unos veinte o treinta años, el voto de los ciudadanos parecía predecible en función de la posición que cada uno tenía en el mundo del trabajo. Las opciones políticas eran más claras, y se suponía que los sectores del mundo obrero elegían opciones vinculadas más a la izquierda política, mientras que los propietarios optaban por alternativas asociadas a la derecha. Este fenómeno ha cambiado profundamente. ¿Cuáles son las razones?
Lo cierto es que nos encontramos en una transición. Hoy, en la formación del voto confluyen procesos diversos que se diferencian mucho de los del pasado. En principio, se evidencia una falta de correspondencia entre la posición de la persona en el mundo del trabajo y la identidad partidaria, algo que era típico en la Europa de postguerra. En aquel viejo mundo, el lugar de trabajo y la extracción social familiar permitían, a grandes rasgos, inferir el voto de determinada persona. Ronald Inglehart, politólogo de la Universidad de Michigan, desarrolla desde hace tiempo la llamada “Encuesta Mundial de Valores” (EMV). A través de ella, identificó que, desde 1980, con unas clases medias que tenían asegurada su reproducción material, aparecieron nuevos valores y preocupaciones que condicionaban el voto. Se trata de, por ejemplo, el cuidado del medio ambiente, la identidad de género, o el mismo cuestionamiento a las clases políticas. Estos valores, a los que llamamos postmaterialistas, no se reflejaban directamente con la oferta partidaria clásica –socialdemócrata o conservadora. Esos valores que los ciudadanos defienden y que no se corresponden con su lugar en el mercado de trabajo, empiezan a hacer el escenario un poco más confuso y convierten al cuestionamiento de la clase dirigente como un todo en un clivaje. Se trata del clivaje del anti-establishment que, desde mediados de la década de 1980, hace una profunda eclosión y se refleja en las luchas antiglobalización, en los punks de Seattle, en los campesinos conservadores de Francia. A medida que este fenómeno evoluciona, aparecen las demandas de tipo identitario y, con ellas, su reacción por parte de las clases medias que envejecen. La sensación de que su modo de vida es amenazado se vuelve evidente con reformas como las del matrimonio igualitario, o con la difusión de valores que, ellos entienden, son ajenos a sus modos de vida. Esto sucede, sobre todo, en Europa. Y, luego de la crisis de 2008 y del colapso de los sistemas de seguridad social, estas clases medias envejecidas que quieren conservar sus jubilaciones en un esquema previsional que ya no alcanza para sostenerlos, comienzan a evidenciar un giro político. Los valores materiales se enfrentan a los postmateriales. Y esas clases medias viran rápidamente hacia opciones populistas tanto de izquierda como de derecha. En un trabajo de Ronald Inglehart y Pippa Norris, se pone de manifiesto que estos procesos colectivos de formación de la identidad electoral vienen transformándose desde mediados y fines del siglo XX. Pero, ciertamente, hay procesos que tienen también un carácter individual que hacen el problema aún más confuso. Estos se vinculan a la distinción entre líder y programa, algo que hemos trabajado con Eduardo Levy Yeyati y Constanza Abuin, intentando entender el proceso de elección. En definitiva, lo que sucede es que las preferencias de las personas no son tan estables. La preferencia por una medida de gobierno no es independiente del líder que la propone.
Desde la década de 1980, con unas clases medias que tenían asegurada su reproducción material, aparecían nuevos valores y preocupaciones que condicionaban el voto. Son los valores postmateriales.
¿Cómo es ese proceso?
Entrevistamos a unas 2 mil personas e hicimos dos encuestas en octubre de 2016 y julio de 2017. En esas encuestas, a un grupo de personas les preguntábamos, por ejemplo, qué opinaban sobre la posibilidad de desarrollar una jubilación universal o sobre la posibilidad de que los trabajadores no pagasen ningún tipo de impuesto a las ganancias. Y cuando pedíamos opinión de esas medidas de gobierno, tanto personas que votarían en una hipotética elección a Cristina Fernández de Kirchner como a Mauricio Macri, convergían en apoyarlas. Ahora bien, cuando les manifestábamos el origen de la propuesta, la situación cambiaba. Al aclarar que tal medida la promovía Macri y tal otra la promovía Cristina Kirchner, se modificaba la situación. Lo que veíamos era que las personas cambiaban en gran medida su apoyo a la agenda de gobierno de acuerdo con el origen partidario de determinadas medidas.
¿Puede que también existiese dentro de esa modalidad de elección una oposición a la forma en la que se encaran esas políticas? ¿Puede haber también un componente de rechazo ideológico proveniente de aspectos más emocionales que políticos en el rechazo a determinada medida por su origen político?
De alguna manera, todos los que decidimos, tenemos dos polos. Un extremo en el que podemos ser absolutamente racionales y discernir con bastante claridad las opciones, y otro más prejuicioso o irracional. Evidentemente, los seres humanos no tenemos suficiente información, tiempo y, sobre todo, posibilidades de decidir. Pongamos un ejemplo. Si uno desea tomar decisiones para reducir la desigualdad, votaría por medidas redistributivas. Esa sería una decisión buena, una decisión cuyos resultados se corresponden con lo que uno quiere que suceda en el mundo. Sin embargo, por otro lado, uno no cuenta con la información suficiente como para tomar esa decisión con un conocimiento acabado. Entonces, vota aquello que le parece que se corresponde con ello. Puede suceder, asimismo, otro tipo de situación. Alguien considera que Macri realizó una buena política de regularización del INDEC. Entones, cuando es consultado sobre la posibilidad de abrir la economía, apoya a Macri sin tener en claro cuáles serían los resultados de esas medidas. Solo piensa que Macri adoptó una buena política y, por lo tanto, adoptará bien otra. Esto, en lugar de un prejuicio, es un atajo. Es un camino corto.
En principio marcabas que el origen de clase, social y cultural, dejó de ser un predictor nato de las decisiones de voto de la gente. Ahora, marcás los sesgos cognitivos de las decisiones. ¿Cómo se combinan ambos factores?
Yo creo que estos sesgos siempre existieron, pero había otros determinantes que tal vez no fueron lo suficientemente estudiados. Hace algunos años se llevó adelante una línea de investigación respecto de la manera en la que los sesgos cognitivos premian o castigan. Porque, para premiar o castigar, la persona debe identificar quién es el responsable de que le haya ido mal y haya tenido que cerrar su negocio o, por el contrario, de que le haya ido bien y se haya podido comprar una casa. Esto se llama atribución de responsabilidades. En países federales como Argentina o Estados Unidos, la atribución de responsabilidad es algo bastante complejo.
¿Cuánto hay de cambio en los patrones de voto y cuánto hay de cambio en los propios partidos? Hay un punto en el que los propios partidos dejan de representar determinadas ideas y, también, determinadas materialidades. Por ejemplo, ¿la merma del voto socialdemócrata en Europa por parte de los sectores nacionales de la clase trabajadora solo tiene que ver con que cambia el voto la clase trabajadora o con que cambia la identidad de la social democracia?
A medida que una economía mucho más internacionalizada le quita poder a los políticos, se reducen los márgenes de acción.
Efectivamente, también debemos pensar qué es lo que sucedió con las ideologías para entender las modificaciones en los patrones de voto. Yo entendería este proceso más por la fluidez misma de los electorados y la pérdida de poder de los políticos, que por los cambios en la discursividad. A medida que una economía mucho más internacionalizada le quita poder a los políticos, se reducen los márgenes de acción. La posibilidad de comprometerse con un plan de gobierno que sostenga, por ejemplo, determinados niveles de inflación o una política de protección de la industria, es menor. Porque una crisis internacional puede forzar al político a hacer lo contrario. Es la consecuencia de este fenómeno de internacionalización la que provoca disconformidad con los representantes políticos, que, evidentemente, ya no pueden prometer un plan de gobierno. Entonces, por un lado, los políticos pueden hacer menos. Y por otro, la gente desconfía de ellos y de las llamadas élites. Así, llegamos al punto. Hoy, ya no es claro que un muchacho de clase obrera vote a un partido de tipo obrero. La fluidez de los electorados es la que a mi juicio lleva al “gatopardismo” o a la pérdida de pureza ideológica de los partidos de centroizquierda y centroderecha. Eso, a su vez, hace que el núcleo duro de esos partidos que busca la pureza ideológica manifieste una disconformidad con ellos. En ocasiones, ese electorado vira hacia partidos ubicados más a la izquierda o, por el contrario, en la extrema derecha.
El voto clásico de los trabajadores alemanes solía dirigirse al Partido Socialdemócrata. Hoy vemos que ese voto se desplaza a un partido de extrema derecha como Alternativa para Alemania.
La Encuesta Mundial de Valores demuestra que esta sensación de amenaza a la forma de vida o a los valores propios prima en Europa, pero no en Estados Unidos, donde el peso está puesto en la amenaza de la pérdida económica.
Es que el obrero observa, por un lado, que su partido histórico empieza torpemente a cambiar su discurso de elección en elección. Si a eso le suma la llegada masiva de inmigrantes y la comprensión de que las próximas generaciones no estarán mejor que las de la posguerra, se produce una crisis y un viraje del voto a opciones más extremas. Un fenómeno interesante es el que marca al respecto la Encuesta Mundial de Valores, que demuestra que esta sensación de amenaza a la forma de vida o a los valores propios prima en Europa, pero no en Estados Unidos, donde el peso está puesto en la amenaza de la pérdida económica. Debemos tener en cuenta que, en Estados Unidos, un país con un bipartidismo clásico, la división entre conservadores y demócratas no afectaba nítidamente en lo económico.
Es decir que no necesariamente los republicanos eran tradicionalmente de centroderecha y propietarios, y los demócratas de centroizquierda y trabajadores.
Eso no pasaba necesariamente. Los republicanos estaban un poco más a la derecha y los demócratas, más a la izquierda. Pero eso no pasaba. Una serie de investigaciones que estudian estos procesos de formación de opinión ideológica y electoral, empezaron a demostrar que el electorado norteamericano sí se corresponde en mayor medida con esa división. Si el votante de Trump es de clase media baja, del centro del país, conservador, menos educado, en los centros urbanos, donde la gente más educada y sostiene ideas más liberales apoya a los demócratas. Curiosamente, hay una reideologización en Estados Unidos que muy laxamente podríamos compararla con lo que está pasando en Argentina. Por primera vez, aparece un partido democrático de centroderecha. Digo muy laxamente porque todavía no sabemos quién es la centroizquierda.
Te referiste a la pérdida de capacidad de acción de los políticos por los efectos de la globalización. Dicho de otro modo, esto significa cierta pérdida de la soberanía de los Estados Nacionales. Tienen menos capacidad de decidir política de la que tenían antes de esta etapa. Uno puede suponer que esos partidos que nosotros conocimos en el siglo pasado se vinculaban a un Estado Nación muy fuerte y soberano. Cuando ese Estado Nación pierde control en lo global, ¿tienden a fortalecerse las alternativas políticas locales?
El partido político cuyo locus era el Estado Nacional se ve tan erosionado y tan en crisis como el Estado mismo. Y así como el Estado Nacional no tiene un reemplazo, el partido político tampoco lo tiene.
En principio diría que el Estado Nación viene muriéndose hace 200 años y todavía no hay nada que lo reemplace. El Estado Nación está sufriendo una transformación muy importante. Sus funciones se ven desafiadas por la imposibilidad de los políticos de tener instrumentos cuyos resultados consigan efectos concretos dentro de las fronteras nacionales. Pero también se ven desafiadas por el aumento del crimen organizado, por el avance del narcotráfico, por las crecientes migraciones. El partido político cuyo locus era el Estado Nacional se ve tan erosionado y tan en crisis como el Estado mismo. Y así como el Estado Nacional no tiene un reemplazo, el partido político, tampoco. Evidentemente, las autonomías subnacionales se fortalecen. Hasta hace unos años se consideraba que, como alternativa a la crisis del Estado Nación y de la democracia representativa, iba a emerger otro modelo vinculado a la participación directa. Este modelo estaría, claro, muy en contacto con las nuevas tecnologías y, particularmente, con Internet. Esto no sucedió. Y lo que sí está pasando es que el Estado Nación es incapaz de subordinar a estos otros poderes emergentes. Se trata de los poderes de las autonomías subnacionales, pero también los de las empresas. Lo que estamos experimentando es un cambio en el balance de poder.
¿Pero qué sucede, en un marco como este, con el candidato que no es capaz de ofrecer medidas concretas? ¿La ciudadanía sigue esperando que el político tome decisiones que afecten su vida como podía hacerlo hace treinta o cuarenta años o empieza a comprender que el político tiene que negociar con un mundo completamente diferente y que los tiempos son otros?
La reacción del electorado respecto de esta imposibilidad de los políticos de ofrecer una serie de soluciones se traduce en desprestigio
La ciudadanía sigue esperando lo mismo de los políticos y de las instituciones. En las encuestas de opinión que se realizan de manera regular, esto se evidencia claramente. De hecho, la opinión sobre los políticos es peor por este motivo. Porque las expectativas siguen siendo similares. La reacción del electorado respecto de esta imposibilidad de los políticos de ofrecer una serie de soluciones se traduce en desprestigio. Sin embargo, los niveles de participación en Argentina siguen siendo altos. En el caso de la ciudadanía argentina, todavía hay alguna confianza en que los políticos pueden ser los vehículos de una transformación. Ahora bien, yo incorporaría otras claves para pensar la forma en la que un político puede prometer resultados aún en un marco en el que, efectivamente, tiene tan poco poder de acción. Creo que ahí el punto central reside en el rol de los oficialismos. La ciudadanía decide a partir de la experiencia y, por lo tanto, lo hace con lo que se llama voto retrospectivo. Evalúa quien está en el gobierno y cuáles fueron sus políticas. Esto lo vincula directamente a su vida cotidiana o a la situación general, así como a temas que le resulten relevantes, aunque no les afecten concretamente. Lo premia reeligiéndolo o lo castiga retrospectivamente negándole su voto. Cierto es que, en ocasiones, prima el voto retrospectivo mientras que, en otras, prima el prospectivo. Esto podemos verlo en el caso argentino. Considero que el voto a Cambiemos fue primero un castigo al kirchnerismo; provenía de cierto agotamiento. Pero luego también se transformó en una demostración de confianza a la fuerza política liderada por Macri. El antagonismo con la opción anterior, en el caso de Cambiemos frente al kirchnerismo, es una herramienta que tiene el electorado para operar en este marco de incertidumbre.
¿Y qué sucedió con el voto en 2017? ¿El triunfo del oficialismo se vinculó a un voto de tipo prospectivo o retrospectivo?
Las elecciones de 2015 y 2017 fueron muy distintas. En 2015, Macri ganó con un voto en tres vueltas. Unas primarias, una primera, y una segunda ronda electoral. Y ganó con lo justo. En 2017, en cambio, se evidenció un espaldarazo muy fuerte al gobierno. Claramente esto fue distinto porque a nivel discursivo, en 2015, Cambiemos buscaba converger y cerrar la grieta. En 2017, en cambio, apeló fuertemente a la polarización política. Esto le otorgó muy buenos resultados. En ese momento, Cristina era vista como una amenaza. Considero que en 2017 había todavía una cuota de voto retrospectivo. Esa fue la carta que jugó hábilmente Cambiemos. Sin embargo, me parece que la polarización está hoy algo más debilitada, en la medida en que Cristina no está siendo percibida como una amenaza a la luz de su fracaso electoral y por su falta de consenso dentro del peronismo. Creo que el gobierno está probando otros vectores de polarización.
¿El sindicalismo, por ejemplo?
Sí. Pero, sobre todo, la mano dura. Creo que, en este último tiempo, Cambiemos está buscando recuperar la grieta, pero con otro contenido. Y creo que es muy peligroso. Yo no creo que el gobierno abrace con mucha fe la mano dura, pero pareciera que va ahondando en aquello que entiende que le permite sostener su vínculo con el electorado. Cosa que es peligrosísima. Creo que es necesario denunciar la actitud del presidente recibiendo a una persona como el policía Chocobar, acusada de matar a otra por la espalda. No importa si el asesinado era o no era un delincuente. Que voceros del gobierno se sientan habilitados para profundizar este discurso, puede ser una manera de continuar la grieta, pero a un costo altísimo.
¿Esto se vincula con la idea de abrir grietas generando una identidad, una cohesión interna? Parece algo distinto a la polarización…
El estudio que hicimos el año pasado marca algo en ese sentido. Lo que nosotros concluimos como diagnóstico era que Cambiemos gana oponiéndose, pero tiene el desafío de construir una identidad propia. Necesita elementos que lo cohesionen, que les den un idioma común a sus partidarios. Es probable que esta pueda ser una estrategia distinta que polarizar. El tema es cómo reaccionan los otros. Por ejemplo, si nosotros solamente reaccionamos denunciando la recepción de un policía acusado de asesinato por parte del presidente, pero dejamos de dedicar la atención a otros aspectos de la gestión pública que parecen no estar tan conceptualizados y que son fundamentales, lo que termina sucediendo es que obturamos reflexiones más profundas.
Sobre la entrevistada:
Lorena Moscovich es licenciada en Ciencia Política, Magíster en Investigación en Ciencias Sociales y Doctora en Ciencias Sociales, por la Universidad de Buenos Aires, donde también enseña Ciencia Política. Es profesora adjunta de Ciencia Política e investigadora de la Universidad de San Andrés. Ha sido profesora de posgrado en FLACSO Argentina y para alumnos de la Florida International University. Dirige el proyecto internacional Federalism and Inequality in the Global South, en la Universidad de Brown, donde es académica adscripta del Center for Latin American Studies.