Autora: Nadia Urbinati
Este trabajo expone un análisis del populismo y argumenta que los componentes que lo hacen un fenómeno reconocible son la simplificación y la polarización de las divisiones políticas para alcanzar una unificación más profunda de las masas contra las élites, y una narrativa orgánica que casi siempre es encarnada por un líder. De este modo, el populismo es un fenómeno interno de la democracia representativa y constituye un desafío porque compite en lo relativo al significado y a la práctica de la representatividad política, que apunta a una identificación más auténtica entre los representados y sus representantes. Luego de diferenciar el populismo de los movimientos populares, el trabajo propone situar este fenómeno dentro de la tradición de la república romana para entenderlo mejor.
El populismo es un fenómeno impreciso que puede traducirse como “acercar la política al pueblo” y “el pueblo a la política”[1]. Su vaguedad intrínseca se ve exacerbada por el uso que la política hace del término cotidianamente para indicar el juicio negativo y disperso de la gente sobre del desempeño de la democracia representativa, los políticos electos y los gobiernos.[2] En este artículo mostraré que el populismo es un fenómeno parasitario de la democracia representativa (porque es inherente a ella) y que esta última es su objetivo verdadero y radical.[3] La pugna no produce necesariamente una política más democrática, aunque esto es lo que proclama el populismo. En cuanto a su fenomenología, el populismo es un estilo político determinado o una serie de tropos y figuras. Pero es todavía más que eso pues busca el poder del estado para implementar una agenda política cuya principal característica reconocible es la hostilidad contra el liberalismo y los principios de la democracia constitucional, principalmente los derechos de las minorías, la división de poderes y el pluralismo partidario. Aunque “simplemente carecemos de una teoría sobre el populismo”[4], en este artículo propongo la siguiente generalización sobre la experiencia histórica: un movimiento populista que logra conducir una sociedad democrática tiende hacia formas institucionales y una reorganización política del estado que cambian, e incluso destrozan, la democracia constitucional por la centralización del poder, el debilitamiento de controles y balances, el desprecio de la oposición política y la transformación de las elecciones en un plebiscito del líder. El populismo tiene una visión polarizada de la comunidad política que se asemeja más al formato tradicional de la república romana que a la democracia. Considero que este punto es crucial (aunque no está estudiado)[5] para comprender el significado anti-individualista del reclamo al pueblo y la razón de la profunda antipatía populista hacia la base individualista del sufragio, el pluralismo, el disenso, la visión de las minorías y la dispersión del poder que son características que los procedimientos democráticos asumen y promueven. [6]
La interpretación que promuevo está basada en la crítica al populismo de Norberto Bobbio, la interpretación de Margaret Canovan sobre el populismo como una ideología y el análisis de Benjamín Ariditi de sus manifestaciones en el espacio político. Como Bobbio, sitúo al populismo no simplemente en el marco de la democracia sino de la democracia representativa; sostengo que su cuestionamiento crítico y, a veces, drástico de los procedimientos e instituciones de la democracia representativa y constitucional raramente son un enriquecimiento de la democracia.[7] Como la demagogia en la antigua democracia directa, a pesar de no ser una violación de la democracia, el populismo -si resulta exitoso- puede facilitar la salida de la democracia. En la línea de Canovan, tomo al populismo como una ideología del pueblo que, incluso en sintonía con el lenguaje democrático, está en agudo contraste con la “democracia práctica”, es decir la actividad política de los ciudadanos comunes.[8] Al igual que Arditi, veo al populismo como una posibilidad permanente dentro de la democracia representativa porque es endógeno al estilo ideológico de las políticas que las elecciones alimentan al promover la lucha por la votación y los lugares. [9] Pero antes de desarrollar mi argumento necesito aclarar la forma en que uso este término en relación a los movimientos populares.
Movimientos populares y populismo
Personalmente, no trato al populismo igual que a los “movimientos populares” o “lo popular”. El populismo es algo distinto, y las características que analizaré demuestran porqué. Como anticipo de la distinción entre movimiento popular y populismo, pude ser útil tener en cuenta a los dos movimientos más recientes en la política de Estados Unidos, Ocuppy Wall Street y el Tea Party. El eslogan de Ocuppy Wall Street “Somos el 99%” encaja en el esquema formal del discurso populista como polarización de lo mucho y lo poco y como debate de las instituciones representativas (dos componentes importantes del populismo). Sin embargo, no se ajusta a la visión populista de la democracia que intento analizar (y criticar) porque es acéfalo y no está organizado como para conquistar el poder político a nivel gubernamental. Si bien me doy cuenta que los fenómenos políticos empíricos operan en terreno movedizo y no se ajustan a generalizaciones, no niego que hay cierta fluidez entre el movimiento popular y el populismo por lo que será difícil lograr distinciones claras. Sin la presencia de un líder o una conducción centralizada que busca el control de la mayoría, un movimiento popular con una retórica populista (esto es la polarización y el discurso anti-representativo) no alcanza a ser un populismo. El Tea Party demuestra esto por defecto. Este movimiento tiene muchos componentes populistas en su ideología y en su retórica pero carece de una estructura vertical y unificada que, como veremos, caracteriza al populismo.[10] Sin embargo, esta carencia parece ser accidental más que premeditada pues el Tea Party buscaba, y todavía busca, un líder representativo y unificador capaz de conquistar y cambiar al Partido Republicano y al país. Contrariamente a lo que ocurre con Occupy Wall Street, desde su inicio el Tea Party ha querido ser más que un movimiento de protesta.
Entonces, podemos decir que estamos en presencia de una retórica populista pero no de populismo cuando el discurso polarizador y anti-representativo lo tiene un movimiento social que quiere ser un electorado independiente de los funcionarios electos, se resiste a transformarse en una entidad electa, y mantiene a los funcionarios electos bajo la lupa y rindiendo cuentas: este es el caso de un movimiento popular de protesta y lucha como Occupy Wall Street. En cambio, hay retórica populista y populismo cuando un movimiento no quiere ser electorado independiente sino ocupar las instituciones representativas y ganar la mayoría para amoldar toda la sociedad a su ideología:[11] este es el caso del Tea Party, un movimiento con un proyecto populista de poder.
Por consiguiente, para que el populismo pase de movimiento a gobierno se necesita una ideología orgánica de polarización y un líder que quiera transformar la protesta y la angustia popular en una estrategia de movilización de las masas hacia la conquista de un gobierno democrático. Sin una narrativa organizativa y un liderazgo que reivindique a su pueblo como la verdadera expresión del pueblo como un todo, un movimiento popular permanece como lo que es: un movimiento sacrosanto de protesta y discusión en contra de una tendencia de la sociedad, que traiciona algunos principios democráticos básicos, especialmente la igualdad. Pero el populismo es más que retórica populista y protesta política. Por lo tanto, la distinción entre la forma de un movimiento y la forma de gobierno es esencial para analizar el populismo.
Hay retórica populista y populismo solo cuando un movimiento determinado pretende ocupar las instituciones representativas y ganar la mayoría para amoldar toda la sociedad a su ideología.
A continuación, reconozco estos dos niveles y concentro mi atención en el análisis de las características e implicaciones del populismo como una concepción y una forma de poder dentro de un sistema democrático representativo. En una sociedad democrática, no debe confundirse o identificarse a un movimiento popular de protesta o crítica con una concepción populista del estado de poder. El primero es consistente con la naturaleza de diarquía de la democracia representativa (el sufragio como poder autoritario y la opinión como poder indirecto que influencia las decisiones por medio de una amplia red de juicios); el segundo considera la diarquía como un obstáculo pues quiere mantener la opinión del pueblo separada del poder autoritario de las instituciones. El populismo es un proyecto de poder que aspira hacer que la opinión de la mayoría sea idéntica a la autoridad del estado soberano, de hecho hace que sus líderes y funcionarios electos utilicen el estado para favorecer, consolidar y ampliar su electorado. [12] En este artículo, me concentraré en este fenómeno específico.
Para que el populismo pase de movimiento a gobierno se necesita una ideología orgánica de polarización y un líder que quiera transformar la protesta y la angustia popular en una estrategia de movilización de las masas.
¿Un concepto ambiguo?
Habiendo aclarado los límites y el dominio en que se usa el término, continuo con mi hipótesis y describo brevemente el contexto histórico en el que nació el populismo porque este contexto ha sido, y aun es, una variable importante en su evaluación. La distancia entre los estudiosos de Europa y América del Norte en su interpretación es un ejemplo importante de la continua ambigüedad de su significado.
El historiador estadounidense Michael Kazin considera al populismo como una expresión democrática de la vida política necesaria para volver a equilibrar la distribución del poder político en beneficio de la mayoría. Por medio del populismo, los ciudadanos norteamericanos “han podido quejarse de las inequidades sociales y económicas sin poner en duda todo el sistema”. [13] A mediados del siglo XIX, Ralph Waldo Emerson escribió la famosa frase: “Marchar sin el pueblo es adentrarse en la noche.”[14] Consistentemente, los historiadores Gordon Wood, Harry S. Stout y Alain Heimert consideraron el Gran Despertar de mediados del siglo XVIII como el primer ejemplo de populismo democrático de América del Norte, una “nueva forma de comunicación de las masas” gracias a la cual “se alentaba -incluso ordenaba- al pueblo a expresarse”.[15] Heimert explicó que los seguidores de Jonathan Edwards tradujeron el lenguaje abstracto tanto de las elites intelectuales republicanas como liberales a su propio idioma, hecho de símbolos religiosos y alegorías bíblicas, en contra de teólogos profesionales y líderes políticos.[16] El populismo nació como una denuncia a la implementación de la nueva república, sus intelectuales y su gobierno representativo. En esa temprana denuncia, se acuñó el lenguaje populista básico.
Un poderoso alegato de esa primera forma de populismo fue que la democracia (en realidad el “gobierno popular” como explico enseguida) tiene una vocación instintiva anti-intelectual ya que rechaza la actitud y los estilos lingüísticos alejados de los que el pueblo comparte y practica en su vida cotidiana. Así el intelectualismo o el lenguaje indirecto se opuso al estilo de expresión popular o directo. El mismo dualismo se aplicó a la política como acción colectiva hecha por medios indirectos (instituciones y procedimientos) o expresión directa de la opinión popular. Estos dualismos resurgían de tanto en tanto y se convirtieron en el primum movens del populismo. La plataforma del Partido Popular (People´s Party) de 1892 surgió de la lógica binaria que enfrentaba el lenguaje simple de los productores de cosecha con el lenguaje sofisticado de financistas y políticos. [17] La polarización como simplificación del pluralismo social en dos amplias facciones -el popolo y el grandi– fue la característica principal del populismo, su rasgo romano.
La historia norteamericana también muestra que el populismo, tanto como retórica política y como movimiento político, se ha visto como una forma posible de expresión colectiva de resentimiento contra los enemigos internos del “pueblo”. Su fuerza oculta yacía en la creencia de una supuesta pureza de los orígenes del movimiento popular y su adulteración en manos de la complejidad artificial de la civilización y la sofisticada organización institucional del estado. [18] Así como los creyentes del Gran Despertar aspiraban a que la religión se emancipara de las iglesias fundadas en nombre de la pureza religiosa, el Partido Popular de fines del siglo XIX sostenía la emancipación de la nación del “poder del dinero” (artificial) en nombre de la propiedad y el trabajo (natural). Franqueza vs hipocresía se igualaba con naturaleza vs artificio, y movimientos populares vs política institucional. Cuando la política toma formas indirectas, se arriesga a convertirse en anti-popular: en la historia de Estados Unidos, desde el comienzo de la república, este fue el mensaje básico de la ideología populista y la razón de la atracción de los demócratas. Es interesante ver que el populismo, como movimiento positivo del pueblo en contraposición a la oposición elitista, nació en el seno institucional e ideológico de la república.
Vale la pena seguir esta línea de pensamiento: planteo en este artículo que el populismo puede verse como una interpretación de la democracia hecha desde una estructura y una perspectiva republicanas de gobierno y política. El gobierno popular es su referencia, más que la democracia. El análisis del trabajo de los teóricos que apoyan al populismo, desde Ernesto Laclau hasta John McCormick, confirman esta interpretación con la que concluiré.
Teniendo en cuenta la experiencia americana, los académicos han propuesto continuar la idea de que la diferencia entre populismo “bueno” y “malo” es la diferencia entre una fe democrática sincera y una fe instrumental -cual un termómetro el populismo mediría el tenor de la democracia en una sociedad determinada. Este esquema vuelve a aparecer en el trabajo de los académicos más representativos del populismo, en sus seguidores y también en sus críticos. Peter Worsley describe al populismo y al elitismo como dos polos opuestos del continuum de la política, cuyo tenor democrático es como un péndulo que va del primero (más democrático) al segundo (menos democrático).[19] Margaret Canovan sugiere que veamos al populismo como una “política de fe” que pretende corregir la política normal de su inevitable modo escéptico y pragmático. Ernesto Laclau también interpreta los movimientos populistas en América Latina como procesos de equilibrio hegemónico dentro del bloque de poder obtenido por la incorporación de la ideología popular-democrática de las masas. Laclau, probablemente el académico que produjo la teoría más comprensiva sobre el populismo, va más allá e identifica al populismo no simplemente con “acción política” o formas de discurso (es decir, una forma ideológica de discurso político) sino con la democracia misma porque es una acción política que da un papel central a la gente trabajadora o común. Entonces, el populismo parece ser una política más democrática e igualitaria que la obtenida por procedimientos representativos, que son su adversario directo y verdadero. [20]
Los politólogos han enfatizado el rol de la movilización del pueblo como un síntoma del descontento de los ciudadanos comunes hacia la política tradicional -sin importar los resultados que obtengan- como una característica del populismo.[21] Newt Gingrich dijo del Presidente Barak Obama y los demócratas: “son un gobierno de la elite, para la elite y por la elite”. [22] La protestas contra los intelectuales, la alta cultura, la gente de la universidad, los ataques contra la “basura” cosmopolita de los “peces gordos” en nombre del “sentido común de la gente común” que vive de su trabajo y vive en la franja angosta de un barrio o de un pueblo son los componentes de una ideología que en todos lados se reconoce como populista. [23] Esto hizo que Laclau declare al populismo como una expresión vívida del imaginario democrático, y es más, como una estrategia para fusionar los distintos reclamos, quejas y demandas que los partidos políticos fragmentan y filtran en el momento en el que se preparan para ocupar cargos institucionales. [24] Canovan ha promovido la idea de que la movilización del pueblo funciona como una fuerza redentora de la democracia porque significa “llevar la política al pueblo”.[25]
Los politólogos han enfatizado el rol de la movilización del pueblo como un síntoma del descontento de los ciudadanos comunes hacia la política tradicional como una característica del populismo.
En síntesis, de acuerdo a estas lecturas consolidadas, el populismo pertenece a la familia de la democracia porque depende del discurso y la opinión, y por sus dos características estructurales: la polarización (las mayorías vs las minorías) y la alianza con el sector democrático o la mayoría. En realidad, es la incorporación de la visión de la gran mayoría como un actor colectivo.
Sin embargo, esta interpretación no resulta convincente porque la polarización hace a la ideología del pueblo menos inclusiva que la ciudadanía democrática. En la ideología populista, el concepto de pueblo es endógenamente sociológico y se identifica con una parte del pueblo: o las mayorías o los menos acaudalados o la clase baja. Así el populismo presagia una política no de inclusión sino de exclusión: para esto sirve la polarización. No es casual que su núcleo soberano sea “el pueblo”, y no los ciudadanos como en una democracia. Inclusión no es lo mismo que igualdad isonómica (del griego isonomía, o igualdad por ley como condición para la igualdad política o para que la opinión de una persona tenga valor) de forma que, si la libertad igualitaria es lo que caracteriza a la democracia, el populismo es una representación más pobre, no más rica, de la misma.
La historia política de Europa después del siglo XVIII confirma este diagnóstico crítico. Sin dudas, el juicio positivo de los historiadores norteamericanos sobre las sociedades y políticas europeas es casi indefendible. Europa resulta un laboratorio mucho más interesante de populismo, ya que en el viejo continente este fenómeno fue capaz de despejar toda ambigüedad y descubrir sus potenciales y características más peculiares. Esto ocurrió porque en Europa, la unidad popular o nacional (un colectivo cuyos miembros se presumían iguales no solo normativamente sino también como personas jurídicas) fue el pilar de la democracia. Además, mientras que Estados Unidos fue un proyecto democrático desde su inicio (a pesar de que la intención de sus fundadores más representativos no era democrática) porque se basó en una orden política nacida del consentimiento, en los países de Europa la democracia surgió desde adentro de una sociedad en la que los filósofos y los líderes políticos (intelectuales en el sentido más amplio) trataron sistemáticamente de detener la democratización o de domesticarla sometiéndola a un estado burocrático y a una sociedad jerárquica en donde el consentimiento era preferentemente impuesto desde arriba u orquestado. La experiencia política de la Europa continental muestra dos características: que el populismo nació en la era representativa y constitucional, y que su papel fue devastador para la democracia constitucional.
Napoleón fue el primer líder que “fabricó” consentimiento por medio de la opinión pública. Lo hizo para movilizar al pueblo en su nombre usando los medios de formación de opinión y propaganda que su sociedad ofrecía, con un número creciente de material impreso y clubs políticos. [26] Al enfrentar la oposición del público (los medios y los pocos cultos) con su ambición imperial y la política de reconciliación con el clero católico, despertó los sentimientos anti-elitistas del pueblo para que condenaran a los intelectuales como “ideólogos” y “doctrinarios”.[27] La estrategia demagógica de Napoleón ha sido recurrente en Europa. Si miramos el caso de Italia (que está lejos de ser el único), después de la Segunda Guerra Mundial, Benito Mussolini utilizó la angustia de la clase media y el empobrecimiento de los ya pobres para polarizar la vida política y transformar el gobierno liberal de Italia en un régimen de masas en contra de las minorías políticas. A pesar de que nunca suspendió el acta constitutiva del estado liberal, Mussolini creo un régimen populista que hizo llamados frecuentes al pueblo y usó la propaganda para movilizar a los muchos y moldear su opinión, mientras reprimía el pluralismo y la oposición. [28] En la historia reciente de Italia, el movimiento secesionista de la Liga del Norte y la política cesarista de Silvio Berlusconi son ejemplo de nuevas versiones de populismo. Su estrategia retórica más importante es nuevamente hacer ver a sus respectivos movimientos como “verdaderas” alternativas tanto para los partidos políticos existentes como para la democracia parlamentaria. Atacan a la política parlamentaria por elitista y anti-democrática a causa de su distanciamiento de la opinión de la gente común. Además hacen un uso sistemático de la propaganda -y en algunos casos son dueños de la mitad de las estaciones de televisión nacional y de las imprentas- para crear una forma uniforme de pensamiento y discurso en público. Los nuevos populistas explotan la doxa y son capaces de convertirla en su creación y no en la de los ciudadanos.[29]
Para terminar este breve paralelo entre las experiencias populistas en América y Europa, diría que el populismo europeo en sus repetidas resurrecciones, ha seguido políticas de derecha, o políticas cuyo objetivo no eran la implementación de una democracia constitucional. De todas maneras, pueden darse formas populistas de movilización, y en Europa se han dado recientemente, incluso dentro de la opinión política de izquierda. En definitiva, a pesar del malestar de la democracia representativa y la economía, a pesar de su constante llamado a políticas más populares, el populismo representa la lucha de las políticas constitucionales, y la democracia constitucional en particular, con la política de derechos que conlleva. [30]
Esto me permite introducir el siguiente comentario sobre la ambigüedad y vaguedad del término: a pesar de que el populismo no ha logrado una transparencia indiscutible, no es un fenómeno político neutral. Cualquier intento de tratarlo como tal choca contra el hecho concreto de que es una lucha radical de políticas parlamentarias y representativas en nombre de la afirmación directa o colectiva de la voluntad del pueblo, donde esta voluntad no se valora con cierto criterio sino que la declaran los líderes u oradores carismáticos. La opinión de las masas llega a ser identificada con la voluntad del pueblo, por fuera de instituciones y procedimientos que detectan y regulan la evaluación de dicha voluntad. El populismo presume que la voz del pueblo es idéntica a la de la mayoría y a la del líder que la encarna.
Una crítica radical a la democracia representativa
El populismo es a la democracia representativa lo que la demagogia fue a la democracia directa: interna a ella y parasitaria en ella. El paralelo entre formas antiguas y modernas de democracia es importante para aumentar nuestra comprensión del fenómeno del populismo. Según el análisis crucial de Aristóteles, la demagogia dentro de la democracia es: a) una posibilidad permanente en tanto depende del uso de la expresión y la opinión pública; b) un uso más intensivo del principio de la mayoría para convertirlo casi en absoluto o una forma de poder más que un método para la toma de decisiones (el populismo es el gobierno de la mayoría más que una política que usa la decisión de la mayoría); y c) la sala de espera de un posible régimen tiránico. Como acertadamente escribió Benjamín Arditi, el populismo florece como compañero de viaje de la democracia, como una forma radical de acción democrática en tiempos de conflicto social y presión económica: para la democracia el resultado puede ser peligroso. Así la relación del populismo con la democracia es más un problema de contención que de compatibilidad.
El populismo es a la democracia representativa lo que la demagogia fue a la democracia directa: interna a ella y parasitaria en ella.
Estas observaciones sugieren que agregamos características extras al populismo, concretamente que no es un movimiento revolucionario porque no crea la soberanía del pueblo sino que interviene cuando ya existe la soberanía del pueblo, y sus leyes y valores están escritos en una constitución.[31] El populismo representa un llamado al pueblo en un orden político en el cual el pueblo ya es formalmente el soberano. Entonces sería errado emplear el término para describir una revolución democrática -a pesar de que las revoluciones de Francia y Estados Unidos, que no fueron populistas, no hubiesen existido sin la movilización del pueblo. El populismo no crea democracia. Para resumir la distinción que hace Aristóteles entre un líder del pueblo y un demagogo, mientras que Solón y Clístenes eran “líderes del pueblo” porque ayudaron a los atenienses a conseguir libertad política, Pisístrato fue un “mal” líder o un demagogo porque socavó la democracia existente. [32] Puede verse al populismo como a un movimiento que expresa la ambición de su líder por llegar rápidamente al poder sin esperar la temporalidad política que regulan los procedimientos democráticos. El populismo crece dentro de una democracia existente y cuestiona la forma en que funciona pero cree, aun sin convicción, que la hará más democrática.
Aunque el contexto histórico y político es una variable importante, el populismo es más que un fenómeno históricamente precario; pertenece a la interpretación de la democracia misma. Tanto el carácter como la práctica del populismo enfatizan, y más o menos conscientemente derivan en una visión de la democracia que puede ser profundamente adversa a la libertad política en cuanto aplaza la dialéctica política entre los ciudadanos y grupos, revoca la mediación de las instituciones políticas y mantiene una noción orgánica del cuerpo político que es alérgica a las minorías y a los derechos. La ideología del populismo reemplaza igualdad por unidad, y así se opone al pluralismo social y político. Su importancia extrema es la transformación de una comunidad política en una entidad del tipo corporativo, en la que se niegan las diferencias ideológicas y de clase y se las domina en el intento de cumplir con el mito de total integridad de la sociedad y el estado. Por consiguiente, a pesar del vehemente antagonismo contra el orden político existente y la elite, el populismo, cuando adquiere el poder del estado, tiene una vocación profundamente estatista: es impaciente con el gobierno porque ansía un decisionismo sin límites, que la ideología del pueblo legitima.[33]
Polarización, cesarismo y populus
Podemos decir que el populismo es la forma de ser de un movimiento o partido político que se caracteriza por un conjunto de ideas reconocibles: a) la exaltación de la soberanía del pueblo como condición de una política de sinceridad, transparencia o pureza contra la práctica cotidiana de compromiso y negociación que persiguen los políticos; b) el gusto por, o la afirmación de la corrección e incluso del derecho de la mayoría contra cualquier minoría, política o de otro índole (en Europa el populismo alimenta fuertes ideologías discriminatorias contra la cultura, el género, la religión y las minorías lingüísticas); c) la idea de que la política implica identidad opositora o la construcción del “nosotros” contra “ellos”; y d) la santificación de la unidad y la hegemonía del pueblo versus cualquier parte de él.
El populismo trata al pluralismo de ideas e intereses como declaraciones litigantes que deberían ser simplificadas para crear un escenario polarizado que haga que el pueblo sepa en forma inmediata como juzgar y a quien apoyar. La simplificación y la polarización están en perspectiva para lograr una unificación más profunda de las masas contra las elites existentes y bajo una narrativa orgánica que la mayoría de las veces encarna un líder. El populismo apenas puede concebirse sin una política personalista. Así que yo sugeriría identificarlo con dos procesos políticos entrelazados: uno que apunta hacia la polarización de la ciudadanía en dos clases orgánicas (los muchos y los pocos) y el otro que va hacia la verticalización del sistema político. La polarización y el cesarismo van de la mano y ambos constituyen un fuerte desafío para la democracia representativa.
El populismo trata al pluralismo de ideas e intereses como declaraciones litigantes que deberían ser simplificadas para crear un escenario polarizado que haga que el pueblo sepa en forma inmediata como juzgar y a quien apoyar.
Siguiendo a Carl Schmitt[34], los populistas realmente reconocen el conflicto político dado que conciben la política en términos de antagonismo, como una arena en donde amigos y enemigos chocan. Pero consideran el conflicto como un medio o un momento catártico en la creación de una meticulosa unificación del pueblo. El populismo aprecia más la polarización que el pluralismo. De hecho, utiliza el conflicto político y los procedimientos electorales en nombre de una abrumadora victoria y como instrumento para la movilización de una parte del pueblo en contra de la otra parte, en vista de que el ganador sea el catalizador de muchas fracciones o partidos, cuyo continuo litigar -se cree- debilita la unidad social. El populismo sospecha del sistema multipartidario; por consiguiente, niega la representatividad electoral, que es la institución por medio de la cual se implementan los procedimientos democráticos.[35] Representa y teoriza sobre la democracia como un conflicto hegemónico para la dominación del sentimiento y la opinión popular de sus componentes. Según Robert Dahl, el populismo da a la ciudadanía el “control final” y “total” del orden político, lo que empíricamente significa el control de la mayoría. [36]
Este proyecto unificador transforma la política en una simplificación que estrecha la posibilidad de un espacio de comunicación abierto a todos por igual puesto que no pertenece a nadie. Aunque Laclau afirma que la ocupación populista del espacio de poder es “parcial” o incompleta, da la impresión que su imparcialidad o su incompletud es más un límite que la práctica en la formación de consenso no puede evitar o superar que un principio normativo. El populismo hace pública la opinión en cuanto pertenece a un solo público.
Claude Lefort fue el autor que mejor anticipó el riesgo populista comprendido en el gobierno de la opinión (es decir, la democracia representativa). No por casualidad terminó describiendo al totalitarismo en un intento por comprender la gran implicación de un proyecto que, en oposición al pluralismo, tiene como objetivo la materialización del objetivo soberano como si fuera un actor homogéneo. Lefort describió este proceso como “condensación entre la esfera de poder, la esfera del derecho y la esfera del conocimiento”.[37] El populismo produce concentración de poder y lo hace en un intento por resolver la “paradoja de la política”[38] que “determina quienes constituyen el pueblo”.[39] Por consiguiente, mientras que el enfoque procedimentalista siempre deja abierta esta pregunta, el populismo quiere cerrarla o, como argumentó Laclau al corregir la idea de Lefort de que mientras la procedimentalización de la política deja vacío el espacio de poder en las democracias, el populismo quiere llenar ese espacio convirtiendo la política en productora de vacío por medio de un trabajo hegemónico de realineamiento ideológico de las fuerzas sociales.
El objetivo del populismo consiste en vaciar el espacio de poder para volver a ocuparlo. [40] Esto implica la erosión del dominio simbólico y su sustitución con la materialidad del poder. En otras palabras, significa que el conflicto de intereses y entre clases ya no ocurre en el lenguaje de las instituciones y los procedimientos, excepto como la expresión directa del poder social que hace del estado su instrumento. El populismo infiere su misión al reconocer que el marco simbólico del poder es el que sostiene un régimen político; esta misión consiste en ocupar y conquistar dicho marco simbólico. Del pluralismo de opiniones a la producción de una narrativa dominante: ésta es la principal tarea de un proceso político cuyo objetivo es fusionar la pluralidad de los públicos que constituyen lo que en una sociedad democrática llamamos opinión pública.
El objetivo del populismo consiste en vaciar el espacio de poder para volver a ocuparlo.
El populismo rivaliza con la democracia representativa por el significado y la práctica de la representatividad dado que apunta a una identificación más genuina entre los representados y los representantes. Lo logra haciendo de la representatividad un proceso esencial en la unificación del pueblo, no solo como un mecanismo de defensa y expresión de las opiniones e intereses de los ciudadanos. El populismo considera la representatividad como una estrategia para la constitución del orden político por sobre la sociedad y a través de la expulsión de los intereses sociales de la política, de aquí los conflictos. Schmitt afirma, dando así un importante argumento al populismo, que la representatividad es una política en tanto que repele a los llamados “liberales de control”, monitoreando la relación entre sociedad y política y acortando la distancia entre el líder electo y los electores al incorporar la sociedad al estado. Así, el cesarismo es su destino.
La unificación del pueblo contra el pluralismo es el tropo estructural del populismo moderno, como lo fue en la antigua demagogia. Solo basta mencionar el argumento de Schmitt a favor del presidencialismo contra el parlamentarismo. Schmitt explica que el último es una colección de electos que representan intereses, partidos y clases sociales mientras que “el presidente es electo por todo el pueblo de Alemania”. En el último caso, solo las elecciones son una estrategia para la unión más que para la desunión y la representación es verdaderamente una reproducción visual de toda la nación a nivel simbólico e institucional, no la expresión solo de algunas partes de ella o una estrategia para la infiltración de intereses sociales en el estado. En la visión católica de Schmitt, el Presidente personificó la representación que hacía visible al pueblo, así como el Papa encarnaba a la divinidad invisible. Evidentemente, desde que la representatividad fue una síntesis de identidad con la presencia del soberano, el pluralismo partidario y la competencia parlamentaria fueron para Schmitt anatemas, un pecado mortal en su teología política porque equivale a un cismo religioso. “El Presidente, en contraste con la fragmentación de la agrupación parlamentaria, tiene la confianza de todo el pueblo sin mediar el promedio de un parlamento atomizado en partidos. Esta confianza, más bien, está directamente unida a su persona.”[41] Según la democracia populista, las instituciones representativas tienen esencialmente un valor instrumental. Es directamente el pueblo -en realidad su mayoría- quien legitima instituciones sin otra mediación que su voluntad real y expresa. Schmitt escribió: “Contra la voluntad del pueblo, una institución basada en la discusión de los representativos independientes no tiene justificación autónoma para existir.”[42] El populismo niega la autonomía de las instituciones políticas, especialmente a la rama legislativa; por este motivo tiene una fuerte vocación anti-parlamentaria.[43] Esto nos lleva una vez más al cesarismo, una categoría que analizaremos brevemente.
En la visión católica de Schmitt, el Presidente personificó la representación que hacía visible al pueblo, así como el Papa encarnaba a la divinidad invisible.
Laclau recupera los temas más importantes de Schmitt en cuanto a la democracia populista. Consciente del problema del cesarismo y del liderazgo dictatorial, sostiene que a pesar de que puede tomar formas personalistas y de que a veces incluso se la ha identificado con nombres (Mussolini, Perón, Chávez), no es la personalización la que cumple con los requisitos de la política populista. Sí lo hace, en cambio, la clase de pensamiento que pone en marcha “por medio de dicotomías como el pueblo vs la oligarquía, masas trabajadoras vs explotadores, etcétera”.[44] De este modo, el populismo no sería simplemente “acción política” sino una clase democrática de acción política porque da a la clase trabajadora, a los pobres o a la gente común el escenario central del foro. El populismo es lo mismo que la política y, es más, es igual a una política más igualitaria o democrática. Si la personalización está en juego, Laclau deduce que esto no es lo que hace a la política populista ser lo que es: la identificación del movimiento bajo un líder es un medio que la política populista puede encontrar conveniente para hacer que la polarización triunfe. Además, mejorar la personalización con la polarización no ayuda a que el populismo sea lo mismo que la política democrática, como hemos visto más arriba, ni siquiera cuando se engancha con la noción de hegemonía de Antonio Gramsci.
Laclau transmite la noción de ideología de Gramsci como una narrativa unificadora para la constitución de identidad colectiva. Pero Gramsci fue explícito señalando los peligros que tiene una política de hegemonía. Pensaba, por ejemplo, que a menos que estuviese anclada en la organización de un partido con liderazgo colectivo y arraigada en una concepción de la historia y del progreso social incapaz de ser transformarla en una herramienta retórica de persuasión, la política hegemónica sería peligrosamente propensa a convertirse en vehículo del cesarismo reaccionario que usa al populismo para ser victorioso. En sus Notas sobre Macchiavello, en las que analiza las dos formas del cesarismo, Gramsci repasó la clásica doctrina marxista según la cual todas las formas de gobierno de facto estaban representadas como dictadura de la clase dominante. La articulación del cesarismo que hace Gramsci es una reformulación interesante del análisis aristotélico del surgimiento del liderazgo demagógico.
Laclau transmite la noción de ideología de Gramsci como una narrativa unificadora para la constitución de identidad colectiva. Pero Gramsci fue explícito señalando los peligros que tiene una política de hegemonía.
Gramsci reinterpretó la idea de Bonapartismo de Marx para dar sentido a la función progresiva de la política del líder en un escenario revolucionario (es decir, el caso de César y Napoleón I). Dado un punto muerto social o un “equilibrio catastrófico”[45] que preparara una revolución, un líder cesarista podría interpretar un papel progresista cuando su victoria ayudase sin quererlo a la victoria de la fuerza progresista, mientras que al mismo tiempo logra un acuerdo con la fuerza regresiva. El resultado, según Gramsci, podría ser la salida del “equilibrio catastrófico” que abriría un escenario político que ayudase a la fuerza progresista a cumplir su agenda futura. [46] Como sagazmente opina Benedetto Fontana, el método de Gramsci es diádico o tiene forma antinómica: por ejemplo, la sociedad civil como opuesto a la sociedad política, el consentimiento como opuesto a la coerción y la hegemonía opuesta a la revolución violenta y también dictatorial o el poder coercitivo. [47] En el trabajo de Gramsci, el cesarismo estaba preparado para hacer estallar una situación revolucionaria, no una situación que definió como “guerra de posición”, en la cual la hegemonía (no el cesarismo) sería necesaria para avanzar gradualmente hacia un cambio político y social. Trasplantar la reflexión de Gramsci sobre el cesarismo (“guerra de movimiento” o revolución), que no necesita la política hegemónica porque la situación social ya está madura para el cambio, en una situación en la que se necesita el cambio gradual o molecular (“guerra de posición”) es errado: donde la política hegemónica está en orden, el cesarismo está fuera de lugar y viceversa (a pesar de que, en momentos de crisis en un sistema parlamentario, un líder partidario puede triunfar en la unificación de una gran coalición que este bajo su figura representativa).[48]
En este punto, podemos apreciar la voluntad de unir el populismo con lo republicano como la visión romana de la política y el gobierno. Los populistas piensan que, más allá de la política hecha de campañas electorales, organizaciones, plataformas ideológicas, representantes y debates públicos, hay una sustancia llamada “pueblo” que, en palabras de Jeffrey Edward Green, está formada por “la masa de ciudadanos comunes sin afiliación política, engañados en su capacidad colectiva”, y que consiste en una participación “espectatorial” (de espectador) similar a la de la plebe en el contio romano.[49] Es el mismo Laclau quien, acertadamente, confirma la genealogía del populismo en la tradición romana cuando dice que “el pueblo” como categoría política concibe el regreso del populus, y en particular, el del populus del Foro Romano, no de las asambleas de votantes.[50] ¿Cómo era la gente del Foro romano y el contio, y cuan diferentes eran de la comitia?
El populus del foro era una audiencia que tenía una relación reactiva con los líderes políticos que actuaban frente a la multitud en busca de apoyo a sus planes de poder. No era el pueblo en el momento de votar, o cuando los ciudadanos se juntaban para deliberar por medio de procedimientos de votación para hacer que se promulgaran las propuestas que venían del Senado. El populus del foro estaba formado por ciudadanos que se reunían cuando querían y actuaban por fuera de las instituciones y procedimientos pues ellos no eran quienes decidían; estaba formado por ciudadanos romanos (mayormente los que vivían en la ciudad de Roma) o visitantes y viajeros que venían de lejos, gente que pasaba parte de su tiempo en el foro para presenciar el espectáculo que daban los candidatos políticos y los oradores. No era el pueblo en función de la toma de decisiones, sino el pueblo en situación de vitorear o abuchear a los que competían por un puesto político o a los que trataban de conquistar el apoyo de la gente para su provecho. El Senado era lo opuesto a esa reunión populista. Su edificio estaba al final del foro para marcar físicamente el polo opuesto a la soberanía. Contrariamente a lo que sucedía con el pueblo, el Senado siempre estaba estructurado, tenía un cuerpo y un lugar visible y sus miembros no se mezclaban con la multitud que estaba en el foro. Como dos componentes distintivos de la república, su visibilidad era esencial para la vida política del estado romano, el que no reconocía a los individuos o isotes como en la democracia de Atenas, sino a los cives (ciudadanos romanos en la antigua Roma) que actuaban siempre dentro uno de los dos grupos predeterminados.[51] Este paradigma dualista y polarizado fue un rasgo esencial tanto del estilo romano de política como del republicanismo a través de los siglos: gente no institucionalizada en masa versus magistrados institucionalizados; los pocos organizados versus los populosos muchos; la inclusión en los polarizados dominios institucionales versus una oportunidad equitativa de participar en el proceso de decisión política competir para magistraturas. [52]
También para los teóricos del populismo la sociedad está compuesta de dos partes, y esa es la causa por la que son escépticos con la idea de equidad política. De hecho, acusan a la noción de democracia basada en la Declaración de Derechos y al modelo procedimental de expresar pobremente el poder del pueblo porque el constitucionalismo supone algo que realmente no existe en la sociedad: un sistema de gobierno compuesto por ciudadanos iguales e individuales, mientras que la sociedad está compuesta por los pobres o comunes y los pocos ricos o poderosos.[53] Parece que la norma debe seguir la facticidad en vez de regularla y modificarla; esta es la razón del populismo.
Para los teóricos del populismo la sociedad está compuesta de dos partes, y esa es la causa por la que son escépticos con la idea de equidad política.
La comparación con el populus del Foro Romano nos permite comprender el populismo como un sistema de poder, no simplemente como un movimiento popular. Ahora, parece ser que su método más amigable de selección es la investidura del líder más que la elección porque las políticas populistas desprecian los procedimientos y consideran a la multitud más que a la asamblea regulada como el lugar del poder popular. De hecho, su lenguaje expresivo es la aclamación más que el debate, de allí la superposición del populismo con la democracia plebiscitaria. A un líder populista no se lo elige correctamente, se lo aclama. Entonces, Schmitt (quien siguió la tradición romana de forma muy peculiar) expresó contundentemente que la “voluntad popular” es la misma ya sea que se exprese por votación o por aclamación, “todo depende de cómo se forma la voluntad del pueblo”.
El populismo empaña la democracia representativa y constitucional pues opone la idea de que la voluntad autoritaria y la opinión informal son y deben ser dos formas diferentes de legitimidad que nunca deberían confundirse o identificarse. De esta forma, después de declarar que todo depende del pueblo, Schmitt rápidamente agregó que “la voluntad del pueblo puede expresarse tan bien o incluso mejor por medio de la aclamación, a través de algo que se da por sentado, una presencia obvia e indiscutida, que por medio del aparato estadístico” del recuento de voto. [54] Esto sirve para justificar la gran cautela que aconsejo sobre el carácter democrático del populismo.
Conclusión
La imposibilidad de considerar al populismo como un sistema político o un régimen claramente identificable, hace que los académicos decidan que puede ser compatible con la democracia en tanto sirva para asegurar que los derechos de la mayoría no sean ignorados[55], precisamente porque la “dimensión populista” no es “ni democrática ni anti-democrática”. Además si el populismo puede tener un papel democratizador movilizando a la mayoría excluida para que critique las formas de representación política existentes y reclame mayor participación y mejores formas de representación, puede tener efectos negativos en la democracia porque su crítica se traduce en formas plebiscitarias de participación, siendo paradojal que el pueblo termine representando el papel de una audiencia más que el de un actor político.[56] En efecto, como Norberto Bobbio y Pierre Rosanvallon han argumentado convincentemente, el populismo es la más desbastadora corrupción de la democracia porque anula radicalmente las instituciones representativas (notablemente las elecciones y el pluralismo partidario) y transforma el poder negativo del juicio u opinión de uno que controla y monitorea a los líderes electos políticamente en uno que rechaza su legitimidad electoral en nombre de una unidad más profunda entre los líderes y el pueblo. El populismo opone la legitimidad ideológica contra la constitucional y procedural. [57] Entonces, a pesar de la intención democrática de revertir la pasividad del ciudadano común, la movilización populista no da lo que promete. Cuando un líder populista de una audiencia manifiesta ser el verdadero representante de la voluntad del pueblo más allá y por fuera del mandato electoral, pone en marcha el poder destructivo del juicio y duda no solo del desempeño malo y corrupto de las instituciones del estado, sino también el de la política electoral en sí misma y su naturaleza defensora. Desde este punto de vista, el populismo es un camino para que las nuevas elites tengan poder rápidamente, sin necesidad de esperar a que con el tiempo y las contiendas electorales aumente su popularidad; su estrategia de poder es que el pueblo sea un instrumento de apoyo, como la plebe en los años de la decadencia de la república romana. El logro de una fuerte autoridad por parte de una elite parece ser la lógica oculta de la retórica de las masas, a pesar del pedido que el populismo hace a la gente común para que se transforme en la verdadera protagonista de la política.
Sobre la autora: Nadia Urbinati es Profesora de Teoría Política en la Universidad de Columbia, especialista en pensamiento político moderno y las tradiciones democráticas y anti-democráticas. Fue co-presidenta del Seminario de Pensamiento Político y Social de la Universidad de Columbia y fundadora del Taller sobre Política, Religión y Derechos Humanos del Departamento de Ciencias Políticas de dicha universidad. Es columnista de La Reppublica e Il Fatto Quotidiano. Es autora de varios libros y artículos, entre los que se destacan Democracia representativa: principios e ideología (University of Chicago Press, 2006), Liberi e uguali (Laterza, 2011), La mutazione antiegualitaria (Laterza, 2013), y La democracia desfigurada: Opinión, verdad y el Pueblo (Harvard University Press, 2014).
Traducción del inglés: Macarena Gagliardi Cordiviola.
Este texto fue cedido gentilmente por su autora para su traducción y reproducción en castellano. Fue publicado previamente en Raisons politiques, 2013/3 N° 51.
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[1] Margaret Canovan. “Llevar la política al pueblo. El populismo como ideología de la democracia” en Democracia y el desafío del populismo, eds. Yves Mény and Yves Surel (Oxford: Palgrave 2002), 26.
[2] Yves Mény y Yves Surel, “La ambigüedad constitutiva del populismo, en Democracia y el desafío del populismo, 1-20.
[3] Este artículo es una síntesis del capítulo 3 de mi libro “La democracia desfigurada: opinión, verdad y el Pueblo” que publicará
Harvard University Press.
[4] Jan-Werner Mueller, “Comprendiendo el populismo”, Dissentmagazine.org, Septiembre 23, 2011.
[5] Analizo la diferencia entre republicanismo en la tradición romana y la democracia en “Competing for Liberty: The Republican Critique of Democracy”, American Political Science Review, 106 (2012), 607– 621. Algunos teóricos proponen que el populismo proviene de la doctrina continental moderna sobre la soberanía popular; por ejemplo, ver Philip Pettit, “Republicanismo: una teoría sobra la libertad y el gobierno”; esta interpretación merece ser explorada, aunque debemos recordar que el contexto intelectual de la doctrina de la soberanía popular (como republicanismo) es el derecho romano.
[6] En este artículo utilizaré algunas de las ideas propuestas en “Democracia y populismo” Constellations, 5 (1998), 110–124.
[7] De Norberto Bobbio, ver Saggi sulla Scienza Politica in Italia (Bari: Laterza, 1969); “Democracia y dictadura: el poder del estado, su naturaleza y límites.” ed. John Keane (Cambridge: Polity Press, 1989); Autobriografia, ed. Alberto Papuzzi (Roma-Bari: Laterza, 1997).
[8] Margaret Canovan. “Llevar la política al pueblo”, 39. Ver también “Crean en el pueblo! El populismo y las dos caras de la democracia”, Political Studies, 9 (1999), 2–16.
[9] Benjamín Arditi, La política en los bordes del liberalismo: diferencia, populismo, revolución, emancipación (Edinburg: Edinburg University Press, 2008).
[10] Para un análisis excelente y bien documentado del Tea Party ver Vanessa Williamson, Theda Skocpol, and John Coggin, “The Tea Party and the Remaking of Republican Conservatism”, Perspectives on Politics, 9/1 (2011), 25–43.
[11] El Tea Party tiene algunas propuestas claras (desde la seguridad social a los impuestos) y busca revitalizar y remodelar el Partido Republicano: “…deberíamos considerar el Tea Party como una nueva variante de la movilización conservadora y del faccionalismo intra-republicano, una formación dinámica y difícil de controlar de activistas, fundadores, personalidades nediáticas que recurren a antiguas actitudes sociales para opinar sobre programas federales sociales, gastos e impuestos”. Vanessa Williamson, Theda Skocpol, and John Coggin, “The Tea Party and the Remaking of Republican Conservatism”, 37.
[12] Quiero agradecer a Ian Zuckerman, quien me sugirió reflexionar sobre esta distinción.
[13] Michael Kazin, The Populist Passion. An American History (New York: Basic Books, 1995), 2.
[14] Ralph Waldo Emerson, “El poder”, en Obras completos (New York: Wise & Co., 1929) ,541.
[15] Harry S. Stout, The New England Soul. Preaching and Religious Culture in Colonial New England (New York-Oxford: Oxford University Press, 1986), 193–194.
[16] Alan Heimert, Religion and the American Mind (Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1966), 12–15.
[17] Richard Hofstadter, “North America”, Populism: Its Meaning and National Characteristics, eds.Ghita Ionescu y Ernest Gellner (Londres: Weidenfeld y Nicolson, 1969), 16–18.
[18] Gino Germani, “Autoritarismo, Fascismo y populismo nacional”, (New Brunswick, NJ: Transaction Books, 1978); Christopher Lasch, The True and Only Heaven: Progress and Its Critics (New York: Norton, 1991).
[19] Peter Worsley, “Populismo”, The Oxford Companion to Politics of the World, ed. J. Krieger (New York: Oxford University Press, 1993), 730–731.
[20] Ernesto Laclau, “Política e ideología en la teoría marxista: Capitalismo, fascismo, populismo” (Londres: Verso, 1979), 18.El peronismo, no tan diferente del fascismo, estuvo marcado por un fuerte carácter anti-liberal, cuyo lenguaje populista-nacionalista sirvió de estrategia para fortalecer y homogeneizar la sociedad civil contra la oligarquía económica y política existente (182–191), aunque incluso hizo alianzas con las elites militares y terratenientes. Véase todo Ernesto Laclau, La razón populista (London: Verso, 2005), especialmente Parte II.
[21] Paul Taggart, “Populismo” (Londres: Open University Press, 2000) y “Populism and the Pathologies of Representative Politics”, en Democracies and the Populist Challenge.
[22]www.politicususa.com/en/gingrich-obama-elite.
[23] Ernest Preston Manning, “ La nueva Canadá” (Toronto: Macmillan, 1992).
[24] Ernesto Laclau, “La razón populista” (Londres: Verso, 2005), 129–156.
[25] Margaret Canovan, “Llevar la política al pueblo”, 26-28
[26] “En la primavera de 1804, los cuerpos de oficiales y tropas a su mando clamaban para que se designara emperador a Napoleón Bonaparte. El pedido que el ejército desparramó por París hizo que el anuncio del Imperio fuese una propuesta irresistible. Es difícil reconstruir con exactitud como se orquestó esta campaña de lápiz y papel, pero quedan algunos indicios en los archivos”, Isser Woloch, “From Consulate to Empire: Impetus and Resistance”, en Dictatorship in History and Theory: Bonapartism, Caesarism, and Totalitarianism, ed. Peter Baehr and Melvin Richter (Cambridge: Cambridge University Press, 2004), 29 and 45.
[27] Karl Mannheim, “Ideología y utopía: una introducción a la sociología del conocimiento”, trad. L. Wirth y E. Shils (New York: Harcourt, Brace & World, 1964), 74.
[28] El estudio más reciente sobre la unión del líder y el pueblo en el fascismo italiano es el de Jan-Werner Mueller, “Contesting Democracy: Political Ideas in Twentieth-Century Europe” (New Haven y Londres: Yale University Press, 2011), 117.
[29] Para un análisis de las distintas formas de estrategias populistas que surgieron en los años posteriores al colapso de los partidos políticos tradicionales en Italia ver Alessandro Lanni, “Avanti popoli!” Piazze tv, web: dove va l’Italia senza partiti” (Venice: Marsilio, 2011).
[30] Para una visión del populismo como “malestar” y “patología” de la democracia ver Pierre-André Taguieff, Le Retour du populisme: Un défi pour les démocraties européennes (París, Encyclopedia Universalis, 2004). Una fuente muy valiosa es la mencionada colección Ghita Ionescu y Ernest Gellner, “Populismo: su significado y características nacionales, 4–33.
[31] “Bajo el mandato autocrático, la masa del pueblo está completamente excluida del poder”, Margaret Canovan, “Llevar la política al pueblo”, 26.
[32] Aristóteles hizo una innovación importante en el análisis de las transformaciones de la democracia cuando destruyó la identificación de Platón entre el demagogo y el tirano. “Aristóteles. La Constitución de Atenas”, trad. J. M. Moore, en “Aristóteles y Jenofonte en democracia y oligarquía” (Berkeley y Los Ángeles: University of California Press, 1986), XLI, 2; ver también Aristotle, Politics, ed. T. A. Sinclair (Londres: Penguin Books, 1992), IV, 4.
[33] Para una elocuente (y aterradora) aplicación de la representatividad decisionista de la democracia como plesbicitaria y del liderazgo populista que evita el legalismo y constitucionalismo liberal para depender de la opinión, véase Eric A. Posner y Adrian Vermeule, The Executive Unbound: After the Madisonian Republic (Oxford y New York: Oxford University Press, 2010).
[34] Carl Schmitt, “El concepto de lo político” trad George Schwab (Chicago y Londres: The University of Chicago Press, 1996).
[35] Un buen resumen de las principales características del complejo fenómeno del populismo se encuentra en el ya mencionado volumen editado por Yves Mény y Yves Surel, “Democracias y el desafío populista”.
[36] Robert Dahl, “Democracia y su crítica”, (New Haven: Yale University Press, 1989), 112-115
[37] Claude Lefort, “La cuestión de la democracia”, en “Democracia y teoría política” (Minneapolis: University of Minnesota Press, 1988), 13, 19–20.
[38] Saco el término “la paradoja de la política” de Bonnie Honig, “Entre la deliberación y la decisión: Paradoja política en la teoría democrática”, American Political Science Review, 101 (2007), 17–44.
[39] Jason Frank, Constituent Moments: Enacting the People in Postrevolutionary America, (Durham: Duke University Press, 2010).
[40] Claude Lefort, “La cuestión de la democracia”, 13–20; Ernesto Laclau, “La razón populista” (Londres: Verso, 2005), 164–168.
[41] Carl Schmitt, “Teoría constitucional”, trans. Jeffrey Seitzer (Durham y Londres: Duke University Press,2008),370
[42] Carl Schmitt, “La crisis de la democracia parlamentaria”, trans. Hellen Kennedy (Cambridge, Mass.: The MIT Press, 1994), 15.
[43] Peter Worsley, “El concepto de populismo”, en “Populismo: su significado y características nacionales”, 244.
[44] Ernesto Laclau, “La razón populista” (Londres: Verso, 2005), 18.
[45] Antonio Gramsci, Quaderni del carcere, ed. Valentino Gerratana (Turin: Einaudi, 1975), 1604, 1618–1622.
[46] Ibid., 1194–1195
[47] Benedetto Fontana, “El concepto de cesarismo en Gramsci”, en “Historia y teoría de la dictadura”, 177. Sobre la interpretación conservadora y radical del líder plebiscitario o cesarista en la época de la Primera Guerra Mundial ver Luisa Mangoni, “Cesarismo, bonapartismo, fascismo”, Studi storici, 3 (1976), 41–61; sobre el nacimiento del mito de César y el cesarismo en el S XIX ver Peter Baehr, “César y la caída del imperio romano: estudio sobre el republicanismo y el cesarismo (New Brunswick y Londres: Transaction Publisher, 1998), 89–164.
[48] Antonio Gramsci, Quaderni, 1195.
[49] Jeffrey Edward Green, “The Eyes of the People: Democracy in the Age of Spectatorship” (New York: Oxford University Press, 2010), 38.
[50] Ernesto Laclau, “La razón populista”, 81
[51] El Sabemos que no significa nada parecido a la economía autoritaria ni al modelo de partido único del comunismo. Sabemos que significa algo más profundo y más robusto e igualitario que la socialdemocracia. I, 43.
[52] Esta estructura orientada al populismo de la plebe “sin límites” de Roma fue objeto de la dura crítica de Cicerón al gobierno popular como “la fuerza de las masas” en las que “las pasiones ejercen un poderoso control sobre los pensamientos”: Marco Tulio Cicerón “Las leyes” en “El estado y las leyes”, ed. James G. Zetzel (Cambridge: Cambridge University Press,2008), 163; Fergus Millar, The Crowd in Rome in the Late Republic (Ann Arbor: The University of Michigan Press, 2005), 34–53. El problema es, sin embargo, que el pueblo y la multitud eran el resultado de una organización institucional de la presencia popular en la repuública romana, no de la democracia. (Millar, The Crowd, 197–226).
[53] John McCormick, “La democracia de Maquiavelo” (Cambridge: Cambridge University Press, 2011), 179–187
[54] Carl Schmitt, “La crisis de la democracia parlamentaria”, 16–17.
[55] Peter Worsley, “El concepto de populismo”, 247; Margaret Canovan, “Llevar la política al pueblo”, 25–44.
[56] Jeffrey Edward Green, The Eyes of the People, 109–112; Arditi, Politics on the Edges of Liberalism, 51–52.
[57] Respecto Norberto Bobbio ver nota al pie Nº 7. Pierre Rosanvallon, La contre-démocratie. La politique à l’âge de la défiance (Pariis: Seuil, 2006), 276.