Autor: José Andrés Torres Mora
El Partido Socialista Obrero Español (PSOE) atraviesa un proceso de crisis interna acompañado de una importante merma electoral. Sin embargo, el nuevo proyecto de la izquierda vinculado a Podemos quizás no sea parte de la solución sino del problema. España precisa una renovación del proyecto socialdemócrata pero no su aniquilamiento.
Hay compañeros, y también personas de buena voluntad ajenas al Partido Socialista Obrero Español (PSOE), que, no sin parte de razón, se lamentan del “espectáculo” que estamos ofreciendo los socialistas con nuestras disputas internas y piden que lleguemos a un acuerdo. No sabemos si lo que lamentan es el conflicto o que trascienda a la opinión pública. Lamentar el conflicto puede ser un error, y pedir que no se sepa es esperar un imposible. Los socialistas no deberíamos condenar cualquier conflicto sin examinarlo primero. El conflicto puede ser la señal de que quienes luchan contra lo que es injusto, o está mal, no se han rendido. En definitiva, donde hay conflicto hay esperanza. Hay algo peor que el conflicto, y eso es el sometimiento sin resistencia, la aceptación resignada de la injusticia, o el conformismo. Por otro lado, pedir que el conflicto no traspase las paredes de la casa es, sin duda, un deseo muy bienintencionado, pero bastante ingenuo. El conflicto tiende inevitablemente a trascender cuando la casa es tan grande y tan democrática y libre como la casa de los socialistas. Además, lo que ocurre en el PSOE interesa a buena parte de la sociedad española.
Los socialistas españoles deberíamos empezar por ponernos de acuerdo en algo que resulta evidente: el PSOE ha tenido en las dos últimas elecciones generales, celebradas en diciembre de 2015 y junio de 2016, sus peores resultados desde el comienzo de la democracia. Podemos discutir sobre las causas de ese resultado, sobre las condiciones en las que se ha producido, o sobre las responsabilidades del mismo. Sin duda todas son discusiones legítimas y necesarias, pero no podemos ocultarnos la gravedad de la derrota. Por eso, porque es muy grave y se encadena con otras, los socialistas tenemos que mirar de frente a esos resultados y tratar de explicárnoslos a nosotros mismos. Convendría, además, que antes de dar acríticamente por buena la explicación de nuestros competidores y adversarios, la examináramos con detenimiento.
Por ejemplo, los dirigentes de Podemos, algunos de los cuales son profesores en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología, explican, en buena medida, su aparición y crecimiento como partido como la consecuencia de una traición del PSOE a su electorado tradicional. Desde su punto de vista, la explicación del declive electoral del Partido Socialista se vincula directamente con los recortes que tuvo que hacer el gobierno de Rodríguez Zapatero a partir de mayo de 2010, como consecuencia de la crisis de la deuda soberana que se inició en Grecia en enero de ese año y que se extendió rápidamente por todo el sur de Europa. Según esa explicación, aquellos recortes afectaron a los sectores sociales más vulnerables, que son, además, los sectores que han votado tradicionalmente al PSOE. Sectores que habrían abandonado al PSOE para apostar por una oferta teóricamente más a la izquierda, esto es, a Podemos. Esta explicación, por cierto, viene siendo compartida por una parte del PSOE.
Esa es, por decirlo así, la teoría. ¿Pero qué dicen los datos? Miremos, pues, la herida. Los analistas afirman que los socialistas tenemos problemas en el mundo urbano y entre los jóvenes. Que tenemos problemas en las ciudades es algo que todos venimos advirtiendo desde mediados de los años 90, cuando perdimos gran parte de las capitales de provincia. En la encuesta postelectoral del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) para las elecciones generales de junio de 2016, el recuerdo de voto al PSOE en los pueblos de menos de 2.000 habitantes era del 21%, en tanto que en las ciudades de más de un millón de habitantes era del 17%. Por tanto, parece que cuatro puntos de diferencia deben ser tomados en consideración. También hay una importante diferencia en el apoyo al PSOE entre los jóvenes y los mayores, los que tenían entre 18 y 24 años en esa fecha declaraban haber votado socialista en un 15%, y los que tenían más de 65 años, las declaraban en un 26%. Once puntos de diferencia son muchos puntos, sin duda. Así que, por alguna razón, vivir en ciudades y ser joven son dos características que disuaden de votar al PSOE. ¿Qué explicación tenemos para ese fenómeno?
Una vez se conocen los datos, los analistas y comentaristas sociales encuentran, casi automáticamente, una explicación por la que los sectores jóvenes y los urbanos votan menos a los socialistas que los mayores y rurales, desplazando, de forma inconsciente, la teoría inicial, es decir, la que sostiene que los más perjudicados por la crisis, y supuestamente relegados por el último gobierno socialista, son los que han dejado de votar el PSOE. A partir de los datos de voto por edad y hábitat, los creadores de opinión, sin renunciar a la explicación previa, basada en una supuesta traición de la socialdemocracia a los sectores más desfavorecidos, añaden una nueva que consiste, básicamente, en que los jóvenes y urbanos han optado por nuevos partidos porque, según ellos, el proyecto del PSOE se ha vuelto antiguo y obsoleto.
Obviamente, los creadores de opinión que llegan a esa conclusión no son personas mayores y del mundo rural, sino profesionales más o menos jóvenes que viven en grandes ciudades. Personas que, como se ve, tienen tan buena opinión sobre el mundo al que pertenecen, como pobre y mala de las personas mayores y de las que viven en los pueblos pequeños. De modo que sentencian, sin mayor análisis, que lo que les gusta a ellos, a los jóvenes y urbanos, es lo moderno y avanzado, y lo que les gusta a los mayores y rurales es antiguo y obsoleto. Juega, sin duda, a su favor, el papel de las ciudades en la construcción de la modernidad, pero también las ciudades tienen un importante papel en la definición de la moda, y no siempre lo que está de moda es lo más moderno. Que el populismo se haya puesto de moda en el mundo no significa que sea algo nuevo y, mucho menos, avanzado.
Lo más notable del caso que nos ocupa, es decir, de la explicación que se suele dar de las últimas y severas derrotas de los socialistas, es que se suele hacer sin datos y contra los datos. Si nos parecen importantes unas diferencias de seis y nueve puntos, que son, como hemos visto, los que separan a los más rurales de los más urbanos, y a los más jóvenes de los más mayores, una diferencia de quince o dieciséis puntos porcentuales debería llamar mucho más nuestra atención. Quince puntos son los que separan en recuerdo de voto al PSOE de los obreros no cualificados, un 29%, de la clase alta y media alta, con sólo un 14% de voto socialista. En el caso de los obreros cualificados la diferencia respecto a la clase alta es de dieciséis puntos porcentuales, un 30% de los obreros cualificados declararon haber votado al PSOE en las elecciones generales de junio de 2016.
Que el populismo se haya puesto de moda en el mundo no significa que sea algo nuevo y, mucho menos, avanzado.
Si en lugar de la clase, tomamos como variable de estatus los estudios encontraremos que veinticuatro puntos son la diferencia que hay entre el recuerdo de voto al PSOE, un 38%, de los que no tienen estudios, y el apoyo que le dieron quienes tienen estudios superiores, que fue del 14%. Así que, a pesar de que los analistas y creadores de opinión sólo suelen hacer mención de dos variables explicativas, la edad y el hábitat, lo cierto es que hay una variable mucho más importante en la encuesta postelectoral del CIS: el estatus social.
Si nos parece importante explicar por qué vivir en el hábitat urbano o en el rural influye en la probabilidad de votar al PSOE, más importante debiera ser explicar por qué la diferencia entre no tener estudios y tener estudios universitarios produce una distancia de veinticuatro puntos porcentuales en el voto al PSOE, o por qué las diferencias de clase producen diferencias de quince o dieciséis puntos. Sobre todo porque muy probablemente una parte de la explicación de las diferencias en el voto entre el mundo rural y el urbano, o entre los jóvenes y los mayores, más que a una supuesta mayor modernidad política de los urbanos y de los jóvenes se deba a la diferente composición por estudios de unos y otros sectores.
En efecto, ocurre que la composición por nivel de estudios no es igual entre los habitantes de los pueblos y ciudades. Mientras que en los pueblos de menos de 2.000 habitantes el 40% de la población tiene solo estudios primarios o menos, esa cifra es del 18% en las ciudades de más de un millón de habitantes. De igual modo, en las grandes ciudades el 38% de su población tiene estudios superiores, mientras que esa cifra es del 12% en los pueblos pequeños.
¿Hay alguna razón teórica por la que una persona de clase alta o media alta de un pueblo de menos de 10.000 habitantes, una médico, por ejemplo, deba votar más al PSOE que la que vive en una ciudad de más de 400.000? No la hay, y de hecho, el recuerdo de voto al PSOE, referido a las generales de junio de 2016, de las personas de clase alta de poblaciones inferiores a 10.000 habitantes es del 9%, y el del mismo tipo de personas que viven en ciudades con más de 400.000 habitantes es del 13%. De igual modo, el recuerdo de voto de los obreros no cualificados es del 23% en los pueblos pequeños e igualmente del 23% en las ciudades grandes. Vivir en un pueblo pequeño no te hace más socialista que vivir en una ciudad grande, si eres de clase alta. Del mismo modo que vivir en una ciudad grande no te hace menos socialista que vivir en el mundo rural, si eres un obrero. Probablemente, vivir en un pueblo te haga más leal a tu partido, cualquiera que sea tu partido. Quizá en los pueblos la política tenga más que ver con la identidad social del votante y en las ciudades con el consumo, pero ese es otro asunto, que, por cierto, sería muy interesante analizar.
Así que, en buena medida, la diferencia entre los resultados del PSOE en los pueblos y las ciudades puede explicarse mejor por la diferente composición por clase social y nivel de estudios de sus poblaciones que por el tamaño y el espíritu de modernidad que tradicionalmente habita en las mismas. No es, por tanto, la abundancia y concentración de gente que se da en las ciudades, sino la abundancia de gente con título universitario, lo que explica el problema de las ciudades para los socialistas. Y algo parecido podemos decir con la edad. Las distintas edades tienen distintas composiciones educativas, sólo el 11% de los mayores de 65 años tienen estudios superiores, pero si tomamos la población de 25 a 34 años, entonces la proporción de personas con estudios superiores es del 30%. Lo que dice mucho, por cierto, del éxito educativo de la democracia respecto a la dictadura, pero además nos ayuda a entender que una parte del desencuentro de los jóvenes con el PSOE tiene más que ver con su nivel educativo que con su edad. Ciertamente el hábitat y la edad tienen sus especificidades políticas, pero la mayor parte de la influencia en el voto de ambas variables (hábitat y edad) se puede explicar por una tercera variable que es el estatus social, ya sea medido con el nivel de estudios o con la clase.
Por tanto, la causa principal, aunque seguramente no la única, de los problemas electorales de los socialistas en las ciudades no es que el proyecto socialista haya perdido su modernidad, sino que las clases altas viven en las ciudades, y las clases altas votan menos a los socialistas que los sectores menos favorecidos, por razones que nos son históricamente conocidas, y que muy probablemente tienen que ver con la percepción de los sectores menos favorecidos de que las políticas socialistas les benefician más que las de cualquier otro partido. ¿Ha cambiado esa percepción con la aparición de Podemos como vienen afirmando sus dirigentes y una parte de la gauche divine mediática? Dicho de otro modo, ¿Es cierto que, sintiéndose traicionados por las políticas que desarrolló el gobierno socialista entre mayo de 2010 y noviembre de 2011, los sectores sociales más vulnerables han vuelto sus ojos hacia los populistas de Podemos?
Otra vez los datos parecen desmentir el relato construido por la izquierda radical, o como creo que resulta más justo llamarla, la “izquierda de arriba”. Nuevamente, según los datos de la encuesta postelectoral del CIS, de cada cien votantes socialistas de clase alta o media alta en 2011, veintiocho se pasaron a Unidos Podemos en 2016. En el caso de los obreros la proporción de los que se pasaron fue del 14%. De modo que convendría insistir en que Unidos Podemos es un partido formado por indignados que dicen hablar en nombre de los excluidos, pero que, fundamentalmente, como hace todo el mundo, hablan en su propio nombre y en defensa de sus propios objetivos e intereses.
De hecho los electorados de Unidos Podemos y del PSOE son muy distintos. En el caso de los electores socialistas solo el 13% son de clase alta o media alta, en tanto que en el de los electores de Unidos Podemos lo son el 25%. Por el contrario, 57 de cada 100 electores socialistas son obreros, frente a 39 de cada 100 electores de Unidos Podemos. Lo mismo ocurre si analizamos el nivel de estudios de ambos electorados. Solo un 10% de los electores de Unidos Podemos son personas con estudios primarios o menos, frente al 36% de los electores socialistas. Los universitarios son el 31% de los electores de Unidos Podemos, y el 16% de los electores socialistas. Los datos no permiten sostener la tesis de los dirigentes de Podemos, pero algunos podrían decir: ¿quién necesita los datos en los tiempos de la posverdad?
¿Qué deberíamos hacer a partir de aquí? Lo lógico sería revisar la teoría, es decir, la explicación que los dirigentes de Podemos, y una parte de los socialistas, dan del declive del PSOE y del auge de Podemos. Pero no es fácil que nuestro cerebro deseche una idea con la que lleva conviviendo cómodamente durante un cierto tiempo. Como explica Leonard Mlodinow en su libro Subliminal, la mente humana está diseñada tanto para ser un científico como para ser un abogado. “Los científicos recogen pruebas e indicios, buscan regularidades, elaboran teorías que expliquen sus observaciones y las ponen a prueba. Los abogados comienzan por la conclusión de la que quieren convencer a los otros y luego buscan la evidencia que la respalde, al tiempo que intentan desacreditar la que la contradice”. Mlodinow dice que, en cualquier caso, el cerebro humano es mucho mejor abogado que científico. Así que nuestro cerebro olvidará la realidad, si eso es necesario para no tener que cambiar su explicación de la realidad, porque nuestro cerebro se cansa fácilmente, y quiere una explicación sencilla, aunque sea falsa.
Por cierto ¿cómo no nos habíamos dado cuenta de que los obreros no cualificados prefieren a los socialistas frente a Podemos en una proporción casi de tres a uno? ¿De verdad nuestra experiencia directa y cotidiana de algunos fenómenos sociales es tan fiable que no necesitamos acudir a las estadísticas? ¿Por qué los socialistas hemos aceptado la explicación de que nos han abandonado los que “peor lo están pasando”? Efectivamente hay personas de clase obrera que, golpeadas por la crisis, antes votaban al PSOE y ahora han votado a Podemos, pero lo que nos dice la estadística es que esas personas no representan ni de lejos a la mayoría de las que están en su situación. La estadística trabaja con probabilidades, y la teoría de los que apuestan por la revolución predecía que los obreros sin cualificación profesional, es decir, los que están en peor situación, deberían haberse pasado a Podemos mayoritariamente, pero eso no ha ocurrido, por más casos que conozcamos de trabajadores de contratas de limpieza que se hayan pasado a Podemos. ¿Por cierto, cuántos de esos trabajadores conocen personalmente quienes afirman la tesis de que son ellos los que han abandonado al PSOE? Apueste el amable lector que, como en el chiste, conocen a uno o a ninguno. En realidad, quienes se han ido son más bien una parte de los hijos universitarios de las clases medias de izquierdas que tradicionalmente han votado al PSOE, son los hijos de esas élites los que han creado y nutrido el nuevo populismo. Y a esos sí los conocen los que crean opinión política en España, y comen con ellos, en su casa o en los reservados de los restaurantes, como hacían, por cierto, con los padres de estos nuevos dirigentes políticos.
El más famoso historiador de la ciencia, Thomas S. Kuhn, sostenía que cuando empiezan a aparecer datos que no encajan con la teoría, lo primero que tendemos a hacer es pensar que los datos están mal, luego empezamos a hacer ciertos retoques menores en la teoría, pero en la medida en que sigan apareciendo datos que no encajan con la misma, conviene ir pensando en cambiarla. Así que, en este momento, es posible que el lector o lectora esté dudando de la encuesta del CIS, o modificando la teoría para salvarla, por ejemplo, diciendo que los que peor están no son los trabajadores de la limpieza, sino las personas de clase alta y media alta con estudios universitarios. Esta es una de las explicaciones que saltan, de manera automática, cuando oponemos los datos a los discursos, pero esta no es una explicación justa ni verdadera. No es justa con la teoría que sostiene que son los sectores sociales más golpeados por la crisis, y por las políticas realizadas frente a la crisis por los socialistas, los que han abandonado el campo del socialismo democrático y se han pasado al radicalismo populista. No es verdadera porque no son los universitarios, ni las personas de clase alta y media alta, por mucho que hayan visto frustradas sus expectativas, las únicas que las han visto frustradas, ni los que más las han visto frustradas. Todo lo contrario, quienes lo han pasado peor son los que más apoyan al PSOE. Y eso no es raro, ni tiene que ver con un problema cognitivo o moral de esas personas, sencillamente son personas que juzgan que, con todo, el PSOE es su mejor opción.
Lo que diferencia a los votantes socialistas de los votantes de Podemos, antes que características ideológicas, son diferencias sociales. El PSOE, el partido de la pluma y el yunque, ha sido abandonado por la pluma, una pluma que ahora es un teclado de ordenador. Por tanto, en lugar de seguir hablando de jóvenes (entre los que hay más titulados universitarios que en la media de la población) y de ciudades (en las que hay más gente con titulación universitaria que en la media de la población), deberíamos pensar en las diferencias de la “izquierda de arriba” con la “izquierda de abajo”. Y, contra lo que cabría esperar, es la “izquierda de arriba” la que está más molesta con el “sistema”.
Lo que diferencia a los votantes socialistas de los votantes de Podemos, antes que características ideológicas, son diferencias sociales.
Resulta evidente que la “izquierda de arriba” ha logrado instalar su propia agenda de clase en la política española. Y la “izquierda de arriba” tiene prioridades diferentes a la “izquierda de abajo”. La “izquierda de arriba” está más molesta con la monarquía que con el al acoso a las mujeres en sus puestos de trabajo. Está más molesta con la no aplicación de la Ley de la Memoria Histórica que con la no aplicación de la Ley de la Dependencia. Está más preocupada por facilitar el camino a los independentistas catalanes que por evitar el acoso y el derribo de los sindicatos. Alcanza con leer la prensa de izquierdas, y la proporción de noticias de uno u otro tipo, para darse cuenta de cuál es la agenda de la “izquierda de arriba”. La reforma institucional, el tipo de ley electoral, ha ocupado muchas más horas en la “izquierda de arriba”, que las fórmulas para mejorar el crecimiento económico y acabar con el paro. Incluso en un tema tan importante como el de la corrupción, la “izquierda de arriba” ha terminado haciendo el juego a quienes, desde las posiciones más antidemocráticas, están más interesados en tirar al niño de la democracia con el agua sucia de los corruptos. Y con todo, frente a esta estrategia tan potente desde el punto de vista de la comunicación, la izquierda de abajo sigue votando mayoritariamente socialista.
La “izquierda de arriba” está más molesta con la monarquía que con el al acoso a las mujeres en sus puestos de trabajo. Está más molesta con la no aplicación de la Ley de la Memoria Histórica que con la no aplicación de la Ley de la Dependencia. Está más preocupada por facilitar el camino a los independentistas catalanes que por evitar el acoso y el derribo de los sindicatos.
En las primeras elecciones de la democracia, allá por 1977, la mayor parte de los estudiantes y profesores de mi Facultad, la de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, apostó por partidos que se decían a la izquierda del PSOE. En mi barrio, uno de los barrios obreros de Málaga, arrasó el PSOE. Los obreros, en aquella ocasión, tenían razón. El proyecto socialista, socialdemócrata o laborista, tal como se llama en los diferentes países de Europa, significaba dos cosas: una democracia parlamentaria con libertades políticas y civiles, y un Estado del Bienestar. Frente a ese proyecto algunos de mis compañeros de Facultad ofrecían un paraíso: el comunista. Tenían razón los trabajadores al votar al PSOE, la tuvieron en 1977 y la tienen ahora. Bueno sería que los socialistas comprendiéramos y valoráramos sus razones para apoyarnos, en lugar de darles a entender que son los otros, los que no nos votan, o han dejado de votarnos, los que tienen mejores razones.
El proyecto socialista significaba dos cosas: una democracia parlamentaria con libertades políticas y civiles, y un Estado del Bienestar. Sigue teniendo vigencia.
Sobre el autor: José Andrés Torres Mora es Doctor en Sociología y Profesor Titular de la misma materia en la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Entre el año 2000 y el 2004 fue jefe de gabinete del gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Desde 2004 es diputado por Málaga por el Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Ha sido vicepresidente de la Comisión Constitucional, presidente de la Comisión de Educación y portavoz de la Comisión de Cultura en el Congreso de los Diputados de España.