Autora: Laura Fernández Cordero
En las canteras de las izquierdas hay experiencias, textos y militantes que abogaron por un socialismo y un anarquismo refundantes de las relaciones de género y alternativos a la heterosexualidad dominante. Conocer esas aristas es una forma de discutir el imperio de una izquierda misógina, patriarcal y homofóbica que hizo todo por mantener su hegemonía y la de sus voceros. A su vez, el feminismo liberal cuyo único horizonte fue conseguir la igualdad jurídica y política o derechos específicos sin reñir con el capitalismo que los contiene, fue discutido siempre por las feministas de izquierda. La relación entre ambas corrientes sigue siendo conflictiva.
Texto:
Es posible tomar un camino relativamente sencillo al momento de escribir sobre la relación entre la izquierda y el feminismo. Se da por sentado que todo el mundo sabe qué es la izquierda y qué es el feminismo o, a lo sumo, se agrega “s” final para dar cuenta de la diversidad de experiencias que cubren ambas denominaciones. Luego se repasan algunos de los innumerables artículos e intervenciones que desde hace décadas vienen señalando los avatares del romance, noviazgo y hasta matrimonio fallido entre las izquierdas y los feminismos. Y, al final, se hace una breve actualización. Yo misma he hecho este recorrido en un artículo reciente donde revisaba algunos hitos contemporáneos en torno a la tan mentada relación, y proponía algunas claves para pensar los consabidos encuentros y desencuentros.[1] Entre otras: la puja por definir un feminismo aceptable o tolerable, la dificultad para traducir en acciones de gobierno la agenda feminista clásica, un cierto antifeminismo del que no están libres ni la izquierda ni el progresismo, la reactivación de la cuestión de la autonomía feminista al contacto con las izquierdas gobernantes, los desafíos en la deconstrucción de la “Mujer” cómo sujeto privilegiado de la emancipación feminista, el desconocimiento y la indiferencia hacia la producción teórica y política feminista, las trampas de los cupos predeterminados que no garantizan políticas en favor de las mujeres ni de las personas trans, la importancia de los procesos de subjetivación en la construcción de una izquierda que se llama feminista, etc.
Después de esta concentrada enumeración, me arrepiento de haber llamado “sencillo” a este ejercicio; en realidad, lo que quería apuntar es que cada vez parece más fácil no meterse en problemas y discurrir sobre la temática sin despertar el más mínimo revuelo. Creo que esto tiene que ver, en parte, con el modo en que los discursos feministas pueden circular en algunos espacios y publicaciones de la izquierda: como una palabra, digamos, modosita.
Los discursos feministas pueden circular en algunos espacios de la izquierda de un modo modosito
Efectivamente, las intervenciones feministas, urgentes y necesarias, corren dos riesgos sino prestamos suficiente atención. Uno, es el de la sectorización. Un costadito de la página, una pestaña violeta, un recuadro de colores. Ahí, acomodada, encontrará quien lee la letra feminista. En las publicaciones, la lógica más sofisticada de esa distribución del espacio editorial suele ser el dossier. Mezcla sospechosa de canonización y respeto por lo que se compila, puede tener su costado riesgoso. La separación de lo que allí se propone del resto de la publicación; cierta garantía de que nada de lo que se diga en ese paréntesis contaminará al resto aunque, al mismo tiempo, se cumpla con la necesidad de dedicar algunos caracteres al feminismo.
Otra modo de puesta en circulación del reclamo feminista suelen ser las efemérides. Ya no se olvida el 8 de marzo, por ejemplo. Menos recordados aunque presentes son el 25 de noviembre, día de lucha contra la violencia hacia las mujeres y el 28 de septiembre, día de lucha por el aborto legal. Ambas fechas parecen tener más presencia que hace unos años, cuando pertenecían exclusivamente al calendario interno del feminismo. Las organizaciones de izquierdas, en estos casos, cumplen en incluir la condición obrera de las mujeres que dieron excusa a una fecha como el 8 de marzo, y a reactualizarla en clave de lucha irreductible, contra una coptación publicitaria y condescendiente generalizada de la que ya no hay retorno.
También es posible observar cómo se amplía el cánon de las izquierdas. Hoy, Clara Zetkin y Rosa Luxemburgo son presencias cantadas y participan del podio de la memoria cada vez con mayor frecuencia. Se suma Emma Goldman si el panteón es anarquista y, a veces, grupos de mujeres más o menos anónimas, protagonistas de huelgas o masacres históricas. Cada uno de estos dossiers, efemérides visiblizadas, cánones revisitados y victorias sobre la distribución de la palabra es prueba indiscutida del trabajo de quienes, como feministas, eligen continuar batallando en esos espacios. Sean hostiles, amables o indiferentes están atravesados por la presencia insistente de quienes logran cotidianamente imponer un dossier, incluir una voz en un panel, birlar el micrófono y ampliar un cánon. Ese trabajo diario se complementa con una revisión reflexiva de los pasos dados y, sobre todo, del impacto que tienen en las organizaciones. Porque, ¿quien dijo que las izquierdas están libres del flagelo de la corrección política? Es preciso, por eso, mantener la alerta sobre la inclusión de la palabra feminista y las formas que asume en dintintos espacios institucionales. Durante los últimos años comenzó a circular la expresión pink washing para dar cuenta del uso del ideario LGTB por parte de empresas u organismos estatales que intentaban, así, lavar culpas dando una imagen de respeto a la diversidad y compromiso con causas nobles. En las izquierdas, algunos convenientes recortes del acervo feminista y del activismo sexo-genérico se parecen demasiado a esas campañas de buena intención empresarial. Mientras tanto, hay un par de caras femeninas con derecho a cartelería, siempre y cuando la conducción general e intermedia de los partidos se perpetúe en pocas manos y pequeñas mesas, casi enteramente masculinas. O logran llegar al podio de los temas rutilantes el aborto y la violencia de género, al tiempo que la distribución del trabajo doméstico, el cuidado de los y las mayores, la crianza, la libertad sexual de las compañeras, el monopolio de la voz por parte de los compañeros, etc. son todas problemáticas menos visibilizadas o acotadas a secretarías y áreas específicas (muchas de ellas sostenidas por quienes no temen la falta de estrellato de sus intervenciones).
Un segundo problema hace que este ejercicio de repaso se complique si se lo toma en serio: las denominacioens “izquierda” y “feminismo” exigen, cada vez más, una adjetivación. Si por un lado tenemos las ya clásicas distinciones de las izquierdas: reformistas, revolucionarias, partidarias, marxistas, leninistas, trotskistas, etc. El feminismo, por su parte, se matiza como poscolonial, queer, trans, radical, popular, comunitario, etc. Incluso hasta llegar a “feminismo antipatriarcal” como si esa condición que creíamos intrínseca al feminismo se hubiera perdido en el camino. Nada tienen de malo las especificaciones, sobre todo si logran combartir el simplismo recurrente de tomar por “izquierda” la lucha contra la explotación económica y por “feminismo” el combate de la subordinación de la mujer.
Esos simplismos están en la base de quienes abogan por un encuentro entre feminismo e izquierda como si ambas tradiciones fueran homogéneas o monolíticas. Al contrario, hay en las canteras de las izquierdas experiencias de vida, textos y militantes que abogaron por un socialismo y un anarquismo refundantes de las relaciones de género y alternativos a la heterosexualidad dominante. Conocer esas aristas es una forma de discutir el imperio de una izquierda misógina, patriarcal y homofóbica que hizo todo por mantener su hegemonía y la de sus voceros. A su vez, el feminismo liberal cuyo único horizonte fue conseguir la igualdad jurídica y política o derechos específicos sin reñir con el capitalismo que los contiene, fue discutido siempre por las feministas socialistas e incluso las anarquistas, prestas a denunciar las trampas del sufragismo.
Una lectura crítica es el mejor antídoto contra todo lo que suene a pink washing. Más allá de su condición de heroínas, ¿qué fricciones provocaron las intervenciones de las mujeres en el corazón de las revoluciones y los partidos?; ¿cómo lograron declinar “clase” en femenino?; ¿de qué manera se escuchó la voz de la “mujer obrera”? ¿y el “varón obrero”?; ¿cómo se lidió con el imperativo heterosexual que imprega todo el imaginario de la toma del poder? ¿quién pensó en el mandato de la maternidad? ¿Y en las paternidades de los revolucionarios?
Se trata de una vuelta a la historia más curiosa que restauradora, más crítica que entronizante, más inquietante que pacificadora. Explorar para descubrir, en esa caterva de textos y escribientes, que no son tan novedosas las novedades. Que las disidencias guardan viejas memorias, que las estrategias innovadoras han tenido sus cultores pioneros y las redes sociales, sus ensayos unplugged.
Todas esas preguntas tienen un indiscutible sentido presente. Se articulan, se responden y se vuelven a instalar en las innumerables experiencias de movimientos sociales y políticos que atraviesan el mundo. Sobre todo desde hace unos años, cuando cada nueva expresión que se precie más o menos a la izquierda tiene una “pata feminista”. Por ejemplo, la llamada nueva izquierda europea encarnada por Podemos en España y Syriza en Grecia renovó las esperanzas de una parte del feminismo y alimentó la posibilidad de construcción de una forma de hacer política que incorporara sus históricos reclamos. Sin embargo, tal como se vio en América Latina unos años antes, las fricciones no tardan el llegar, ya que las pretendidas nuevas izquierdas prontamente se ven atravesadas por denuncias y polémicas que hacen flaquear las mejores intenciones de concretar un nuevo romance. Desde un Chávez entusiasta que en el Foro Social Mundial (2009) aseguraba que no se podía ser socialista sin ser feminista, a un Rafael Correa que, aunque en el Foro asintió incómodo ante Chávez, en 2013 vociferaba contra las feministas “malcriadas” y reivindicaba su condición masculina, católica y heterosexual. Desde un comienzo promisorio para el primer presidente perteneciente a los pueblos originarios en Bolivia y la promesa de que la representación se ampliara, a una verdadera telenovela en la que Evo Morales es fuertemente criticado por no cumplir sus deberes de padre, además de algún que otro “desliz” homofóbico recurrente. En fin, un punto de partida promisorio que desembocó en una realpolitik en la que los ensueños feministas fueron traicionados, olvidados o, en el mejor de los casos, nuevamente pospuestos. Sin embargo, el debate desatado con la presentación del gabinete del gobierno de Syriza en Grecia, a inicios de 2015, puede ser un buen llamado de atención sobre ciertos modos de hacer e interpretar algunos fenómenos políticos. La coalición que resultó gobernante tenía entre sus banderas el color feminista que ya es casi de rigor, sin embargo, pronto recibió fuertes críticas porque el tan promocionado gabinete sólo incluía hombres. El Fórum de política feminista de España se expresó en una carta abierta al nuevo primer ministro, Alexis Tsipras, titulada “Sin mujeres no hay democracia”.[2] La denuncia era contundente y no le faltaba razón alguna a los ojos, al menos, de quienes seguimos el proceso griego a través de los medios – sean éstos hegemónicos o alternativos-. A pesar de ello, un poco después surgía otra opinión tan feminista como la anterior, de quienes conociendo la experiencia griega de cerca matizaban la evidente preeminencia masculina, dando a conocer las biografías de varias mujeres en puestos fundamentales del nuevo gobierno.[3] Es decir, la primera andanada de críticas rápidamente compartida y difundida, paradójicamente contribuía a ocultar el trabajo de muchas mujeres y feministas que sostenían la peor parte de la crisis y habían hecho posible, ellas también, el triunfo de Syriza. Y, por añadidura, reforzaba los embates que la coalición recibía por parte de la oposición europea y el entramado de intereses financieros globalizados a quienes intentaba hacer frente.
Este episodio nos obliga a preguntar si a veces, cuando vamos de analistas, no somos víctimas de esa misma puesta en escena que construye como importante algunos temas y relega lo que se considera accesorio. Si no reaccionamos al pulso de los medios y las redes, a veces de manera espasmódica o superficial. Porque, más allá de las cartelerías o la portación de un cartelito con la demanda de ocasión, en las izquierdas circulan y activan feministas de toda laya. En los barrios, en las bibliotecas, en los sindicatos y en las revistas pulula, con un trabajo menos espectacular y más silencioso, un feminismo vital, adjetivado y plural. El tipo de feminismo que no advirtieron debidamente quienes apuntaron contra la foto publicitaria del gabinete trajeado de Tsipras. El tipo de trabajo que no comienza por el flyer o por el micrófono y, más bien, se repite diariamente lejos de las primeras planas.
Por tanto, al momento del análisis o la evaluación, no deberíamos perder de vista el modo en que eso aparece y circula, ni tampoco el marco en el que se dispone o las maneras en las que se elige hacer pública la información y el reclamo. La visibilización de esos modos y disposiciones de las tareas y su difusión como elementos significativos y problemáticos, habilita la reflexión sobre los distintos tipos de compromisos y militancias propiciados por un aparente auge de las reivindicaciones feministas en las izquierdas. Entre las más novedosas, los varones que descubren el feminismo y comienzan su militancia con las estrategias que han aprendido y son compelidos a hacer mejor: levantar la voz, arengar, coordinar, distribuir la palabra, manejar, fotografiar(se). Los hay —aunque hay que variar el foco para verlos— quienes comienzan su compromiso y aprendizaje leyendo autoras feministas, tomando a cargo el cuidado del bebé para que su madre asista a una asamblea, cocinando y lavando, aceptando horarios propuestos por quienes tienen menores a cargo, cediendo la palabra, etc. Quienes, en fin, trabajan para que detrás de las cartelerías se den las condiciones necesarias para la construcción de una izquierda feminista o un feminismo de izquierdas.
En cierta manera, el feminismo no viene solo a proponer una suma de reivindicaciones o una lista de temas, sino que exige una transformación subjetiva que ya ha puesto en vilo muchas veces a los protagonistas de las izquierdas. Lo saben muy bien quienes estudian las trayectorias de las mujeres en los partidos socialistas y comunistas, la vida cotidiana de las organizaciones armadas revolucionarias, las “ramas femeninas”, las internas anarquistas, etc. Una escena sintética de esa renuencia a dejarse atravesar es la de Lenin “conversando” con Clara Zetkin y pasando las propuestas por el cedazo moral hasta que, al fin, no quedara más que lo que él ya pensaba de antemano.
El feminismo exige una transformación subjetiva que ya ha puesto muchas veces en vilo a los protagonistas de las izquierdas.
Afortunadamente la posibilidad de construir o sostener un encuentro entre los feminismos y las izquierdas no está en manos de quienes nos gusta analizar, sino de quienes viven esa relación día a día con disputas, creatividad, frustración, optimismo y reinvención. Una apuesta que tiene como horizonte una transformación tan radical que llama a la revolución de la forma misma de encontrarse.
Sobre la autora: Laura Fernández Cordero es Doctora en Ciencias Sociales e Investigadora del CONICET con sede en el Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas (CeDInCI/UNSAM). Docente de grado y de posgrado en la Facultad de Ciencias Sociales (Universidad de Buenos Aires).
[1] Nueva Sociedad No 261, enero-febrero de 2016.
[2]“Sin mujeres no hay democracia. Carta abierta a Alexis Tsipras, nuevo Primer Ministro de Grecia”, Fórum de política feminista, disponible en http://www.forumpoliticafeminista.org/?q=sin-mujeres-no-hay-democracia-carta-abierta-alexis-tsipras-nuevo-primer-ministro-de-grecia
[3]B. Jaumen: “Carta abierta al Fórum de política feminista sobre su carta abierta a Alexis Tsipras”, disponible en http://info-grecia.com/2015/02/02/carta-abierta-al-forum-de-politica-feminista-sobre-su-carta-abierta-a-alexis-tsipras/