Autor: Fernando López D’Alessandro
El rechazo a la democracia unifica a sectores de izquierda con líderes religiosos y representantes de la derecha más radicalizada. Los socialistas deben recuperar, por tanto, el ideario político moderno del que son herederos directos para reivindicar, al mismo tiempo, su proyecto de igualdad en el marco de un orden democrático y de libertades.
La multialianza inconcebible
Cristianos y nacionalistas
El 12 de febrero de 2016, en Cuba, el Papa y el Patriarca de la Iglesia Ortodoxa se reunieron por primera vez en mil años. El intercambio fue fructífero. Ambas iglesias habían bajado su hacha de guerra y sólo era cuestión de tiempo el concretar reuniones y acuerdos. Todo salió bien. Hicieron un llamado en común para intervenir en Siria e Irak, para frenar “el terrorismo mediante acciones comunes, conjuntas y sincronizadas” pero que deben ser responsables y prudentes. Sobre el conflicto en Ucrania destacaron la necesidad de reunificar a los ortodoxos enfrentados; una gentileza de Francisco a Kiril, que seguramente busca recomponer una situación que debilita a la iglesia y a sus creyentes y por tanto a las intenciones de Moscú. Sobre Europa, subrayaron que la UE es una “integración que no respeta la identidad religiosa” y pusieron en claro que si bien “respetamos la contribución de otras religiones a nuestra civilización, […] estamos convencidos de que Europa debe mantener la fidelidad a sus raíces cristianas”. Hay lugar para otros, pero este lugar es cristiano. En relación con lo anterior llamaron la atención sobre la persecución a los cristianos en el mundo y los peligros de la secularización en occidente. Confirmaron, además, desde sus ópticas conservadoras, el papel de la familia tradicional “fundada sobre el matrimonio” y lamentaron “que otras formas de convivencia se equiparan ahora con esta unión, y la visión de la paternidad y la maternidad como de especial vocación del hombre y de la mujer en el matrimonio, santificada por la tradición bíblica, se expulsa de la conciencia pública.” O sea, rechazaron el matrimonio homosexual. Coincidieron además en su condena al aborto y la eutanasia[1]. Así, ortodoxos y católicos buscaron sus puntos conservadores en común para sentar las bases del futuro trabajo conjunto: reinstalar la cultura conservadora allí donde se pueda.
El lugar no fue casual; Cuba se presenta de esta manera como parte de un juego global, de las multialianzas inconcebibles, donde la Rusia de Vladimir Putin busca un nuevo espacio político y geográfico, arrastrando tras de sí aliados y amigos en una extraña coincidencia.
Vladimir Putin y su país quieren rescatar antiguas posiciones, recuperarse del “desastre geopolítico” de la implosión de la URSS y de la consiguiente pérdida de peso internacional. Pero la Rusia de hoy poco tiene que ver con su antecesor comunista. A pesar de las esperanzas de cierta izquierda que sueña con una resurrección soviética imposible, Putin y su país se escoraron definitivamente hacia posturas conservadoras, nacionalistas, basadas en la religión y las creencias. No en vano el Patriarca Kiril calificó el advenimiento del presidente ruso como un “milagro de dios”. Y ahora se suma el Vaticano a este entendimiento. Efectivamente, en uno de sus discursos más célebres Vladimir Putin deja sentado el papel de la religión en la elaboración de su perfil político-ideológico, sospechosamente parecido a la declaración papal-ortodoxa:
La izquierda antimoderna de raíz religiosa concibe a los Derechos Humanos como una imposición occidental y los rechaza. Esto la une a la NUeva Derecha Radical.
“Podemos ver cómo muchos países euro-atlánticos están rechazando sus raíces, los valores cristianos que constituyen la base de la Civilización Occidental. Están incumpliendo los principios morales y su identidad tradicional, nacional, cultural, religiosa e incluso sexual. Ponen en práctica políticas que colocan a la fe en Satanás. (…) En muchos países europeos la gente se avergüenza de hablar de su religión e incluso tiene miedo de hacerlo. Las fiestas cristianas se suprimen o son rebautizadas con otro nombre neutral, como si estuvieran avergonzados de ellas. De este modo se oculta el profundo valor moral de estas celebraciones. Y los gobiernos de estos países están tratando agresivamente de exportar este modelo al resto del mundo. Estoy convencido de que esto abre un camino directo a la degradación y al primitivismo de la cultura. Esto llevará a Occidente a una profunda crisis demográfica y moral. ¿Qué mejor testimonio de la crisis moral occidental, que la pérdida de la capacidad de reproducirse? Hoy en día, casi ningún país desarrollado es capaz de garantizar su renovación demográfica, incluso con la ayuda de los flujos migratorios. Sin los valores morales arraigados en el cristianismo o en otras religiones del mundo, sin las normas morales que se formaron y desarrollaron durante miles de años, la gente perderá inevitablemente su dignidad humana, se volverá salvaje. Consideramos adecuado y natural defender y preservar estos valores morales cristianos. […] Paralelamente a este proceso nacional, en Occidente vemos ya a nivel internacional los intentos de crear un mundo unificado y monopolar, de relativizar y desplazar ciertas instituciones del derecho internacional y la soberanía nacional. En un mundo así, monopolar y estandarizado, no hay lugar para los estados soberanos. En ese mundo sólo son necesarios los vasallos. (…) Rusia estará junto a aquellos que creen que las decisiones de importancia global deben tomarse en conjunto, no en las sombras para servir a los intereses de un solo Estado o de ciertos grupos de Estados”[2].
Este nacionalismo de raíz religiosa, similar al “nacionalismo católico” tan presente en América Latina, especialmente en Argentina, explica la sintonía de Kiril con Bergoglio. El Papa Francisco I, capellán de la filofalangista Guardia de Hierro peronista en los 70, ve en esta alianza la posibilidad de crear el bloque conservador de raíz cristiana, muy parecido al que alentó para su país durante su época de militante del ala derecha del justicialismo.
Kiril, Bergoglio y Putín conforman una trilogía nacionalista fundada en la religión, desde la cual Rusia aspira a reconstruir su antigua hegemonía. Para eso, el principal teórico de la expansión rusa, Alexander Dugin, elaboró su “Cuarta Teoría Política”[3], supuestamente superadora del liberalismo, del nazi-fascismo y del marxismo, donde la piedra de toque sería el Dasein de Heiddeger. Dugin sostiene que la Cuarta Teoría Política es una construcción volitiva de la tradición, y esa “tradición” –concepto conservador si lo hay- tiene por objetivo desconstruir la modernidad rechazando a los tres sujetos que dinamizaban a las tres teorías del siglo XX: el individuo (liberalismo), la clase (marxismo) y la raza/Estado-nación (fascismos) El Dasein de Heidegger se convierte en el sujeto de la Cuarta Teoría Política haciendo de ella una “estructura ontológica fundamental desarrollada en el campo de la antropología existencial”. Pero este concepto en la teoría de Dugin implica que el Dasein se deberá expresar en tanto cultura-civilización-gran espacio-polo del mundo multipolar. Esta suerte de “espacio vital” conforma lo que Dugin llama el “eurasismo”[4], una concepción geopolítica donde Rusia es el eje del antiguo espacio soviético, en un mundo multipolar. Su objetivo antimoderno implica, además, el combate al “atlantismo”, entendido como la alianza entre Estados Unidos y la Unión Europea, en una disputa geopolítica donde la guerra juega un papel primordial a escala planetaria. En consecuencia, los particularismos son el pilar y el combate al universalismo una de las guías. Los Derechos Humanos, concebidos como una imposición occidental, son entendidos como un instrumento de penetración cultural y, por tanto rechazados, al igual que todo el orden internacional. Esta reacción contra la globalización se traduce así en un nacionalismo de raíz religiosa, ultraconservador, donde la diversidad –especialmente la política, la cultural y la “moral”- no tiene cabida. Dugin es el representante ruso de la nueva derecha radical europea, alumno dilecto de Alain de Benoist. No es casual, por lo tanto, que el segundo miembro de esta multialianza inconcebible sea la derecha radical europea.
Putin, la religión y la derecha radical
La Nueva Derecha Radical Europea (NDRE) busca construir una nueva hegemonía cultural. Si bien el movimiento no es homogéneo y presenta matices según el país, tiene como características comunes la afirmación cultural en contraposición a las “otras” civilizaciones, fundada en la xenofobia, un nacionalismo que pude variar desde un moderado europeísmo hasta un rechazo total a la UE y la reafirmación de lo local como rasgo identitario. Católica en algunos casos, reivindicadora de lo pagano en otros, como el caso de su fundador e ideólogo Alain De Benoist, la NDRE hace de la diferencia y de su necesidad, tanto cultural como social, la columna vertebral de su interpretación del mundo. No está dispuesta a generar una “revolución” al estilo fascista, experiencia que descarta definitivamente. Por el contrario, lo plural y la diferencia tienen su espacio en la cosmovisión de esta nueva derecha, pero esa diferencia implica, así, la afirmación de la jerarquía y la promoción de una sociedad donde las elites tienen la centralidad en el hacer y el decidir. Obviamente que, con matices, cuestionan o parcializan la diversidad. En algunos casos pueden aceptar, por ejemplo, la homosexualidad, en otros, como en Rusia, no sólo la rechazan, sino que la condenan.
En los últimos diez años la Nueva Derecha Radical Europea ha tenido un crecimiento explosivo y preocupante. Mientras la socialdemocracia se estanca en su pérdida de identidad, en gran parte producto de la aquiescencia con los conservadores[5], los extremos, especialmente por derecha, afirman su espacio y su perfil en medio de una coyuntura problemática donde los “peligros” hacia las identidades, la globalización y la diferencia, habilitan el desarrollo de las opciones antisistema, con una fuerte veta populista. Los paradigmas democrático-representativos y liberales, así como el socialdemócrata fueron tocados en su línea de flotación. La crisis económica hizo el resto, desdibujando inclusive las bases sociales de los partidos de izquierda que anodinos y sin respuestas, pierden sus apoyos populares y clasemedieros que se vuelcan a las derechas radicales en toda Europa.
Putin, las iglesias católicas y ortodoxas sintonizan con las derechas radicales en su rechazo al liberalismo y a las opciones socialistas que afirman la validez de lo diverso, de los derechos individuales y de la construcción de la persona en clave particular. No es casual que De Benoist atienda especialmente el proceso ruso, que entreviste largamente a Alexander Dugin, y que en contra partida Putin financie a la Derecha Radical Europea.
El Frente Nacional (FN) se vanagloria de que el First Czech-Rusian Bank ha concedido al FN un crédito de 9 millones de euros, para llegar más adelante a 40 millones, como alternativa a los créditos que la banca francesa les negó. Putin financia a Marine Le Pen y, por extensión, a la gran mayoría de la derecha xenófoba europea que, en agradecimiento, apoya sus políticas expansionistas. Rusia y las derechas radicales apuestan al final de la Unión Europea y a la reafirmación de las estructuras nacionales, en base a opciones conservadoras que van desde el nacionalismo de impronta católica, como la derecha francesa, hasta opciones racistas como el Jobbit húngaro, Alternativa para Alemania y al griego Amanecer Dorado[6].
La vieja izquierda necesita de una “vanguardia” global, pues su lecutra del cambio mundial implica la existencia de una potencia guía, de un centro rector que empodere el cambio que será al unísono y a escala planetaria. En el “paquete” chino viene, también, la Rusia de Putín.
Así, entonces, la derecha xenófoba que aspira a un mundo jerárquico y clasista, aliada con la Rusia ultraconservadora y con las iglesias cristianas más poderosas de la región, funcionan en una alianza conservadora de hecho donde, para asombro de muchos y para negación patológica de otros, se suman propuestas de izquierda o “progresistas”.
Algunas izquierdas y los supuestos “progresismos”
China se proyecta como la nueva potencia mundial, intentado desplazar a Estados Unidos de su pedestal. El poder de Washington, cuestionado tanto en lo político como en lo económico, está luchando para mantener girones de su otrora indiscutida hegemonía. Mientras China se expande en todos los planos –desde el económico hasta el militar- los diversos polos del mundo policéntrico aprovechan el envión oriental para sacar beneficios económicos y estratégicos. Tanto los países de África como de América Latina ven en el nuevo imperio un inversor y algunos en las izquierdas y en los nacionalismos quieren una alianza con Beijing como forma de contrarrestar el peso de Washington. Rusia ocupa un lugar preferencial en este ajedrez gracias a su integración en los BRICS. El bloqueo occidental como consecuencia de su intervención en Ucrania arrojó a Rusia a los brazos de China y la alianza se profundizó. Asimismo la expansión china llevó sus negocios a América Latina, donde encontró una amplia receptividad, amparados, paradojalmente, por el apoyo norteamericano. Los Estados Unidos no hicieron cuestión a la penetración del “imperio informal” chino, puesto que funcionan hace tiempo en clave G-2 a nivel global, y muchas de las transnacionales chinas cuentan con capital norteamericano. Si bien la relación de las dos potencias presenta contradicciones geoestratégicas en el Pacífico, no dejan de tener acuerdos cuando de negocios se trata.
La entrada masiva de China en América Latina es vista por cierta izquierda como un factor de “liberación”, el “estalinismo de mercado” se presenta como un contradictor del imperialismo norteamericano, como un aliado al que hay que recibir de forma positiva. No vamos a evaluar aquí este punto de vista, pero si debemos considerar sus implicancias políticas. La izquierda heredera de la cultura comunista, así como los diversos “socialismos nacionales”, ven la llegada de China en claves similares a las que otrora tuvieron respecto de la Unión Soviética. La vieja izquierda necesita de una “vanguardia” global, pues su lectura del cambio mundial implica la existencia de una potencia guía, de un centro rector que empodere el cambio que será al unísono y a escala planetaria. En el “paquete” chino viene, también, la Rusia de Putin. El Primer Ministro Mevdevev proclamó que en América Latina “llegamos para quedarnos”, mientras que Putin fue aún más claro: “América Latina es una fuente riquísima de recursos naturales” y hoy la cooperación con la región “es una de las direcciones claves” de Rusia.
Además de suplir las carencias del aislamiento, Moscú intenta en América Latina horadar el patio trasero de su adversario político y, ahora, ideológico, Estados Unidos. Las bases “para reparación de navíos” en Cuba, Nicaragua y Venezuela no engañan a nadie. Rusia busca afincar posiciones estables y los países reciben a cambio un poco de apoyo económico. Además cumplen con el dogma ideológico que más que antiimperialista es anti yanqui. La responsabilidad de La Habana, Caracas y Managua en caso de que las tensiones se agraven serán inocultables y deberán hacerse cargo por meter a Latinoamérica en un conflicto que no le es propio y, peor aún, apoyando a un imperio con una ideología de claro corte neo fascista, donde su principal teórico sostiene sin tapujos que “el Occidente actual (Estados Unidos y parte de Europa) debe ser aniquilado y la humanidad debe ser reconstruida en un terreno diferente en frente de la cara de la Muerte y el Abismo”.
A lo anterior debemos sumar la afinidad del kirchnerismo con Moscú. Los vínculos de Cristina Fernández con Putin y Rusia son parte del juego geoestratégico global donde todos, directa o indirectamente, buscan sus ventajas y empoderarse. El nombramiento de Bergoglio como Papa trastocó la actitud del gobierno K hacia la iglesia, y el giro sirvió a la “multialianza inconcebible”. Así, la presidenta Fernández dio la espalda a su principal asesor y opositor a la Iglesia, Horacio Verbitsky, y echó mano al hemisferio derechista del peronismo, a su raíz nacional católica, y voló al Vaticano a recibir bendiciones e instrucciones. Guillermo Moreno, ex Secretario de Comercio Interior y antiguo miembro de la derechista Guardia de Hierro fue designado Agregado Económico de la embajada argentina en Roma, bien cerca de su amigo Bergoglio. Se conocían por la militancia en común en los 70’…[7]
Así quedaron alineados tácticamente, con sus contradicciones y por tanto en una alianza múltiple, las iglesias ortodoxas y católica, Rusia, la extrema derecha radical europea y las izquierdas más ortodoxas de América Latina, desde la dura Cuba comunista pasando por una parte del eje bolivariano con Nicaragua y Venezuela para terminar en la Argentina kirchnerista, y todos “beneficiados” por la entrada de China en el escenario global.
Y la vieja izquierda hace una defensa cerrada de sus amigos. Así, en el Foro de San Pablo el Frente Sandinista de Liberación Nacional no permitió el menor cuestionamiento a la Rusia expansionista y conservadora, e impuso en el documento final del encuentro del FSP de 2015 un manifiesto pro ruso digno de mención como ejemplo de parcialidad… a favor de un gobierno nacionalista de derecha, “victima” de la expansión de la OTAN:
“Se señala también la injerencia externa en Ucrania a partir de la alianza entre EUA y la UE con grupos neo-nazistas, tendientes a aislar a Rusia. Las contradicciones entre esta alianza y los independentistas de ciertas regiones del este de Ucrania provocaron la confrontación de ellos con el ejército de este país. Condenamos los ataques ucranianos contra la población civil y demandamos el inmediato cese de fuego. El FSP exige el pleno respeto a la soberanía de Ucrania.
Estos conflictos son expresiones del nuevo diseño de la geopolítica mundial donde Estados Unidos de América trata de afirmar la validez de la hegemonía o reaccionar a las presiones que sufren. […] En el caso de la crisis en Ucrania hay una reacción del Gobierno de Putin a rechazar las provocaciones de la OTAN, organización militar de carácter agresivo e expansionista, realizando maniobras militares afianzando su control en las fronteras con Rusia. En respuesta a las sanciones impuestas por EUA y la Unión Europea a Rusia, el Gobierno de este país decidió embargar la compra de alimentos de estas economías”[8].
La responsabilidad siempre es ajena. Así, la izquierda ortodoxa hace del lema “el enemigo de mi enemigo es mi amigo” la base de su estrategia, realizando alianzas donde no se siente incómoda, por el contrario ni se cuestiona el estar acompañada por organizaciones y corrientes reaccionarias. ¿Qué factores ayudan a realizar la multialianza inconcebible?
A manera de conclusión. La razón básica de la “multialianza inconcebible”
La multialianza no es lineal. La contradicción de apoyar a la potencia que financia a la extrema derecha radical europea es negada por los aliados latinoamericanos de Rusia, que ven en ello sólo una “cuestión para intelectuales”. Esta forma elegante de negar la gravedad del hecho, forma parte de las conductas tradicionales de la vieja izquierda, que ante las contradicciones insalvables elige la negación, como en la época de la URSS.
Ahora bien, ¿qué une a la multialianza a pesar de sus contradicciones? La respuesta no es sencilla, pues tienen diversos adversarios en común. Por supuesto que el primero es el imperialismo norteamericano, aunque por diferentes razones.
Mientras en América Latina el rechazo visceral a los Estados Unidos se asienta en las teorías dependentistas y en aplicaciones del marxismo, ellas se basan en el hecho innegable del largo injerencismo norteamericano. Para las izquierdas latinoamericanas y los populismos que se suponen “progresistas”, que van desde las lecturas más elaboradas hasta el antimperialismo más ramplón, Washington siempre ha sido un factor real y concreto de nuestras desgracias, por tanto el rechazo al “imperialismo yanqui” responde a razones políticas reales y fácilmente perceptibles en el pasado y en el presente. Las formas y las maneras del “ser” antimperialista es otra cuestión que no corresponde tratar aquí. Pero en Europa es diferente.
Las derechas radicales europeas y Putin se paran ante los Estados Unidos desde un empoderamiento distinto. Son o han sido regiones o países potentes, con sus propios imperios y, por tanto, con intereses globales. Así también, la reafirmación nacionalista de estas nuevas derechas radicales hacen del “antiatlantismo” y del rechazo a lo occidental –con matices- uno de los ejes ideológicos de su propuesta. Pero mientras las viejas izquierdas latinoamericanas interpretan al imperialismo desde la política, las NDRE y Rusia lo hacen, además, en clave ideológica y cultural. China reduce su contradicción con Estados Unidos a un discurso “soberanista” producto de su puja geoestratégica en el Pacífico, fundamentalmente.
Pero así como el antiatlantismo y la veta anti occidental no coinciden totalmente con el antiimperialismo de la izquierda clásica de América Latina, si lo hacen en su común rechazo al liberalismo. Y en esto la sintonía, además, integra a las iglesias católica y ortodoxa.
El nacionalismo católico, el nacionalismo derechista y el cristianismo en sus vertientes católica y ortodoxa, se unen para repudiar al liberalismo. Entendido como el factor determinante de la “decadencia” del occidente cristiano, es visto desde sus orígenes y en especial desde 1789 como la razón principal de todas las desgracias. Racionalista y científico, ateo e individualista, el liberalismo y su sistema, la democracia liberal, horadaron las jerarquías y las tradiciones. Así, las NDRE pueden llegar a cuestionar la economía de mercado, no por inhumana, sino por liberal. De esta manera, además, las derechas, la Rusia de Putin y las religiones coinciden en repudiar los derechos individuales, incluyendo a los Derechos Humanos, en tanto universales y plantean el regreso a la nación y a los “derechos colectivos”, tan caros a las sociedades jerárquicas donde la diferencia social es aceptada y querida. El peronismo en Argentina, hizo de esta lectura una de sus señas de identidad para proponer la “comunidad organizada”. Cierta izquierda rioplatense ve las reformas sociales y el Estado de Bienestar como afirmador del individualismo y como un factor de fragmentación de los movimientos sociales y, por tanto, de “la lucha”. La contradicción es grave, pues así como hay un individualismo burgués, solipsista y egoísta, que conduce a la patología narcisista y a la perdida de sentidos para la vida humana, hay también un individualismo societario, que reivindica el socialismo como hijo y heredero de la razón y de la Ilustración que está en la base de todo el pensamiento de Carlos Marx: conocer primero y derribar las trabas seculares que desde la sociedad y desde el interior del propio individuo impiden el ejercicio de la libertad. No aceptar esta concepción, tanto en clave derechista como de izquierda lleva al repudio a la democracia y, en consecuencia, el rechazo de la diversidad y al pluralismo.
Frente al individualismo burgués, hay también un individualismo societario, que reivindica el socialismo como hijo y heredero de la razón y de la ilustración.
Efectivamente: el gran denominador común que une a la “multialianza inconcebible” es, al fin de cuentas, su rechazo a la democracia. Hijo del liberalismo, sin duda, el sistema democrático mutó, gracias a las luchas de los pueblos, de su sentido original burgués, excluyente y censitario hacia un sistema más abierto y plural, afirmado en los derechos políticos e individuales. Esta ha sido una gran victoria de las luchas populares, la extensión de la ciudadanía y de los derechos políticos para todos, quitándole el sentido burgués al sistema demoliberal. Sin embargo, la izquierda clásica se queda con el mote original y se niega a ver los cambios históricos, rechazando in totum el sistema por mantener su perfil de “democracia burguesa”. Y de paso, reviven la disputa de hace un siglo con la socialdemocracia, a la que atacan también de forma visceral. Esto explica, en gran parte, la expulsión del Partido Socialista Argentino del Grupo de Trabajo del Foro de San Pablo…
En consecuencia, las derechas junto con lo más conservador de las clerecías, ven la democracia como un atentado al orden, como una violación inaceptable del sistema jerárquico, clasista y conservador, por eso la rechazan y allí donde pueden la revierten.
Por miopía, sectarismo y dogmatismo, la izquierda clásica latinoamericana rechaza o desdeña la democracia. Cuba, simplemente la impugna desde la proclamación de Fidel Castro de que el “pluripartidismo es la pluriporquería”. El sandinismo y los chavistas la manipulan degradándola, para ponerla al servicio de sus intereses, que no son necesariamente los del pueblo, sino los de la élite dirigente. Las NDRE hacen de la democracia una “seña de identidad” europea, para contraponerla al temido y odiado islam. Pero la vindicación democrática no implica para ellos sino un sistema desde donde la jerarquía, la élite aristocrática autodesignada, dirige los destinos de las personas como mejor le parece. Las derechas más extremas directamente cuestionan la existencia del régimen plural y abierto. Para China el sistema democrático es un hecho a combatir, como quedó demostrado en Hong Kong.
El rechazo o el desdén por la democracia creó la “alianza inconcebible”, extraños compañeros de ruta que en su camino atentan contra lo más preciado que tiene el ser humano: la libertad. Debemos recordar, siempre, que la libertad sin derechos sociales y sin igualdad económica no es nada. Pero la igualdad económica y social sin la libertad degrada a la persona en su calidad esencial. La historia lo demostró muchas veces.
Sobre el autor: Fernando López D’Alesandro es historiador y dirigente del Frente Amplio del Uruguay. Se desempeña como profesor de la Regional Norte de la Universidad de la República (Montevideo).
[1] La Santa Sede. Declaración conjunta del Papa Francisco y del Patriarca Kiril de Moscú y toda Rusia. 12 de febrero de 2016. https://w2.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2016/february/documents/papa-francesco_20160212_dichiarazione-comune-kirill.html
[2] Castillón, Juan Carlos. Putín y la Extrema Derecha Europea. Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. 2015. Barcelona. P. 7-8.
[3] Dugin, Alexander. La Cuarta Teoría Política. Ediciones Nueva República. Barcelona. 2013.
[4] ¿Qué es el Eurasismo? Una conversación de Alain de Benoist con Alexander Dugin. Ediciones Fides. Tarragona. 2014.
[5]Norris, Pippa. Derecha Radical. Votantes y partidos políticos en el mercado electoral. AKAL. 2009. Madrid. P. 37 y ss.
[6]ABC. Madrid. Juan Pedro Quiñonero. 1° de diciembre de 2014. Putin apoya con nueve millones la carrera presidencial de Le Pen. Ver también: The Independent. John Lichfield . 27 de noviembre de 2014. €40m of Russian cash will allow Marine Le Pen’s Front National to take advantage of rivals’ woes in upcoming regional and presidential elections. Contexto y Acción, ctxt.es. María Díaz Valderrama. 3 de junio de 2015. Rusia financia a Le Pen y a otros partidos de ultraderecha. Castillón, Juan Carlos. Putín y la Extrema Derecha Europea. Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. 2015. Barcelona.
[7]Di Marco, Laura. Cristina Fernández. La verdadera historia. Sudamericana. Buenos Aires. 2014. P. 165 y ss.
[8]Declaración Final del XXI Encuentro del Foro de São Paulo, en la Ciudad de México DF. 7 de agosto de 2015. http://forodesaopaulo.org/declaracion-final-del-xxi-encuentro-del-foro-de-sao-paulo-en-la-ciudad-de-mexico-df/