Autor: Pablo Touzón
El mundo del postrabajo puede garantizar orden para los descartados y progreso para los integrados. El dilema es qué sucederá con la política: ¿la tecnología reemplazará a la Republica? ¿Entraremos en una demencial pero organizada democracia algorítmica? El sueño de un mundo sin política puede producir monstruos.
“No hay testimonio de civilización que no sea a la vez testimonio de barbarie”. En esta frase de Walter Benjamin, escrita en 1940 en sus “Tesis sobre la filosofía de la Historia” parece residir el espíritu de todas las discusiones económicas y sociales sobre los fenómenos de la automatización, robotización, inteligencia artificial, digitalización y demás tecnológicos etcéteras. Y esto es natural, dado que se trata ni más ni menos que de una reactualización del viejo debate: la naturaleza, el sentido y la orientación del “Progreso”.
Esta es, en particular, la discusión con mayor carga ansiógena, y la que desata las posiciones más polarizadas trata sobre el futuro del trabajo humano. La acumulación de informes especializados de academias y think tanks y, mucho más relevante, la misma experiencia empírica de miles de trabajadores alrededor del planeta, confirma un mismo diagnóstico compartido por el optimismo y el pesimismo cibernéticos, de izquierda a derecha. En este punto nodal se concentra el núcleo duro de la discusión sociológica sobre el futuro y sus modelos posibles de sociedad, volviendo a popularizar sobre la marcha el género ensayístico-científico del futurismo, hoy disponible en todos los aeropuertos y en su cuenta de Netflix. Alvin Toffler, In memoriam.
Un estado del Arte
Hija del Tratado de Versalles de 1919, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) le da cuerda anualmente a su propio Reloj del Fin del Mundo. En un informe preparatorio del centenario del organismo en 2019, y publicado en 2015, se contabilizaba la pérdida de un total de 30 millones de empleos a partir de la crisis financiera de 2008. Sumados a los ya existentes, contabilizaban un total de 200 millones de desempleados a nivel mundial. Al mismo tiempo, proyectaba la agregación anual de 40 millones de personas al mercado de trabajo por año hasta el 2030, lo que haría necesario la creación de 600 millones de nuevos puestos de trabajo para cubrir las necesidades de empleo en su formato actual. El empleo estable y full time, por otro lado, representa menos de un empleo sobre cuatro. Una universalización del “precariado” como formato de trabajo, presente en diferentes variables, formas y clases desde Detroit hasta El Cairo.
“En la actualidad-sostiene el estudio- cabe preguntarse si la revolución tecnológica en curso, anunciada por muchos observadores y que se caracteriza por la utilización de mega datos (Big Data), impresoras en 3D y robots en los procesos de manufactura ofrece un potencial tan grande para reemplazar la mano de obra que rompo por completo con todo lo que la precedió y si, a fin de cuentas, no es un factor que inhibe en lugar de propiciar el trabajo decente”[1]. Si, cabe preguntar.
En este punto, Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee, profesores de la Escuela Loan de Administración y Dirección de Empresas del MIT argumentan directamente que el salto tecnológico tanto en su variante digital como robótica han contribuido directamente y en una relación causal con el muy escaso crecimiento del empleo en los últimos 15 años, destruyendo trabajos en muchísima menos medida que en la que los crea. En su libro “Race Against The Machine”, estos autores van más lejos. Allí sostienen que a partir del año 2000 aparece lo que denominan “el Gran Divorcio”, que sucede cuando dejan de confluir, como lo hacían sistemáticamente desde la Segunda Guerra Mundial, las curvas de productividad y creación de empleo. A partir de ese año, el crecimiento económico deja de tener correlato con el aumento de los puestos de trabajo, que, de hecho, empiezan a decrecer, contribuyendo de esa manera a la vez al estancamiento de los ingresos medios y al aumento de la desigualdad. Un desacople estructural: “Es la gran paradoja de nuestra era. La productividad está en niveles record, la innovación nunca ha sido más rápida, pero al mismo tiempo tenemos unos ingresos medios decrecientes y cada vez menos puestos de trabajo. La gente se está quedando atrás porque la tecnología avanza muy rápido y nuestras habilidades y organizaciones no consiguen mantener el ritmo”[2]. Como un loop en clave económica de la derrota de Kasparov frente a Deep Blue, el campeón informático de IBM.
Estas tendencias no se encuentran solo en los más tradicionales empleos del sector de manufacturas. También avanzan, y de manera más exponencial, en los empleos administrativos y demás servicios profesionales del sector terciario: controladores de tráfico aéreo y pilotos, taxistas y camioneros, traductores, interpretes, agentes de viajes y todo tipo de servicios de atención al cliente son solo algunos de los “nominados” a desaparecer en los próximos 25 años. La creación de nuevos empleos hijos del gran cambio tecnológico (analistas de Big Data, desarrolladores de Apps, operadores de drones, creadores de contenidos de Youtube, ingenieros de sistemas operativos, etc.) no alcanzan por ahora para suplir el “gran reemplazo” de hombres por maquinas en esta escala masiva. Incluso aquellos trabajos creados por el mismo desarrollo de la red, como el chofer de Uber, pueden constituir solo un estadio intermedio hasta su desaparición total. Las industrias más modificadas por la digitalización, como las del disco, el libro, la periodística y la fotográfica, si bien presentan hoy transformaciones revolucionarias en lo que refiere a la difusión masiva de contenidos y podrían constituir el embrión de una potencial economía colaborativa y postcapitalista, encuentran muy dificultosa su monetización actual. Un universo de emprendedores libres y gratuitos.
Especialistas en la relación entre empleo y tecnología como David Autor añaden un dato central.
La creación de nuevos empleos hijos del gran cambio tecnológico (analistas de Big Data, desarrolladores de Apps, operadores de drones, creadores de contenidos de Youtube, ingenieros de sistemas operativos, etc) no alcanzan por ahora para suplir el “gran reemplazo” de hombres por maquinas en esta escala masiva.
El cambio tecnológico ha fomentado la concentración de los empleos en aquellos que exigen mayor creatividad y con mayores sueldos, generalmente ligados a los sectores con recursos educativos altos, y en los de menores calificaciones aun no automatizables, como el servicio doméstico. El mayor peso del progreso tecnológico pesa sobre los sectores medios, provocando una ampliación de la brecha entre ganadores y perdedores económicos: un mundo de Zuckerbergs y empleados de Kentucky Fried Chicken. ¿Un mundo sin clase media?
802701
802701 es al año al que H.G Wells hace viajar a su Viajero-a-través-del-Tiempo. Una Londres irreconocible dividida en dos clases de seres. Los ociosos y millenials Eloi, herederos lejanos de la antigua clase dominante, y los monstruosos Morlocks que viven bajo la superficie y son descendientes de la vieja clase obrera británica. Para el socialista fabiano Wells, era el retrato de la degradación de una sociedad de clases en una humanidad crepuscular, dividida cruelmente en dos. Y también de una sociedad postlaboral y posthumana. La metáfora de una sociedad en dos velocidades.
El creciente número de reemplazados ( o “descartados”, como los llama el Papa Francisco desde Roma), personas definitivamente afuera del sistema laboral efectivo, y la aceptación de este hecho como un dato de la evolución tecnológica más que de la voluntad y la política humanas, han hecho proliferar las iniciativas de contención social de dicho fenómeno. Principalmente, distintas versiones de la renta básica ciudadana, herramienta que aseguraría un “sueldo” ciudadano y evitaría las peores manifestaciones de la pobreza extrema. Sin embargo, y más allá de su notorio efecto positivo en lo inmediato, la pregunta política que subyace es como se gobierna una sociedad en un clivaje tan extremo.
Para los incluidos en lo alto de la pirámide, el trabajo es, por el contrario, omnipresente: como sostienen los gurúes de mercado, 24 horas 7 días de la semana, adaptabilidad, conectividad, fin del concepto del “horario de trabajo”. Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo, “The Sky is The Limit” (El cielo es el límite). Es para ellos el mundo del deseo abierto y de lo ilimitado.
A los reemplazados les toca, en cambio, la ética socialista. Moderación, anti consumo, espíritu comunitario, “vivir con lo nuestro”. Es curioso, pero en este punto el capitalismo recurre, como otras veces, a una técnica del “socialismo realmente existente”. La renta básica universal, bajo otras denominaciones y jergas ya existió, y existe aún hoy en La Habana. Un viejo chiste de la era de Brézhnev rezaba que el lema de los trabajadores en la Unión Soviética era “Yo hago como que trabajo, ustedes hacen como que nos pagan”. A decir verdad, gran parte del concepto del trabajo en el socialismo tardío remitía a esa práctica. Un seguro universal que no atrevía a decir su nombre. Sin embargo, y a pesar de que siempre existieron fuertes subculturas e identidades en el seno de las clases obreras de los países occidentales, este potencial sistema a la Hong Kong (un país, dos sistemas) sería una novedad. ¿Cómo reconciliar las aspiraciones? ¿Cómo sostener “Enriqueceos” con una mano y “Conformaos” por el otro? Para los primeros el futuro, para los segundos el puro presente.
Un modelo posible es el que se insinúa por atrás de la crisis política iniciada en 2008. Si esta, sumada a los procesos tecnológicos ya mencionados, contribuyó y potenció la crisis de los sectores medios occidentales, endeudados y crecientemente pauperizados, también erosionó el modelo político hijo de esas clases medias trabajadoras de los 30 gloriosos, sus bipartidismos, sus laborismos, sus sindicatos y sus paritarias.
Un viejo chiste de la era de Brézhnev rezaba que el lema de los trabajadores en la Unión Soviética era “Yo hago como que trabajo, ustedes hacen como que nos pagan”. A decir verdad, gran parte del concepto del trabajo en el socialismo tardío remitía a esa práctica. Un seguro universal que no atrevía a decir su nombre.
Sin embargo, la burocracia del Partido Comunista Chino y Putin sobrevivieron incólumes a la lluvia ácida. Proponen un modelo alternativo de gobernanza en la globalización al “malestar en la cultura” de la crisis migratoria, terrorismo islámico, cambio climático, crecimiento escaso y automatización y “descartados” a la alza. Garantía de Orden para los descartados y Progreso para los integrados.
Un fantasma recorre el Mundo
Existe en la literatura “futurista” un denominador común que resulta singularmente ilustrativo: un desinterés manifiesto por las “formas” que la política adoptará en el nuevo mundo automatizado. La pregunta natural de cómo se gobierna dicho mundo, y de cómo estas transformaciones radicales de la economía y la sociedad impactarán en la naturaleza de los regímenes políticos aparece casi ausente. Es un aspecto revelador de una teleología positivista ya clásica, de aires decimonónicos y ahora resucitada, en donde, a la manera de un Saint Simon Cyborg, se pasaría del gobierno de los hombres a la administración de las cosas. Como si el fin del trabajo implicase necesariamente, como una pareja inseparable, el fin de la política. En este nuevo mundo tecnológico, conectado y super abundante, la política como actividad específica y autónoma perdería sentido.
En la versión liberal de este credo, las posibilidades infinitas de un capitalismo finalmente libre del peso de la escasez. El libro “Abundancia, el Futuro es mejor de lo que piensas”, escrito por el empresario de la innovación Peter Diamandis, es la Biblia de este nuevo mundo feliz, desde la Moscú de Singularity University, en California. “Nada es escaso, y todo es ilimitado. Solo es cuestión de tiempo, incentivos y desarrollo tecnológico”. Los problemas de la Humanidad, a un click de ser resueltos para siempre. Como señala la contratapa, “el progreso en inteligencia artificial, robótica, computación infinita, redes de banda ancha, manufactura digital, nanomateriales, biología sintética y muchas otras tecnologías que están creciendo exponencialmente nos permitirán obtener en las próximas dos décadas unos avances muy superiores a los que hemos conseguido en los doscientos años anteriores. Pronto tendremos la capacidad de alcanzar y superar las necesidades básicas de cada hombre, mujer y niño del planeta. La abundancia para todos está a nuestro alcance.”[3] Como si a 70 años del Holocausto, hubiesen vuelto a reconciliarse en algún lugar del desierto californiano el progreso moral con el progreso tecnológico. Juntos otra vez, como antes de 1914.
Por izquierda también el comunismo tecnológico pareciera ser la última versión posible de comunismo, un fin del capitalismo con revolución social y no política. Paul Mason, en “Postcapitalismo, hacia un nuevo futuro”, habla de una microfísica de la transformación sociológica, en donde la tecnología de la información jugaría un rol estructuralmente anticapitalista, al eliminar tanto la relación valor/trabajo como la capacidad de monetización del saber colectivo. ¿Y la política? “Estamos a las puertas de convertir en realidad una magnífica posibilidad: la de una transición controlada que nos lleve más allá del libre mercado, más allá de la dependencia del carbono, más allá del trabajo obligatorio. ¿Qué ocurrirá entonces con el Estado? Probablemente se ira haciendo menos poderoso con el paso del tiempo y, en última instancia, sus funciones pasara a ser plenamente asumidas por la Sociedad”[4]. Una democracia sin Estado ni Nación, y sin conflicto. Una versión del estadio ultimo del comunismo marxiano, pero con Iphones.
Ciertamente, en Mason hay una versión de la tragedia y de la historicidad, una barbarie en esa civilización, pero comparte a pesar de esto con Diamandis una versión aspiracional de lo que podría denominarse política algorítmica.
Con la crisis del trabajo parece haber dos visiones optimistas: la liberal –que imagina posibilidades infinitas de un capitalismo finalmente libre del peso de la escasez— y la comunista –en la que la tecnología de la información jugaría un rol estructuralmente anticapitalista, al eliminar tanto la relación valor/trabajo como la capacidad de monetización del saber colectivo—. ¿Pero qué pasaría con la política en un mundo así?
En un cuento de Isaac Asimov publicado en 1955, la famosa super computadora Multivac logra finalmente construir el algoritmo definitivo de la democracia. Paulatinamente, se había pasado del sufragio universal de un hombre a un voto al voto por segmentos, en base los cuales el ordenador extraía los datos correspondientes para inferir la voluntad del resto de los votantes norteamericanos. Más barato, igual de eficaz. De millones pasan a votar miles, luego cientos, para terminar en finalmente uno. Un solo votante por comicio. En la elección del cuento vota un tal Norman Muller, y sobre el reposa la elección. Una suerte de hombre síntesis en una representación algorítmica del resto de sus compatriotas. La tecnología en auxilio (¿en reemplazo?) de la Republica. La democracia algorítmica. El sueño de un mundo sin política.
[1] “De cómo la tecnología está destruyendo el empleo”, MIT Technology Review, David Rotman, 25-5-13
[2] [2] “De cómo la tecnología está destruyendo el empleo”, MIT Technology Review, David Rotman, 25-5-13
[3] “Abundancia, el Futuro es Mejor de lo que Piensas”, Peter Diamandis, Antoni Bosh Editor
[4] “Post Capitalismo, Hacia un nuevo Futuro”, Paul Mason, Ed. Paidós, pag 372
Sobre el autor:
Pablo Touzón es Licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Ha cursado estudios internacionales en la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT). Es miembro del Grupo CGTecno, dedicado al análisis de las nuevas relaciones entre trabajo y tecnología en el marco de la Confederación General del Trabajo. Es editor de Panamá Revista.